lunes, 1 de abril de 2019

Rogelio Ponseele: “Un cura es un tipo burgués que está en una vida acomodada…”




En 1970 Rogelio Ponseele supo que al dejar su patria, Bélgica, se ligaba a un país que se bañaría por años en tormentas de sangre. Y así fue: vio como el Ejército salvadoreño mataba a sus feligreses. Entonces eligió Morazán y ahí predicó el evangelio y convivió con la insurgencia armada. Ahora tiene 75 años, es el párroco de Perquín y todavía transpira rebeldía: cree que otro mundo es posible.

Cura e insurgente. Lo primero es una herencia religiosa de su hogar, lo segundo se lo dio el conflicto armado que vivió El Salvador. Por fusil lleva una Biblia y con ella se vino predicando al país en 1970. Los muertos que la guerra iba dejando le cambiaron radicalmente su pensamiento y decidió que debía acompañar a las organizaciones populares que no podían abrirse paso político por la vía democrática.

Rogelio Ponseele dejó la comodidad y la seguridad de su país, Bélgica. De ahí solo extraña la cerveza. El resto no lo emociona. Incluso la vida religiosa que comenzó en Europa sería un soberano aburrimiento si la practicara en su patria. Allá, como dice él mismo, todo está cuadriculado. Pero aquí en El Salvador le quedan retos. Tantas balas no cambiaron este país y él sigue empeñado en bajar el reino de Dios a la tierra que para él implica trascender de lo espiritual a lo social y hablar de lo que la misma Iglesia católica condena, calla o censura: el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, el celibato, el elitismo del Opus Dei o la distancia que el mismo organismo que representa ha tomado de la población.

“[La Iglesia actual] como que se aparta un poco de eso y gira en torno a sus propios problemas. Yo lamento eso, pero tampoco tengo vocación para hacer otra Iglesia, porque hay que tener vocación para eso...”

Rogelio Poncel de 75 años de edad (nacionalidad Belga) llegó a El Salvador hace 42 años, actualmente es el párroco de Perquín, Morazán


¿Cómo decide salir de un país seguro de Europa y dar un salto hacia otro que estaba en guerra, turbulento y muy lejos de su zona geográfica?
Es fácil de entender: en aquellos tiempos (entre 1965 y 1970, pero en especial 1968) Europa tuvo una revolución cultural, una cuestión de nuevas ideas. Hubo bastantes manifestaciones, protestas... Bueno, en aquel tiempo había mucho interés en América Latina y existían así como círculos de estudio sobre la problemática social de América. Me integré a uno de estos círculos donde hablábamos de América Latina y sus problemas sociales, de los esfuerzos que sus pueblos estaban haciendo. Eso fue una cosa; la otra cosa es que el obispo [de Brujas, Bruselas] monseñor De Smedt (ya fallecido) vino del Concilio Vaticano II y vino con la idea de que él era el obispo de todo el mundo, un obispo de la Iglesia universal y no el obispo de una determinada pequeña diócesis. Él había hablado con obispos de todo el mundo y decía: "Bueno, yo doy luz verde a cualquiera de ustedes que quiera trabajar en la India, en África. En cualquier continente del mundo". Fue bien raro, porque un obispo siempre hala para su propia diócesis.

Otra cosa: yo soy de una familia obrera, entonces la práctica sobre la problemática laboral, los sindicatos, la lucha obrera, la lucha del pueblo. Eso era una práctica muy común en mi familia. Mi padre era... ¿Cómo le digo...? Coordinador de una cooperativa de pan en el pueblo, también durante todo el tiempo fue alcalde del pueblo. Fue un hombre muy humilde que había estudiado hasta tercer grado, tal vez. Crecí y me he ido formando la idea de que como sacerdote no solo hay que atender las cosas espirituales, sino que hay que atender las cosas sociales, la vida que enfrenta la gente. Y por eso es que tomé la decisión de venir a El Salvador.

¿Pero cómo lo decide?
Yo escuché por primera vez de El Salvador cuando había guerra con Honduras. Salió un articulito chiquitito en la prensa. Y hubo algunos amigos que se adelantaron, vinieron y me invitaron a unirme a ellos. Estaban haciendo un trabajo bastante bonito, bastante interesante. Todo eso me entusiasmó. Le pedí permiso al obispo para venir a El Salvador, pero me dijo que no porque yo estaba dando clases en una escuela y dijo que yo era indispensable ahí. Pero al año pude solicitarle de nuevo la salida a El Salvador y entonces me dijo que sí, pero nunca me sustituyó. Eso quiere decir que no era tan indispensable en la escuela como él decía... Creo que el obispo me quería poner a prueba, quería saber si mi idea era una llamarada de tuza o si estaba bien decidido por El Salvador. Entonces, entusiasmado por los compañeros que estaban acá, elegí unirme al trabajo de ellos: padre Esteban que actualmente está muy enfermo, el padre Pedro que está trabajando en Bajo Lempa, el padre Roberto que está trabajando en una parroquia de San Salvador. Y así.

¿Y cómo se instaló?
Al llegar acá fuimos a platicar con monseñor Chávez y González y él nos ubicó en Zacamil. Fue una colonia de multifamiliares. En aquel tiempo tenían un tamaño normal, no había tanta gente porque me acuerdo que fui al sector donde me iba a tocar... Los edificios "400". No había tanta gente en Zacamil y yo casi estaba llorando porque no iba a poder hacer nada, no había gente. Ahora hasta da miedo entrar a la Zacamil. Estuvimos desde 1970 hasta 1980 en Zacamil.

Yo juraba que usted llegó directo a Morazán en 1980.
No. Antes pasé 10 años en Zacamil haciendo trabajo pastoral en la línea de las Comunidades Eclesiales de Base. Fue muy interesante y muy en relación con la vida de la gente. Ya desde el inicio nosotros teníamos cristianos que estaban participando en las organizaciones populares y de esta manera nosotros también teníamos mucho contacto con estas organizaciones y colaborábamos, por ejemplo, prestando la casa para sus encuentros. Usted sabe que en 1970 comienzan a surgir tanto las organizaciones populares políticas como también las organizaciones clandestinas. Nosotros siempre estábamos cerca de todos, estábamos muy pendientes evaluando y colaborando en lo que podíamos como Iglesia...

¿En ese momento usted no pensó que podría ser manipulado por la guerrilla y que había armas de por medio...?
Sí, para nosotros esto era un problema porque nosotros siempre actuamos en la lucha pacífica y veíamos que la lucha iba a ser una lucha armada, se notaba, se observaba. Teníamos dentro de las comunidades mucha discusión sobre este punto y ellas sentían que nos estábamos alejando de la lucha del pueblo por ese problema de la violencia, pero la verdad es que nunca pudimos resolver a fondo este problema... Hasta después. Nietzsche dijo: "no son las palabras las que cambian, lo que a uno lo cambia son los hechos y los hechos hacen que uno piense de manera diferente..." Hubo una manifestación de campesinos de Morazán, una manifestación pacífica en torno a sus planteamientos, sus demandas comunes, pero esta manifestación fue reprimida.

¿Dónde fue esa manifestación?
En San Salvador y hubo como más de 30 muertos. Un joven de las comunidades cristianas de Zacamil había participado en la manifestación y me contó que pudo salir y no dejarse atrapar por las balas porque se arrastró debajo de los carros parqueados a un solo lado de la calle. Resulta que me invitaron a celebrar una misa en el atrio de la iglesia y habían podido recuperar los cadáveres de algunos de sus compañeros. Para mí esta misa fue muy emocionante,  fue impresionante. Después de la misa pensé que no podíamos abandonar al pueblo, aun cuando el pueblo optará por la lucha armada teníamos que seguir acompañándolo. Ahí tomé la decisión de salir a Morazán y de acompañar el proceso. Aquí en Morazán conocí a varios líderes de las Ligas Populares 28 de febrero y del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Lo que quiero contar es que son los hechos los que van cambiando las ideas en algunos de nosotros. La violencia se puede discutir mucho... Después decía yo que el pueblo estaba agredido y agredido a muerte, entonces la Iglesia católica dice que es una norma tradicional que uno tiene derecho a defenderse cuando está agredido, no desproporcionadamente, sino que de la misma manera puede responder a la agresión. Cuando a uno le apuntan, el cristiano tiene derecho a defenderse, a apuntar también... Pero si a uno le dan una bofetada en la calle no es para sacar la pistola. Con otros y platicando, discutiendo, debatiendo este tema pensábamos que el pueblo estaba agredido y que tenía derecho a defenderse y a salir de la situación de pobreza y de injusticia empujando una lucha a muerte... Yo me sentía a gusto acompañando, pero siempre haciendo trabajo pastoral, porque yo nunca he tenido un fusil y nunca he combatido. ¿Se dice así?

Nunca he sido combatiente. Mi trabajo fue un trabajo pastoral; pero sí vivía en los campamentos, dormía con los "compas", caminaba con los compas, haciendo guindas, muchas guindas; pero cuando había un espacio, yo visitaba a las comunidades y trataba de atender a la población que se había quedado, porque mucha gente se fue de Morazán por temor a las bombas.

¿Cómo decide entrar directamente con la guerrilla?
La verdad es que yo en Zacamil ya no podía continuar porque dinamitaron. Eso fue tal vez porque habíamos prestado una y otra vez la casa para reuniones. Nuestra casa tenía ya un poco, por así decirlo, mala fama. La dinamitaron, pero por suerte no estábamos (...) a la media noche pusieron la bomba que destruyó la casa. Creo que hubiéramos muerto si nos hubiéramos quedado porque una gran pared cayó sobre la cama donde yo dormía. Ya no podía quedarme en Zacamil. Además, la gente nos decía que se metieron porque nosotros les dijimos que tenían que ser consecuentes con la fe, la fe que nos invita a participar en la lucha del pueblo por la justicia.

Cuando cita a Nietzsche y dice que son los hechos los que modifican y cambian las ideas, entonces creo que a lo largo de su estadía en El Salvador hubo muchos acontecimientos que lo cambiaron, como el asesinato de monseñor Romero...
Todo lo que estaba pasando en el pueblo y la muerte de monseñor Romero, un obispo tan ejemplar. Ciertamente esto nos hizo pensar y nos hizo tomar decisiones un poquito más valientes, porque usted sabe que un cura es un tipo burgués que está en una vida acomodada: come los tres tiempos, duerme bien, no le falta nada; pero esa actitud tan valiente de monseñor Romero y el hecho de que lo mataron, pues ciertamente influyó en nosotros. Cuando él murió yo estaba todavía en Zacamil. Me di cuenta a las cuatro o cinco de la tarde, me llamaron por teléfono. Fui al hospital, pero no pude acercarme mucho. Había mucha gente, había un ambiente bien trágico, bien silencioso como que iba a pasar algo pronto, pero poco a poco la situación se fue calmando, aunque lucha armada estaba ya decidida.

Siguiendo en esa dinámica de los hechos fuertes que tuvo El Salvador y que hicieron que la historia se partiera en dos, también me gustaría saber cómo cambió su vida y la manera de ver las cosas con lo que ocurrió en El Mozote, porque usted ya estaba en ese momento en Morazán.
Sí, yo estaba aquí ya. Había salido en guinda porque se decía que iba a haber un operativo bastante serio. Esa vez pasamos por el Mozote y se hizo algún esfuerzo para convencer a la gente porque se temía, se percibía que algo grave iba a pasar, pero la gente no estaba dispuesta porque salir era perder su casita, sus pertenencias, sus animalitos. A la gente le cuesta tanto eso y le tiene mucho amor; además siempre piensan que no va a pasar nada, pero el ejército hizo la masacre. Fue horrible. Yo estaba en Torola y ahí escuchamos las noticias de que estaban masacrando a la gente. Había un ambiente muy triste, porque muchos compas tenían familiares en El Mozote. Después de unas semanas volvimos... Me acuerdo del panorama destruido y el pueblo era un pueblo bonito, era un caserío, pero con tamaño de pueblo y con perfil de pueblo... Muy bonito, pero todo estaba destruido, había olor a muerte y todavía había alguna gente que no estaba enterrada del todo. A mí me afectó mucho porque yo había llegado un año antes a El Mozote a predicar, a hablar de esperanza, a decir a la gente que la guerra iba a ser un momento difícil, pero que iba a terminar y que luego íbamos a vivir en un país diferente. Y precisamente donde yo había predicado y hablado de la esperanza sucedió esa masacre. Pensé que para qué íbamos a seguir con el trabajito pastoral, si eso no era tan eficiente. Uno busca un poco la eficacia y me proponía hacer un trabajo más político sin renunciar a nada, a cuestiones de fe y todo eso, pero sí hacer un trabajo más de tipo político, porque para militar no sirvo. Hay que tener una mentalidad diferente para poder funcionar como combatiente. Hay que saber moverse. Es otro tipo de trabajo, pero como político pensaba que podía dar un aporte más directo; pero fíjese que la gente y los mandos me dijeron que no, porque tenían muchos combatientes, pero no tenían sacerdotes.

Este pueblo era un pueblo religioso, un pueblo cristiano. Eso es lo que no entienden en Europa, que todo este pueblo guerrillero era fundamentalmente cristiano y que necesitaba del acompañamiento de un sacerdote. En ese sentido aquí los mandos fueron para mí muy inteligentes: nos ocuparon en el sector donde nosotros de verdad pudimos dar un verdadero apoyo, no quisieron hacer de nosotros políticos. Han respetado siempre el trabajo pastoral.

¿No cruzó por su mente tomar un arma?
No, ese valor no lo he tenido. Considero que tomar las armas es cuestión de valor, pero sobre todo es una cuestión de capacidad y no me sentía así como capacitado para trabajar en esta cuestión militar. Vi a extranjeros que se entusiasmaron en torno al arma y a la lucha disparando, pero no sobrevivieron, cayeron en la guerra porque no tenían ese carisma. Hay que saber cubrirse, hay que saber avanzar, retroceder. Es una táctica muy especial y también la valentía de disparar... Nosotros no tenemos esa valentía, nunca nos hemos dedicado a una cosa así... Recuerdo a un médico, Gaspar. Él quería ir a la línea de fuego y los compas le dijeron "no, usted lo que tiene que hacer es atender los heridos, nosotros lo necesitamos a usted como médico, como doctor. Usted no debe de ir a la línea de fuego", pero de tanto insistir le dieron un arma y se fue a la línea de fuego y a la hora estaba de regreso y yo le dije: "Bueno, ¿qué pasó? ¿No ha ido a la línea de fuego?". Y me dijo: "Mire, Rogelio: esto es un infierno. Yo no sabía lo que era eso". Yo admiro mucho a los compas que han sido humildes, pero que tenían esa valentía y esa decisión de luchar con las armas. Y no tenían el afán de matar, sino que el afán era hacer avanzar a su pueblo.

¿Aún sigue considerándose un religioso burgués?
De hecho así es. Si uno compara la vida de nosotros con la vida de la mayoría del pueblo es cierto que hay una diferencia y ahorita también hay una diferencia notoria. Los campesinos que siembran y que después se enfrentan con la sequía y que de repente no tienen qué comer, no tienen comida para darles a sus hijos... ¡Qué vida más dura, más tremenda! En ese sentido, yo sí creo que nuestra vida es una vida burguesa.

Cuando se encontró con estos escenarios sangrientos y terroríficos en la guerra, ¿en su mente no existía ese dilema de preguntarse: qué se hace Dios cuando están matando a su creación? ¿Realmente existe Dios? Y si existe, ¿para qué sirve?
Sí, eso fue una problemática muy seria. Ciertamente usted tiene razón: la fe se cuestiona a partir de esa situación tan dolorosa que atraviesan muchas personas. Pero tener fe es mantener esa fe incluso más allá de esa situación. Dios no quiere todo este sufrimiento. También es cierto que los seres humanos estamos causando tanto sufrimiento y tanto dolor y en esto lo que Dios hace es invitarnos a la solidaridad.  Me cuestiono, pero al final mantengo la fe que Dios tendrá la última palabra sobre todo el mundo... Cuando yo estaba con dudas y con interrogantes, la gente misma, la gente sencilla me decía: "No padre, Dios tiene la última palabra. [El expresidente de Estados Unidos Ronald] Reagan no tiene la última palabra y [el expresidente salvadoreño Napoleón] Duarte, tampoco. Es Dios quien tiene la última palabra y sigamos adelante. Vamos a salir triunfantes". Un campesino de Joateca me dijo: "Mire, padre, sin fe no se puede vivir". Sinceramente, no soy una persona problemática. Cómo le diría... No soy una persona...

¿Cerebral?
Soy una persona que analizo, me cuestiono, pero al día siguiente platicando con otros, pues ya estoy de nuevo, sigo adelante y encuentro alguna respuesta...

¿Extraña algo de la Iglesia católica de la guerra con la actual tras la firma de los Acuerdos de Paz?
Durante la guerra la Iglesia ha tenido una actitud bastante reservada, aunque hay que decir que también la Iglesia ha tratado de empujar al pueblo hacia una paz, y eso es tarea que tiene que cumplir la Iglesia... Pero hay un sector de la Iglesia que siempre estuvo prácticamente condenando la guerra, la lucha. Me acuerdo que una mañana un compa catequista estaba escuchando noticias y el obispo de San Vicente dijo que los guerrilleros eran terroristas, ateos y el compa lloró y dijo: "Pero cómo es posible que un obispo pueda decir estas cosas". No se puede generalizar, pero la Iglesia, obispos, sacerdotes estuvieron muy distantes del proceso... Ahora que estoy integrado a la Iglesia no dejo de ver cosas que no me agradan mucho. Siento que la Iglesia actualmente ha perdido de vista el reino de Dios o se considera el reino como en el más allá o considera el reino como únicamente la Iglesia que gira en torno a sí misma o trata siempre de quitar al reino de Dios que predicó Jesús. Al reino de Dios le quita la dimensión histórica, la lucha por la justicia, por la verdad, por la solidaridad, por un mundo mejor, por un mundo en que todos y todas podamos vivir con dignidad. [La Iglesia actual] como que se aparta un poco de eso y gira en torno a sus propios problemas. Yo lamento eso, pero tampoco tengo vocación para hacer otra Iglesia, porque hay que tener vocación para eso...

¿De qué habla en concreto?
Por ejemplo: voy a las reuniones del clero, no me decido todavía, pero estoy pensando en decirlo... Cada vez que tenemos reunión de clero en San Miguel hablan de dos cosas: que tienen problemas financieros, que no puedan pagar. Siempre hay una queja, una insistencia en que los curas desde las parroquias debemos de apoyar al arraigo, pisto. También están construyendo un seminario, no sé si ustedes se han dado cuenta, pero los obispos por mucho que dicen que están unidos, realmente están divididos y unos están más en la línea de Opus Dei y otros están en otras líneas. Se apartan a tal grado que están haciendo un seminario propio los obispos de Santiago de María, de Sonsonate, de San Miguel, de Zacatecoluca... Están construyendo un seminario para darles a los seminaristas ahora una formación diferente que no va en la línea de Opus Dei... Bueno, un seminario de tres millones de dólares. Tienen un montón de problemas financieros y ya está el primer piso, pero falta el segundo piso y tienen el montón de problemas de pisto. Entonces, yo siento que vamos a la reunión a hablar de pisto y nadie pregunta si estos programas que están transmitiendo a través de la radio son programas que ayudan a nuestra gente cristiana en todo aspecto. Y nadie pregunta si este seminario ahora está dando una formación diferente a los seminaristas. Eso es muy encerrarse en los problemitas de la Iglesia y no abrirse a todo un trabajo social que se está haciendo en las comunidades... Y esto se debe a la formación que han recibido... Yo aquí, por ejemplo, tengo relación con las cooperativas, tengo relación con todas las instancias que están de cara a estas comunidades. No es que me inviten, me exigen que esté presente para ayudar, para dar ideas. Dios quiere que la gente tenga vida, que podamos realizarnos plenamente al hablar de la vida cristiana.

¿Qué opina usted del Opus Dei?
Bueno, a fondo no conozco estos movimientos, pero es un movimiento élite y es un movimiento que frente a los problemas sociales tienen otra visión. Me imagino que todo su trabajo pastoral se va haciendo desde la élite social, lo cual no quiere decir que no hacen cosas buenas para los pobres, pero desde este lugar se dedican a los pobres, mientras que monseñor Romero estaba convencido de que teníamos que caminar con el pueblo y luchar con el pueblo y es el pueblo el que va a salvar al pueblo y no es la clase élite que va a salvar al pueblo... Entonces, vamos teniendo sacerdotes muy de iglesia, como dicen: que hacen buenas obras para los pobres pero siempre un poco desde la visión de la gente élite. Estos señores siempre toman distancia y giran bastante en torno a lo de la Iglesia: de que para la comunión hay tantos requisitos, de que para la consagración hay que arrodillarse. Todas esas cosas... Mire, una vez asistí a una misa para el fundador...

¿Escrivá de Balaguer?
Sí. Fue en San Salvador en la iglesia de San José de la Montaña y había mucha gente de saco y corbata rezando el rosario antes de la misa con una cuestión mental. Me impresionó ver tanta gente que se considera muy católica...

Y si usted tuviera algún rango de poder jerárquico, ¿qué haría con el Opus Dei?
A ver qué se puede hacer con ellos porque es un movimiento a nivel mundial, pero yo trataría de ponerlo un poco más en la línea de monseñor Romero. Creo que podríamos trabajar en las líneas de monseñor Romero si hubiera esa posibilidad...

¿Por qué cree usted que tras la muerte de monseñor Romero no ha habido otro arzobispo que se aproxime a la acción que tenía Romero?
Creo que hay una línea dentro de la Iglesia que se va un poco imponiendo, esa de la línea carismática. No todo es malo, pero le da más importancia a lo netamente espiritual y mantiene reserva en lo social y más todavía frente a lo político, pero política con la preocupación del bien común. Hay ciertas líneas que se van imponiendo. Por ejemplo: hay una marginación, podemos decir, de las Comunidades Eclesiales de Base que siempre se meten en el campo social, en el campo político. Eso es una forma de hacer Iglesia.

En nuestra conversación usted ha dejado ver que ha tenido un buen concepto de las organizaciones guerrilleras como el ERP. En ese sentido, ¿qué piensa ahora del FMLN?
Bueno, yo creo que... La salvación de algunos es mantener el vínculo con el pueblo, porque si uno se va distanciando del pueblo y va subiendo escalera en un momento se vuelve desvinculado del pueblo y de repente va hablando y haciendo cosas que nadie entiende. Todos los políticos, incluso del FMLN, están un poco al frente de ese peligro, no voy a decir que todos de igual manera, pero sí hay una tendencia a desvincularse un poco del pueblo y de convertirse en un funcionario común y corriente, pero en global el Frente creo que todavía tiene una reserva revolucionaria. Yo creo más en el Frente que en cualquier otro partido. Creo que todavía realmente quieren lo mejor para este pueblo y que están trabajando por eso en circunstancias a veces muy limitadas y muy difíciles. En otros partidos también hay democracia. Cambio Democrático, por ejemplo. Yo tengo mucha admiración por Dada Hirezi. Yo soy de ese tiempo de Dada Hirezi, Rubén Zamora. Tipos excelentes con ideas claras.

¿Cuál es su posición con respecto al aborto?
Yo digo que la Iglesia en cuanto al aborto, en cuanto a la eutanasia, en cuanto a los anticonceptivos y algún otro problema moral, pues la Iglesia debería ubicarse en la realidad. Todos tenemos que colocarnos un poco en la realidad que se vive y de alguna manera ser un poco más flexibles. La vida hay que defenderla, pero yo personalmente estoy convencido de que puede haber circunstancias que permitan el aborto o un tipo de aborto terapéutico o un tipo de eutanasia; porque al fin y al cabo, cuando el médico está dando antibióticos, pues eso es eutanasia porque es para calmar el dolor, y finalmente se muere de tanto tomar antibióticos. Es complejo y no quiero tener la última palabra sobre eso, pero la Iglesia debe colocarse en la realidad. ¿Cómo voy a decirle a un cipote "cuidado con el condón"? Para mí que lo ocupen, pues de lo contrario vamos a tener aquí problemas de VIH/sida. Los estudiantes de todos modos van a tener relaciones. Que ocupen el condón.

Conozco aquí mujeres que tienen ocho hijos y están embarazadas y el esposo de la madre es un borracho. Bueno, usted conoce esta situación mejor que yo. Entonces, esta mujer acude al aborto, ¿cómo la vamos a condenar? Tiene que ser un proceso, a mi juicio, de mucha delicadeza y con el afán de defender la vida. En este país hablan mal de otros países porque aprueban el aborto, pero fíjese que yo digo... Yo soy de Bélgica y ahí han aprobado el aborto, pero discuten con mucha seriedad sobre este tema. ¿Cuándo puede darse un aborto? Eso es una cosa delicada, no es así nomás... "Ahí [Bélgica] todo el mundo puede abortar" No. Una religiosa española me dijo: "Las muchachas de clase media para arriba se van a Inglaterra de vacaciones, vuelven y no ha pasado nada". Se van a abortar en las mejores condiciones, con los mejores aparatos y médicos y vea a esa pobre mujer que acude a eso porque no sabe qué hacer, está desesperada. Es muy diferente.

¿Cuál es su posición con respecto a la homosexualidad?
Lo menos que podemos decir y hacer es respetar, porque yo conozco a algunas personas que son homosexuales y realmente así nacieron...

¿Cuándo dice conocer se refiere dentro de la Iglesia católica, o sea: religiosos?
Religiosos, también. Debemos de ir transformando un poco o cambiando un poco el chip en esta cuestión y verlo como un problema muy humano. El cristianismo no nos invita a marginar, no podemos marginar a nadie ni por el sexo ni por la raza ni por nada. No podemos marginar a ninguna persona...

¿Entonces una monja tiene todo el derecho, por ejemplo, a ser lesbiana, un obispo a ser homosexual...?
Estaba leyendo una vez las normas y la norma es que un tipo que tiene inclinaciones homosexuales no puede ser sacerdote... Bueno, habrá que debatir esto porque hay una marginación de por medio... Nosotros tenemos inclinaciones sexuales hacia la mujer y un homosexual tiene otra inclinación sexual... El celibato es otro problema...

Iba a preguntarle sobre el celibato, pero vamos en orden...
Ese es otro problema... Yo creo que deberíamos de llegar a una decisión, a una opción personal no tan estrechamente vinculada con el sacerdocio. Hay una manera de empecinarse en eso, pero al final van a tener que ceder por la razón que sea, pero van a tener que ceder porque son miles y miles que quieren trabajar pastoralmente, que mantienen su fe y todos sus deseos de trabajar en lo pastoral.

Hagamos un balance: desde que usted abandona Bélgica y viene a El Salvador, ¿qué fue lo que perdió y qué fue lo que ganó?
Yo hubiera podido trabajar en Bélgica, tal vez hubiera podido hacer un buen trabajo en una parroquia clásica, más tradicional. Pero aquí uno encuentra un espacio más emocionante. Hay tantas cosas que hacer, hay tantas situaciones que enfrentar, hay movimiento, hay debate, hay lucha. A cada rato uno está cuestionando y uno tiene que tomar decisiones. Me parece que aquí la realidad que se presenta es más emocionante. En Bélgica todo está ya un poco cuadriculado, el cristiano hace esto, aquello y punto. Todo está hecho. En El Salvador hay mucho por hacer y esto me emociona y me anima a meterme a platicar con la gente, a seguir pensando qué se puede hacer.

Imagino que lo que extraña de Bélgica es la cerveza.
¿La cerveza?

Claro.
Ah, sí. En Bélgica en la misa se toma cerveza. Allá a nadie le ofrecen agua. Nosotros teníamos la costumbre de tomar una cervecita con la comida, pero la gente nos tenía por bolos en Morazán. Aquí no aguantan eso. Tomábamos con el almuerzo una cervecita. Eso es una costumbre y además es muy sabroso, pero la gente que pasaba por la casa se daba cuenta y decía: "Estos curas son...". Fumar es lo mismo. Es mal visto. Entonces, decidimos ya no tomar nada. Pero hace falta tomar una cerveza. Eso es muy de nosotros en Bélgica.

¿Cuál es su opinión sobre la posibilidad de que la Iglesia católica tenga que involucrarse, por ejemplo, en el tema de las pandillas?
Todas las iglesias deberíamos de buscar cómo podemos aportar para resolver ese problema y tendría que ser más a nivel de prevención, porque estoy convencidísimo de que la represión no va a resolver el problema. Si yo a usted le golpeo, usted va a reaccionar... A mí me indigna cada vez que veo en la televisión que tiran a los jóvenes en el suelo, los desnudan, los golpean, los amarran... Después les queda en el corazón el sentimiento de rencor. Yo estaba simpatizando bastante con la tregua, no como la solución de todo el problema, sino, la tregua como un aporte

¿Usted tiene una buena opinión sobre el papa Francisco?
Sí, yo tengo una buena idea sobre él y está haciendo esfuerzos. Me acuerdo de una frase de él: tenemos que preocuparnos primero por el hambre, preocuparnos que los niños tengan qué comer y tengan educación y después podemos discutir temas de teología... Algo así dijo. Bonito, bonito. Claro, hasta dónde él va a poder realizar sus sueños... Está queriendo empujar una reforma, lo que me parece sumamente necesario, pero es enfrentarse con gente. No gente sencilla. 

*Esta conversación vio la luz en el periódico digital El Faro en 2014.

** La fotografía que acompaña esta conversación pertenece al Museo de la Palabra y la Imagen (Mupi).

martes, 24 de julio de 2018

Roberto Valencia: Si chasqueáramos los dedos para eliminar a los pandilleros, mañana El Salvador seguiría siendo violento






En los últimos años de la década de 1990 irrumpió en la conciencia de El Salvador un adolescente de nombre Gustavo Adolfo Parada Morales. Gracias a la resonancia que los medios de comunicación hicieron sobre él, se convertiría en el primer pandillero mediático del país y la sociedad entera lo conocería como El Directo.

Fue el líder de una célula de la Mara Salvatrucha: la Pana Di Locos. Su actividad delictiva la desarrolló en su lugar de nacimiento (1982), el departamento de San Miguel (zona oriental del país centroamericano).

El Directo vivió a hierro y a hierro murió. Entre lo uno y lo otro hubo poder, drogas, amores, asesinatos, traición, cárcel-fuga-cárcel, sobrevivencia, lucha contra las vicisitudes de su entorno y la repercusión de sus actos que lo llevaron al ocaso de sus días.

Ahora es figura clave del libro 'Carta desde Zacatraz' (editorial Libros del K. O.) del periodista vasco-salvadoreño Roberto Valencia, del equipo Sala Negra del periódico digital El Faro.

"El Directo fue la excusa para hablar del fenómeno de las pandillas y de las cosas que se hicieron tanto desde las políticas públicas como desde la sociedad para frenar [el flagelo] de las maras", le comenta el periodista a BBC Mundo en San Salvador.

'Carta desde Zacatraz' es una investigación periodística de ocho años de faena. En el libro concurren más de 50 fuentes que no solo hablan del Directo, sino del aparecimiento y evolución de las pandillas y de las fallidas medidas de represión de los gobiernos de derecha e izquierda que solo hicieron más complejo el tema.

Y a pesar de tantos años de convivencia con esta expresión de violencia, los salvadoreños y sus gobiernos "desconocen" el fenómeno de las pandillas.

"En esta sociedad [salvadoreña] hay gente que opina que es lo mismo, que todos son lo mismo y que todos se mueran, pero si querés solucionar un problema —y esto es una premisa básica— es necesario conocer el problema y no decir que todo es la misma mierda", señala el periodista Roberto Valencia.


¿Qué era de vos la primera vez que escuchaste hablar del Directo?
Trabajaba en El Diario de Hoy y estaba al frente de un suplemento que se llamaba El Diario de Oriente que se escribía solo para los cuatro departamentos de la zona Oriental de El Salvador. El personaje [el Directo] es de San Miguel y ahí había tenido su actividad y creímos interesante entrevistarlo. Eso fue en 2001.  Su ‘bum’ mediático fue en 1999. ..

Entiendo que el Directo te interesó por la amplificación que los medios hicieron de su figura, pero en tu libro dejás ver que tu primer encuentro con él cara a cara te decepcionó…
Sí, claro. [Pasa que] cuando leés sobre el personaje y lo que fue el Directo y el peso que tuvo… Hoy si alguien consulta en Google aparece en los listados internacionales del asesino en serie más peligroso del mundo. Y eso sigue siendo el Directo. Cuando yo fui a verlo —recién llegado a El Salvador— me llevé esa pequeña decepción porque no era tan imponente físicamente como en mi mente se había proyectado. Y el personaje que yo tuve que entrevistar era un tipo tímido al que costaba sacarle las respuestas. Era un joven al que le costaba verte a los ojos. Me esperaba a un personaje tipo Hannibal Lecter o algo así. Eso fue en 2001. Lo volví a entrevistar en 2012 en el Penal de Máxima Seguridad —conocido como Zacatraz— y ahí era otra persona. Al menos frente a mí. Era alguien mucho más seguro de sí mismo, empoderado. Más inteligente.

¿Qué hizo evolucionar al Directo: las pandillas, los medios de comunicación o su sed de poder?
El Directo fue un personaje muy inteligente. No hablo de una inteligencia labrada en las aulas o haciendo másteres. Hablo de que él supo reaccionar a los estímulos que la vida le deparaba. Cuando él se fuga y es recapturado, la Mara Salvatrucha ya lo tenía amenazado de muerte y él actúa y se adapta para hacer frente a esa situación. Él en un principio intentó anular esa luz verde [condena a muerte], intentó reconciliarse con la pandilla. Cuando él se da cuenta de que eso no será posible, él se adapta [a sus circunstancias]. Eso será muy habitual en su vida. Y eso le llevará a diferentes lugares de la vida. Es un sobreviviente dentro de una sociedad violenta.

Algo que noté en el libro es que él está carente de afecto, solitario y que su acercamiento a la Mara Salvatrucha lo hace sin timidez, decidido…
El detonante —según mi reporteo— es que su madre lo echa de casa. Así de claro. Él era un niño. Y ese mismo día se brinca [rito de ingreso que es una paliza de trece segundos en la que no puede defenderse] en la pandilla. Claro: no es del todo justo señalar que hay situaciones de causa y efecto tan [radicales] para decir que si pasó esto la consecuencia es esto otro. Pero yo sí llegué al convencimiento de que la madre tiene un rol importante en cómo terminó siendo el Directo. Y dentro del comportamiento de la madre está una mujer violenta, golpeadora… [Ella] no estaría en mi estándar de madre ideal. Y eso no es una especulación mía. Todas las personas con las que hablé y que tuvieron un trato intenso con la madre del Directo tienen las mismas conclusiones.

¿En qué momento Gustavo pasa a ser el Directo?
Va y viene. Pero a ver: si nos vamos a lo estricto, él no se brincó como el Directo. La taca [alias] que le pusieron fue el Flaco. Esa taca se rebautiza en 1998. En el libro manejo que después de su paso por los centros de internamiento de menores quiso hacer su vida fuera de la pandilla. Y lo intentó. En el libro yo eso lo manejo volviéndolo a llamar Gustavo. O sea: no hay un único momento en el que empezó a ser el Directo para el resto de su vida. Y eso yo lo manejo —digamos— como estrategia narrativa. Cuando es niño, pues es el niño Gustavo Adolfo. Luego lo llamo el Directo en ese periodo de su intensa vida criminal cuando él tenía 16, 17, 18 años. Para mí —como autor— el Directo pasa a ser de nuevo Gustavo en el periodo que regresa a El Salvador desde Costa Rica y  tiene un periodo —al menos yo me convencí— de que sí quería una vida al margen de la actividad criminal.

En ese mismo sentido, tu investigación deja ver que el Directo tuvo una lucha entre dejar de hacer daño al otro o mantenerse fiel a la pandilla al punto de que quiso reivindicarse con ella…
Sí. Ese periodo ocupa varias páginas en el libro, pero en cuestión de tiempo para una vida de más de treinta años no es tan largo. Sí que hay unos meses que él intenta reconciliarse con su pandilla [Mara Salvatrucha], pero no le cuesta tanto entender que eso es imposible.

En el apogeo mediático del Directo su vanidad estaba a flor de piel. ¿Los medios de comunicación jugaron un papel decisivo en la mente del Directo y fueron un incentivo en los jóvenes para que ingresaran a las pandillas?
Antes de escribir el libro, yo ya era crítico del rol que desempeñaron —y siguen desempeñando— los medios de comunicación en El Salvador. Las pandillas son un problema inminentemente social. Los medios de comunicación —para bien o para mal— han tenido un rol en el desarrollo del fenómeno. A mediados de 1990 los suplementos juveniles de La Prensa Gráfica y de El Diario de Hoy publicaban cómo vestirse y cómo hablar para parecer pandillero, para verte “cool”. El Directo es un producto de los medios de comunicación y de las fuerzas que hay detrás de ellos. Llegué a la conclusión inequívoca de que el Directo era un asesino como un montón de jóvenes [pandilleros] que tuvieron comportamientos muy similares a las de él, pero al que se eligió para que fuera un referente —para bien o para mal— en este país fue el Directo. Y no fue una decisión gratuita. En esa época estaba el debate la Ley del Menor Infractor [actual Ley Penal Juvenil] y él aparece en el momento idóneo y él es la persona en la que se montan ciertos debates entre grupos que estaban a favor y en contra de esa ley.

¿Alguna anécdota en especial —a partir de tu investigación— que recordés con atención de Gustavo o del Directo?
En el libro yo le doy una dimensión humana al personaje como lo tienen todas las personas. Quien lea el libro le quedará claro que Gustavo era un asesino. [La anécdota] sería su deseo de regresarse con la psicóloga a Costa Rica —fue un episodio importante de su vida que lo define— una vez que recupera la libertad. Está —aparentemente— enamorado y tiene que regresar él solo a Costa Rica por esa persona. Y repito: todas las personas —incluso el asesino más asesino— tiene una dimensión humano y yo recojo eso en el libro.

Y en esta dimensión humana, el Directo tuvo amores, sexo, drogas, armas, poder. ¿Pero cómo fue como padre y compañero de vida?
Su rol de padre lo ejerció desde la prisión. Las referencias más expresas de lo que me preguntas son las de la esposa. Ella lo definió como un buen padre. Padre amoroso y que cuidaba a sus hijos y que estaba dispuesto a hacer sacrificios como empeñar un dinero que había venido recogiendo para procurarse una mejor atención en el sistema judicial, [pero ese dinero] lo empleó ante una enfermedad que tuvo su hija. Y era un personaje machista hasta niveles enfermizos.

¿Has tenido contacto con la madre del Directo o con sus hijos luego de su asesinato?
No. Sé que luego de su muerte la familia tuvo que moverse. La traición dentro de la pandilla [se paga] con la muerte y es muy probable que alcance al resto de la familia.

¿Hubieses publicado el libro si estuviera vivo el Directo y su esposa? ¿O le habrías hecho algunos matices?
El libro se iba a publicar con o sin él. Cuando lo matan en 2013 ya estaba una parte escrita. No solo era una idea. Ya había algo escrito. Las muertes cerraron un proceso. Obviamente, si no hubiera pasado lo que pasó, pues el libro sería otro. Y no me refiero a que el capítulo de la muerte no estaría. Hubo ciertas pláticas con su esposa que fueron “off the record”, cosas que me confiaba. Pero la muerte de su esposa y luego la muerte del Directo levantó ese “off the record”.

¿Te involucraste con el personaje o llegó a incomodarte?
No. Llevo veinte años en este oficio y me ha tocado entrevistar a todo tipo de personas. Y uno tiene cierta coraza, ciertos cayos. Pasé cuatro días con él en Zacatecoluca. Fueron doce horas de conversación. Pero esa entrevista con él fue un insumo para el libro. El libro no es el relato del Directo de su propia vida. O sea: él es una fuente entre cincuenta y sesenta fuentes vivas más todo el trabajo documental. ‘Carta desde Zacatraz’ no es la transcripción sobre lo que él contó de su existencia. Ni un asesino ni un santo cuenta los trapos sucios de su vida o las vergüenzas que todos vamos acumulando durante el tiempo.

¿Qué pasó por tu mente cuando asesinaron a Rosa María y luego al Directo?
No solo pasó por mi mente. Saqué un texto [al respecto]. Sí que me dolió esa muerte. No tanto la de él, sino la de ella. Yo me convencí de que esa mujer se merecía algo mejor en la vida. Era una luchadora nata. Alguien que nace en unas condiciones sociales en una comunidad empobrecida… creo que eso le marca. Y este es uno de esos casos en los que esa misma persona si hubiera nacido en otro estrato social sería alguien que estuviera no sé dónde, pero no muerta… O al menos creo que no habría muerto en estas circunstancias. Creo que… Su muerte sí me dolió. Me trastocó de alguna manera. 

Hay un giro importante en tu libro y es cuando las autoridades que ven el caso del Directo deciden sacarlo a Costa Rica para que se rehabilite. Ahí se encontró el amor, la libertad. Lo regresan a El Salvador y el vuelve a Costa Rica por ese amor, pero parece que su machismo —como vos dijiste anteriormente— echa por la borda esta oportunidad…
Eh… No sé si sería tan concluyente. Esa fue la época más esperanzadora de su vida y en la que él se choca con la realidad. En un principio él ya había cumplido —y podemos estar de acuerdo o no— el castigo que le impuso la sociedad y había salido en libertad no por una fuga, sino porque una jueza estimó que ameritaba regresar a la sociedad y choca con esa sociedad que rechaza a un personaje como él. Y está en juego cómo vive él su libertad en El Salvador y cómo vive él su libertad en Costa Rica. En esa sociedad no era un personaje tan conocido. Creo que eso fue un choque para él de lo que pudo haber sido en San José y lo que le tocó vivir en El Salvador, porque entra en una dinámica de persecución, [aparece] el Plan Mano Dura cuando él estaba en libertad y le tocó vivir ese embate del Gobierno contra las pandillas siendo él el Directo. O sea: era conocido por toda la sociedad.

Hay una ausencia notable en tu libro y es la voz de Giselle [la psicóloga costarricense que se involucra sentimentalmente con el Directo]. ¿Por qué no la buscaste?
¡Sí lo hice! Intenté a todas luces dar con ella y no di. Pregunté en el colegio de psicólogos de Costa Rica, pero el dato que tenía era el nombre. La persona que podría haberme ayudado era el terapeuta Víquez [que aparece en el libro]. Obviamente le pedí [la ayuda], pero juzgó que no era… O sea: no me dio el dato. Si por alguna extraña circunstancia lee mi libro, ella me buscará aunque sea para hablar informalmente. Tengo esa esperanza.

¿El Directo traicionó a la pandilla o la pandilla lo traicionó a él?
Eso se escapa del Directo incluso como persona. En San Miguel la pandilla hegemónica era la Mara Salvatrucha desde sus inicios. En 1998 estalla una guerra fratricida entre clicas [células] que se prolonga hasta el año 2004. La Mara Salvatrucha tiene una especie de guerra civil. Es decir: emeeses matando a emeeses en guerra, no en pugnas internas. En esta dinámica está el Directo, pero es una guerra que le sobrepasa a él. Y la mayor prueba es que él sale de la pandilla cuando estalla su caso (1999), pero la guerra durará hasta 2004.

¿Realmente la Mara Salvatrucha le dio una oportunidad para regresar a sus filas o era una trampa para asesinarlo?
Eso no lo sé yo ni lo sabe nadie. Yo sí creo que el ofrecimiento de reingresar fue honesto. Yo lo que constato como periodista es que hubo es ofrecimiento, porque me lo dice el que hizo el ofrecimiento y el que lo recibe.

Al terminar el libro surge la pregunta, ¿quién es el autor del asesinato del Directo: fue la pandilla o la sociedad que lo termina empujando a un callejón sin salida?
Sería un debate. Sobre eso se podría escribir otro libro. [Pero] vaya: al Directo lo mata su pandilla: La Mirada Locos. Ellos llegan a la conclusión de que él ha matado a su líder en la libre [en libertad, no encarcelado] (Lil Dreamer) y lo matan. Eso es así. Fue un hecho. No podemos entrar en el debate filosófico de hasta dónde podemos buscar responsabilidades, porque podríamos escarbar hasta llegar a ese momento en el que su madre lo echa de la casa siendo un niño.

¿Cómo llegaste a la editorial Libros del K. O.?
Tengo muchos amigos que publican ahí: Alberto Arce, Ander Izaguirre. Me hablaron muy bien de la editorial. En 2013 tengo la oportunidad de sentarme con el que a la postre fue el editor del libro (Emilio Sánchez Mediavilla). Hubo un proceso de edición muy largo [que respetó el español salvadoreño y la jerga de las pandillas].

Voy a incordiar desde las víctimas, la ética y los lectores. ¿Pensaste en las víctimas del Directo?
Cada quien es libre de hacer las interpretaciones… El proceso de reporteo [que hice] es similar al de escribir una crónica o una nota del día. A todas las personas que consulté les dije —con grabadora en mano— que esto [el reporteo] iba para un libro. Es legítimo que alguien lea el libro y se pueda sentir molesto. Lo que puedo garantizar es que lo hice con los parámetros de ética y profesionalidad que nos exigimos en Sala Negra [del periódico El Faro] que son muy altos.

Dijiste que tu trabajo ya tenía forma antes de la muerte del Directo. ¿Él vio algún borrador de tu investigación? ¿O la pandilla? ¿O su familia?
No, no, no. No en absoluto. Yo como autor quiero que lo que publico sea lo más ajustado posible con la realidad, con lo que estoy narrando. Hice que ciertos fragmentos [del libro] los leyeran ciertas personas, gente de mi confianza, gente que conoce el fenómeno de las pandillas.

¿Le pasa factura a tu credibilidad periodística las acusaciones de que sos un apologista de las pandillas? 
O sea… No, no me pasa ningún tipo de factura. Hay gente que lo está diciendo y eso se ve en las redes sociales, [pero] es gente que desconoce totalmente el fenómeno de las pandillas. O es gente —y es a la que más respeto— que ha vivido en primera persona el daño de las pandillas: una extorsión, un asesinato, [una amenaza]. Y luego hay gente que quiere hacer ruido alrededor del fenómeno.

¿Cómo cuidas tus fuentes? ¿Les han causado daño, intimidación o asesinato a tus fuentes o las fuentes de Sala Negra?
En lo particular tengo la suerte de decir que un país tan violento como El Salvador no he tenido ningún problema de ese tipo [con las fuentes]. Nosotros armamos unas estructuras de defensa para que no reconozcan  [nuestras fuentes]. No hemos tenido ningún problema.

Mientras reporteabas y escribías tu investigación, ¿cuáles fueron las preguntas éticas que te surgieron y cómo las resolvías?
[Silencio…]

Es decir, preguntas como: ‘le doy voz a este cabrón sí o no, le permito que diga esto…’
No, no, no. Yo tenía claro que él [el Directo] iba a ser el protagonista de mi libro. Habrá algunas personas, pero por otras razones que… Cualquiera que lea el libro le quedará claro que [el Directo] es un asesino. Y es el retrato de esa persona… No sé qué más decirte.

Hay una duda que queda al terminar de leer tu libro. Y es: ¿hiciste algo a las espaldas del Directo…? Lo planteo por…
¿Por haber ido a la casa de…? Cualquiera que lea el libro… [ríe]. [El Directo] era una persona muy violenta, muy celosa, muy machista. Ir a su casa y estar hablando con su esposa y con sus hijos fue a espaldas [del Directo]. Él no sabía. Él no había autorizado esa visita. Él no supo. Murió sin saber eso. Y esa es una de las cuestiones que si estuviera vivo [eso] no estaría en el libro. Hubiera respetado eso que me pidió Rosa [María] por su protección. Cuando está muerta, pues esa petición deja de tener sentido.

Otra más: ¿llamaste a las cárceles? Es decir: vos desde la calle hacia dentro del sistema penitenciario.
Sí, claro. Y no solo hablé con él. Hablé con alguien de La Mirada. Ahora ha de estar más complicado por las medidas extraordinarias. En los años de reporteo más intenso para este libro, cualquier líder tenía su teléfono en la cárcel. Cuando empezamos nosotros en Sala Negra teníamos una agenda con seis, siete personas que estaban en las cárceles. Eran pandilleros y no pandilleros.

Me acaba de nacer una curiosidad muy personal. ¿Lo de las llamadas a las cárceles no es saltarse un poco la barda de la ética?
No, para mí no. Es una fuente que brinda información. Es una fuente que tienes una manera de dar con ella y es un número de teléfono. No le veo el más mínimo problema ético.

Algo que deja entrever tu libro es que llamada que hacías o entraba a tu celular la grababas. ¿La gente al otro lado del teléfono se enteraba de que las estabas grabando [para la investigación]?
Eh… Sí, no. De hecho... Yo sí tengo… Sí tengo grabada algunas pláticas que yo intuía que podían tener un filón informativo. Eso… A ver: yo tengo un grabador de llamadas en este teléfono. Yo creo que mucha gente lo tiene. Es una ‘app’ que se descarga. Lo que no voy a hacer es usar una llamada en contra de la voluntad de una persona que no ha autorizado usar esa llamada.

Algún lector podría preguntar: ¿te has hecho amigos de pandilleros o pandilleras?
No. Y no por nada en especial. Yo soy alguien —quizás por mi condición de vasco— que uso con mucho cuidado esa palabra: ‘amigo’. Uno tiene cheros [personas cercanas], pero en la vida soy de los que creo que es mejor tener muy pocos amigos. A la gente que yo llamo ‘amigo’ los meto en los dedos de una mano.

Entre los agradecimientos que das en tu libro está el nombre de Leila Guerriero. ¿Le mostraste la investigación, le contaste tu idea? 
Ella cambió —para bien— mi concepción del periodismo. Sin ella este libro no existiría. Y esa es la razón por la que la incluyo en los agradecimientos. Le planteé que me escribiera el prólogo, pero muy coherente, muy Leila, muy fiel a sí misma, pues me dijo que esa petición se la hacen docenas de veces cada año y que dar un sí ahora le supondría tener a docenas de personas con mala cara por haberles dicho que no y a mí sí. Yo lo respeté y por eso el libro no tiene prólogo. No busqué un sustituto.

¿Sirvieron de algo los planes gubernamentales como Plan Mano Dura, la Súper Mano Dura y las Medidas Extraordinarias contra las pandillas?
Sí, claro que sirvieron. En la evolución del fenómeno de las pandillas para mí hay dos puntos de inflexión clarísimos. Uno es el inicio de las políticas “manoduristas” (2003) y el otro es la Tregua (2012-2014). ¿Sirvieron? Sí, sirvieron. Pero bajo mi lectura sirvieron para complicar el problema, para extenderlo. Es como tener una mancha en la camisa blanca y frotándola la querés limpiar y al final terminas con una mancha cuatro veces más grande. Eso es lo que entiendo que pasó.

¿Acabará Donald Trump con la Mara Salvatrucha como dice él?
No, no, no. Ni creo que lo desee. Donald Trump está usando a la Mara Salvatrucha. Esto sería para entrar a otro debate. Es un error decir que la Mara Salvatrucha de Estados Unidos es la misma de El Salvador. Lo único que tienen en común es el nombre. Son fenómenos que si bien tienen la misma raíz, en el caso de El Salvador ha evolucionado durante veinticinco, treinta años en función de las características de la sociedad salvadoreña. Después de esta evolución, el producto final se parece bien poco a lo que salió en sus días de Los Ángeles. La Mara Salvatrucha es una entre cientos de pandillas latinas, asiáticas, negras, arias. Cuando Donald Trump se refiere a la Mara Salvatrucha no está hablando de la Mara Salvatrucha de San Miguel. Aunque él o sus asesores crean que sí.

A las personas que trabajan temas de violencia y pandillas siempre les pregunto: ¿la sociedad salvadoreña perdió la batalla contra las pandillas?
La sociedad salvadoreña está condenada a vivir con las pandillas por varias generaciones. Y a convivir no solo con las pandillas, sino con la violencia en general, lamentablemente. Y lo digo lamentablemente porque yo soy padre de dos hijas salvadoreñas que son pequeñas, pero que ya van a entrar a la adolescencia y van a tener que criarse y vivir en esta sociedad violenta. La violencia de la sociedad salvadoreña no tiene que ver únicamente con el problema de las pandillas. Las pandillas son la expresión de una sociedad ultraviolenta. Violencia que se expresa de diferentes maneras. Y una de ellas es el fenómeno de las pandillas. Si chasqueáramos los dedos para eliminar a los pandilleros, mañana El Salvador seguiría siendo una sociedad violenta.

En tus textos y en tus redes sociales he visto tus opiniones sobre periodistas de El Salvador y de otros países que han abordado el tema de las pandillas, pero me da la impresión que a vos te da escozor la forma en que lo hacen…
No es escozor. La academia, el periodismo, las autoridades mismas hablan muchas veces del fenómeno de las pandillas desde el desconocimiento más absoluto. [Por ejemplo]: vas a encontrar artículos de reporteros que llevan años “cubriendo” el fenómeno de las pandillas que te dicen que la Mirada Locos es una clica de la Mara Salvatrucha. Encontrás autoridades diciendo eso. Encontrás portadas recientes de periódicos que dicen que la Mara Salvatrucha se ha partido en dos —como le ocurrió al Barrio 18— y que ahora hay una Mara Salvatrucha 503. Alguien creyó el cuento de fuentes interesadas como las del Gobierno. Cuando yo veo eso, salto. Pero no es escozor. Es apego a los hechos, a la realidad. La partición del Barrio 18 es un proceso. No ocurre en un día. Fue de varios años y ocurre en la segunda mitad de la década pasada. Los periodistas del área judicial [en los momentos que se dio la Tregua] no sabían que el Barrio 18 estaba partido en dos. A mí eso me parece gravísimo. En esta sociedad [salvadoreña] hay gente que opina que es lo mismo, que todos son lo mismo, y que todos se mueran, pero si querés solucionar un problema —y esto es una premisa básica— es necesario conocer el problema y no decir que todo es la misma mierda. Alguna vez me he sentido en la libertad de corregir cuestiones burdas que se publican. Y no estoy hablando del ámbito de las opiniones, estoy hablando del ámbito de los hechos.

El Faro y tus compañeros de Sala Negra publicaron que el Gobierno [del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)] conspiró en la posible partición de la Mara Salvatrucha [para crear la facción disidente Mara Salvatrucha 503].
El Faro destapó que el Gobierno [liderado por Salvador Sánchez Cerén] había querido esa partición aprovechando unas disidencias. Fomentó esas disidencias. En 2017 sacó a un grupo —en plena medidas extraordinarias— de líderes de Zacatraz y los llevó al penal de Ciudad Barrios con la idea de que ese grupo diera una especie de “golpe de Estado” en la [cúpula] de la pandilla. Algo que no pasó. La Mara Salvatrucha tiene una implantación territorial que es indiscutiblemente la mayor [y para las intenciones proselitistas del FMLN, pues la pandilla resultaba un obstáculo] Hay comunicados de ellos [los pandilleros] diciendo que van a pasar factura y se la van a cobrar en las elecciones [de diputados y alcaldes del pasado 4 de marzo de 2017, porque “el gobierno del FMLN iba a reducir la represión contra nuestra gente y abrir canales para buscar el diálogo”]. El liderazgo de la pandilla es hostil hacia el Gobierno. Que la partición de la Mara Salvatrucha sea algo bueno para la sociedad, pues yo no lo veo tan claro. Es enrevesar el problema. El Gobierno tenía claros intereses en que el liderazgo histórico de la Mara Salvatrucha —el Diablo de la Hollywood Locos, por ejemplo— dejara de serlo. Dentro de esto cuadran estos movimientos [en los penales].

¿Las pandillas tienen el control de El Salvador?
Tienen el control de las calles, de las comunidades de clase media baja y baja. Para mí tiene el control de más de la mitad del territorio nacional. Es un control agresivo y en otros es más tenue ese control, pero existe. Condicionan el diario vivir de cientos de miles, sino millones de salvadoreños. Y eso cada día. Si alguien vive en la comunidad Las Palmas no puede moverse y no te hablo de un pandillero, te hablo de si alguien vive, sufre a la pandilla que tienen en Las Palmas, esa persona no se puede mover libremente por la ciudad. No puede ir a otro instituto a estudiar o ir a visitar a un familiar que está en otro lugar. Creo que el problema de las pandillas ha crecido tanto porque afecta —y los muertos y las consecuencias— las ponen sobre todo la gente excluida, la gente que nomás para el día de las votaciones se les tiene en cuenta.

¿Qué debe tener un proyecto de rehabilitación para que funcione?
¡Uf! No creo que nadie tenga esa respuesta. He seguido los pasos de una [entidad] que se llama Fundación Forever y me parece que está haciendo las cosas razonablemente bien, pero después de quince años su impacto es muy limitado. Hay valores culturales que hay que revertir, trabajar. Hay un clasismo en la sociedad salvadoreña muy arraigado y que para mí es uno de los causantes de los muchos problemas de convivencia que tenemos en El Salvador. Desmontar esas cosas… Ojalá se pudiera con un plan de gobierno, con un programa. Hay que hacerlo, pero hay que hacer muchísimo más. Yo me temo a que estamos condenados —una o dos generaciones más— a ser una sociedad ultraviolenta. Si hoy empezáramos a hacer bien las cosas, siempre tendríamos que convivir con la violencia por un periodo largo.

¿Y qué valoración hacés de la Tregua del expresidente Mauricio Funes?
La Tregua fue un proceso oscuro y su principal responsable político sigue hasta el día de hoy sin reconocer a su hijo político. Fue un proceso que se hizo bajo la mesa. Turbio. También creo que para solucionar el problema de convivencia que tenemos y en el que las pandillas es la expresión más visible, pues no hay forma que no pase por el diálogo. Apostar por la vía represiva —haciéndose incluso bien— no podemos tener en las cárceles a 400 mil personas. No tenemos cárceles para meter a tanta gente por la vía de la represión. Es un hecho que no resiste el análisis matemático más simple. Tenemos que pensar en otras maneras. Lo han hecho otras sociedades con conflictos muy violentos, muy sangrientos que han buscado otras vías de solución.


* La primera versión de esta conversación apareció en BBC News Mundo con el título: "La sociedad de El Salvador está condenada a vivir con las pandillas por varias generaciones" 

** La fotografía que ilustra este texto es cortesía del fotoperiodista salvadoreño, Francisco Campos / La Prensa Gráfica. 



viernes, 22 de junio de 2018

Beatriz: "Quisiera ser como antes"



El 25 de noviembre se conmemoró el Día de la No Violencia contra la Mujer. El Faro buscó a Beatriz, la joven a quien el Estado salvadoreño negó un aborto terapéutico, a pesar de las peticiones locales e internacionales que señalaban la grave amenaza a la vida de la madre si no se le interrumpía el embarazo. Beatriz considera al Instituto de Medicina Legal culpable de sus secuelas físicas porque rechazó que abortara la gestación.

Beatriz ya no es Beatriz. No puede serlo, aunque quiera. Parte de lo que fue quedó atrás. De aquella vida tranquila y anónima le queda un recuerdo que le arranca una sonrisa. Nada más. Y ella al presente intenta arrancarle un poco de paciencia y de silencio. Paciencia porque quiere ver prosperar la demanda que interpuso aquel noviembre de 2013 contra el Estado salvadoreño. Silencio porque los dolores de cabeza aparecen con frecuencia. Lo demás es una esperanza abreviada: estar al lado de su hijo y verlo crecer.

Esa misma aspiración se frustró con el segundo fruto de su vientre: Leilani Beatriz. Por eso le lleva flores a la tumba y le explica que su muerte quizás estuvo sujeta a la voluntad de Dios y que con eso nadie se mete. Y que, a pesar de todo, ojalá que estuviera viva. Y que no dude que si las cosas hubiesen sido de otra manera, ella hubiese dado la vida misma por verla andar.

Pero la voluntad de Dios no era esa. Quizás.

Beatriz puso durante meses en un lugar destacado de la opinión pública local e internacional a El Salvador por sus leyes absolutas en contra del aborto. Ella necesitaba uno terapéutico en 2013. Los médicos advirtieron que su bebé vendría al mundo sin cerebro y que este moriría pronto. Y así fue: solo vivió cinco horas. Y también advirtieron que dado su cuadro clínico, continuar con el embarazo suponía una amenaza grave y clara contra su vida.

Con ayuda de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local de El Salvador, la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto Terapéutico, Ético y Eugenésico de El Salvador, Ipas Centroamérica y el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil), Beatriz entabló una demanda contra el Estado salvadoreño en noviembre de 2013.

Aunque su vida corría peligro, las leyes del país penalizan cualquier interrupción del embarazo desde 1998. Así, cuando el caso de Beatriz salió a la luz pública el primer semestre de 2013, el país se dividió entre quienes estaban a favor de ablandar la legislación sobre el aborto y entre quienes estaban en contra de cambiar la prohibición actual. Las feministas y los defensores de los derechos humanos se unieron —tras la demanda contra el Estado salvadoreño— a la campaña “Yo apoyo la demanda de Beatriz, porque me importa salvar la vida de las mujeres”.

En ese mismo contexto, la exmáxima autoridad de la Procuraduría de la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), Óscar Luna, esbozó una opinión sobre los hechos: que debía salvarse la vida de la madre porque ella ya tenía un hijo por quién vivir. Además, advirtió que el precedente del caso Beatriz debía servir a los diputados salvadoreños para revisar la legislación sobre el aborto.

“Por encima de todo, para mí lo decisivo es proteger la vida de Beatriz”, opinó en mayo de 2013 la exministra de Salud, María Isabel Rodríguez. La exfuncionaria no escondió en privado sus opiniones y se amparó en los informes médicos que predijeron lo que ahora todos sabemos: que la bebé no sobreviviría.

—¿Usted siente que el Estado salvadoreño le dio la espalda por un caso que llevaba sobre sus hombros?

—Sí, yo digo que sí. Sí, me dio la espalda.

Como periodista, sabía sobre su caso, pero no tenía ninguna imagen de ella. Realmente nadie o casi nadie la tiene. Su círculo es muy íntimo y hermético, pero al tenerla frente a frente solo pude decirme: “Usted no puede ser Beatriz”.

Pero sí lo era.

Recordé el verso de Fernando Pessoa: “El mundo es de quien nace para conquistarlo y no para quien sueña que puede conquistarlo”. Beatriz no quiso ni lo primero ni lo segundo. Tampoco lo tercero: ser víctima de las circunstancias. A eso unos le llaman, destino; descuido le llaman otros. Desigualdad de condiciones quizás sea lo que más se aproxime a la realidad de Beatriz.

* * *

Frente a mí veo a una joven muy nerviosa. No sé si quiere hablar realmente del tema. Al ver la grabadora encendida, ella se pone más tímida, curva su cuerpo y se hunde en la silla. Evocar el pasado en el que se sintió en ruinas no debe de ser fácil.

Saco la batería de preguntas que serán mi punto de partida, pero inmediatamente logro ver lo que después me dirá que son las secuelas sobre un embarazo por el que los especialistas pedían la interrupción: manchas claras en su cuerpo.

Vitiligo, deduzco.

Luego sabré que son las secuelas de un Estado que no le permitió interrumpir su embarazo cuando se debía. Manchas. Beatriz cuando habla de manchas no sé si se refiere a las físicas o a las emocionales.

—Si pudiera recordar algo que le dé una sonrisa, ¿qué sería?

—Yo quisiera ser como era antes. Mi cuerpo no está bien, ya no es como antes. No quisiera tener estas manchas. Me siento manchada. Ya no soy la misma.

Aparece un largo silencio. Es evidente que se siente incómoda. Baja la cabeza, frota sus dedos y mira sus manos. Solo ella sabe si está esperando la próxima pregunta o está esperando a que la conversación termine de inmediato. De pronto se entera de que hay un almuerzo para ella y para su hijo. El niño tiene tres años de edad y se le escucha correr y jugar fuera del cuarto donde hacemos la entrevista. El pequeño lanza piedritas a unas flores y rebotan en la pared. Las recoge y vuelve a hacer lo mismo. Se cansa de las piedras y va a sus carritos de plástico.

Un ánimo asoma en los ojos de Beatriz.

Beatriz es del departamento de Usulután. Está enferma con lo que se conoce como lupus eritematoso, una afección que complicó su primer embarazo y que se convirtió en todo un problema en el segundo. Luego vinieron otros males para su organismo desde problemas con su presión arterial pasando por las jaquecas hasta las manchas en su cuerpo.

Su primer hijo vino al mundo —como su fallecida hija— por cesárea. Su miedo a que su hijo muriera por ser un parto prematuro y su deseo de ser madre hizo que obviara la esterilización tras el primer alumbramiento. Aquello tuvo un giro. Ahora tiene otra perspectiva sobre sus anhelos.

—¿Cambió su manera de ser madre? ¿La ha hecho más fuerte?

—Cuando estaba [en mi segundo] embarazo creí que me iba a morir y pensaba en mi hijo, pero yo tenía que vivir. Tengo a alguien por quien vivir.

—¿Intentaría ser madre de nuevo?

—No, ya no. Ya no puedo: me esterilicé.

El caso Beatriz ganó muchas antipatías en El Salvador. Hubo debates sin ella por todas partes: radio, televisión, mundo virtual y prensa escrita. Incluso en la calle. Los columnistas de los medios tradicionales le gritaban desde su opinión escrita. María Teresa Simán Siri titulaba en El Diario de Hoy: “Beatriz, no lo mates”. Y en su texto le pedía: “¡No lo mates porque es un embarazo de alto riesgo! Él o ella tienen el mismo derecho a vivir que tú”.
La presidenta de la Fundación Sí a la Vida, Julia Regina de Cardenal, opinó que el caso se estaba manipulando para agredir la vida desde la concepción. La Iglesia Católica no quiso quedarse al margen de los hechos y el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, habló: "Para mí quien tiene más peligro es el niño que está en gestación, hay todo un esfuerzo por interrumpir su vida".

En el Estado salvadoreño hubo quienes tampoco se guardaron sus voces en contra de la petición de Beatriz de que se le permitiera interrumpir su embarazo. El director del Instituto de Medicina Legal, Miguel Fortín Magaña, afirmó que su vida no corría peligro y que se le había vendido la idea a la población de que su existencia estaba en jaque si no se interrumpía el embarazo. En en el Canal TVX afirmó “el caso [de Beatriz] es inédito. Es una excepción que se ocupó para hacer una campaña” y añadió que “el aborto eugenésico es para mí la forma más grotesca de intentar la despenalización del aborto” porque “es como hacían los nazis: que mataban a los bebés porque no les gustaban”.

—El director de Medicina Legal es del Opus Dei. ¿Usted cree que personas religiosas o vinculadas con la Iglesia deberían desempeñar cargos públicos que después afectan a terceros como en su caso?

—Medicina Legal dijo que a mí no me iba a pasar nada, que yo estaba bien. Medicina Legal tiene culpa porque no dejaron hacer lo que tenían que hacer los médicos.

Para los médicos salvadoreños Beatriz se convirtió en un dilema: o se le practicaba un aborto o se le inducía a un parto. Hacer lo primero los ponía en riesgo de convertirse en los nuevos huéspedes del sistema carcelario del país y sin duda los imposibilitaría para ejercer la profesión médica.

Mientras tanto, el mundo leía la petición de Beatriz:

“Yo lo que quiero es vivir”, titulaba El País, de España, en mayo de 2013.

En septiembre vino a El Salvador la voz oficial de Amnistía Internacional, Salil Shetty. Tuvo el objetivo de reunirse con las máximas autoridades del país para entregarles la investigación que tomó dos años: “Al borde de la muerte: violencia contra las mujeres y prohibición del aborto en El Salvador”, pero solo pudo reunirse con la Asamblea Legislativa y la Sala de lo Constitucional. El Ejecutivo, encabezado por el presidente Salvador Sánchez Cerén y el vicepresidente Óscar Ortiz, le negaron la audiencia. Hubo un segundo intento en Nueva York mientras el máximo jefe de Estado participaba en la ONU, pero tampoco se dejó ver.

A Shetty no le quedó otra opción: “Estoy decepcionado del gobierno de El Salvador”. El funcionario quiso decirle en la cara a Sánchez Cerén que "la terrible represión que sufren las mujeres y las niñas es realmente espeluznante y equiparable con la tortura" con respecto al tema del aborto. Y sobre el caso Beatriz no pudo ser más contundente, de hecho, la declaración aludió al rol de la Corte Suprema de Justicia:

“Estuvimos muy decepcionados por la forma en que se trató el caso de Beatriz. Le escribimos a la Corte Suprema de Justicia, pensamos que en lugar de seguir señales deberían seguir los derechos humanos y la Corte Suprema se enredó, se enredó en aplacar las fuerzas retrógradas del país. Estaban tratando de que todo el mundo estuviera contento y eso la verdad fue un caso sumamente triste y Beatriz sufrió lo indecible”.

En abril de 2013, Beatriz solicitó a la Sala de lo Constitucional la interrupción de su embarazo. Un mes después —es decir, mayo 2013— el organismo estatal informó que la vida de la joven no estaba en riesgo inminente, que aquello solo era una posibilidad futura. Y sentenció:

"Este Tribunal sostiene que los derechos de la madre no pueden privilegiarse sobre los del nasciturus (el que ha de nacer) ni viceversa; asimismo, que existe un impedimento absoluto para autorizar la práctica de un aborto por contrariar la protección constitucional que se otorga a la persona humana 'desde el momento de la concepción'".

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) horas después —de ese mayo de 2013— salió al paso de la sentencia y emitió medidas provisionales contra el Estado salvadoreño para que el Hospital de Maternidad interviniera “de inmediato y sin interferencias”.

En el segundo embarazo de Beatriz los especialistas realizaron análisis a la paciente y por escrito afirmaron: "Se le explicó a la paciente sobre el nulo pronóstico de sobrevida de su hijo y sobre las complicaciones que surgirán en su embarazo tomando en cuenta las enfermedades de base que padece y antecedentes de complicaciones en el embarazo anterior, por lo que la paciente solicita interrumpir el embarazo a lo cual se le explica que legalmente no es permitido en el país", de acuerdo con el cuadro clínico al que tuvo acceso El Faro. Dicho documento lleva por nombre "Análisis del caso Beatriz desde la perspectiva perinatal" y fue creado por el jefe del servicio de perinatología del Hospital Nacional Especializado de Maternidad en julio de 2013.

Beatriz no quiso pasar por lo que vivió. Ella es feliz en su anonimato al lado de su hijo y lejos de la ciudad. A San Salvador únicamente viene para recoger sus medicinas. Sus fuerzas están enfocadas en su sobrevivencia y en su modestísimo comercio que le ayuda a subsistir a ella y al resto de su familia.

La situación que puso en la opinión pública a Beatriz se fue tejiendo por varias razones que nos abstenemos de hacer públicas por el derecho que ella tiene a su intimidad.

Aun con el pronóstico adverso hacia su segundo bebé, no solo pensó en un nombre para ella, sino que escogió uno: Leilani Beatriz. Ella la tuvo solo cinco minutos, luego los doctores se la llevaron y murió cinco horas más tarde. Posteriormente Beatriz entró a cuidados intensivos por un largo período —entre 15 y 18 días—. Solo después fue a la tumba y habló con ella. Le explicó que quizás todo fue voluntad de Dios, pero que ella quería que viviera. Lo que le dice con palabras también se lo dice con flores sobre su lápida.

Beatriz está contra el aborto, cree en Dios y tiene religión; pero pide un debate sobre el aborto, porque pasar por lo que ella vivió cree que no es digno para ninguna mujer. Su llamado es a escuchar lo que tienen que decir los médicos. Sabe que hay muchas que recorren el mismo camino que ella anduvo.

—Pues la verdad, cuando el embarazo no va bien y la mujer no puede llevar el embarazo, se tiene que hacer lo que dicen los médicos.

—¿Usted cree que debería existir un debate sobre el aborto? ¿En casos como el suyo se debería actuar de otra manera?

—Sí, yo digo que sí. Se debería aceptar el aborto como en casos como el mío.

—¿Cómo vive ahora su día a día?

—Trato de no acordarme de lo que pasó. Y así voy pasando los días. Ahora me he metido a una venta de ropa. De ahí saco para los pasajes y vengo a San Salvador a traer mis medicinas.

—Si tuviera algo que decirle a aquellos que la juzgaron y la criticaron, ¿qué les diría?

Hace un largo silencio y ve sus manos. Luego las une, las frota y entrelaza sus dedos. Sin dejar de ver ese racimo de dedos unidos entre sí, Beatriz responde con una voz sosegada, estoica:

—Yo no les diría nada. Realmente, no les diría nada.


*Este texto apareció en el periódico digital El Faro en diciembre de 2014.

El reverso de la diferencia

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¡Que se jodan los sabios y los pensadores! / ¡Que se jodan todas las épocas y edades! / ¡Que se jodan los hombres de todos los tiempos / y el embuste de la Civilización y de la Cultura! [J. A. N.]