Su
hermana le hizo un mundo dejándolo dibujar todo el tiempo que fuera necesario.
Ahora Víctor Erazo lleva ese universo a lugares tan insospechados como China.
Nunca
expuso en El Salvador, salvo cuando fue estudiante del Centro Nacional de Artes.
Ahora el nombre de este país centroamericano llega a galerías de gran notoriedad
en el mundo gracias a él. No importan que estén en España, Estados Unidos o en
alguna ciudad asiática.
La
clave es sencilla: “Hacer una obra y sentirme feliz con ella”, afirma el
ceramista.
Víctor
Erazo se fue del país en 1973. Pero esto solo ocurrió cuando le hizo una
pregunta a su maestro, Roberto Galicia (pintor y actual director del Museo de
Arte de El Salvador):
—“¿Con
lo que sé puedo trabajar en cualquier sitio?” Y la respuesta se convirtió en
una visa:
—“Usted
puede trabajar en cualquier parte del mundo”.
Galicia
confirma el episodio y añade: “Es que Víctor Erazo es un artista fuera de
serie”.
El
ceramista salvadoreño supo que había un solo lugar para formarse:
“El
único continente que podía reafirmar mi educación era Europa. Quería ver con
mis propias retinas un cuadro de Velásquez o de Frances Bacon”.
Con
educación y talento, Víctor Erazo supo que “un salvadoreño puede perfectamente
exponer con Pablo Picasso, Joan Miró o Miquel Barceló sin sentir el complejo de
decir ‘sacaron a un indito de Centroamérica'”.
Sin
prisas y con estoicismo de sobra, el artista salvadoreño —que nació en San
Salvador en 1953— confiesa que “su sensibilidad artística es una herencia, pero
de eso no ha tomada ninguna ventaja”.
El
éxito del salvadoreño por el mundo lo resume de esta manera:
“El
problema en El Salvador es que la gente empieza pintando por hobby y termina
siendo profesional obligado por las circunstancias. Mi trabajo no lo hago por
hobby, lo hago como trabajador del arte que se mueve profesionalmente”.
El
artista reside en España, pero su itinerario puede incluir Estados Unidos,
Europa y luego pasar por Guatemala, México y regresar a El Salvador. Ese ánimo
también puede replicarse con su apetito pictórico. Por ejemplo: si le dan ganas
se va a China donde tiene un estudio solo para él. Puede hacer lo mismo si le
apetece pintar en España. O sencillamente puede hacer algunos movimientos y
salta a Estados Unidos.
“No
tengo límites”, explica sin más.
El ceramista zen
En
2010 la Galería DAO se vinculó con el artista salvadoreño. Víctor Erazo tiene
un taller en Fuping (China) —ciudad consagrada a la cerámica— con cien metros
cuadrados para hacer lo que quiera. Además, tiene seis ayudantes y doscientos hornos
que van desde el sencillo para hacer pruebas hasta otro de grandes dimensiones
para una producción a granel.
No
ignora que las galerías ganan dinero y que “yo soy un producto comercial que
ellos venden, pero también soy una persona que recibe favores y hay que
agradecerlos”. Y no esconde que “en algún momento puede surgir una situación
económica difícil, pero la galería tiene el poder económico de sacarte de un
problema. Algo que no podrías hacer tú solo”.
La
vida de Víctor Erazo gira alrededor del arte. Es sereno, tranquilo, comedido
para hablar. Hay solaz en su discurso y también en su obra, en el manejo de los
colores y en la creación de texturas.
“Me
enamoro de mi trabajo, me enamoro de poder convivir. Nunca he sentido la
necesidad de la agresividad o de hacer críticas. No me gusta cerrar puertas con
nadie”, dice el artista mientras hojea un catálogo europeo en el que aparece su
obra. Parte de sus creaciones simulan objetos geométricos pintados con esa
libertad que solo le brota de su fuerza interior que no busca imponer ni
demostrar nada. Excepto solaz y armonía.
“El
colorido de mi obra es exactamente El Salvador. No hay país en el mundo que por
equis razón pueda presentar el múltiple colorido que nosotros tenemos. Como
artista me prohíbo repetirme”.
Sobre
su relación con las galerías, el artista demuestra su disciplina zen:
“Yo
soy fiel a mis contratos. Sin me piden exclusividad, la doy”. Y suma: “Si
alguien quiere algo de mí, sencillamente digo sí o no. Y yo espero que me
traten de esta forma. No soporto que las personas no cumplan su palabra”. Pero
no se ciega: “hay galerías que son una tienda, venden productos y si se muere
el artista, mejor porque les da igual”.
Una
anécdota: Al exponerse el trabajo de Erazo en una galería de Asia, la mitad de
esta se vendió en cuatro horas. Ocho días después en aquel espacio ya no había
nada más qué hacer, porque ya todo estaba vendido.
“Hay
gente que me compra obra, pero no sabe quién soy. No sabe que existo. Que un
salvadoreño conquiste China con obra que radica en esencia en El Salvador es
para sentirse orgulloso. Ellos [los chinos] nos venden miles de productos,
nosotros aunque sea una pieza de cerámica se la hemos logrado vender”.
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