Sepultados por una campaña electoral, el pasado 16 de enero se cumplieron 22 años de la firma de los Acuerdos de Paz en El Salvador.
Pasó 15 días durmiendo en el suelo y por más que se empeñó, no pudo dormir en una cama. Y no era en vano: 11 años dentro de una guerra y lejos de la comodidad más elemental, lo menos que podía sucederle es que cualquier indicio de confort le resultara el más extraño de los sucesos desde aquel 16 de enero de 1992.
"Dormir en una cama fue un aprendizaje de la paz", confiesa 22 años después, Carlos Henríquez Consalvi.
Nació en Venezuela y llegó a El Salvador en 1980. De seudónimo Santiago, fue la voz de Radio Venceremos durante el conflicto armado. Cuando El Diario de Hoy llegó a su oficina, el director del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) revisaba una fotografía de hace 22 años en la que se le mira en lo alto de Catedral.
¿Qué piensa al ver esa fotografía sobre los Acuerdos de Paz?
—El día que se tomó esa foto salimos de madrugada de Perquín (Morazán) todavía clandestinos. El transmisor de Radio Venceremos viajó oculto en un camión hacia la torre de Catedral. Estuve participando en esta experiencia radiofónica por once años. No conocía El Salvador. Lo conocía íntimamente a través de un mapa. Siempre digo que ese día fue uno de los más felices de mi vida. Vi un país que desconocía y vi gente jubilosa —de uno y otro bando— en camiones. Ambos celebraban el fin de la guerra. En Catedral tomé el micrófono y dije que a partir de ese momento, el país comenzaba a existir.
Por supuesto que en la guerra hubo momentos que marcaron su vida, ¿pero hubo alguno muy grato que siempre lo acompañe?
—Lo que me acompaña es la solidaridad que se vivía, esa enseñanza campesina de Morazán que permanentemente estaba generando esa solidaridad con cada actitud. Te enseñaba el valor de la tortilla partida en cuatro pedazos, luego de tres días sin comer. Es lo que más recuerdo. Y eso es muy intrínseco en la identidad salvadoreña. No hay obstáculos para los salvadoreños. Por eso soy muy optimista con el futuro de este país.
¿Hay algo que haga cada 16 de enero o sigue con el quehacer de todos los días?
—Siempre estoy en una comunidad que me invita o en una escuela. No el día 16, sino todo el mes de enero. Me toca ir a Jiquilisco, a Morazán, a Guarjila. Los amigos envían fotografías de ese día y lo que logran es poner a flor de piel ese episodio que fue tan fuerte.
¿Y aún sirve hablar de los Acuerdos de Paz?
—Sí, es importante e imprescindible hablar sobre esos acuerdos en estas fechas, porque han pasado 22 años y es el momento de reflexionar sobre qué hicimos bien y qué hicimos mal, sobre qué tipo de país necesitamos. Algunos elementos históricos muy recientes nos hablan sobre la falta de institucionalidad del país. Este es un buen momento para hacer un balance sobre lo que hemos hecho. Tenemos que pensar nuevos mapas para el país. Necesitamos un rumbo más certero, saber hacia dónde vamos. Me llega la necesidad de un cambio generacional (...) No podemos seguir así en la educación, en la participación ciudadana, en la transparencia. Es un buen momento para refundar el país. Esta clase política ya dio lo que tenía que dar.
Hubo un foro que reunió a los candidatos presidenciales y los temas sobre cultura, la comunidad indígena y una reforma educativa fueron los grandes ausentes de este mal llamado debate. ¿Qué opina sobre eso?
—Cuando hablaba del futuro estaba pensando en ese ensayo de foro. Como bien has dicho, el tema cultural brilló por su ausencia como en todo lo electoral. Este país, a la hora de diseñar políticas, la cultura va en el último vagón del tren de las prioridades.
Desde los Acuerdos de Paz, ¿qué papel cree que han desempeñado los artistas e intelectuales en la construcción de un nuevo país?
—Ha habido intentos, pero han sido tímidos. Estamos dispersos, atomizados... La energía creadora no solo puede cambiar las políticas culturales, sino el país mismo. Desde la cultura podemos democratizar a El Salvador. Lo que hace falta por democratizar en el país, como en el campo de la educación, se puede democratizar a través de la cultura. Hace falta más presencia crítica de los intelectuales. Si hacemos una reflexión sobre nuestra historia, el movimiento cultural de los años de 1970 jugaron un papel crítico que movió a grandes contingentes sociales para cambiar la realidad siniestra que vivía El Salvador. Estamos en momentos críticos y no sabemos muy bien hacia dónde va a ir este barco. Los actores culturales deben participar, ser críticos, propositivos. (...) Los artistas, los promotores culturales hemos creado nuestros propios cotos privados y eso, frente a la clase política, nos hace ver débiles.
El grado de indignación ya no es como en 1970 o 1980. Antes había un horizonte común y en 1992 todo cambió. Los vínculos sociales se diluyeron...
—Sí. Este periodo lo que creó fue pequeñas ciudades, pequeñas burbujas. Las individualidades han construido sus paraísos artificiales y han perdido la visión de país. Estas burbujas no permiten interacción, no permiten energías, no permiten la unión y la acción.
Hace unos años, alguien dijo que la clase política de El Salvador no supo darle a la cultura la oportunidad que se merecía, algo que también sucedió con la juventud salvadoreña.
—Cuando se buscan culpables, no creo que sea necesariamente el Estado. Todos somos culpables de no haberle dado una oportunidad a la cultura y a la juventud. Sos culpable vos como periodista, soy culpable yo como promotor cultural. Como sociedad todos somos culpables de no dar respuestas inclusivas a la cultura y a la juventud de este país (...) Me preocupa mucho que en un país en el que se ha criminalizado a la juventud por su forma de bailar, vestirse o hablar, se esté pensando en salidas militares [se refiere a la propuesta del candidato, Norman Quijano] cuando la historia nos enseñó que una sociedad militarizada terminó en el irrespeto a la vida, a los derechos de la sociedad. Además, son recetas que ya se han aplicado aquí y en otras partes del mundo y lo que han generado son más violencia y más exclusión.
¿Qué espera en el ámbito de la cultura con el próximo presidente?
—En el ámbito de las políticas culturales, más que pensar en lo macro y en lo burocrático, creo que en lo que se debe de pensar es en saldar las deudas con las comunidades, con los pequeños pueblos. Ver escuelas de pintura en esos lugares, ver realmente la presencia de las políticas culturales en esas zonas olvidadas. No en la capital, donde las mismas personas acuden a los mismos espectáculos.
Su nombre ha figurado en lo que se llegue a crear en materia de cultura para el próximo quinquenio.
—No tengo alma para un puesto público. No es la primera vez que se me menciona y se me ha ofrecido un cargo, pero yo conozco mis limitaciones: soy un desastre. Prefiero hacer lo que estoy haciendo. Prefiero estar con el MUPI en todo el territorio nacional, haciendo exposiciones con diferentes temáticas, pero fundamentalmente, resguardando la memoria cultural del país como Roque o Salarrué, quienes no le han importado un comino al Estado.
Pasó 15 días durmiendo en el suelo y por más que se empeñó, no pudo dormir en una cama. Y no era en vano: 11 años dentro de una guerra y lejos de la comodidad más elemental, lo menos que podía sucederle es que cualquier indicio de confort le resultara el más extraño de los sucesos desde aquel 16 de enero de 1992.
"Dormir en una cama fue un aprendizaje de la paz", confiesa 22 años después, Carlos Henríquez Consalvi.
Nació en Venezuela y llegó a El Salvador en 1980. De seudónimo Santiago, fue la voz de Radio Venceremos durante el conflicto armado. Cuando El Diario de Hoy llegó a su oficina, el director del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) revisaba una fotografía de hace 22 años en la que se le mira en lo alto de Catedral.
¿Qué piensa al ver esa fotografía sobre los Acuerdos de Paz?
—El día que se tomó esa foto salimos de madrugada de Perquín (Morazán) todavía clandestinos. El transmisor de Radio Venceremos viajó oculto en un camión hacia la torre de Catedral. Estuve participando en esta experiencia radiofónica por once años. No conocía El Salvador. Lo conocía íntimamente a través de un mapa. Siempre digo que ese día fue uno de los más felices de mi vida. Vi un país que desconocía y vi gente jubilosa —de uno y otro bando— en camiones. Ambos celebraban el fin de la guerra. En Catedral tomé el micrófono y dije que a partir de ese momento, el país comenzaba a existir.
Por supuesto que en la guerra hubo momentos que marcaron su vida, ¿pero hubo alguno muy grato que siempre lo acompañe?
—Lo que me acompaña es la solidaridad que se vivía, esa enseñanza campesina de Morazán que permanentemente estaba generando esa solidaridad con cada actitud. Te enseñaba el valor de la tortilla partida en cuatro pedazos, luego de tres días sin comer. Es lo que más recuerdo. Y eso es muy intrínseco en la identidad salvadoreña. No hay obstáculos para los salvadoreños. Por eso soy muy optimista con el futuro de este país.
¿Hay algo que haga cada 16 de enero o sigue con el quehacer de todos los días?
—Siempre estoy en una comunidad que me invita o en una escuela. No el día 16, sino todo el mes de enero. Me toca ir a Jiquilisco, a Morazán, a Guarjila. Los amigos envían fotografías de ese día y lo que logran es poner a flor de piel ese episodio que fue tan fuerte.
¿Y aún sirve hablar de los Acuerdos de Paz?
—Sí, es importante e imprescindible hablar sobre esos acuerdos en estas fechas, porque han pasado 22 años y es el momento de reflexionar sobre qué hicimos bien y qué hicimos mal, sobre qué tipo de país necesitamos. Algunos elementos históricos muy recientes nos hablan sobre la falta de institucionalidad del país. Este es un buen momento para hacer un balance sobre lo que hemos hecho. Tenemos que pensar nuevos mapas para el país. Necesitamos un rumbo más certero, saber hacia dónde vamos. Me llega la necesidad de un cambio generacional (...) No podemos seguir así en la educación, en la participación ciudadana, en la transparencia. Es un buen momento para refundar el país. Esta clase política ya dio lo que tenía que dar.
Hubo un foro que reunió a los candidatos presidenciales y los temas sobre cultura, la comunidad indígena y una reforma educativa fueron los grandes ausentes de este mal llamado debate. ¿Qué opina sobre eso?
—Cuando hablaba del futuro estaba pensando en ese ensayo de foro. Como bien has dicho, el tema cultural brilló por su ausencia como en todo lo electoral. Este país, a la hora de diseñar políticas, la cultura va en el último vagón del tren de las prioridades.
Desde los Acuerdos de Paz, ¿qué papel cree que han desempeñado los artistas e intelectuales en la construcción de un nuevo país?
—Ha habido intentos, pero han sido tímidos. Estamos dispersos, atomizados... La energía creadora no solo puede cambiar las políticas culturales, sino el país mismo. Desde la cultura podemos democratizar a El Salvador. Lo que hace falta por democratizar en el país, como en el campo de la educación, se puede democratizar a través de la cultura. Hace falta más presencia crítica de los intelectuales. Si hacemos una reflexión sobre nuestra historia, el movimiento cultural de los años de 1970 jugaron un papel crítico que movió a grandes contingentes sociales para cambiar la realidad siniestra que vivía El Salvador. Estamos en momentos críticos y no sabemos muy bien hacia dónde va a ir este barco. Los actores culturales deben participar, ser críticos, propositivos. (...) Los artistas, los promotores culturales hemos creado nuestros propios cotos privados y eso, frente a la clase política, nos hace ver débiles.
El grado de indignación ya no es como en 1970 o 1980. Antes había un horizonte común y en 1992 todo cambió. Los vínculos sociales se diluyeron...
—Sí. Este periodo lo que creó fue pequeñas ciudades, pequeñas burbujas. Las individualidades han construido sus paraísos artificiales y han perdido la visión de país. Estas burbujas no permiten interacción, no permiten energías, no permiten la unión y la acción.
Hace unos años, alguien dijo que la clase política de El Salvador no supo darle a la cultura la oportunidad que se merecía, algo que también sucedió con la juventud salvadoreña.
—Cuando se buscan culpables, no creo que sea necesariamente el Estado. Todos somos culpables de no haberle dado una oportunidad a la cultura y a la juventud. Sos culpable vos como periodista, soy culpable yo como promotor cultural. Como sociedad todos somos culpables de no dar respuestas inclusivas a la cultura y a la juventud de este país (...) Me preocupa mucho que en un país en el que se ha criminalizado a la juventud por su forma de bailar, vestirse o hablar, se esté pensando en salidas militares [se refiere a la propuesta del candidato, Norman Quijano] cuando la historia nos enseñó que una sociedad militarizada terminó en el irrespeto a la vida, a los derechos de la sociedad. Además, son recetas que ya se han aplicado aquí y en otras partes del mundo y lo que han generado son más violencia y más exclusión.
¿Qué espera en el ámbito de la cultura con el próximo presidente?
—En el ámbito de las políticas culturales, más que pensar en lo macro y en lo burocrático, creo que en lo que se debe de pensar es en saldar las deudas con las comunidades, con los pequeños pueblos. Ver escuelas de pintura en esos lugares, ver realmente la presencia de las políticas culturales en esas zonas olvidadas. No en la capital, donde las mismas personas acuden a los mismos espectáculos.
Su nombre ha figurado en lo que se llegue a crear en materia de cultura para el próximo quinquenio.
—No tengo alma para un puesto público. No es la primera vez que se me menciona y se me ha ofrecido un cargo, pero yo conozco mis limitaciones: soy un desastre. Prefiero hacer lo que estoy haciendo. Prefiero estar con el MUPI en todo el territorio nacional, haciendo exposiciones con diferentes temáticas, pero fundamentalmente, resguardando la memoria cultural del país como Roque o Salarrué, quienes no le han importado un comino al Estado.
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