Huidizo.
Iconoclasta. Cáustico. También infeliz.
Allan
McDonald es raudo en sus opiniones políticas e incisivo con la realidad social
de Latinoamérica.
No
es en vano que en 1994 el hondureño haya sido seleccionado en Alemania como uno
de los 20 mejores caricaturistas del mundo.
La
latitud es lo de menos. Las caricaturas de Allan McDonald fustigan el poder
esté donde esté.
Nació
en 1975 en San Antonio de Oriente (Honduras). Y vino al mundo en un contexto de
guerra. Creció escuchando sobre las desgracias político-militares que le
ocurrían a la región latinoamericana y desde su silencio y tristeza solo tuvo
una alternativa: hacerse caricaturista.
“Soy hijo de la
Guerra Fría”, asevera.
¿Cómo decidiste
salvarte de vos mismo y del mundo a través de la caricatura…?
Llegué
por miedo. Desde muy pequeño fui demasiado aparte. Muy tímido. Casi nadie
recuerda mi voz. Para comunicarme inventé mis dibujos. Vengo de una familia que
es artista de la pintura, pero la caricatura para mí fue más irrefutable,
contundente. Sabía que con ella haría reír y enojar a esa dictadura que todos
tenemos: la familia.
El dibujo es un
camino para otras expresiones de la plástica. ¿Fue más fuerte el llamado de la
caricatura que el llamado de la pintura, el grabado, el muralismo o el grafiti?
Sí.
Únicamente la caricatura —de todas las artes plásticas— puede masificar un
mensaje. No creo ni conozco que haya otra manera de llegar con más fuerza y con
más inocencia a la gente que con el
humor.
Has declarado que no
asististe a una escuela de artes. ¿Cómo explicás tu don?
Soy
autodidacta. Nunca llegué ni al umbral de una escuela de artes. La caricatura
es algo inédito en mí. Sobre todo el
humor político, porque en Honduras la caricatura
política no existe. Y creo que esa rareza de hacerme dibujante político vino más
bien de ver tanta crueldad social y ver tanta pasividad de los caricaturistas
nacionales. Además, soy hijo de la Guerra Fría.
Tu padre fue artista.
¿Qué influencia ejerció en tu vida y obra?
Mi
padre era un pintor muy prolijo. En las noches
hacía grabados sociales, dibujos muy políticos. En el día pintaba artesanías
en cualquier superficie. Pintaba cosas folclóricas para venderlas fácilmente y así podía darle de
comer a cuatro hijitos que no entendían las razones del pensamiento rebelde frente
a un mundo que se derrumbaba en utopías… Al final también vi a mi padre
derrumbarse en la nostalgia y en el alcohol. Eso me borró un recuerdo feliz de la infancia y no me quedó más batalla que
hacerme caricaturista para derrotar mis tristezas.
Entiendo. ¿Podrías
hablarnos de los personajes “El Ñeco” y “El Pijiriche?
Ambos
personajes los inventé en 1982 en Valle de Ángeles —un famoso pueblo donde
crecí. Tenía apenas unos seis años de edad— y los dibujé para responder a la
ausencia de mi hermano Henry, quien murió a los trece meses de nacido. Pijiriche
fue un perro que se acercó justo cuando dibujaba al Ñeco —mi hermanito perdido—
y allí nació la voluntad de que nunca más
podría separarlos. Aunque debo confesar que
les implanté ideologías diferentes: al Ñeco lo hice creyente de Dios y
sus maravillas. Al Pijiriche lo hice ateo y rebelde.
Has declarado que te
hubiese gustado nacer en otro país. ¿Cuáles son tus sentimientos hacia
Honduras, tu patria y tus paisanos?
Para
mí la patria son los amigos que se
pierden, no los que se ganan. La patria es el barrio que se dejó, la novia que
se fue. Y no tengo sentimientos encontrados con nada de eso. Solo una nostalgia
entre nieblas de que Honduras es un paisaje horizontal con amaneceres burlados
y estrellas hundidas en el alto cielo que se ha manchado de dolor y tristeza.
Los hondureños son muy nobles, pero muy poco capaces de luchar por el país que
se nos muere.
Siempre has
mencionado mucho la palabra “corrupción”. ¿Han intentado sobornarte, comprar tu
arte, darte un paraíso terrenal a cambio de tu silencio artístico?
La
corrupción es la violencia pacífica. Es la democracia mercantil y la prensa es
ese libro fabuloso de contabilidad. En Honduras hay periodistas más millonarios
que los empresarios y los políticos. Por eso ataco ese mal de raíces milenarias
y —como todos— alguna vez he sido llamado a las filas de la gran orgía de la
corrupción. Me he negado más por falta de fe en
vivir siendo desgraciado ante el dinero que por honestidad. Soy un
hombre libre con harapos y sentimientos gastados de patriotismos, con remiendos
de miseria y con la angustia de saber si comeré o no al día siguiente, pero sin
banderas de esclavo ni escudos de amo.
Te has definido como
“caricaturista político”. ¿Te da orgullo caricaturizar a los políticos y
mostrar lo que verdaderamente son? ¿Esto te ha traído problemas, censura,
enemistades…?
No
me he sentido orgulloso de dibujar a ningún político. No dibujo con mi pluma a
esa clase de gente para buscar prestigio. Pero sí hago metáforas con lo que el
pueblo se identifica. Por mí han pasado todos [los políticos]. La gente antes
me llamaba comunista y difamador por dibujar —desde hace veinte años— a los
vividores de la democracia. Ahora me llaman héroe y le dan la razón a lo que yo
dibujaba anteriormente. Desde que me inicié en la caricatura —hace más de dos
décadas— he vivido en un país con toque de queda, golpe a golpe.
Tu nombre ha figurado
entre los 20 mejores caricaturistas del mundo. ¿Qué significó para vos y cómo
fue posteriormente tu vida al saber la noticia? ¿Cómo te fue con la gente, tus
colegas, los medios de comunicación? ¿Los políticos te vieron diferente?
En
Honduras la prensa pasa pendiente —casi sin respirar— de los futbolistas criollos.
Esperan que hagan un golito en Italia. Lo mismo ocurre con la gente. La
caricatura y los artistas en Honduras no son importantes. Para mí es un honor
el ser uno de los caricaturistas más convocados en el mundo. Es una alegría
inmensa que guardo en las gavetas de mi vida y que disfruto a solas.
Uno de los libros que
has mencionado en anteriores entrevistas es El evangelio según Jesucristo de
José Saramago. ¿Cuál es tu idea de Dios y qué puntos de coincidencia encontraste
con la novela del portugués?
En
esa novela uno descubre que todo está perdido en esta otra novela que es la
existencia. Vemos cómo somos jugueteados en el destino como cartas de azar por Dios y por el diablo. Eso marca un principio para caminar sin prisa
porque nunca saldremos vivos de este mundo.
Hablame sobre el
golpe de Estado que vivió Honduras. A vos te capturaron y censuraron tu trabajo…
Llevé
muchísimos días de resistencia. Desde el golpe no dibujé otro tema que no fuera
ese. La censura cayó de golpe, también. Tuve claro que si ellos [los golpistas]
no cedían, yo tampoco lo haría. Mi postura fue que no dejaría de hacer caricaturas
hasta que se restableciera el orden y hasta que las jaulas se cerraran.
¿Qué postura tenés
sobre Roberto Micheletti y Mel Zelaya con Estados Unidos como telón de fondo?
Zelaya
es un hombre bueno que de pronto descubrió que soñaba en los laureles de un
país privado de sociedad anónima. Micheletti no es más que un fanático apurado
por la gloria y Estados Unidos no duerme viendo los frutos que nacen en su
patio trasero.
¿Has vistos los
trabajos de los caricaturistas salvadoreños? ¿Qué opinión tenés y si pudieses
mencionar a alguien en especial?
La
caricatura salvadoreña tiene unos raros giros. Unas maneras imposibles de ser, pese
a que he visto muy pocas. Gráficamente me gusta Rigo, Otto Meza y Ruz. Creo que
son los más conocidos. Aunque en ninguno de ellos vi dibujos políticos, sino un
humor más social sin ideología ni rebeldía. Un humor muy tibio. Cosa rara
porque El Salvador es un país de convulsiones, de ejemplo para el mundo. Un
país que me enseñó a mí tanto por la lucha política como por la inspiración
que dio a Latinoamérica en sus batallas. Aparte de eso
dio grandes escritores que han nacido de esa luchas.
He visto caricaturas
hechas por vos sobre personajes salvadoreños como el poeta Roque Dalton y
monseñor Romero. Incluso he visto epígrafes de Roque en tus textos de opinión.
¿Qué significan ellos para vos?
Roquito
—como le decimos acá en Honduras— significó mucho. Yo no aprendí a dibujar
viendo caricaturas, sino poemas. Además, hay una línea muy familiar para mí: mi
padre vivió exiliado en San Salvador. Estuvo en casa de la poeta Clementina Suárez.
Esto fue a principios de la década de 1970. Padre contaba —años después— que en
esa misma casa de seguridad estaba Roque Dalton y Otto René Castillo. De
ese breve hilo de alegría por la
solidaridad entre ellos nació mi eterno agradecimiento y amor por la poesía
rebelde. De allí nació mi caricatura.
Algunos de los
títulos de tus caricaturas son poéticos. ¿Qué relación tenés con la poesía y la
literatura?
Pues
es una relación muy lejana… A veces soy
el hijo no reconocido de esas luces, sin embargo, yo dibujo literatura
sin la mecanografía espuria de la elegancia. Yo
dibujo letras que parecen lágrimas.
Si Allan McDonald pudiese
satirizarse o burlarse de sí mismo en una caricatura, hoy por hoy, ¿cómo te
dibujarías?
No
se, nunca tuve esa vocación de ser mártir de nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario