Agrietados,
morenos y polvorientos son los pies de Marcelino Galicia Fabián. Con ellos
recorrió los caminos y las veredas que
lo vieron nacer, crecer huir, danzar y morir. También resucitar como el tigre y
el venado de Tacuba.
En
las primeras décadas del siglo XX Tacuba era 15 casas, monte y vereda tras
vereda geográficamente accidentadas. Es decir: un lugar tan pobre como yermo.
Para aquel entonces Marcelino tenía 20 años. Ya era un hombre. El papá le
obsequió la mejor de las armas para no morir de hambre: un machete marca
Calabozo.
“Un
solo machete se ocupaba en aquel tiempo: Calabozo. Ahí tengo la muestra de uno”
y la pantalla de la “handycam” muestra a un viejito de 103 años que se levanta
de su desvencijada silla y se va hacia el rincón de su casa, toma el machete y
vuelve a ponerse frente a la cámara de quien lo está retratando para la
inmortalidad: Sergio Sibrián, director del documental “El tigre y el venado”.
“Decidí
hacer un documental sobre él, porque me pareció un ser con una fuerza dramática
y con mucha sabiduría”, comenta Sibrián. El director es un joven que trabaja
con la Asociación de Capacitación e Investigación para la Salud Mental
(Acisam).
La
entidad hace labor comunitaria en Tacuba. Capacita a jóvenes en producción de
videos comunitarios. Estos tuvieron la idea de investigar la desaparición del
náhuat. Don Chelino era uno de los últimos hablantes de la lengua ancestral en
ese lugar.
“Acompañé
a los jóvenes y ahí conocí a don Chelino. Desde entonces quedé enamorado de su
vida y quise hacer un documental sobre él”, recuerda Sibrián desde la locación
de la productora Contraluz, misma que edita su trabajo.
Marcelino
Galicia Fabián se traduce al cariño en don Chelino. Nombrarlo de esa manera es
aproximarse a un viejito que ha vuelto a la magia y a la espontaneidad de la
niñez. De su boca desdentada nace un seseo que roza el silbido a la hora de
hablar.
“Con
este me daba de comer yo, con este trabajaba”, prosigue don Chelino ante la
cámara mientras pasa su mano sobre la hoja oxidada de aquel machete que le
sirvió para sobrevivir. Lo toma con orgullo y hace énfasis en la marca como si
fuese la de un carro clásico que logró sobrevivir los vejámenes del tiempo.
La
escena quedó fuera del proyecto cinematográfico de Sibrián, pero revela la
manera sencilla en la que un hombre se forjó su propia felicidad siguiendo los
consejos de sus mayores. Los guardó y
los cuidó del olvido como ahora don Chelino es preservado por Sergio Sibrián
con su documental subtitulado al inglés, francés, alemán y al mismo español.
Los caminos de la
vida
Tacuba
es una población de origen pipil. Su nombre en náhuat significa “patio o campo
de juego de pelota”. Tiene una extensión territorial de 149.98 km donde el 99 %
es de carácter rural. Administrativamente se divide en 14 cantones, 4 barrios,
96 caseríos y 7 colonias.
Don
Chelino vivía en el caserío Los Orantes (a unos cinco kilómetros de Tacuba).
Llegar ahí en vehículo es una odisea. A pie, un calvario.
Estudios
realizados en 1999 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el
desaparecido Consejo Nacional de Cultura (Concultura) indicaban que la pobreza
entre la población indígena de El Salvador era agobiante: el 61 % vivían en
estado de pobreza y el 38 % vivía en estado de pobreza absoluta.
Tacuba
ocupaba el décimo lugar entre los municipios en “pobreza extrema alta en El Salvador”.
Las estadísticas —en resumen— indicaban que la pobreza era una condición que
afectaba al 74.3 % de los hogares salvadoreños (estando un 49.1 % de los mismos
en pobreza extrema). El destartalado y solitario hogar de don Chelino era uno
de esos.
Los
ciudadanos de Tacuba tienen fuertes rasgos indígenas. Don Chelino no era la
excepción. A pesar de que llevaba una larga barba rala que le daba un aire a
chino de la dinastía Ming, su nariz y su morena piel gruesa — y tostada por el
sol— le resaltaba la herencia de sus ancestros.
El
protagonista de “El tigre y el venado” fue un testigo del siglo XX. De la
revuelta indígena-campesina de 1932, don Chelino no sabe nada. Al menos no como
debe ser. Lo único que sabe de aquel momento es que sus familiares fueron
asesinados en el patio de su casa. Él no entendió porqué los perseguían,
mataban y porqué no los dejaban entrar a la escuela. Tampoco se explica porqué
les prohibieron hablar náhuat. Solo sabe que tuvo que huir hacia unas cuevas
fronterizas con Guatemala. Ahí se resguardó y vivió como pudo.
Entrevistado
por estudiantes universitarios, él contó a su manera lo que entendía de
aquello. Un anglosajón también se interesó en su historia. Hasta le pidió
clases de náhuat, sin embargo, sobre las preguntas de 1932, él tenía una espesa
bruma.
“Él
murió con esa duda del porqué fueron asesinados los indígenas y campesinos de
1932. No tenía una posición definida sobre esos hechos. Fue un nahuahablante que
no entendió porqué en las escuelas no podían hablar su idioma”.
“Yo
me recuerdo de eso porque me daban lástima mis familiares… Hasta me escapo a
que se acaben mis lágrimas por el momento de ver a mis familiares muertos en el
patio de la casa, allá en el pueblo [Tacuba]. Mi abuelito llegó llorando porque
le habían matado a un hijo y a una hija”, les cuenta don Chelino a los
investigadores en otra imagen desclasificada del documental. Y desde alguna
laguna mental que lo hace hablar en voz alta, añade una referencia sobre su
silenciado idioma náhuat:
“Toda
la gente antigua así hablaba”.
Tiempo
después —mucho después— don Chelino compartió su herencia cultural. No como se
debía, porque la realidad socioeconómica de su existencia se lo impidió, pero
lo hizo. Así, retomó una de las danzas tradicionales que le enseñaron otros
abuelos indígenas y se volvió el protagonista de el tigre y el venado.
De la danza al
documental
El
tigre y el venado es una danza del municipio de Tacuba (aunque los
historiadores y la bibliografía remiten a una más antigua en San Juan Nonualco,
La Paz y lleva el mismo nombre). Datos inéditos de un trabajo monográfico de la
Casa de la Cultura de Tacuba proporcionados por el coordinador departamental
del Programa Nacional de Alfabetización del Ministerio de Educación, Carlos
Henríquez Ramírez, revela que hasta el año 2002 existían 13 danzas.
En
Tacuba don Chelino era una parte vital en la danza: fabricaba los tambores y
los pitos y los hacía sonar. Él era el corazón musical. O para decirlo mejor:
era el compositor y director de la agrupación.
Por
eso Sergio Sibrián decidió bautizar su trabajo como “El tigre y el venado”.
Aunque hay otra razón:
“El
título es por la danza, pero también es una metáfora porque don Chelino es un sobreviviente
de 1932. El tigre es la comparación del ejército de aquel entonces con los
indígenas que en este caso serían el venado”.
Sibrián
entró en contacto con don Chelino en 2009, pero fue en 2010 cuando surgió la
idea de hacer el documental sobre él. En 2011 inició la filmación. Don Chelino
moriría al año siguiente. Es decir: el día 15 de julio de 2012. Tenía 104 años.
Sergio
Sibrián hizo una promesa: cuando estuviese listo el documental, este sería presentado
primero en la comunidad de don Chelino ante sus vecinos, amigos, conocidos y
familiares.
El
director de “El tigre y el venado” cumplió su promesa en 2013: presentó en la
comunidad Los Orantes su documental. Lo hizo en el día en que don Chelino
cumpliría 105 años.
—
¿Qué fue lo más bonito que le pasó don Chelino en 104 años de edad?, le
pregunto a Sergio Sibrián.
—
Haber comido una variedad de carnes: garrobo, conejo, camarones, cangrejos”,
responde.
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