Empezaremos
la entrevista cuando usted se sienta cómoda, le digo a la escritora Claudia
Hernández. Entonces vuelva en 20 años, me dice, mientras le echa una mirada
aterradora a la grabadora.
Obviamente, no
me tardé dos décadas en regresar. La derrota solo duró unos siete minutos,
después le insistí en que quería hablar de su nuevo libro: Causas Naturales.
Los 15 cuentos han sido publicados en Punto de Lectura. Acaba de salir del
horno. La cocción fue a fuego lento. Quizás por eso su sabor es tan extraño
como intrigante. La clave no está en los ingredientes, sino en cómo la autora
manejó la llama, la temperatura y el tiempo.
Claudia
Hernández es escritora, catedrática y ganadora del premio "Anna Seghers".
También es una taxidermista de las circunstancias. Son ellas las que están en
primer plano en sus cuentos y no los personajes: "De noche había en casa
habitaciones que, de día, era imposible encontrar" (Habitaciones). O
"Sucedió en el mercado. Mientras yo simulaba examinar los tomates antes de
pagar por ellos" (Un pañuelito). Otra más que roza la poesía: "Debió
haber venido con el viento" (En pleno comedor).
El cuento
"En pleno comedor" bien podría ser un "bonus track" del
disco "Dark side of the moon" de Pink Floyd, porque en él convergen
el mal llamado posmodernismo, las manías, la codependencia, la plusvalía de
viviendas que terminan siendo lujosas jaulas en forma de vitrina. O
como dice la canción "Us and them" del álbum mencionado: "And
after all we're only ordinary men..."
¿Por qué
cuento y no novela?
—Me gusta
leer novelas. No tengo problemas con eso: a veces es amor a primera línea. Pero
escribirlas es algo muy distinto. Supone una manera de entender las cosas y un
manejo del lenguaje y del tiempo que no se ajustan a los temas y las apuestas
que hasta ahora me han ocupado. Cuando comencé a intentar y a escribir, no
sentí por ella la fascinación que por el cuento. Jamás le he echado de menos ni
sentido que me estoy perdiendo de algo. La novela diría lo mismo de mí.
¿Pero podría
dar un salto hacia la novela?
—¿Para qué?
Si lo que me pregunta es si me interesan otras formas de escritura o si
escribiría algo que no sea cuento, la respuesta es sí. De hecho, dedico tiempo
y esfuerzo en aprender las que me resultan atractivas (la novela no figura
entre ellas). Pero el cuento me atrapa y me mantiene entretenida.
¿No se agotan
los temas en el cuento?
—No ha
sucedido hasta ahora, incluso cuando lleva siglos acompañando a la humanidad y
ha sido empleado a lo ancho y largo del mundo. A veces parece que no da más
porque toma siestas muy largas, se anuncia su fin, pero resurge tan elocuente
como al inicio. Hermoso género, ¿no le parece? Infinito.
¿Con quién
escribiría un cuento a dos plumas?
—No sé si
podría alguna vez hacer algo como eso con el cuento. Ni siquiera creo que tenga
sentido (para mí). Nunca me lo he planteado como un ejercicio de colaboración.
Pero vea también que no soy una persona de grupos. Rara vez escojo estar en
sitios llenos.
¿Por eso es
esquiva con los medios?
—En parte. Me
ponen nerviosa. No funciono dando respuestas íntimas a gente que no conozco y
que suele tener mucha prisa. Yo me cocino a fuego lento. Ha pasado también que
me han buscado cuando he estado enferma o que me han buscado para preguntarme
acerca de temas en lo que no tengo autoridad para comentar.
¿Por qué no
le gusta opinar públicamente sobre el trabajo de otros?
—Prefiero
decírselos a ellos si la ocasión se presenta y, por supuesto, si me lo
permiten. Los comentarios en público se los dejo a especialistas, que
orientarán mejor a los lectores. Lo que yo diga sería solo cosa de gustos.
Hablando de
eso, entonces, ¿por qué no le gusta Roberto Bolaño y quién le gusta de verdad,
ya sea muerto o vivo?
—Que me guste
o no Bolaño no anula las cualidades de su escritura. Lo que le dice es que lo
que yo busco no está en su propuesta. Y no tendría por qué estarlo. Él no
escribía para mí y no habría sufrido al saber que no estaba yo entre sus
lectores. Ahora, los temas y los autores que me interesan son muchos. No tengo
una lista definitiva. Han variado con las épocas, con la edad, con las
experiencias de vida. No entiendo por qué alguien debería decidirse por uno
solo estando la maravillosa posibilidad de tenerlos a todos.
¿Qué papel
juega el lector para usted a la hora de hacer un libro?
—Vital. Es a
él (en el presente o en el futuro) a quién se le cuenta lo que se ha aprendido,
a él a quién se toma de la mano y se lleva por las rutas que has transitado.
Por él se traduce a lenguaje lo que en uno bien puede quedar como una calidez o
un sonido. Es el depositario de lo que uno considera lo más importante.
¿Se mete en
los zapatos de ellos a la hora de hacer un cuento?
—Procuro
meterme en los zapatos del narrador (que es quien hila la acción y funde esta
con los ambientes) y extender, desde él, la mano a los lectores. Ellos deciden
si emprenden el viaje al centro del cuento o no.
¿Qué o quién
la metió en el oficio de escribir?
—Todo: La
lectura. Los grandes autores y también los pequeños. Lo que te presentan es tan
intenso que no puedes no desearlo ni puedes evitar intentar tenerlo o al menos
tocarlo. Las condiciones (del país) en que crecí y en las que vivo se prestan perfectas
para escribir, no porque te den facilidades, sino porque te dan motivos. Cuando
menos lo sentí, estaba tomando un lápiz y apuntando oraciones.
¿Por eso hace
literatura en un país en el que no se lee?
—No sé si no
lee porque no le gusta, porque no puede o porque tiene otras prioridades. En
cualquier caso, escribo cuentos porque nuestra realidad los produce y para que,
cuando el país pueda, esté en condiciones y descubra que le gusta, haya algo
para leer.
¿Por qué hay
más poetas que cuentistas o novelistas en El Salvador?
—Me hago la
misma pregunta. Tal vez quieran algo más que extender la mano y cortar los
cuentos que acá florecen. Tal vez encuentran en el terreno de la poesía (al que
yo no puedo entrar) todo lo que necesitan.
¿Debería el
sistema educativo tener el cuento o la creación literaria como asignatura?
—Le vendría
bien estar preparado para acompañar o dirigir las inquietudes (literarias,
artísticas) de quiénes muestran interés o inclinación, ofrecerles alternativas
para que no tengan que terminar inscribiéndose en una carrera que no quieren o
que consideran la segunda mejor opción y que nada más los desgasta.
¿Qué necesita
usted para escribir?
—¿Aparte de
tiempo y observación de la naturaleza humana (que es lo que necesitamos todos)?
Silencio (el ruido me mata), una buena silla (algunos cuentos requieren una
larga espera o jornadas intensas) y experiencias intensas. No necesito un buen
papel ni una cierta tinta, pero disfruto tenerlos.
¿Experiencias
intensas? ¿Se refiere a sensaciones?
—En efecto.
No parto de imágenes, sino de sensaciones. Mi preferida es la de
descubrimiento. Una y otra vez, los cuentos dan testimonio de la manera en que
descubrimos el mundo y de la transformación que ello obra en nosotros.
¿Por eso sus
cuentos de este último libro inician por circunstancias y no con personajes en
primer plano?
—Sí. Creo que
los cuentos (al menos estos) dependen menos del personaje que de la situación.
Ya se habrá dado cuenta de que muy pocos tienen nombre, casi ni uno tiene
apellido o señas particulares. Lo importante acá es que hay alguien enfrentando
una situación que lo sobrepasa y le causa tal curiosidad o seducción que lo
mueve a ella. La acción es consecuencia de eso.
Sus
personajes parecen ser de confort. ¿Pertenecen a la clase media alta?
—En general,
son personajes para quienes el dinero no es demasiado importante, salvo en la
medida en que los impulsa a tomar alguna decisión o a conocer algo. Tiene que
ver más con su mentalidad y con las necesidades de la historia. Pero los hay
(para ponerlo en sus términos) de toda clase.
Si usted
fuera un personaje, ¿en qué situación estaría?
—Me gustaría
ser un duende. Fui uno en el kínder (ayudante del zapatero). Me encantaría
repetir la experiencia.
Sus cuentos
son ordenados, ¿por qué no hay caos, estallido, big bang?
—Hay, pero
tácito o no subrayado, porque lo que me interesa es justo lo que viene después:
la necesidad de sobrevivir, de fundar o de reconstruir. Muy a tono para un país
con una capital que se desmorona a cada rato, ¿no cree?
¿Por eso
todos sus personajes son maniáticos? ¿Usted necesita que el resultado sea
siempre el mismo?
—Quizá
compartamos obsesión. Eso habría que preguntárselo a otro tipo de profesional.
¿Por qué el
escenario de sus cuentos es la ciudad?
—Supongo que
porque es el espacio que nosotros construimos y nosotros destruimos. Somos
nosotros mismos. Sus grietas son las nuestras, su buen o mal gusto es el
nuestro y sus esquinas conmovedoras son las que mejor nos ayudan a entendernos.
Es el escenario que mejor nos describe.
¿La geografía
influye en su trabajo? Es decir, ¿ha escrito cuentos fuera de San Salvador o
del país?
—Lo he hecho,
sí. También he escrito cuentos con otras ciudades como escenarios o temas. No
creo que tenga que ver tanto con el lugar (aunque un sitio donde no haga tanto
calor ayuda) como con el momento en el que se alcanza la comprensión que
permite cerrar el capítulo y contar la historia.
¿De qué se
priva como escritora? ¿De qué la ha privado la literatura?
—De nada que
no haya estado dispuesta a dar. Es curioso que, visto desde afuera, parezca que
la literatura le quita algo a uno. Desde el punto en el que estoy, yo lo he
sentido todo como ganancia. No hay nada de lo que me arrepienta ni nada que
lamente. Creo que, si ha hecho un intercambio injusto, es porque me ha dado más
de lo que imaginaba o me esperaba.
¿Una historia
feliz, entonces?
—No
exactamente. Pero la felicidad está sobrevalorada. Quedémonos en que es una
vida que me ha gustado hasta ahora. Con todo y los golpes o las dificultades.
¿Fue una
dificultad encontrar una editorial?
—Fue más
difícil decidirme a volver a publicar. No estaba segura de querer dejar la
frecuencia en la que estaba o de tener energías para atender lo que el proceso
requiere. Pero todo salió muy bien. El libro ha tenido la fortuna de encontrar
espacio en una editorial y yo he tenido la fortuna de trabajar con una editora
que entiende muy bien mi trabajo, que hace muy bien el suyo y con quien ha sido
un placer intercambiar puntos de vista.
¿Cuánto le
editan?
—Depende de
quién está a la cabeza y del nivel de trabajo de la propuesta que presento.
Para el caso de este libro, me señalaron detalles y me hicieron sugerencias
para facilitar la lectura de ciertos momentos en las historias. Las discutimos
y llegamos a un acuerdo. Fue un proceso muy agradable.
¿Tiene reglas
acerca de su propia manera de escribir?
—Reglas no.
Aplico ciertos principios de lo que voy estudiando y aprendiendo. Lo que hago
es que me esfuerzo por presentar el trabajo en la mejor condición posible.
Procuro no dejar que otra persona haga el trabajo que me corresponde para que
ella pueda dedicarse al que le compete.
¿Qué o
quiénes le ayudan?
—Algunos
amigos. Los libros y autores que leo. El editor o editora con quien esté
trabajando.
¿Qué hace
cuando se traba en el proceso de creación?
—Depende del
tipo de traba. Salgo a caminar, discuto con alguien por horas, limpio macetas.
En general, cambio de actividad.
¿Qué opina
acerca de textos muy bien escritos pero que están muertos? Lo que quiero decir
es que hay gente que escribe bien, pero es horriblemente aburrida.
—Que a veces
las circunstancias no permiten que sus autores se tomen más tiempo para
trabajarlos, para conectar con algo que de verdad los mueva. Pero tampoco me
preocupa demasiado ni me quita el sueño. Sus escritores no tardarán demasiado
en darse cuenta de eso y tomarán las medidas necesarias.
¿Alguna vez
no ha terminado alguna historia?
—Muchas. Me
pasa si me doy cuenta de que estoy escribiendo en automático o que estoy
escribiendo algo que no entiendo o ya no es tan importante como creía al
inicio. A veces las termino, pero no las publico porque no me parecen que
tengan calidad suficiente. A veces escribo textos que son solo para
"consumo interno", para mí y un par de amigos.
¿Causas
naturales es un final? ¿De dónde vienen esos cuentos?
—Vienen de la
experiencia de crecer, de volverse adulto. Cierro con él un ciclo de cuentos
que inicié con De fronteras. Seguí a una generación (la mía) durante un tramo
que ha llegado a su final: nos hemos transformado en los que antes eran los
otros, somos ahora quiénes les crean un mundo extraño a los niños que abren los
ojos y lo descubren.
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