El maestro presentía su muerte. En esta entrevista ofrecida
a El Diario de Hoy en diciembre de 2012, el maestro de la plástica salvadoreña
lo confesó. Este texto también se publicó el 30 de diciembre —del mismo año— como
parte de un especial dedicado a grandes personajes de ese período.
A los salvadoreños no les gusta la franqueza, las cosas con
nombre y apellido. Por eso, no sería raro que las expresiones que el artista
Carlos Cañas vierte en esta entrevista parezcan ególatras, soberbias.
Inadmisibles. Sus opiniones sobre la vida, la política y el arte —a sus 88
años— siguen intactas. Parafraseando al trovador Silvio Rodríguez, diremos de
él que morirá como vivió.
¿Y por qué piensa que esto de los premios, los homenajes,
las entrevistas se deben a que ya se va a morir? ¿Quién le dijo eso?
Tengo esa idea. Es que estoy muy enfermo. La verdad es que
me he puesto a pensar cómo será mi muerte, cómo pasará. Y así como ha sido [la
cobertura de los medios sobre el premio] así será esto de mi muerte. Así que
más o menos ya estoy enterado de lo que va a pasar. He visto la muerte de
tantos pintores. ¿Y qué ha salido sobre ellos? ¡Nada en los periódicos!
Años atrás hablamos sobre la muerte y me decía que la
afrontaría con poesía, filosofía y pintura. ¿Sigue echando mano de esta
trinidad?
Sí, pero es que mire, yo siempre sentí amor por la poesía.
Desde que estaba en cuarto, quinto grado. Una vez dije, "desde aquí, a lo
lejos, veo un país azul, azul, azul..." Y un profesor me dijo: "Usted
está loco. ¿Cuándo ha visto países azules?" Es una metáfora, le dije yo. Y
él me dijo: "No, no, no. Déjese de babosadas".
¿Y eso le hizo cambiarse a la pintura...?
No. Un día pasé detrás de la Imprenta Nacional y ahí estaba
una escuela de artes gráficas. Entré y un señor me dijo qué quería estudiar, si
dibujo o pintura. Me hizo entrar y estudié dibujo. Pero yo seguí leyendo mucho.
Buscaba a la gente que estuviera en la filosofía para irme mejorando. Yo me
entregué a la existencia de un poeta: Rafael Alberti. Busqué un libro de él que
se llama "Marinero en tierra". Lo encontré y lo leí y leí hasta
repetirlo muchas veces. Me di cuenta de que él quería ser pintor. Yo siempre
anduve tras la pista de Rafael Alberti por tener relación conmigo: yo de poeta
a pintor y él de pintor a poeta. Si hay alguien a quien yo quise conocer en el
mundo fue a Rafael Alberti. Ese ha sido mi sueño. De ahí no he querido conocer
a nadie. Me dio una gran tristeza no poder conocerlo.
¿Y qué activa en usted el deseo de ser pintor?
Mire, tal vez sea una arrogancia mía, pero yo dije: "si
me pongo a hacer poesía, voy a arruinar a todos los poetas salvadoreños",
porque la poesía de ellos es muy arcaica y esto (los poemas de Carlos Cañas) es
de muy avanzada. Entonces me dediqué a pintar y a hacer prosa sobre arte, pero
no quise hacer más poesía por la razón que le dije. Creí que lo que yo hacía
era superior a lo que se hacía en El Salvador, excepto a lo de Escobar Velado, que
era un poeta extraordinario.
¿Y publicó algún poemario?
No. Un poeta nicaragüense publicó mi trabajo en un diario
con el título: "Pintor desdoblado en poeta". Mi poesía era oscura,
pero se debía a que yo era un lector terrible de la Biblia, porque me encantaba
ese juego de palabras, esas cosas oscurísimas, pero hermosas. Lo dejé porque yo
no podía dejar de pintar. Lo traía en los genes. Unos tíos míos fueron
pintores, los hermanos de mi padre. La pintura fue todo un mundo y yo me
encerré en él. Encontré en la pintura mi identidad.
El jurado que le dio el premio dijo que usted en pintura era
lo más aproximado a un genio. ¿Quién forjó a Carlos Cañas como artista?
No sé. Yo solo sé una cosa: desde que me puse a trabajar en
pintura en El Salvador, trabajé para ser siempre el primero. Ser el conductor.
Soy el que puede sacar cosas de la nada. Ese siempre fue mi sueño. Y no solo en
lo técnico, sino en todos los aspectos: sociales, filosóficos, económicos,
históricos. Algo que no estudiás en una hora. En España vi la pintura
contemporánea. Seguí pintando y no pensé si podía ser grande o pequeño. Solo
pensé que iba a ser pintor. Mi padre me decía que tuve un hermano que murió
joven. De ese sí se podía decir que era gran artista. No era comercial. Empecé
a creer en los genes. Pensé que se podían doblar. Hay una clase de misterio.
Hay una conducción de tu persona hacia algo. Tú no sabes a dónde puedes llegar,
pero debes conducirte por ese camino.
¿Y la bohemia se cruzó por ese camino?
Eh… estudiaba para sacar mi título de bachiller en letras,
pero también estudiaba pintura. Estaba comprometido con lo que hacía… Tenía un
grupo de amigos que sábado a sábado nos reuníamos, nos echábamos las cervezas y
amanecíamos hasta el domingo. Andábamos por toda la Avenida Independencia.
Nuestra bohemia era muy precaria, pero bohemia al fin y al cabo. Pero no era
gente con la misma fuerza que yo tenía para hacer las cosas. Luego me reuní con
escritores de mayor edad que me conducían por las letras y la pintura.
¿Y en esta trayectoria de siete décadas encontró a un rival
en las artes plásticas de El Salvador?
Nunca, nunca. Tuve amigos que pintaban. Me consideré capaz
de conducirlos, pero no con prepotencia. Por ejemplo: fundé el Grupo de
Pintores Jóvenes. Después le cambié el nombre a Pintores Independientes.
Hablaba con ellos —no te voy a dar nombres— y les hablaba de ciertas cosas, les
daba libros para que fueran conduciendo su pensamiento, porque ellos sabían
pintar. Teníamos a guías como Diego Rivera, Siqueiros, Orozco. Nuestra realidad
era Latinoamérica. Sobre ella pintábamos y escribíamos.
Si hubiese que entregarle el Premio Nacional de Cultura a otro
pintor, ¿a quién se lo entregaría usted?
¿Ahora? En este momento no encuentro a ninguno. Si lo
encontrara, te lo dijera. Siempre he querido ser honesto. Hacia arriba hubo
varios pintores con mucho valor como Antonio García Ponce. Él hubiese sido uno.
¿Y quién es Carlos Cañas? Hablo del hombre terrenal de carne
y hueso.
Es un solitario. La soledad es un mal natural en mí. Siempre
he vivido solo. Me gusta estar solo. Soy el que vive en soledad eterna, pero
buscando que esta soledad se desarrolle en creatividad... Es el oficio de
pintar en el que deposito todas mis soledades. Yo nunca pinté para ganar
premios, riquezas. La pintura ha sido mi modo de trabajo y tenía que producir.
Pinté para vivir. Yo nunca tuve creencias derrotistas. Siempre me creí muy alto,
elevado. Nunca pensé qué hace un pintor grande para los demás, sino qué puedo
hacer para mí mismo, para sentirme gozoso de la pintura. No crea que ganar el
Premio Nacional de Cultura me ha producido un gran estímulo. Lo considero algo
natural, algo que tenía que darse. Como me lo dijo el jurado: "Este país
tiene una gran deuda con usted".
¿Cómo le gustaría que lo recordara El Salvador cuando usted
muera?
Cuando llegué a España oí una frase que me fue muy
simpática: "Hasta que se llega a los 40 años se puede pensar en la muerte,
pero antes, no". La muerte en ese entonces era un elemento poético. Aún lo
sigue siendo para mí. La muerte es algo que me tiene que suceder. Estoy enfermo
y mi muerte puede suceder de la noche a la mañana. Solo pienso qué va a suceder
con mi obra. Para el Estado es imposible salvarla. Hace unos años un abogado me
dijo que hablara con un banco. Otro me dijo que no lo hiciera porque se
terminaría perdiendo.
Si dejamos a un lado su cuadro Sumpul, ¿qué otro salvaría
usted del fuego?
Antes de que llegara José Napoleón Duarte a la presidencia
(es decir, 1984) yo ya había pensado en el Sumpul. Ese cuadro dio una lección a
su pueblo. Sin estar en el sitio, pero sí conociendo los hechos, hice ese
cuadro que iba a ser más grande, pero estaba dispuesto para que las cosas así
fueran.
Con la frialdad que da el tiempo, ¿al cuadro Sumpul le faltó
o le quitaría algo?
No, está exacto. Ahí reflejo a una sociedad completa:
padres, hijos, ancianos, jóvenes amantes que son estudiantes, campesinos. Ahí
tengo a todo el pueblo. Ellos representan al río. Quedé asombrado que cuando el
Sumpul llegó al Museo de Arte, la gente llegaba con velas, las ponían al pie
del cuadro y lloraban. Sin pretenderlo, eso fue un acercamiento con el pueblo.
Hablé con un joven que me contó que el río Sumpul ya no es
como el de antes. Ahora es un río sucio… Doné al Museo José Luis Cuevas
(México) un cuadro que se llama Otra vez el río (que también tiene que ver con
el tema de el Sumpul). Esa obra es mi concepto intelectual sobre el Sumpul.
Tiene un jarro roto que es el pueblo destruido. La tela que se hunde es la
muerte.
¿Cómo se define usted políticamente?
Como me decía una amiga: "Carlos, siempre camina a la
izquierda". Creo que ningún otro artista pertenece a otro sistema
político. ¿Por qué? Porque el artista es rebelión y busca las causas reales de
las cosas y lucha por ellas.
Hace un momento usted mencionó a José Luis Cuevas. Tengo
entendido que entre ustedes hubo una polémica por una premiación...
Me dieron a mí un segundo lugar. En ese momento Walter
Beneke era el ministro de Educación. Ahí estaba Waldo Chávez Velado y le pedí
que me dejara hablar primero. Dije que José Luis Cuevas no tenía porqué
burlarse de un pueblo y que íbamos a aceptar cosas que fueran correctas
(premiar sin favoritismo a los participantes) y se armó un lío tremendo. Eso
pasó y nos hicimos muy buenos amigos.
Pero entiendo que, a partir de eso, las clases pudientes del
país le dieron la espalda a usted y su obra.
El responsable de Bellas Artes (instancia del gobierno de
aquel tiempo) hizo una fiesta y puso un video ante la alta sociedad para que se
dieran cuenta de quién era yo. Me salí de la fiesta inmediatamente. Me pusieron
como el enemigo de las cosas.
¿Se le cerraron las puertas?
Sí. Pasé como 15 o 20 años sin que se me comprase un cuadro.
No me invitaban a ninguna parte ni a ninguna fiesta.
Durante la entrega del Premio Nacional de Cultura 2012, el
presidente Funes en su discurso habló un 20% de usted y el otro 80% de su
gobierno. A sus colegas pintores eso no les gustó. ¿Usted qué piensa de
aquello?
Él no conoce de arte. Prácticamente es la verdad en general.
A mí me conoce personalmente, sabe quién soy, pero él no conoce mi obra. Allá
él. Eso es su problema. En todas partes, cuando entregan un premio, se
preparan. Preguntan antes de entregar el premio, es decir, hay una cultura.
Vaya a usted a Europa y verá que allá saben qué están haciendo en literatura,
pintura, teatro, porque eso es parte de la vida.
Con a sus 88 años y con una vasta trayectoria, ¿se siente
arrepentido de algo, existe algo que no pudo hacer…?
Todo lo que quise hacer, lo hice. Yo creo en lo que hago,
creo en lo que estoy. Ya le he dicho que manejé la poesía, las letras, pero mi
camino era la pintura. Seré pintor hasta que me muera. He visto en varias
ocasiones la negación de la sociedad hacia mi persona. Me he sentido muy mal,
pero luego he reaccionado y me he dicho que eso es parte de mi actividad como
pintor. No soy Picasso, no soy Matisse. Soy un pinche pintor salvadoreño que se
llama Carlos Cañas en un país como El Salvador.
EL COMENTARIO
Otra mano dibujó a Carlos Cañas. Una cósmica. De esas que
trazan sed de infinito en la mirada y el corazón para buscar múltiples caminos
de profesionalización y experimentación. Él los ha recorrido todos en las
distintas disciplinas de las artes pláticas: dibujo, pintura, cerámica,
escultura, grabado. En todas se ha movido con envidiable solvencia. Eso lo
convirtió en un maestro y obligada referencia para sus coetáneos y otras
generaciones. En su andar se ha hecho acompañar de poesía, la filosofía y la
política.
"Hacer pintura es una actividad política", ha
declarado siempre, Carlos Cañas.
Por eso es que, desde que tiró los dados, asumió el resultado
de su apuesta: "ser siempre el primero. Ser el conductor" de la
pintura en El Salvador, aunque eso le dejara solo "como un francotirador
que se salva por su propia cuenta".
Considerado como el precursor del arte abstracto en este
país centroamericano, Cañas desde sus inicios tuvo como centro de su trabajo al
ser humano marginal, periférico, olvidado.
"La vida me llevó a estar vinculado con el pueblo.
Estoy amarrado a él. Mi pintura social no pintó al campesino como alguien
derrotado, sino, todo lo contrario".
Sus primeros trabajos muestran el cuerpo humano de sus
paisanos: hombres y mujeres con rasgos indígenas con tonos que emanan del color
de la tierra, de la agricultura. Su viaje a España y su sed de conocimiento lo
conducen por trabajos que a ratos rozan el cubismo, el surrealismo, la
figuración. Otros llegan con vehemencia al expresionismo figurativo. Pero ha
sido en la abstracción donde su rúbrica brilla sin competencia.
"El arte abstracto lo hice yo, lo hice con escuela. Yo
llegué al concepto de lo abstracto", declara sin aspaviento el maestro,
Cañas. O para dejarlo más claro, sin que le tiemble el pulso, asevera:
"Soy el origen de la pintura contemporánea en El
Salvador".
Entre las series destacadas, polémicas y nada políticamente
correctas están: "Terror y ternura”. De esa producción destaca la obra
"Niño chupando caña", todo un emblema que hace honor al título. O
"Testimonios" que es toda una denuncia del mal que eclipsó a El
Salvador. El paseo al purgatorio terrenal lo pone con la serie "De
hospitales".
"Pinto sobre la realidad histórica y la realidad
vivida", repite al ver su obra, el virtuoso artista.
Carlos Cañas nació en 1924. Estudió en la Escuela Nacional
de Artes Gráficas. Se formó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
(España). Es Premio Artes Gráficas. Fue reconocido por la Asamblea Legislativa.
Es Orden de las Artes y las Letras (Francia, 1990), Orden Nacional José Matías
Delgado (1992), Orden de Isabel la Católica (España, 2001). La Cruz de Santiago
(Embajada de España en El Salvador 2009). Premio Nacional de Cultura (2012).
No hay comentarios:
Publicar un comentario