El Premio Nacional de Cultura 2012, Carlos Cañas, conversó
con El Diario de Hoy sobre su vida y obra. El maestro de la plástica
salvadoreña no esconde su franqueza intelectual y artística.
No necesita presentación, sencillamente porque él es maestro
de la pintura en El Salvador.
La pregunta de rigor. ¿Cómo se sienta ahora que recibirá uno
de los premios más importantes de El Salvador?
—Conmovido profundamente. Cuando me lo dijeron, no pude
decir palabra alguna, pero sí, ya era tiempo. (Ríe) Me han dado otros premios,
pero dinero, nunca.
Recuerdo unas declaraciones de su autoría que decían que no
recibiría el Premio Nacional de Cultura en un gobierno que no fuera de
izquierda.
—Eso fue algo que se me salió. (Ríe) Lo dije, pero me
exalté. Ya ni nos acordemos de eso. Lo de este premio ha sido un accidente. Si
me lo hubiese dado la derecha, igual lo hubiese aceptado.
Hace unos años, en este estudio, usted tenía mucho
entusiasmo por la posibilidad de que llegase la izquierda al poder. Tres años
después, ¿cómo ve a este gobierno?
—Ver claro, no veo. Veo medio nublado... (Risas) Él ha hecho
sus cosas (se refiere al presidente Funes). Hay cosas como la economía que
están graves. Creo que ha habido un cambio, un cambio de que una sociedad tenga
un gobierno diferente.
¿Y le dirá algo al presidente Funes el día de la ceremonia?
—Yo solo tendré palabras de mucho agradecimiento. Hay mucha
gente que me ha ayudado. Además, todo depende si estoy emocionado. Si estoy muy
emocionado, no podré decir nada. Se me hará un nudo en la garganta, como
sucedió cuando me avisaron del premio. Es que yo por nada me emociono, fíjese.
Y a sus 88 años y con una larga trayectoria artística, ¿cómo
ve Carlos Cañas a Carlos Cañas?
—Como un educador. He trabajado mucho. He visto tantas
dificultades para pintar en el país. Incluso, venía gente a mí y yo les decía
que había un problema: si te querés dedicar a la pintura y tenés una gran
suerte, no aguantarás hambre, pero si no tenés suerte, no vas a tener qué
comer.
¿Y a usted cómo le fue?
—A mí me tocó mitad y mitad. Tuve momentos buenos y malos.
Pude ir a España, invitado por su gobierno. Después de esto me tocó trabajar
muy duro. Mi vida ha sido trabajar y pintar.
Hábleme de sus discípulos, porque los hay y están vivos.
—Está Roberto Huezo, quien se ha olvidado de mí. Está
Roberto Galicia (director del Museo de Arte de El Salvador). Hay otros más, pero
no recuerdo sus nombres, pero yo sacaría unos ochos muchachos... Hubo algunos
que, por su concepto político, me sintieron ajeno a ellos (...) La vida me
llevó a estar vinculado con el pueblo. Estoy amarrado a él.
¿Se metió en aprietos alguna vez por su postura política?
—(Ríe) Sí, siempre creaba problemas. Me decían que no
hablara de eso, que no sé qué. Y eso era porque nunca estuve dentro del
partido. Nunca quise estarlo. Jamás. Desde que empecé a pintar, toda mi pintura
fue social, no pintar al campesino como alguien derrotado, sino, todo lo
contrario. Yo he sido lo que se llama un francotirador. Siempre he estado solo
y por mi propia cuenta.
Hablando de soledad. ¿Sigue vigente aquello de quemar su
obra o no nos tomamos muy a pecho sus palabras?
—Lo que dije no es un hecho que se va a hacer. Solo es una
posibilidad. Hay pintores en Europa que han quemado su obra. Pensaba dejar mi
trabajo en un banco, pero luego pensé que no. Donarlos a un museo es igual a
tenerlos guardados (...) A mí no me ha tocado ser feliz, pero he seguido
caminando con los problemas.
¿Y a sus 88 años hay algo que le hubiese gustado hacer o
corregir...?
—No. Yo soy todo lo contrario a Rafael Alberti (poeta
español de la Generación del 28). Él comenzó pintando y de repente comenzó a
escribir. Yo, en cambio, escribía poesía, pero me metí a estudiar pintura y me
quedé con ella. Después de España, vine a El Salvador con la idea de que tenía
que ser profesor, y no solo un profesor que agarra el pincel y pinta, sino un
profesor que tenía que hablarles de la pintura, de su historia, de su base
estética, de su condición (social-política-ideológica).
Oiga, ¿y cómo era usted con sus alumnos? Me han dicho que
era duro, pero eso no significa que sea malo, porque se lo agradecen.
—¿Quién te dijo eso...? Bueno, a mí todos me querían y
estaban contentos conmigo. Hubo alguien que escribió en un periódico que
gracias a mí, encontró su camino. Yo abrí el camino a mucha gente.
¿En qué momento se dijo a usted mismo, "voy a ser
pintor"?
—Yo vengo de una familia de pintores. Hacían pintura
comercial: pintaban rótulos, pintaban santos, iglesias, cuadros religiosos.
Pintaban de todo.
¿Quiénes fueron sus maestros y en qué momento tiene una
ruptura estética con ellos?
—Mis maestros fueron Luis Alfredo Cáceres Madrid, José Mejía
Vides y Carlos Alberto Imery, quien me daba muy buenas ideas. De ahí, nadie.
Luego apareció la pintura socialista mexicana.
Verdad o mentira, no hay pintor en El Salvador que afirme
que estudió con el español Valero Lecha...
—Valero Lecha fue la parte contraria. Fundamos lo que se
llamó "Pintores jóvenes" y luego "Pintores independientes"
con Camilo Minero y otros que yo dirigía. Todos éramos contrarios a la pintura
de Valero Lecha. El sistema de él no nos agradaba.
¿Y qué no les cayó en gracia del español?
—El sistema de él era académico: hacer las cosas tal y como
son; en la naturaleza el elemento básico se pintaba de tal forma. La pintura la
aplicaba así y asá. Y así todo lo demás. Nosotros éramos pintura libre. Él, no.
Nosotros estudiamos con un espíritu social, de libertad. Por eso, con el
tiempo, nuestro pensamiento se involucra en eso. Unos en forma más directa como
Camilo Minero. Yo me quedé como el francotirador: libre. Yo he amado la
libertad siempre. Buscamos que la pintura llegara al pueblo. Exponíamos en los
parques. Íbamos a sitios libres donde se podía mostrar la pintura. Los alumnos
primarios de Valero Lecha no vieron la libertad.
¿Y usted cree que las ideas políticas como las de su grupo
ya no están en la actual plástica salvadoreña?
—No, ya no están. Todo hombre, no importa dónde esté, debe
moverse políticamente. El trabajo es político.
Y de aquellos tiempos de rebeldía, ¿no tiene algún cuate,
amigo o alero que extrañe en estos días?
—Mi amigos fueron los pintores, el grupo del que le hablé,
como Camilo Minero, Luis Ángel Salinas. Siempre ese grupito fue mi amigo.
Estuvimos juntos como ocho años. Salíamos a dibujar, pintar a los parques. Nos
íbamos a oír música clásica. Salíamos a echarnos nuestros cigarros, cervecitas.
Siempre los mismos.
¿Qué es lo saludable y dañino que le ha dado la pintura?
—Lo saludable que me da es que me agrada. Y hay gente a la
que le agrada también. Yo soy el formador de la pintura en este país. Les guste
o no les guste. Hasta el jurado lo dijo. El daño que me ha hecho mi pintura es
enseñarla. Estoy ensimismado en enseñar bien las cosas... [Al maestro, Carlos
Cañas, se le humedecen los ojos, guarda silencio por un momento y retoma su
discurso]. La suerte no ha estado de mi lado y qué vamos a hacer. Ojalá en el
futuro haya una cultura de la plástica en este país.
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