martes, 24 de julio de 2018

Roberto Valencia: Si chasqueáramos los dedos para eliminar a los pandilleros, mañana El Salvador seguiría siendo violento






En los últimos años de la década de 1990 irrumpió en la conciencia de El Salvador un adolescente de nombre Gustavo Adolfo Parada Morales. Gracias a la resonancia que los medios de comunicación hicieron sobre él, se convertiría en el primer pandillero mediático del país y la sociedad entera lo conocería como El Directo.

Fue el líder de una célula de la Mara Salvatrucha: la Pana Di Locos. Su actividad delictiva la desarrolló en su lugar de nacimiento (1982), el departamento de San Miguel (zona oriental del país centroamericano).

El Directo vivió a hierro y a hierro murió. Entre lo uno y lo otro hubo poder, drogas, amores, asesinatos, traición, cárcel-fuga-cárcel, sobrevivencia, lucha contra las vicisitudes de su entorno y la repercusión de sus actos que lo llevaron al ocaso de sus días.

Ahora es figura clave del libro 'Carta desde Zacatraz' (editorial Libros del K. O.) del periodista vasco-salvadoreño Roberto Valencia, del equipo Sala Negra del periódico digital El Faro.

"El Directo fue la excusa para hablar del fenómeno de las pandillas y de las cosas que se hicieron tanto desde las políticas públicas como desde la sociedad para frenar [el flagelo] de las maras", le comenta el periodista a BBC Mundo en San Salvador.

'Carta desde Zacatraz' es una investigación periodística de ocho años de faena. En el libro concurren más de 50 fuentes que no solo hablan del Directo, sino del aparecimiento y evolución de las pandillas y de las fallidas medidas de represión de los gobiernos de derecha e izquierda que solo hicieron más complejo el tema.

Y a pesar de tantos años de convivencia con esta expresión de violencia, los salvadoreños y sus gobiernos "desconocen" el fenómeno de las pandillas.

"En esta sociedad [salvadoreña] hay gente que opina que es lo mismo, que todos son lo mismo y que todos se mueran, pero si querés solucionar un problema —y esto es una premisa básica— es necesario conocer el problema y no decir que todo es la misma mierda", señala el periodista Roberto Valencia.


¿Qué era de vos la primera vez que escuchaste hablar del Directo?
Trabajaba en El Diario de Hoy y estaba al frente de un suplemento que se llamaba El Diario de Oriente que se escribía solo para los cuatro departamentos de la zona Oriental de El Salvador. El personaje [el Directo] es de San Miguel y ahí había tenido su actividad y creímos interesante entrevistarlo. Eso fue en 2001.  Su ‘bum’ mediático fue en 1999. ..

Entiendo que el Directo te interesó por la amplificación que los medios hicieron de su figura, pero en tu libro dejás ver que tu primer encuentro con él cara a cara te decepcionó…
Sí, claro. [Pasa que] cuando leés sobre el personaje y lo que fue el Directo y el peso que tuvo… Hoy si alguien consulta en Google aparece en los listados internacionales del asesino en serie más peligroso del mundo. Y eso sigue siendo el Directo. Cuando yo fui a verlo —recién llegado a El Salvador— me llevé esa pequeña decepción porque no era tan imponente físicamente como en mi mente se había proyectado. Y el personaje que yo tuve que entrevistar era un tipo tímido al que costaba sacarle las respuestas. Era un joven al que le costaba verte a los ojos. Me esperaba a un personaje tipo Hannibal Lecter o algo así. Eso fue en 2001. Lo volví a entrevistar en 2012 en el Penal de Máxima Seguridad —conocido como Zacatraz— y ahí era otra persona. Al menos frente a mí. Era alguien mucho más seguro de sí mismo, empoderado. Más inteligente.

¿Qué hizo evolucionar al Directo: las pandillas, los medios de comunicación o su sed de poder?
El Directo fue un personaje muy inteligente. No hablo de una inteligencia labrada en las aulas o haciendo másteres. Hablo de que él supo reaccionar a los estímulos que la vida le deparaba. Cuando él se fuga y es recapturado, la Mara Salvatrucha ya lo tenía amenazado de muerte y él actúa y se adapta para hacer frente a esa situación. Él en un principio intentó anular esa luz verde [condena a muerte], intentó reconciliarse con la pandilla. Cuando él se da cuenta de que eso no será posible, él se adapta [a sus circunstancias]. Eso será muy habitual en su vida. Y eso le llevará a diferentes lugares de la vida. Es un sobreviviente dentro de una sociedad violenta.

Algo que noté en el libro es que él está carente de afecto, solitario y que su acercamiento a la Mara Salvatrucha lo hace sin timidez, decidido…
El detonante —según mi reporteo— es que su madre lo echa de casa. Así de claro. Él era un niño. Y ese mismo día se brinca [rito de ingreso que es una paliza de trece segundos en la que no puede defenderse] en la pandilla. Claro: no es del todo justo señalar que hay situaciones de causa y efecto tan [radicales] para decir que si pasó esto la consecuencia es esto otro. Pero yo sí llegué al convencimiento de que la madre tiene un rol importante en cómo terminó siendo el Directo. Y dentro del comportamiento de la madre está una mujer violenta, golpeadora… [Ella] no estaría en mi estándar de madre ideal. Y eso no es una especulación mía. Todas las personas con las que hablé y que tuvieron un trato intenso con la madre del Directo tienen las mismas conclusiones.

¿En qué momento Gustavo pasa a ser el Directo?
Va y viene. Pero a ver: si nos vamos a lo estricto, él no se brincó como el Directo. La taca [alias] que le pusieron fue el Flaco. Esa taca se rebautiza en 1998. En el libro manejo que después de su paso por los centros de internamiento de menores quiso hacer su vida fuera de la pandilla. Y lo intentó. En el libro yo eso lo manejo volviéndolo a llamar Gustavo. O sea: no hay un único momento en el que empezó a ser el Directo para el resto de su vida. Y eso yo lo manejo —digamos— como estrategia narrativa. Cuando es niño, pues es el niño Gustavo Adolfo. Luego lo llamo el Directo en ese periodo de su intensa vida criminal cuando él tenía 16, 17, 18 años. Para mí —como autor— el Directo pasa a ser de nuevo Gustavo en el periodo que regresa a El Salvador desde Costa Rica y  tiene un periodo —al menos yo me convencí— de que sí quería una vida al margen de la actividad criminal.

En ese mismo sentido, tu investigación deja ver que el Directo tuvo una lucha entre dejar de hacer daño al otro o mantenerse fiel a la pandilla al punto de que quiso reivindicarse con ella…
Sí. Ese periodo ocupa varias páginas en el libro, pero en cuestión de tiempo para una vida de más de treinta años no es tan largo. Sí que hay unos meses que él intenta reconciliarse con su pandilla [Mara Salvatrucha], pero no le cuesta tanto entender que eso es imposible.

En el apogeo mediático del Directo su vanidad estaba a flor de piel. ¿Los medios de comunicación jugaron un papel decisivo en la mente del Directo y fueron un incentivo en los jóvenes para que ingresaran a las pandillas?
Antes de escribir el libro, yo ya era crítico del rol que desempeñaron —y siguen desempeñando— los medios de comunicación en El Salvador. Las pandillas son un problema inminentemente social. Los medios de comunicación —para bien o para mal— han tenido un rol en el desarrollo del fenómeno. A mediados de 1990 los suplementos juveniles de La Prensa Gráfica y de El Diario de Hoy publicaban cómo vestirse y cómo hablar para parecer pandillero, para verte “cool”. El Directo es un producto de los medios de comunicación y de las fuerzas que hay detrás de ellos. Llegué a la conclusión inequívoca de que el Directo era un asesino como un montón de jóvenes [pandilleros] que tuvieron comportamientos muy similares a las de él, pero al que se eligió para que fuera un referente —para bien o para mal— en este país fue el Directo. Y no fue una decisión gratuita. En esa época estaba el debate la Ley del Menor Infractor [actual Ley Penal Juvenil] y él aparece en el momento idóneo y él es la persona en la que se montan ciertos debates entre grupos que estaban a favor y en contra de esa ley.

¿Alguna anécdota en especial —a partir de tu investigación— que recordés con atención de Gustavo o del Directo?
En el libro yo le doy una dimensión humana al personaje como lo tienen todas las personas. Quien lea el libro le quedará claro que Gustavo era un asesino. [La anécdota] sería su deseo de regresarse con la psicóloga a Costa Rica —fue un episodio importante de su vida que lo define— una vez que recupera la libertad. Está —aparentemente— enamorado y tiene que regresar él solo a Costa Rica por esa persona. Y repito: todas las personas —incluso el asesino más asesino— tiene una dimensión humano y yo recojo eso en el libro.

Y en esta dimensión humana, el Directo tuvo amores, sexo, drogas, armas, poder. ¿Pero cómo fue como padre y compañero de vida?
Su rol de padre lo ejerció desde la prisión. Las referencias más expresas de lo que me preguntas son las de la esposa. Ella lo definió como un buen padre. Padre amoroso y que cuidaba a sus hijos y que estaba dispuesto a hacer sacrificios como empeñar un dinero que había venido recogiendo para procurarse una mejor atención en el sistema judicial, [pero ese dinero] lo empleó ante una enfermedad que tuvo su hija. Y era un personaje machista hasta niveles enfermizos.

¿Has tenido contacto con la madre del Directo o con sus hijos luego de su asesinato?
No. Sé que luego de su muerte la familia tuvo que moverse. La traición dentro de la pandilla [se paga] con la muerte y es muy probable que alcance al resto de la familia.

¿Hubieses publicado el libro si estuviera vivo el Directo y su esposa? ¿O le habrías hecho algunos matices?
El libro se iba a publicar con o sin él. Cuando lo matan en 2013 ya estaba una parte escrita. No solo era una idea. Ya había algo escrito. Las muertes cerraron un proceso. Obviamente, si no hubiera pasado lo que pasó, pues el libro sería otro. Y no me refiero a que el capítulo de la muerte no estaría. Hubo ciertas pláticas con su esposa que fueron “off the record”, cosas que me confiaba. Pero la muerte de su esposa y luego la muerte del Directo levantó ese “off the record”.

¿Te involucraste con el personaje o llegó a incomodarte?
No. Llevo veinte años en este oficio y me ha tocado entrevistar a todo tipo de personas. Y uno tiene cierta coraza, ciertos cayos. Pasé cuatro días con él en Zacatecoluca. Fueron doce horas de conversación. Pero esa entrevista con él fue un insumo para el libro. El libro no es el relato del Directo de su propia vida. O sea: él es una fuente entre cincuenta y sesenta fuentes vivas más todo el trabajo documental. ‘Carta desde Zacatraz’ no es la transcripción sobre lo que él contó de su existencia. Ni un asesino ni un santo cuenta los trapos sucios de su vida o las vergüenzas que todos vamos acumulando durante el tiempo.

¿Qué pasó por tu mente cuando asesinaron a Rosa María y luego al Directo?
No solo pasó por mi mente. Saqué un texto [al respecto]. Sí que me dolió esa muerte. No tanto la de él, sino la de ella. Yo me convencí de que esa mujer se merecía algo mejor en la vida. Era una luchadora nata. Alguien que nace en unas condiciones sociales en una comunidad empobrecida… creo que eso le marca. Y este es uno de esos casos en los que esa misma persona si hubiera nacido en otro estrato social sería alguien que estuviera no sé dónde, pero no muerta… O al menos creo que no habría muerto en estas circunstancias. Creo que… Su muerte sí me dolió. Me trastocó de alguna manera. 

Hay un giro importante en tu libro y es cuando las autoridades que ven el caso del Directo deciden sacarlo a Costa Rica para que se rehabilite. Ahí se encontró el amor, la libertad. Lo regresan a El Salvador y el vuelve a Costa Rica por ese amor, pero parece que su machismo —como vos dijiste anteriormente— echa por la borda esta oportunidad…
Eh… No sé si sería tan concluyente. Esa fue la época más esperanzadora de su vida y en la que él se choca con la realidad. En un principio él ya había cumplido —y podemos estar de acuerdo o no— el castigo que le impuso la sociedad y había salido en libertad no por una fuga, sino porque una jueza estimó que ameritaba regresar a la sociedad y choca con esa sociedad que rechaza a un personaje como él. Y está en juego cómo vive él su libertad en El Salvador y cómo vive él su libertad en Costa Rica. En esa sociedad no era un personaje tan conocido. Creo que eso fue un choque para él de lo que pudo haber sido en San José y lo que le tocó vivir en El Salvador, porque entra en una dinámica de persecución, [aparece] el Plan Mano Dura cuando él estaba en libertad y le tocó vivir ese embate del Gobierno contra las pandillas siendo él el Directo. O sea: era conocido por toda la sociedad.

Hay una ausencia notable en tu libro y es la voz de Giselle [la psicóloga costarricense que se involucra sentimentalmente con el Directo]. ¿Por qué no la buscaste?
¡Sí lo hice! Intenté a todas luces dar con ella y no di. Pregunté en el colegio de psicólogos de Costa Rica, pero el dato que tenía era el nombre. La persona que podría haberme ayudado era el terapeuta Víquez [que aparece en el libro]. Obviamente le pedí [la ayuda], pero juzgó que no era… O sea: no me dio el dato. Si por alguna extraña circunstancia lee mi libro, ella me buscará aunque sea para hablar informalmente. Tengo esa esperanza.

¿El Directo traicionó a la pandilla o la pandilla lo traicionó a él?
Eso se escapa del Directo incluso como persona. En San Miguel la pandilla hegemónica era la Mara Salvatrucha desde sus inicios. En 1998 estalla una guerra fratricida entre clicas [células] que se prolonga hasta el año 2004. La Mara Salvatrucha tiene una especie de guerra civil. Es decir: emeeses matando a emeeses en guerra, no en pugnas internas. En esta dinámica está el Directo, pero es una guerra que le sobrepasa a él. Y la mayor prueba es que él sale de la pandilla cuando estalla su caso (1999), pero la guerra durará hasta 2004.

¿Realmente la Mara Salvatrucha le dio una oportunidad para regresar a sus filas o era una trampa para asesinarlo?
Eso no lo sé yo ni lo sabe nadie. Yo sí creo que el ofrecimiento de reingresar fue honesto. Yo lo que constato como periodista es que hubo es ofrecimiento, porque me lo dice el que hizo el ofrecimiento y el que lo recibe.

Al terminar el libro surge la pregunta, ¿quién es el autor del asesinato del Directo: fue la pandilla o la sociedad que lo termina empujando a un callejón sin salida?
Sería un debate. Sobre eso se podría escribir otro libro. [Pero] vaya: al Directo lo mata su pandilla: La Mirada Locos. Ellos llegan a la conclusión de que él ha matado a su líder en la libre [en libertad, no encarcelado] (Lil Dreamer) y lo matan. Eso es así. Fue un hecho. No podemos entrar en el debate filosófico de hasta dónde podemos buscar responsabilidades, porque podríamos escarbar hasta llegar a ese momento en el que su madre lo echa de la casa siendo un niño.

¿Cómo llegaste a la editorial Libros del K. O.?
Tengo muchos amigos que publican ahí: Alberto Arce, Ander Izaguirre. Me hablaron muy bien de la editorial. En 2013 tengo la oportunidad de sentarme con el que a la postre fue el editor del libro (Emilio Sánchez Mediavilla). Hubo un proceso de edición muy largo [que respetó el español salvadoreño y la jerga de las pandillas].

Voy a incordiar desde las víctimas, la ética y los lectores. ¿Pensaste en las víctimas del Directo?
Cada quien es libre de hacer las interpretaciones… El proceso de reporteo [que hice] es similar al de escribir una crónica o una nota del día. A todas las personas que consulté les dije —con grabadora en mano— que esto [el reporteo] iba para un libro. Es legítimo que alguien lea el libro y se pueda sentir molesto. Lo que puedo garantizar es que lo hice con los parámetros de ética y profesionalidad que nos exigimos en Sala Negra [del periódico El Faro] que son muy altos.

Dijiste que tu trabajo ya tenía forma antes de la muerte del Directo. ¿Él vio algún borrador de tu investigación? ¿O la pandilla? ¿O su familia?
No, no, no. No en absoluto. Yo como autor quiero que lo que publico sea lo más ajustado posible con la realidad, con lo que estoy narrando. Hice que ciertos fragmentos [del libro] los leyeran ciertas personas, gente de mi confianza, gente que conoce el fenómeno de las pandillas.

¿Le pasa factura a tu credibilidad periodística las acusaciones de que sos un apologista de las pandillas? 
O sea… No, no me pasa ningún tipo de factura. Hay gente que lo está diciendo y eso se ve en las redes sociales, [pero] es gente que desconoce totalmente el fenómeno de las pandillas. O es gente —y es a la que más respeto— que ha vivido en primera persona el daño de las pandillas: una extorsión, un asesinato, [una amenaza]. Y luego hay gente que quiere hacer ruido alrededor del fenómeno.

¿Cómo cuidas tus fuentes? ¿Les han causado daño, intimidación o asesinato a tus fuentes o las fuentes de Sala Negra?
En lo particular tengo la suerte de decir que un país tan violento como El Salvador no he tenido ningún problema de ese tipo [con las fuentes]. Nosotros armamos unas estructuras de defensa para que no reconozcan  [nuestras fuentes]. No hemos tenido ningún problema.

Mientras reporteabas y escribías tu investigación, ¿cuáles fueron las preguntas éticas que te surgieron y cómo las resolvías?
[Silencio…]

Es decir, preguntas como: ‘le doy voz a este cabrón sí o no, le permito que diga esto…’
No, no, no. Yo tenía claro que él [el Directo] iba a ser el protagonista de mi libro. Habrá algunas personas, pero por otras razones que… Cualquiera que lea el libro le quedará claro que [el Directo] es un asesino. Y es el retrato de esa persona… No sé qué más decirte.

Hay una duda que queda al terminar de leer tu libro. Y es: ¿hiciste algo a las espaldas del Directo…? Lo planteo por…
¿Por haber ido a la casa de…? Cualquiera que lea el libro… [ríe]. [El Directo] era una persona muy violenta, muy celosa, muy machista. Ir a su casa y estar hablando con su esposa y con sus hijos fue a espaldas [del Directo]. Él no sabía. Él no había autorizado esa visita. Él no supo. Murió sin saber eso. Y esa es una de las cuestiones que si estuviera vivo [eso] no estaría en el libro. Hubiera respetado eso que me pidió Rosa [María] por su protección. Cuando está muerta, pues esa petición deja de tener sentido.

Otra más: ¿llamaste a las cárceles? Es decir: vos desde la calle hacia dentro del sistema penitenciario.
Sí, claro. Y no solo hablé con él. Hablé con alguien de La Mirada. Ahora ha de estar más complicado por las medidas extraordinarias. En los años de reporteo más intenso para este libro, cualquier líder tenía su teléfono en la cárcel. Cuando empezamos nosotros en Sala Negra teníamos una agenda con seis, siete personas que estaban en las cárceles. Eran pandilleros y no pandilleros.

Me acaba de nacer una curiosidad muy personal. ¿Lo de las llamadas a las cárceles no es saltarse un poco la barda de la ética?
No, para mí no. Es una fuente que brinda información. Es una fuente que tienes una manera de dar con ella y es un número de teléfono. No le veo el más mínimo problema ético.

Algo que deja entrever tu libro es que llamada que hacías o entraba a tu celular la grababas. ¿La gente al otro lado del teléfono se enteraba de que las estabas grabando [para la investigación]?
Eh… Sí, no. De hecho... Yo sí tengo… Sí tengo grabada algunas pláticas que yo intuía que podían tener un filón informativo. Eso… A ver: yo tengo un grabador de llamadas en este teléfono. Yo creo que mucha gente lo tiene. Es una ‘app’ que se descarga. Lo que no voy a hacer es usar una llamada en contra de la voluntad de una persona que no ha autorizado usar esa llamada.

Algún lector podría preguntar: ¿te has hecho amigos de pandilleros o pandilleras?
No. Y no por nada en especial. Yo soy alguien —quizás por mi condición de vasco— que uso con mucho cuidado esa palabra: ‘amigo’. Uno tiene cheros [personas cercanas], pero en la vida soy de los que creo que es mejor tener muy pocos amigos. A la gente que yo llamo ‘amigo’ los meto en los dedos de una mano.

Entre los agradecimientos que das en tu libro está el nombre de Leila Guerriero. ¿Le mostraste la investigación, le contaste tu idea? 
Ella cambió —para bien— mi concepción del periodismo. Sin ella este libro no existiría. Y esa es la razón por la que la incluyo en los agradecimientos. Le planteé que me escribiera el prólogo, pero muy coherente, muy Leila, muy fiel a sí misma, pues me dijo que esa petición se la hacen docenas de veces cada año y que dar un sí ahora le supondría tener a docenas de personas con mala cara por haberles dicho que no y a mí sí. Yo lo respeté y por eso el libro no tiene prólogo. No busqué un sustituto.

¿Sirvieron de algo los planes gubernamentales como Plan Mano Dura, la Súper Mano Dura y las Medidas Extraordinarias contra las pandillas?
Sí, claro que sirvieron. En la evolución del fenómeno de las pandillas para mí hay dos puntos de inflexión clarísimos. Uno es el inicio de las políticas “manoduristas” (2003) y el otro es la Tregua (2012-2014). ¿Sirvieron? Sí, sirvieron. Pero bajo mi lectura sirvieron para complicar el problema, para extenderlo. Es como tener una mancha en la camisa blanca y frotándola la querés limpiar y al final terminas con una mancha cuatro veces más grande. Eso es lo que entiendo que pasó.

¿Acabará Donald Trump con la Mara Salvatrucha como dice él?
No, no, no. Ni creo que lo desee. Donald Trump está usando a la Mara Salvatrucha. Esto sería para entrar a otro debate. Es un error decir que la Mara Salvatrucha de Estados Unidos es la misma de El Salvador. Lo único que tienen en común es el nombre. Son fenómenos que si bien tienen la misma raíz, en el caso de El Salvador ha evolucionado durante veinticinco, treinta años en función de las características de la sociedad salvadoreña. Después de esta evolución, el producto final se parece bien poco a lo que salió en sus días de Los Ángeles. La Mara Salvatrucha es una entre cientos de pandillas latinas, asiáticas, negras, arias. Cuando Donald Trump se refiere a la Mara Salvatrucha no está hablando de la Mara Salvatrucha de San Miguel. Aunque él o sus asesores crean que sí.

A las personas que trabajan temas de violencia y pandillas siempre les pregunto: ¿la sociedad salvadoreña perdió la batalla contra las pandillas?
La sociedad salvadoreña está condenada a vivir con las pandillas por varias generaciones. Y a convivir no solo con las pandillas, sino con la violencia en general, lamentablemente. Y lo digo lamentablemente porque yo soy padre de dos hijas salvadoreñas que son pequeñas, pero que ya van a entrar a la adolescencia y van a tener que criarse y vivir en esta sociedad violenta. La violencia de la sociedad salvadoreña no tiene que ver únicamente con el problema de las pandillas. Las pandillas son la expresión de una sociedad ultraviolenta. Violencia que se expresa de diferentes maneras. Y una de ellas es el fenómeno de las pandillas. Si chasqueáramos los dedos para eliminar a los pandilleros, mañana El Salvador seguiría siendo una sociedad violenta.

En tus textos y en tus redes sociales he visto tus opiniones sobre periodistas de El Salvador y de otros países que han abordado el tema de las pandillas, pero me da la impresión que a vos te da escozor la forma en que lo hacen…
No es escozor. La academia, el periodismo, las autoridades mismas hablan muchas veces del fenómeno de las pandillas desde el desconocimiento más absoluto. [Por ejemplo]: vas a encontrar artículos de reporteros que llevan años “cubriendo” el fenómeno de las pandillas que te dicen que la Mirada Locos es una clica de la Mara Salvatrucha. Encontrás autoridades diciendo eso. Encontrás portadas recientes de periódicos que dicen que la Mara Salvatrucha se ha partido en dos —como le ocurrió al Barrio 18— y que ahora hay una Mara Salvatrucha 503. Alguien creyó el cuento de fuentes interesadas como las del Gobierno. Cuando yo veo eso, salto. Pero no es escozor. Es apego a los hechos, a la realidad. La partición del Barrio 18 es un proceso. No ocurre en un día. Fue de varios años y ocurre en la segunda mitad de la década pasada. Los periodistas del área judicial [en los momentos que se dio la Tregua] no sabían que el Barrio 18 estaba partido en dos. A mí eso me parece gravísimo. En esta sociedad [salvadoreña] hay gente que opina que es lo mismo, que todos son lo mismo, y que todos se mueran, pero si querés solucionar un problema —y esto es una premisa básica— es necesario conocer el problema y no decir que todo es la misma mierda. Alguna vez me he sentido en la libertad de corregir cuestiones burdas que se publican. Y no estoy hablando del ámbito de las opiniones, estoy hablando del ámbito de los hechos.

El Faro y tus compañeros de Sala Negra publicaron que el Gobierno [del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)] conspiró en la posible partición de la Mara Salvatrucha [para crear la facción disidente Mara Salvatrucha 503].
El Faro destapó que el Gobierno [liderado por Salvador Sánchez Cerén] había querido esa partición aprovechando unas disidencias. Fomentó esas disidencias. En 2017 sacó a un grupo —en plena medidas extraordinarias— de líderes de Zacatraz y los llevó al penal de Ciudad Barrios con la idea de que ese grupo diera una especie de “golpe de Estado” en la [cúpula] de la pandilla. Algo que no pasó. La Mara Salvatrucha tiene una implantación territorial que es indiscutiblemente la mayor [y para las intenciones proselitistas del FMLN, pues la pandilla resultaba un obstáculo] Hay comunicados de ellos [los pandilleros] diciendo que van a pasar factura y se la van a cobrar en las elecciones [de diputados y alcaldes del pasado 4 de marzo de 2017, porque “el gobierno del FMLN iba a reducir la represión contra nuestra gente y abrir canales para buscar el diálogo”]. El liderazgo de la pandilla es hostil hacia el Gobierno. Que la partición de la Mara Salvatrucha sea algo bueno para la sociedad, pues yo no lo veo tan claro. Es enrevesar el problema. El Gobierno tenía claros intereses en que el liderazgo histórico de la Mara Salvatrucha —el Diablo de la Hollywood Locos, por ejemplo— dejara de serlo. Dentro de esto cuadran estos movimientos [en los penales].

¿Las pandillas tienen el control de El Salvador?
Tienen el control de las calles, de las comunidades de clase media baja y baja. Para mí tiene el control de más de la mitad del territorio nacional. Es un control agresivo y en otros es más tenue ese control, pero existe. Condicionan el diario vivir de cientos de miles, sino millones de salvadoreños. Y eso cada día. Si alguien vive en la comunidad Las Palmas no puede moverse y no te hablo de un pandillero, te hablo de si alguien vive, sufre a la pandilla que tienen en Las Palmas, esa persona no se puede mover libremente por la ciudad. No puede ir a otro instituto a estudiar o ir a visitar a un familiar que está en otro lugar. Creo que el problema de las pandillas ha crecido tanto porque afecta —y los muertos y las consecuencias— las ponen sobre todo la gente excluida, la gente que nomás para el día de las votaciones se les tiene en cuenta.

¿Qué debe tener un proyecto de rehabilitación para que funcione?
¡Uf! No creo que nadie tenga esa respuesta. He seguido los pasos de una [entidad] que se llama Fundación Forever y me parece que está haciendo las cosas razonablemente bien, pero después de quince años su impacto es muy limitado. Hay valores culturales que hay que revertir, trabajar. Hay un clasismo en la sociedad salvadoreña muy arraigado y que para mí es uno de los causantes de los muchos problemas de convivencia que tenemos en El Salvador. Desmontar esas cosas… Ojalá se pudiera con un plan de gobierno, con un programa. Hay que hacerlo, pero hay que hacer muchísimo más. Yo me temo a que estamos condenados —una o dos generaciones más— a ser una sociedad ultraviolenta. Si hoy empezáramos a hacer bien las cosas, siempre tendríamos que convivir con la violencia por un periodo largo.

¿Y qué valoración hacés de la Tregua del expresidente Mauricio Funes?
La Tregua fue un proceso oscuro y su principal responsable político sigue hasta el día de hoy sin reconocer a su hijo político. Fue un proceso que se hizo bajo la mesa. Turbio. También creo que para solucionar el problema de convivencia que tenemos y en el que las pandillas es la expresión más visible, pues no hay forma que no pase por el diálogo. Apostar por la vía represiva —haciéndose incluso bien— no podemos tener en las cárceles a 400 mil personas. No tenemos cárceles para meter a tanta gente por la vía de la represión. Es un hecho que no resiste el análisis matemático más simple. Tenemos que pensar en otras maneras. Lo han hecho otras sociedades con conflictos muy violentos, muy sangrientos que han buscado otras vías de solución.


* La primera versión de esta conversación apareció en BBC News Mundo con el título: "La sociedad de El Salvador está condenada a vivir con las pandillas por varias generaciones" 

** La fotografía que ilustra este texto es cortesía del fotoperiodista salvadoreño, Francisco Campos / La Prensa Gráfica. 



viernes, 22 de junio de 2018

Beatriz: "Quisiera ser como antes"



El 25 de noviembre se conmemoró el Día de la No Violencia contra la Mujer. El Faro buscó a Beatriz, la joven a quien el Estado salvadoreño negó un aborto terapéutico, a pesar de las peticiones locales e internacionales que señalaban la grave amenaza a la vida de la madre si no se le interrumpía el embarazo. Beatriz considera al Instituto de Medicina Legal culpable de sus secuelas físicas porque rechazó que abortara la gestación.

Beatriz ya no es Beatriz. No puede serlo, aunque quiera. Parte de lo que fue quedó atrás. De aquella vida tranquila y anónima le queda un recuerdo que le arranca una sonrisa. Nada más. Y ella al presente intenta arrancarle un poco de paciencia y de silencio. Paciencia porque quiere ver prosperar la demanda que interpuso aquel noviembre de 2013 contra el Estado salvadoreño. Silencio porque los dolores de cabeza aparecen con frecuencia. Lo demás es una esperanza abreviada: estar al lado de su hijo y verlo crecer.

Esa misma aspiración se frustró con el segundo fruto de su vientre: Leilani Beatriz. Por eso le lleva flores a la tumba y le explica que su muerte quizás estuvo sujeta a la voluntad de Dios y que con eso nadie se mete. Y que, a pesar de todo, ojalá que estuviera viva. Y que no dude que si las cosas hubiesen sido de otra manera, ella hubiese dado la vida misma por verla andar.

Pero la voluntad de Dios no era esa. Quizás.

Beatriz puso durante meses en un lugar destacado de la opinión pública local e internacional a El Salvador por sus leyes absolutas en contra del aborto. Ella necesitaba uno terapéutico en 2013. Los médicos advirtieron que su bebé vendría al mundo sin cerebro y que este moriría pronto. Y así fue: solo vivió cinco horas. Y también advirtieron que dado su cuadro clínico, continuar con el embarazo suponía una amenaza grave y clara contra su vida.

Con ayuda de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local de El Salvador, la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto Terapéutico, Ético y Eugenésico de El Salvador, Ipas Centroamérica y el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil), Beatriz entabló una demanda contra el Estado salvadoreño en noviembre de 2013.

Aunque su vida corría peligro, las leyes del país penalizan cualquier interrupción del embarazo desde 1998. Así, cuando el caso de Beatriz salió a la luz pública el primer semestre de 2013, el país se dividió entre quienes estaban a favor de ablandar la legislación sobre el aborto y entre quienes estaban en contra de cambiar la prohibición actual. Las feministas y los defensores de los derechos humanos se unieron —tras la demanda contra el Estado salvadoreño— a la campaña “Yo apoyo la demanda de Beatriz, porque me importa salvar la vida de las mujeres”.

En ese mismo contexto, la exmáxima autoridad de la Procuraduría de la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), Óscar Luna, esbozó una opinión sobre los hechos: que debía salvarse la vida de la madre porque ella ya tenía un hijo por quién vivir. Además, advirtió que el precedente del caso Beatriz debía servir a los diputados salvadoreños para revisar la legislación sobre el aborto.

“Por encima de todo, para mí lo decisivo es proteger la vida de Beatriz”, opinó en mayo de 2013 la exministra de Salud, María Isabel Rodríguez. La exfuncionaria no escondió en privado sus opiniones y se amparó en los informes médicos que predijeron lo que ahora todos sabemos: que la bebé no sobreviviría.

—¿Usted siente que el Estado salvadoreño le dio la espalda por un caso que llevaba sobre sus hombros?

—Sí, yo digo que sí. Sí, me dio la espalda.

Como periodista, sabía sobre su caso, pero no tenía ninguna imagen de ella. Realmente nadie o casi nadie la tiene. Su círculo es muy íntimo y hermético, pero al tenerla frente a frente solo pude decirme: “Usted no puede ser Beatriz”.

Pero sí lo era.

Recordé el verso de Fernando Pessoa: “El mundo es de quien nace para conquistarlo y no para quien sueña que puede conquistarlo”. Beatriz no quiso ni lo primero ni lo segundo. Tampoco lo tercero: ser víctima de las circunstancias. A eso unos le llaman, destino; descuido le llaman otros. Desigualdad de condiciones quizás sea lo que más se aproxime a la realidad de Beatriz.

* * *

Frente a mí veo a una joven muy nerviosa. No sé si quiere hablar realmente del tema. Al ver la grabadora encendida, ella se pone más tímida, curva su cuerpo y se hunde en la silla. Evocar el pasado en el que se sintió en ruinas no debe de ser fácil.

Saco la batería de preguntas que serán mi punto de partida, pero inmediatamente logro ver lo que después me dirá que son las secuelas sobre un embarazo por el que los especialistas pedían la interrupción: manchas claras en su cuerpo.

Vitiligo, deduzco.

Luego sabré que son las secuelas de un Estado que no le permitió interrumpir su embarazo cuando se debía. Manchas. Beatriz cuando habla de manchas no sé si se refiere a las físicas o a las emocionales.

—Si pudiera recordar algo que le dé una sonrisa, ¿qué sería?

—Yo quisiera ser como era antes. Mi cuerpo no está bien, ya no es como antes. No quisiera tener estas manchas. Me siento manchada. Ya no soy la misma.

Aparece un largo silencio. Es evidente que se siente incómoda. Baja la cabeza, frota sus dedos y mira sus manos. Solo ella sabe si está esperando la próxima pregunta o está esperando a que la conversación termine de inmediato. De pronto se entera de que hay un almuerzo para ella y para su hijo. El niño tiene tres años de edad y se le escucha correr y jugar fuera del cuarto donde hacemos la entrevista. El pequeño lanza piedritas a unas flores y rebotan en la pared. Las recoge y vuelve a hacer lo mismo. Se cansa de las piedras y va a sus carritos de plástico.

Un ánimo asoma en los ojos de Beatriz.

Beatriz es del departamento de Usulután. Está enferma con lo que se conoce como lupus eritematoso, una afección que complicó su primer embarazo y que se convirtió en todo un problema en el segundo. Luego vinieron otros males para su organismo desde problemas con su presión arterial pasando por las jaquecas hasta las manchas en su cuerpo.

Su primer hijo vino al mundo —como su fallecida hija— por cesárea. Su miedo a que su hijo muriera por ser un parto prematuro y su deseo de ser madre hizo que obviara la esterilización tras el primer alumbramiento. Aquello tuvo un giro. Ahora tiene otra perspectiva sobre sus anhelos.

—¿Cambió su manera de ser madre? ¿La ha hecho más fuerte?

—Cuando estaba [en mi segundo] embarazo creí que me iba a morir y pensaba en mi hijo, pero yo tenía que vivir. Tengo a alguien por quien vivir.

—¿Intentaría ser madre de nuevo?

—No, ya no. Ya no puedo: me esterilicé.

El caso Beatriz ganó muchas antipatías en El Salvador. Hubo debates sin ella por todas partes: radio, televisión, mundo virtual y prensa escrita. Incluso en la calle. Los columnistas de los medios tradicionales le gritaban desde su opinión escrita. María Teresa Simán Siri titulaba en El Diario de Hoy: “Beatriz, no lo mates”. Y en su texto le pedía: “¡No lo mates porque es un embarazo de alto riesgo! Él o ella tienen el mismo derecho a vivir que tú”.
La presidenta de la Fundación Sí a la Vida, Julia Regina de Cardenal, opinó que el caso se estaba manipulando para agredir la vida desde la concepción. La Iglesia Católica no quiso quedarse al margen de los hechos y el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, habló: "Para mí quien tiene más peligro es el niño que está en gestación, hay todo un esfuerzo por interrumpir su vida".

En el Estado salvadoreño hubo quienes tampoco se guardaron sus voces en contra de la petición de Beatriz de que se le permitiera interrumpir su embarazo. El director del Instituto de Medicina Legal, Miguel Fortín Magaña, afirmó que su vida no corría peligro y que se le había vendido la idea a la población de que su existencia estaba en jaque si no se interrumpía el embarazo. En en el Canal TVX afirmó “el caso [de Beatriz] es inédito. Es una excepción que se ocupó para hacer una campaña” y añadió que “el aborto eugenésico es para mí la forma más grotesca de intentar la despenalización del aborto” porque “es como hacían los nazis: que mataban a los bebés porque no les gustaban”.

—El director de Medicina Legal es del Opus Dei. ¿Usted cree que personas religiosas o vinculadas con la Iglesia deberían desempeñar cargos públicos que después afectan a terceros como en su caso?

—Medicina Legal dijo que a mí no me iba a pasar nada, que yo estaba bien. Medicina Legal tiene culpa porque no dejaron hacer lo que tenían que hacer los médicos.

Para los médicos salvadoreños Beatriz se convirtió en un dilema: o se le practicaba un aborto o se le inducía a un parto. Hacer lo primero los ponía en riesgo de convertirse en los nuevos huéspedes del sistema carcelario del país y sin duda los imposibilitaría para ejercer la profesión médica.

Mientras tanto, el mundo leía la petición de Beatriz:

“Yo lo que quiero es vivir”, titulaba El País, de España, en mayo de 2013.

En septiembre vino a El Salvador la voz oficial de Amnistía Internacional, Salil Shetty. Tuvo el objetivo de reunirse con las máximas autoridades del país para entregarles la investigación que tomó dos años: “Al borde de la muerte: violencia contra las mujeres y prohibición del aborto en El Salvador”, pero solo pudo reunirse con la Asamblea Legislativa y la Sala de lo Constitucional. El Ejecutivo, encabezado por el presidente Salvador Sánchez Cerén y el vicepresidente Óscar Ortiz, le negaron la audiencia. Hubo un segundo intento en Nueva York mientras el máximo jefe de Estado participaba en la ONU, pero tampoco se dejó ver.

A Shetty no le quedó otra opción: “Estoy decepcionado del gobierno de El Salvador”. El funcionario quiso decirle en la cara a Sánchez Cerén que "la terrible represión que sufren las mujeres y las niñas es realmente espeluznante y equiparable con la tortura" con respecto al tema del aborto. Y sobre el caso Beatriz no pudo ser más contundente, de hecho, la declaración aludió al rol de la Corte Suprema de Justicia:

“Estuvimos muy decepcionados por la forma en que se trató el caso de Beatriz. Le escribimos a la Corte Suprema de Justicia, pensamos que en lugar de seguir señales deberían seguir los derechos humanos y la Corte Suprema se enredó, se enredó en aplacar las fuerzas retrógradas del país. Estaban tratando de que todo el mundo estuviera contento y eso la verdad fue un caso sumamente triste y Beatriz sufrió lo indecible”.

En abril de 2013, Beatriz solicitó a la Sala de lo Constitucional la interrupción de su embarazo. Un mes después —es decir, mayo 2013— el organismo estatal informó que la vida de la joven no estaba en riesgo inminente, que aquello solo era una posibilidad futura. Y sentenció:

"Este Tribunal sostiene que los derechos de la madre no pueden privilegiarse sobre los del nasciturus (el que ha de nacer) ni viceversa; asimismo, que existe un impedimento absoluto para autorizar la práctica de un aborto por contrariar la protección constitucional que se otorga a la persona humana 'desde el momento de la concepción'".

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) horas después —de ese mayo de 2013— salió al paso de la sentencia y emitió medidas provisionales contra el Estado salvadoreño para que el Hospital de Maternidad interviniera “de inmediato y sin interferencias”.

En el segundo embarazo de Beatriz los especialistas realizaron análisis a la paciente y por escrito afirmaron: "Se le explicó a la paciente sobre el nulo pronóstico de sobrevida de su hijo y sobre las complicaciones que surgirán en su embarazo tomando en cuenta las enfermedades de base que padece y antecedentes de complicaciones en el embarazo anterior, por lo que la paciente solicita interrumpir el embarazo a lo cual se le explica que legalmente no es permitido en el país", de acuerdo con el cuadro clínico al que tuvo acceso El Faro. Dicho documento lleva por nombre "Análisis del caso Beatriz desde la perspectiva perinatal" y fue creado por el jefe del servicio de perinatología del Hospital Nacional Especializado de Maternidad en julio de 2013.

Beatriz no quiso pasar por lo que vivió. Ella es feliz en su anonimato al lado de su hijo y lejos de la ciudad. A San Salvador únicamente viene para recoger sus medicinas. Sus fuerzas están enfocadas en su sobrevivencia y en su modestísimo comercio que le ayuda a subsistir a ella y al resto de su familia.

La situación que puso en la opinión pública a Beatriz se fue tejiendo por varias razones que nos abstenemos de hacer públicas por el derecho que ella tiene a su intimidad.

Aun con el pronóstico adverso hacia su segundo bebé, no solo pensó en un nombre para ella, sino que escogió uno: Leilani Beatriz. Ella la tuvo solo cinco minutos, luego los doctores se la llevaron y murió cinco horas más tarde. Posteriormente Beatriz entró a cuidados intensivos por un largo período —entre 15 y 18 días—. Solo después fue a la tumba y habló con ella. Le explicó que quizás todo fue voluntad de Dios, pero que ella quería que viviera. Lo que le dice con palabras también se lo dice con flores sobre su lápida.

Beatriz está contra el aborto, cree en Dios y tiene religión; pero pide un debate sobre el aborto, porque pasar por lo que ella vivió cree que no es digno para ninguna mujer. Su llamado es a escuchar lo que tienen que decir los médicos. Sabe que hay muchas que recorren el mismo camino que ella anduvo.

—Pues la verdad, cuando el embarazo no va bien y la mujer no puede llevar el embarazo, se tiene que hacer lo que dicen los médicos.

—¿Usted cree que debería existir un debate sobre el aborto? ¿En casos como el suyo se debería actuar de otra manera?

—Sí, yo digo que sí. Se debería aceptar el aborto como en casos como el mío.

—¿Cómo vive ahora su día a día?

—Trato de no acordarme de lo que pasó. Y así voy pasando los días. Ahora me he metido a una venta de ropa. De ahí saco para los pasajes y vengo a San Salvador a traer mis medicinas.

—Si tuviera algo que decirle a aquellos que la juzgaron y la criticaron, ¿qué les diría?

Hace un largo silencio y ve sus manos. Luego las une, las frota y entrelaza sus dedos. Sin dejar de ver ese racimo de dedos unidos entre sí, Beatriz responde con una voz sosegada, estoica:

—Yo no les diría nada. Realmente, no les diría nada.


*Este texto apareció en el periódico digital El Faro en diciembre de 2014.

viernes, 1 de junio de 2018

Marisa Martínez: Mi hermano Roberto d'Aubuisson estuvo en la planeación del crimen de monseñor Romero



Han pasado 38 años tras el asesinato de monseñor Romero y llevar el apellido d'Aubuisson ha sido una carga muy pesada para Marisa Martínez, la hermana del fundador del partido de derecha —ahora oposición— Alianza Republicana Nacionalista (Arena). El mayor Roberto d'Aubuisson ha sido señalado por la Comisión de la Verdad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el autor intelectual del magnicidio del religioso que fue beatificado en mayo de 2015 en una ceremonia multitudinaria en la capital de El Salvador. En 2018 el papa Francisco firmó el decreto que hará posible la canonización de monseñor. A Roberto d'Aubuisson también se le señala de ser el fundador de los escuadrones de la muerte que secuestraban, torturaban, asesinaban y desaparecían a los que ellos creían opositores de su causa.

Marisa Martínez se sacudió el apellido d'Aubuisson tras ocultarse en el de su esposo Edín Martínez. Fue la rebelde de una familia de derecha, conservadora y aficionada al verde olivo.

Los padres de Marisa fueron Roberto y Joaquina. El progenitor falleció cuando Marisa tenía 10 años y Roberto 12. Fueron cuatro hermanos: Carmen, Roberto, Carlos y Marisa. Sobreviven Carlos y Marisa. Ella estudió en un colegio de monjas. Hizo voluntariado con las comunidades indígenas de Guatemala en 1969. Tenía 18 años. En ese mismo país centroamericano estudió teología en 1973 en la Universidad Francisco Marroquín. Luego se incorporó a la oenegé Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima (Fundasal). Es madre de tres hijos. Desde 1989 conformó la organización Centros Infantiles de Desarrollo (Cinde) que funciona en las zonas más populosas de El Salvador. En 1999 se unió a la Fundación Romero. Ahí editan libros sobre la vida, obra y pensamiento del ahora santo.

“La Iglesia no hablaba de monseñor Romero. Estaba muy callada”, recuerda Marisa Martínez.

Marisa es una persona serena, estoica. Está muy involucrada con las causas de las minorías de El Salvador y está empapada sobre la vida de monseñor Romero. Usa un bastón luego de pasar por las manos de médicos que le trataron una dolencia de su pierna izquierda.

A pesar de que a su hermano Roberto d'Aubuisson ya lo perdonó y pudo reconciliarse con él mientras estaba en su lecho de muerte víctima del cáncer, Marisa no puede ocultar cierta incomodidad al ser cuestionada sobre la trayectoria de su hermano y de la carga que ha sido él en su vida.

“Pensé que esta entrevista trataría sobre monseñor Romero y no sobre mi hermano Roberto”, le dice a BBC Mundo en un hostal de San Salvador.


Su familia era católica y de derecha. ¿Es así?
Sí. Para esa época estábamos gobernados por los militares. Mi mamá apoyaba esa línea de pensamiento. Creo que [mi familia] veía normal que los militares dominaran por tantos años.

Usted fue la oveja negra y rebelde de su familia…
Sí. Fui la rebelde de la familia.

Y siendo de derecha su familia, ¿esta no vio mal que se fuera a trabajar con las comunidades indígenas?
Mis padres no estaban satisfechos. Mi madre quería que estuviera estudiando algo. La costumbre era que las chicas estudiaran secretariado comercial. Yo nunca me arrepentía de lo que hacía. Siempre me atrajo el trabajo social. Estudiar teología me ayudó a conocer el pensamiento de la Iglesia. También estudié el cooperativismo para trabajar con las comunidades. Y así es: mi madre no estuvo contenta [con lo que hacía].

¿Cómo nació en usted esa vocación por la marginación?
No sé. Eso sí que no lo sé.

¿A qué edad se despertó en usted esa vocación?
Si reviso mi pasado, pues todo comenzó desde muy niña en el colegio con las monjas. Ellas nos inculcaron mucho el compromiso, la solidaridad, de conocer el contexto y la realidad en la que vivíamos. Teníamos que hacer análisis y todo eso ayudó muchísimo [para mi formación].

Usted se empapó del catolicismo y estudió teología. ¿Por qué no fue monja?
Es que decidí ser religiosa. Entré a la congregación de La Asunción.

¿Es decir que estudió para ser monja?
Sí, pero me retiré. Preferí una vida laica. Además, en las congregaciones siempre existían los grupos conservadores. Yo sentí que faltaba mayor compromiso, más cercanía con el pueblo y tratar otros temas [sociales].

¿Y cuándo fue la primera vez que escuchó hablar de monseñor Romero?
El día que lo nombraron arzobispo en 1977.  Ya se vivía una situación muy convulsionada en El Salvador. Y de parte del coronel Molina —que ya estaba en el poder— hubo tantos gestos de represión; sobre todo a sacerdotes extranjeros. Algunos los expulsaron del país. La situación estaba tensa y acusaban a la Iglesia de tener una línea que no les competía [con respeto a la política de El Salvador]. Pero esta gente [católica, laica] estaba en la línea del Concilio Latinoamericano de Medellín que mandaba a los católicos a acercarse a la población y nos pide al mismo tiempo una opción preferencial por los pobres. Esa línea me entusiasmó. Pero eso de que nombraron como arzobispo de San Salvador a un Óscar Romero que era obispo de Santiago de María [departamento de Usulután], pues no me entusiasmó. No lo conocía. [Pero todo cambió] cuando el día 12 de marzo de 1977 asesinan al padre Rutilio Grande. Pero antes tuvo un gesto: las Ligas Populares 28 de Febrero se tomaron el Parque Libertad [centro de San Salvador]. Y se lo tomaron porque hubo elecciones en esa semana y hubo un fraude tremendo. Y queda como presidente el general [Carlos Humberto] Romero [presidente desde 1977 hasta 1979]. Entonces monseñor Romero tuvo que ir a la iglesia El Rosario a convencer a la Guardia Nacional que dentro de la iglesia no tenían preso a ningún agente de seguridad. A mí eso me pareció una actitud muy valiente de él y comprometida. La Guardia Nacional quería entrar a la iglesia y matar a la gente. Ya había [masacrado]  a la gente que estaba reunida en el Parque Libertad. Mataron a varios y los cadáveres los entraron a la iglesia de El Rosario. Monseñor Romero fue a mediar y logró que saliera la gente. A los días mataron al padre Rutilio Grande. Romero preguntó a los feligreses qué debía hacer. Y fue entonces que hizo una misa única. Eso estremeció a todo el país y a la oligarquía y a los jefes militares.

¿Y finalmente pudo tener un encuentro con monseñor Romero?
Tuve la dicha de estar en sus homilías en Catedral Metropolitana. Lo vi, lo escuché. Tuve también la ocasión de estar junto a él en una actividad de Fundasal. Fundamos una comunidad que se llama El Pepeto [municipio de Soyapango, San Salvador]. Estuvo en el estreno de la casa comunal. Pude darle la mano, saludarlo. En otra ocasión en el Arzobispado de San Salvador hubo una reunión y yo andaba con mi esposo y nos invitó a pasar para tratar un tema de la iglesia. En esas ocasiones pude verlo, tocarlo y escucharlo. Antes de que lo mataran, yo le mandé una carta. Lo felicité por el premio internacional que le dieron por defender los derechos humanos. Le hablé sobre mi admiración por él y él me respondió. Todavía guardo esta carta que me la mandó en febrero de 1980. La recibí el día 25 de marzo de 1980. Él ya estaba muerto. La carta para mí ha sido de mucho peso. Pero no importa si tuve o no encuentros con él. Lo importante es lo que él fue y lo que hizo. Hay algo importante: a monseñor Romero lo conocen como el arzobispo de San Salvador que duró tres años, pero monseñor tiene una trayectoria de toda la vida y es una vida que ha ido en ascenso. Él fue un profeta. Al estudiar a los profetas bíblicos (Isaías, Oseas, Ezequiel, Amós) vemos que no querían meterse en problemas, pero hay una fuerza que los empuja a denunciar al malo, a denunciar la injusticia. También a anunciar esperanza. Por eso todos sabemos que monseñor Romero fue un profeta en El Salvador que anunciaba lo que nos iba a pasar si esto no cambiaba.

¿Y de parte de su familia hubo rechazo hacia monseñor Romero una vez que su imagen se hizo más pública?
Sí, había rechazo. Y en la actualidad hay mucha gente que rechaza a monseñor. En aquel tiempo se decía que la Iglesia era comunista y que tenía un arzobispo comunista, los curas comunistas, los jesuitas comunistas. Se decía que las Comunidades Eclesiales de Base eran peligrosas. [Mi familia] estaba cerrada en sus propios intereses.

Y de su familia, ¿quién era el más hostil hacia monseñor Romero?
Todos eran muy hostiles con monseñor Romero. Y por supuesto que mi hermano Roberto era el más hostil por ser militar. Tuvo actuaciones públicas en televisión y decía lo que sentía hacia monseñor. Él no lo ocultó nunca.

¿Y a usted le recriminaban algo por estar al lado de la Iglesia y de monseñor Romero?
A mí no me importó. No los escuché [a su familia]. Yo no quería entrar en debate sobre esos temas, porque no nos llevaba absolutamente a nada. Y una cosa era el cariño a la familia y otra era no caer en la trampa de hablar de la situación política de El Salvador. Yo me mantuve al margen. [Yo sabía] que no iba a cambiar a Roberto. Yo no lo iba a convencer de que Romero era un santo. Eso habría sido perder el tiempo. Él tenía su línea y yo seguía la mía.

Me gustaría entrar de lleno con Roberto d'Aubuisson. ¿Cómo fue la infancia de su hermano? ¿Fue el único militar de la familia?
Sí, fue el único militar de la familia. Cuando mi padre murió, él tenía unos 12 años de edad. Estudió en el Colegio Externado San José [un lugar con docentes con ideas progresistas]. Luego un primo-hermano lo llevó a vivir con él para que fuera al colegio. Con 16 o 17 años de edad entró a la Escuela Militar para hacer el bachillerato. Era un colegio para internamiento. Si la carrera les gustaba, pues se quedaban dos años más para hacer la carrera militar y salir de subteniente. Mi mamá decidió que estuviera internado en la Escuela Militar. Creo que fue empujada por la dificultad de conducir a un adolescente inquieto. Sin embargo a Roberto le gustó la carrera militar.

¿Por qué cree que le gustó la carrera militar?
[Simplemente] Le gustó. Cuando se graduó lo mandaron a la Guardia Nacional [temido grupo de seguridad del Estado]. Ahí empezó a rolarse y a comprometerse con lo que él creía. Luego lo mandaron a Washington a la Escuela de las Américas, después a Panamá a la Escuela de las Américas. Y bueno, ya sabemos de qué se trata esa formación estadounidense: formar militares para defender el tema de la Guerra Fría. Para mí a Roberto lo formaron y lo deformaron.

¿La ausencia de una figura paterna desestabilizó a Roberto d'Aubuisson?
No sé si nos desestabilizó a todos. Yo lo recuerdo con una infancia tranquila. No sé si le hizo falta tener a un padre.

¿Y en qué momento se da cuenta de que su hermano Roberto d'Aubuisson es una pieza clave contra la lucha contrainsurgente?
Desde que dan un golpe militar en 1979. Le dieron la baja. Aunque nunca me quedó claro si le dieron la baja o él la pidió. Roberto se va a la clandestinidad y formó lo que en aquel tiempo se llamaba Frente Amplio Nacionalista. Así empezó a incidir en la oligarquía. Ahí me di cuenta de la línea que iba a seguir.

¿Roberto d'Aubuisson fue problemático en la adolescencia?
A mí me pareció un chico normal. Era muy alegre, muy sociable, muy amigo. Era un líder en los grupos. Hacía tonterías que hacen los jóvenes a esa edad.

¿Cómo fue su relación con Roberto d' Aubuisson durante la niñez y la adolescencia?
Nos llevábamos bien. Roberto fue el hermano más cercano a mí. Nos entendíamos bien. En vacaciones todo era muy alegre porque él organizaba caminatas [al volcán] y él me llevaba. Íbamos al cine. Tuvimos una relación bonita. Y sé que me quería mucho.

¿Incluso cuando monseñor Romero era la manzana de la discordia?
Siempre me quiso. Incluso cuando murió. Y claro: él sabía que estábamos en posiciones distintas.

¿Y hablaban de las diferencias que tenían?
Yo trataba de no hablar sobre eso. Pero sí: en algunas ocasiones hablamos sobre nuestras diferencias. Yo fui clara y le dije que no compartía en absoluto lo que los militares [le] hacían [a la población] y lo que hacía Orden [grupo paramilitar] donde Roberto acompañó mucho a esa organización. Él juraba que yo era comunista. Todos éramos visto como comunistas: los agentes de pastoral, los curas, las monjas, los que estábamos cerca de los pobres, los miembros de las cooperativas. Todo el mundo. Nos metían en un canasto que se llama comunismo aunque no sepamos qué es eso y aunque no lo hayamos estudiado. Cualquier compromiso con los pobres y cualquier postura a favor de la justicia era una condena. Así fue como asesinaron a tantos servidores laicos.

¿Usted nunca intervino en la opción que él tomó?
¿Usted cree que habría servido de algo? Eso era imposible. Él estaba seguro y convencido de que los equivocados eran los de allá [del otro bando] y que él y resto de su grupo tenían toda la razón. Además, a él le dolió mucho que sacaran a los militares del poder. Y le dolió más que los sacaran a los que él llamaba comunistas. Estaban cerrados. Los únicos —para ellos— quienes tenían la razón eran los militares, la oligarquía y la empresa privada. Tratar de convencer a Roberto con una plática era imposible. Era como hablarle a una pared. Él defendía sus argumentos. Siempre.

Y sabiendo cómo era su hermano, ¿alguna vez le tuvo miedo?
Mirá: me jugué el pellejo en muchas ocasiones al trabajar con las zonas populares. Éramos sospechosos, pero en lo más hondo de mí, pues yo tenía la certeza de que Roberto no me iba a matar. Yo era para Roberto una muela que le dolía. Yo tuve miedo cuando la represión aumentó. A medianoche [los escuadrones de la muerte] iban a sacar a la gente. Y cuando veíamos cadáveres en las calles, pues empezamos a vivir con miedo. Pero seguimos la línea comprometida que teníamos.

¿Y no tuvo problemas en las comunidades cuando estas se enteraban de que su apellido era d'Aubuisson?
Las comunidades empezaron a conocerme en 1973. Cuando empieza la organización en las comunidades, pues ya me conocían los líderes. En ese momento era soltera y usaba el apellido d'Aubuisson. No sé porqué, pero nunca me tuvieron desconfianza. Más bien las comunidades me tuvieron compasión. Yo seguí en las organizaciones y nunca me tuvieron desconfianza. Algunas organizaciones que no me conocían de nada, pues sí encontré en ellas rechazo. Decían: “¿Qué hace esa aquí?” Entonces yo era prudente y me retiraba.

¿Y cómo manejaba ese tipo de rechazo de parte de ciertas comunidades?
¡Lo comprendía! Tenían mucha razón. Yo estaría afligida de tener a una d'Aubuisson en un evento. Yo no iba si no me invitaban.

¿Cómo maneja ahora el llevar el apellido d'Aubuisson? ¿Alguna vez fue una carga?
Sí, alguna vez fue una carga. Todavía hay gente que levanta la mirada cuando les doy mi Documento Único de Identidad. Hubo un tiempo que fue muy difícil y yo me refugié en el apellido de mi esposo [Edín Martínez. Falleció en 2017] y por eso soy más conocida como Marisa de Martínez. En los tiempos más álgidos de la guerra no era fácil ni simpático andar el apellido d'Aubuisson, porque se miraba el rechazo de la gente, el murmullo. Por ejemplo: cuando voy al Seguro Social y me llaman con el apellido d'Aubuisson, pues se ven cabezas que se levantan. Pero he aprendido a convivir con ello. Lo más importante es vivir con tu conciencia [tranquila] y con lo que has hecho en tu vida.

¿Usted  cree que su hermano Roberto d'Aubuisson fue el creador de los escuadrones de la muerte?
Yo creo que él junto a otros militares. Él no fue el único. No, no. Ahí está el capitán Eduardo Ávila, está el capitán Saravia. Con él  trabajó en la organización esa [los escuadrones de la muerte]. También fue apoyado por unos civiles como Fernando Sagrera, por ejemplo. Fue un grupo. No fue él solito el fundador de los escuadrones de la muerte. Había como cuatro grupos de los escuadrones de la muerte dirigidos por distinta gente. Si usted lee las declaraciones del capitán Álvaro Saravia que publicó el periódico El Faro y quien condujo [en su vehículo] al asesino de monseñor Romero, pues habla de otro escuadrón que llegó por la mañana para apoyarlos [en el asesinato del arzobispo]. Entonces, había grupos de criminales que iban surgiendo por el financiamiento de los millonarios del país y por militares descontentos por el golpe.

¿Y qué pasaba por su mente cuando su hermano estaba involucrado en el asesinato de gente a la que usted ayudaba en las comunidades?
Muchas cosas. Pero para el público lo que menos importa es lo que piense yo. No creo que nadie quiera saber qué situaciones personales vivía yo, sino cómo la voz de monseñor Romero tronaba alto en esos años.

¿Y qué dice su corazón: fue su hermano Roberto d'Aubuisson quien mandó a matar a monseñor Romero?
Fíjese que hubo una investigación sobre esto para esclarecer la verdad y todo lo señalaba a él y todo este grupo que andaba con él. Y las declaraciones del capitán Saravia lo terminaron de confirmar. Es seguro que [mi hermano, Roberto d'Aubuisson] estuvo en la planeación de ese crimen [de monseñor Romero].

¿Y en qué momento intuyó que él estaba involucrado en el crimen?
Yo conocía cuál era su postura contra monseñor Romero. En la televisión [Roberto d'Aubuisson] lo llamaba mentiroso. Yo conocía el rechazo fuerte que tenía hacia monseñor. [El involucramiento de Roberto d'Aubuisson en el asesinato] no era ningún imposible. Mucha gente murió cuando Roberto los mencionaba en televisión. Tenía una lista [los nombraba] y morían. Y esa gente, o se iba del país o eran asesinados. Los iban a traer a sus casas. Había una gran radicalidad y criminalidad.

¿Es cierto que Roberto d'Aubuisson acuñó la frase “Haga patria, mate a un cura”?
Sí. Es lo que se dice. Sí, ajá. Regaban los papelitos desde las avionetas.

Y cuando sucedió el asesinato de monseñor Romero, ¿usted se distanció de su hermano?
Es que yo ya me había distanciado de él. En toda la década de 1980 lo habré visto unas seis veces.

¿No extrañaba a su hermano?
No. Ni siquiera él sabía dónde yo vivía ni lo que yo andaba haciendo. Además, estaba criando hijos, trabajaba. Nos encontramos en cuestiones familiares. Estábamos distanciados.

¿Y cómo es su relación con el resto de la familia d'Aubuisson?
Buena. Siempre visité a mi familia. No es que fuéramos uña y carne. Mi mamá ya murió, pero la visitaba cada diez o quince días. Fuimos una familia normal. Eso sí: siempre y cuando no se tocara el tema político.

¿Y dónde estaba y qué hacía cuando supo sobre el asesinato de monseñor Romero?
En mi casa. Oí gritos en el vecindario. Alguien me gritó que pusiera la radio. Ahí fue donde escuché la noticia. Fue un impacto terrible. Fue muy doloroso. Estuve en Catedral Metropolitana [para la vela]. Estuve en la misa de su funeral. Yo me siento muy contenta ahora que la Iglesia se ha animado a declararlo santo. Creo que monseñor y la verdad triunfaron. Los detractores de monseñor Romero que dicen ser católicos se han quedado bastante callados. Estoy contenta porque monseñor vive y es conocido universalmente. La Iglesia ha decidido ponerlo como ejemplo, como seguidor de Jesucristo. La justicia llegó tarde, pero muy tarde. Pero llegó.

Cuando escuchó en la radio sobre el asesinato de monseñor Romero, ¿sospechó de su hermano Roberto d'Aubuisson?
Oí gritar a una mujer en la calle. Estaba desesperada en la pavimentada y decía: “Se salió con su gusto el mayor Roberto d'Aubuisson”. Eso me impactó mucho. La gente inmediatamente empezó a señalar a mi hermano como el asesino de monseñor. Y es que una no es ingenua. Yo sabía de lo que podrían ser capaz toda esa gente [Roberto d'Aubuisson y su entorno].

¿Y usted tuvo comunicación con el entorno de Roberto d'Aubuisson? Por ejemplo con Álvaro Saravia, Fernando Sagrera…
Los conocí en una ocasión, pero nada del otro mundo.

Durante la beatificación de monseñor Romero se hizo presente su sobrino Roberto d'Aubuisson [actual alcalde reelecto de la ciudad de Santa Tecla]. ¿Cómo tomó esto usted?
También estuvieron los diputados del partido Arena [Alianza Republicana Nacionalista fundado por Roberto d'Aubuisson que gobernó por 20 años en El Salvador]. No recuerdo si le di importancia. Ver a toda esa gente que lo rechazó y que lo sigue rechazando… Me dan lástima. [Esa gente] sigue siendo lo que siempre fueron.

¿Y usted tiene comunicación con su sobrino Roberto d'Aubuisson?
No, no la tengo. Si lo encuentro nos saludamos, pero comunicación cercana con él no la tengo.

¿Cómo afronta el pasado de su hermano Roberto d'Aubuisson? ¿Con qué ojos lo ve ahora? ¿Lo considera un asesino?
No. Lo veo con ojos cristianos. Siento lástima de que no pudo entender y comprender la verdad. Él vivió en la mentira y en la oscuridad.

Tras declarar ilegal la Ley de Amnistía de 1993 el caso de monseñor Romero ha sido reabierto. ¿Usted participaría en el proceso de investigación si la llamaran a declarar?
No tendría nada que declarar porque no fui testigo. Ni se me ha ocurrido. ¿Qué es lo que tendría que declarar? ¿Que fui testigo de que Roberto no quería a monseñor? Si eso todo el mundo lo vio en la televisión.  ¿En qué serviría mi testimonio?

¿Y cómo tomó la beatificación de monseñor Romero?
Nosotros venimos trabajando desde la Fundación Romero su beatificación y la noticia fue una alegría muy grande. Creímos que la canonización podría demorar quince o veinte años. Ha sido una fortuna tener a un papa latinoamericano, porque puede entender mejor a monseñor. Lo ha leído y además lo conoció en persona. Sin dejar de lado que lo admira. El papa ha entendido muy bien la opción de monseñor Romero. La mañana que supimos sobre su canonización los correos y los mensajes a través de Facebook iban y venían. Hubo tantas llamadas telefónicas. Nos pusimos alegres porque al fin se hizo justicia. Aunque para este pueblo salvadoreño que lo conoció, pues ya era nuestro santo. Dios se manifestó en él para El Salvador.

Hay católicos de derecha vinculados al partido Arena que todavía rechazan a monseñor Romero…
Sí, sí. Pobres. Son ciegos. A Jesús de Nazaret lo rechazaron aun después de muerto. Los que decían ser seguidores de Jesús de Nazaret persiguieron a los cristianos. Con monseñor Romero sucede lo mismo. No lo entendieron. La oligarquía ha querido adoptar la religión a su estatus, a su pequeña y corta visión. No se abren ni siquiera al evangelio de Jesús.

¿Por qué cree que existe este rechazo a monseñor Romero?
Porque esta gente no es fácil que se convierta. Son lo que monseñor Romero decía: son protestantes de rodillas ante sus dioses, a sus ídolos. El ídolo poder, el ídolo dinero, el ídolo placer. No pueden rechazar a estos ídolos y por eso no se convierten. Están encerrados en ellos mismos y en sus riquezas. Además, ellos están llenos de rabia y rencor.

¿Cómo ve el manejo que ha hecho la izquierda de monseñor Romero? También he escuchado voces del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) decir que gracias a ellos la beatificación y canonización fue por buen camino gracias a su gestión. ¿Qué opina al respecto?
Cuando dicen esto se refieren a gestiones desde el Gobierno salvadoreño. Así lo he entendido yo. [Pero creo que la gente del FMLN] está equivocada. Nada que ver con lo que dicen. Ellos no tuvieron ninguna influencia [en la canonización y beatificación]. Sobre lo otro: yo creo que las organizaciones no es que hayan utilizado a monseñor, sino que él es querido por unos y por otros. Monseñor Romero no es propiedad de la Iglesia católica. Otros se pueden apropiar de las enseñanzas y mensajes de monseñor. Y eso hay que respetarlo. Ahora: que se diga que el Gobierno ayudó para la beatificación y canonización de monseñor Romero, pues eso es ridículo. Ahí queda [el FMLN] en ridículo. El proceso iba caminando y el papa Francisco desempolvó [la causa].

¿Y usted le ora a monseñor Romero?
Sí, siempre. Yo le encomiendo muchas cosas a él a favor de los pobres y los más débiles. Y yo  sé que él escucha. Le pido que aprueben nuestros proyectos para seguir trabajando con los niños.

Si tuviera la potestad de elegir un milagro de monseñor Romero, ¿qué le pediría?
La transformación de El Salvador. Que en este país reine la justicia. Y yo creo que poco a poco nos lo irá dando. Así ya no nos lamentaremos de tanta corrupción y violencia. Yo es lo que le pido a monseñor. Y se lo pido mucho por el bien de este país. Le pido que encontremos el camino para superar tanta violencia y sufrimiento. Esto significa encontrar gente comprometida [para el cambio].

Parece que monseñor Romero no se equivocó cuando afirmó que resucitaría en su pueblo…
No, no se equivocó. Y eso es lo que hemos trabajado desde la Fundación Romero: que esté presente y vivo en este pueblo de El Salvador.

¿Cuál es la gran lección de vida que le dejó monseñor Romero?
La coherencia. Él creyó y vivió según en lo que él creía. Creyó en ese Dios manifestado en Jesús y fue un seguidor fiel. Él anduvo entre los pobres cuidando, apoyando, visitando, predicando y denunciando.

¿Cómo sobrelleva cada 24 de marzo? Por un lado se conmemora el martirio de monseñor Romero, pero por el otro lado aparece la sombra de su hermano Roberto d'Aubuisson…
Es un problema para mí, pero el hecho de la relación familiar a mí no me cegó. Solo me tocó aceptarlo. Mantenemos el dedo en la llaga: fue un mártir por la fe. Lo mataron quienes lo odiaban. Entre ellos estaba un hermano mío. Eso es triste. Pero eso a mí no me iba a detener. No iba a ser una mujer triste ni iba a andar haciendo drama. Yo no fui [el que asesinó a monseñor Romero]. Hay que aprender a tener madurez

¿Le incomoda hablar de su hermano Roberto d'Aubuisson?
Depende con quién. A veces incomoda. También hay que recordar momentos buenos con él de amigos, de hermanos, de fiestas…

¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de Roberto d'Aubuisson?
Tengo muy buenos recuerdos: mi fiesta rosa, las caminatas al volcán. Él me enseñó a nadar en el lago de Coatepeque.

¿Y cuándo fue la última vez que lo vio?
Un día antes de que muriera.

¿Logro hablar con él?
Los últimos tres meses lo fui a visitar al hospital todos los días. Me quedaba treinta, cuarenta y cinco minutos con él. Conversábamos o solo veíamos la televisión. Nos reconciliamos. Eso fue lo importante.

¿Se arrepintió de su pasado?
Hablamos brevemente. A mí lo que me interesaba decirle a Roberto es que él siempre estuvo equivocado. Siempre. Yo no era guerrillera. Él decía que yo era guerrillera. Yo le decía que los guerrilleros eran los que andaban fusiles en la montaña y se daban duro con el ejército. Le dije que yo pasé criando a mis hijos. Le dije que yo no pertenecía ninguna organización [guerrillera], que yo nunca fui militante, que yo soy militante cristiana. Yo le dije que si no me creía, pues no me importaba.

¿Y visita su tumba?
No, fíjese. Mejor ni me cruzo por ese cementerio, la verdad. Nunca he visitado la tumba de él. Nunca. No, no, no.

¿Usted guarda algún bien precioso de su hermano Roberto d'Aubuisson?
No. Que me hayan regalado algo cuando el murió, pues no. Nada.





*Esta entrevista fue publicada en BBC News Mundo 

El reverso de la diferencia

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¡Que se jodan los sabios y los pensadores! / ¡Que se jodan todas las épocas y edades! / ¡Que se jodan los hombres de todos los tiempos / y el embuste de la Civilización y de la Cultura! [J. A. N.]