En el sofá, tres hombres conversan. Usan imágenes en
lugar de palabras. Son los fotoperiodistas de guerra Francisco Campos, Luis
Galdámez y Luis "la Muñeca" Romero. Estos salvadoreños que le
contaron al mundo cómo sus paisanos se mataban entre ellos y de cómo estos
—hace más de dos décadas— le dieron un chance a la paz.
Estos jóvenes-viejos —como bautiza Galdámez a sus colegas
de aquel momento— retrataban las escenas que vivía el país. Algunas eran tan
crudas que debían callar cuando sus mamás les preguntaban qué tal les había ido
en el día.
En una jornada podían ver entre 15 o 20 cadáveres siendo
comidos por los zopilotes. "Era chocante. No dejaba de afectar.
Desgraciadamente, cuando pasa el tiempo, uno se va aclimatando y lo ve normal,
pero no lo es", dice “la Muñeca”.
Estos reporteros gráficos de agencias internacionales se
adentraron en aquellos episodios buscando adrenalina, buscando algo que se
pusiera a la altura de esa rabiosa juventud. "Éramos jóvenes y comenzamos
esto viviendo una aventura. La guerra nos atraía", señala Francisco
Campos, un veterano del fotoperiodismo que cubrió tanto a la insurgencia como
al ejército.
Las aventuras también pasan facturas. Estas no terminan
de pagarse cuando nacen dentro de una guerra como la que vivió El Salvador.
Francisco Campos fue capturado en la calle en 1985. Estuvo encerrado por varios
días en instalaciones de la policía del gobierno. Hubo golpes, interrogatorios.
La idea de morir pasó por su mente. Fue liberado tras varias protestas de
periodistas, estudiantes universitarios y familiares.
"Emocionalmente todos estamos enfermos. No hay una
cura que nos pueda borrar los horrores de la guerra: gente partida,
descuartizada. Nadie recibió tratamiento tras haber visto tanta tragedia.
Nosotros no nos hemos curado", reconoce décadas después, Francisco Campos,
quien laboró para la Agencia Francesa de Prensa (AFP).
La Muñeca, Galdámez y Campos no se consideran víctimas.
Saben que su oficio se trata de eso: de riesgos y que está sujeto a los errores
y a las sorpresas del destino. No son víctimas, pero son una herida ambulante.
Un día antes de que Alfredo Félix Cristiani Burkard
llegara a la presidencia e iniciara su gobierno (de 1989 a 1994), Luis Galdámez
iba en motocicleta con Roberto Navas, también fotoperiodista. En horas de la
noche, ambos fueron atacados por el ejército. Galdámez perdió la movilidad de
uno de sus brazos, ese mismo que le servía para presionar el obturador de su
cámara fotográfica. Navas murió.
"Me dispararon por la espalda. En mi proceso
personal hago reflexiones y me digo: hay otros peores. No hay que hacer la
situación tan dramática", matiza Galdámez, mientras se aclara la voz vaciando
su botella de cerveza. Luego, añade: "Mis heridas no están sanadas. Perdí
un miembro. En la posguerra las heridas se han vuelto un cáncer".
A Galdámez todavía le faltaba otra mala noticia: "En
la empresa me dijeron: 'usted hasta aquí llega, porque no queremos gente
discapacitada'. Yo solo pedí un vaso de agua porque el nudo era grande".
El asesinato de Roberto Navas también tocó a Francisco
Campos. El primero era el esposo de una prima del segundo. El mismo
fotoperiodista tuvo que llevar la mala noticia a su familiar.
"Fue una situación triste y lamentable. Me tocó
decirle a mi prima que habían matado a su esposo. Ella se volvió loca ahí
mismo".
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De izquierda a derecha: "la Muñeca" Romero, Francisco Campos, Marvin Recinos y Luis Galdámez |
La ofensiva, la censura y la paz
Con una pequeña ayuda de sus amigos, Galdámez volvió a
trabajar. Estaba listo para documentar la guerra.
"Recuerdo que Luis Romero le regaló a Luis Galdámez
una camarita Olympus OM-10 y con esa comenzó a tomar fotos, después de un largo
tratamiento que duró meses. Siempre he admirado la forma en que Luis superó su
vida. Él demostró que podía seguir trabajando en la agencia", reconoce Campos.
"Ya no me acordaba de eso", susurra "la
Muñeca" Romero.
En 1989 la insurgencia lanzó su ofensiva. Un momento
decisivo llegó para la historia del país. El mundo sería testigo de eso.
"Cuando empecé a trabajar en la agencia, el gringo
que me dio el trabajo me dijo: en tus manos queda el gran poder de enseñar al
mundo lo que está pasando en El Salvador".
Y así hizo "la Muñeca" Romero. "Si hay un
archivo fotográfico de la guerra, ese lo tienen los fotógrafos de las agencias.
Las agencias internacionales nos dieron la ventaja a los fotoperiodistas
salvadoreños de informar sin ninguna censura", enfatiza Campos.
Los medios de El Salvador, durante el conflicto armado,
no informaron sobre lo que sucedía en el país tal y como lo hicieron las
agencias internacionales. Hubo censura. Uno de ellos sacó su portada en blanco
en señal de protesta.
El día 16 de enero de 1992 El Salvador escribía un nuevo
capítulo en su historia. Los fusiles callaron. El gobierno de Cristiani y le
guerrilla llegaron a un acuerdo. Los fotoperiodistas tienen su visión al
respecto. Unos escribían dudas en el futuro:
"¿De qué vamos a trabajar si estamos en este país
para cubrir la guerra y esto ya va a terminar?", confiesa a El Diario de
Hoy, Luis "la Muñeca" Romero, fotoperiodista de la agencia, Associated
Press (AP). Eso fue lo que pensó en aquel momento.
"Para mí el escenario era nuevo. Y hablo desde 1984
con los diálogos de La Palma, Chalatenango, porque ya habíamos vivido el proceso
social y político de 1970. Ese proceso no hay que olvidarlo", recomienda
Luis Galdámez, quien laboró hasta hace pocos días en la agencia Reuters.
Según Campos, "el presidente de la paz es Duarte, no
Alfredo Cristiani, porque fue Duarte quien inició el proceso".
La desaparición del conflicto armado es para “la Muñeca” Romero muy positivo, “porque ahora se
puede pelear políticamente, dándole espacio a la sociedad, a las ideas".
"La sociedad, el gobierno, los antiguos firmantes de
la paz deberían reunirse para hacer una valoración exhaustiva y buscar
soluciones para la gente que no las tuvo", recomienda Campos, quien
también es miembro de los Comandos de Salvamento de El Salvador.
"Estamos en la misma burbuja: migración, economía,
el reparto de tierras [aspectos] que en los años anteriores generó el
conflicto. Me siento como en el principio: sobreviviendo", se queja, Galdámez.
El joven fotoperiodista de El Diario de Hoy, Marvin
Recinos, compartió con los veteranos del fotoperiodismo de guerra. Es el cuatro
invitado en la conversación.
"He visto el material de estos profesores. Lo que me
motivó para encaminarme en el fotoperiodismo fueron sus vivencias. La gente más
normal dice que debería alejarme de ese mundo (de peligro, de violencia), pero
no sé, quizás uno ya viene predestinado".
Revisar todo ese material fotoperiodístico de guerra ha
sido toda una escuela para Recinos. "Técnicamente se pueden aprender miles
de cosas. Te quita el miedo a estar cerca de la acción. O sea, a meterte de
lleno", añade.
Recinos es un hijo de la posguerra. Retrata a su
generación migrando, incorporándose a las pandillas, muerta o siendo custodiada
—como en el tiempo de la guerra— por soldados encapuchados, mismos que hacen
tareas de seguridad pública que son propias de la policía y no del ejército. De
hecho, los Acuerdos de Paz vetan en ese sentido al verde olivo.
"Antes sabías que existían dos bandos. Ahora no
sabés de dónde te puede venir [el peligro]. Veo a esta sociedad muy violenta.
Me atrevo a decir que somos más vulnerables que en la época del
conflicto", reflexiona Recinos.
En la fotografía, Recinos se ve como "un joven
atrevido que quiere abrirse espacio en este mundo", pero "siento que
hay demasiada inseguridad y eso limita tu trabajo. No podés andar tranquilo
haciéndolo".
Con guerra o sin ella, estos fotoperiodistas siguen con
su trabajo y siguen siendo vulnerables como cualquier persona. Salvo que ellos
tienen un arma con la que ganan confianza: una cámara fotográfica.
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