viernes, 28 de abril de 2017

Don Chelino


Agrietados, morenos y polvorientos son los pies de Marcelino Galicia Fabián. Con ellos recorrió los caminos y  las veredas que lo vieron nacer, crecer huir, danzar y morir. También resucitar como el tigre y el venado de Tacuba.

En las primeras décadas del siglo XX Tacuba era 15 casas, monte y vereda tras vereda geográficamente accidentadas. Es decir: un lugar tan pobre como yermo. Para aquel entonces Marcelino tenía 20 años. Ya era un hombre. El papá le obsequió la mejor de las armas para no morir de hambre: un machete marca Calabozo.

“Un solo machete se ocupaba en aquel tiempo: Calabozo. Ahí tengo la muestra de uno” y la pantalla de la “handycam” muestra a un viejito de 103 años que se levanta de su desvencijada silla y se va hacia el rincón de su casa, toma el machete y vuelve a ponerse frente a la cámara de quien lo está retratando para la inmortalidad: Sergio Sibrián, director del documental “El tigre y el venado”.

“Decidí hacer un documental sobre él, porque me pareció un ser con una fuerza dramática y con mucha sabiduría”, comenta Sibrián. El director es un joven que trabaja con la Asociación de Capacitación e Investigación para la Salud Mental (Acisam).

La entidad hace labor comunitaria en Tacuba. Capacita a jóvenes en producción de videos comunitarios. Estos tuvieron la idea de investigar la desaparición del náhuat. Don Chelino era uno de los últimos hablantes de la lengua ancestral en ese lugar.

“Acompañé a los jóvenes y ahí conocí a don Chelino. Desde entonces quedé enamorado de su vida y quise hacer un documental sobre él”, recuerda Sibrián desde la locación de la productora Contraluz, misma que edita su trabajo.

Marcelino Galicia Fabián se traduce al cariño en don Chelino. Nombrarlo de esa manera es aproximarse a un viejito que ha vuelto a la magia y a la espontaneidad de la niñez. De su boca desdentada nace un seseo que roza el silbido a la hora de hablar.

“Con este me daba de comer yo, con este trabajaba”, prosigue don Chelino ante la cámara mientras pasa su mano sobre la hoja oxidada de aquel machete que le sirvió para sobrevivir. Lo toma con orgullo y hace énfasis en la marca como si fuese la de un carro clásico que logró sobrevivir los vejámenes del tiempo.

La escena quedó fuera del proyecto cinematográfico de Sibrián, pero revela la manera sencilla en la que un hombre se forjó su propia felicidad siguiendo los consejos de sus mayores. Los  guardó y los cuidó del olvido como ahora don Chelino es preservado por Sergio Sibrián con su documental subtitulado al inglés, francés, alemán y al mismo español.


Los caminos de la vida

Tacuba es una población de origen pipil. Su nombre en náhuat significa “patio o campo de juego de pelota”. Tiene una extensión territorial de 149.98 km donde el 99 % es de carácter rural. Administrativamente se divide en 14 cantones, 4 barrios, 96 caseríos y 7 colonias.

Don Chelino vivía en el caserío Los Orantes (a unos cinco kilómetros de Tacuba). Llegar ahí en vehículo es una odisea. A pie, un calvario.

Estudios realizados en 1999 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el desaparecido Consejo Nacional de Cultura (Concultura) indicaban que la pobreza entre la población indígena de El Salvador era agobiante: el 61 % vivían en estado de pobreza y el 38 % vivía en estado de pobreza absoluta.

Tacuba ocupaba el décimo lugar entre los municipios en “pobreza extrema alta en El Salvador”. Las estadísticas —en resumen— indicaban que la pobreza era una condición que afectaba al 74.3 % de los hogares salvadoreños (estando un 49.1 % de los mismos en pobreza extrema). El destartalado y solitario hogar de don Chelino era uno de esos.

Los ciudadanos de Tacuba tienen fuertes rasgos indígenas. Don Chelino no era la excepción. A pesar de que llevaba una larga barba rala que le daba un aire a chino de la dinastía Ming, su nariz y su morena piel gruesa — y tostada por el sol— le resaltaba la herencia de sus ancestros.

El protagonista de “El tigre y el venado” fue un testigo del siglo XX. De la revuelta indígena-campesina de 1932, don Chelino no sabe nada. Al menos no como debe ser. Lo único que sabe de aquel momento es que sus familiares fueron asesinados en el patio de su casa. Él no entendió porqué los perseguían, mataban y porqué no los dejaban entrar a la escuela. Tampoco se explica porqué les prohibieron hablar náhuat. Solo sabe que tuvo que huir hacia unas cuevas fronterizas con Guatemala. Ahí se resguardó y vivió como pudo.

Entrevistado por estudiantes universitarios, él contó a su manera lo que entendía de aquello. Un anglosajón también se interesó en su historia. Hasta le pidió clases de náhuat, sin embargo, sobre las preguntas de 1932, él tenía una espesa bruma.

“Él murió con esa duda del porqué fueron asesinados los indígenas y campesinos de 1932. No tenía una posición definida sobre esos hechos. Fue un nahuahablante que no entendió porqué en las escuelas no podían hablar su idioma”.

“Yo me recuerdo de eso porque me daban lástima mis familiares… Hasta me escapo a que se acaben mis lágrimas por el momento de ver a mis familiares muertos en el patio de la casa, allá en el pueblo [Tacuba]. Mi abuelito llegó llorando porque le habían matado a un hijo y a una hija”, les cuenta don Chelino a los investigadores en otra imagen desclasificada del documental. Y desde alguna laguna mental que lo hace hablar en voz alta, añade una referencia sobre su silenciado idioma náhuat:

“Toda la gente antigua así hablaba”.

Tiempo después —mucho después— don Chelino compartió su herencia cultural. No como se debía, porque la realidad socioeconómica de su existencia se lo impidió, pero lo hizo. Así, retomó una de las danzas tradicionales que le enseñaron otros abuelos indígenas y se volvió el protagonista de el tigre y el venado.


De la danza al documental

El tigre y el venado es una danza del municipio de Tacuba (aunque los historiadores y la bibliografía remiten a una más antigua en San Juan Nonualco, La Paz y lleva el mismo nombre). Datos inéditos de un trabajo monográfico de la Casa de la Cultura de Tacuba proporcionados por el coordinador departamental del Programa Nacional de Alfabetización del Ministerio de Educación, Carlos Henríquez Ramírez, revela que hasta el año 2002 existían 13 danzas.

En Tacuba don Chelino era una parte vital en la danza: fabricaba los tambores y los pitos y los hacía sonar. Él era el corazón musical. O para decirlo mejor: era el compositor y director de la agrupación.

Por eso Sergio Sibrián decidió bautizar su trabajo como “El tigre y el venado”. Aunque hay otra razón:

“El título es por la danza, pero también es una metáfora porque don Chelino es un sobreviviente de 1932. El tigre es la comparación del ejército de aquel entonces con los indígenas que en este caso serían el venado”.

Sibrián entró en contacto con don Chelino en 2009, pero fue en 2010 cuando surgió la idea de hacer el documental sobre él. En 2011 inició la filmación. Don Chelino moriría al año siguiente. Es decir: el día 15 de julio de 2012. Tenía 104 años.

Sergio Sibrián hizo una promesa: cuando estuviese listo el documental, este sería presentado primero en la comunidad de don Chelino ante sus vecinos, amigos, conocidos y familiares.

El director de “El tigre y el venado” cumplió su promesa en 2013: presentó en la comunidad Los Orantes su documental. Lo hizo en el día en que don Chelino cumpliría 105 años.

— ¿Qué fue lo más bonito que le pasó don Chelino en 104 años de edad?, le pregunto a Sergio Sibrián.

— Haber comido una variedad de carnes: garrobo, conejo, camarones, cangrejos”, responde.


Sonia Melara: "Muchos artistas en El Salvador son bastante ignorantes"


Censurada, invisibilizada y vetada. Así en ese desdén alfabético.
Hay países ingratos con sus hijos, pero hay otros que en vez de amor dan algo mejor que eso: libertad. Y lo que El Salvador le negó a Sonia Melara, Nueva York se lo puso en bandeja de plata de la más pura y fina.
El destino la hizo nacer en San Salvador en 1960. Y no reniega de eso, porque la patria es como los padres: no se pueden elegir. Lo que ella sí eligió —con desbordada pasión— fue el dibujo, la pintura, el arte. También el cine, la arquitectura, el tabaco y la religión. Esta última muy a su manera. De hecho, es un tema que ha marcado todos los puntos cardinales de su existencia:
“Crecí en un colegio de monjas. Las vi con pasividad. Son muy lindas, pero me siento un poquito más propositiva. La Iglesia ha mantenido a las monjas sin un rol”.
Y como no se puede tener todo en la vida (tampoco en la otra), a la artista salvadoreña le hubiese gustado beberse una botella de vino con Jesucristo y la nunca bien nombrada, María Magdalena. Y cómo no: pedirle después a ambos que posaran para ella.
Con tres exposiciones durante la última década del siglo XX se despidió de su país. La invitación para que tenga una retrospectiva en El Salvador no pasa de las buenas intenciones. 15 años en Nueva York y “después de esos comentarios nada ha ocurrido”.
Su obra ha viajado por Centroamérica, Ecuador, Taiwán e Israel. En 2004 tuvo una exposición individual en Nueva York denominada Mythos, Pathos, Thanatos. Esa fue la forma en que el siglo XXI le dijo a Sonia Melara “Bienvenida a Estados Unidos”.
Es curioso que una persona que casi ha sido vetada en su país siga teniendo una relación muy fluida con él.
Es que puedo entender que la censura misma de mi obra es puro fanatismo derivado de la ignorancia. A parte de eso, yo no voy a fastidiarme la vida. No soy una persona de resentimientos. Aunque tengo que ser franca con vos: no me interesaría venir a El Salvador. Por supuesto que no, pero lo hago porque mi familia está aquí. Además, tengo muy buenos amigos y hay personas que valen la pena. No tengo actividades fuertes en El Salvador. Y si a veces he aceptado estar en exhibiciones es porque creo que mi obra debe ser vista, porque quiero entrar en un diálogo con el público.
¿Un diálogo que usted no ha podido tener, por ejemplo…?
De alguna manera sí lo he tenido, fijate. No puedo poner a toda la gente en el mismo costal y decirte que toda la gente censura mi obra (…) Tampoco todo esto debe entenderse como una completa censura. Desafortunadamente en este país son las personas con liderazgo en el campo de la cultura las que se cierran a mi trabajo creador. No es la sociedad ni el público en general. Son las personas que dirigen, por ejemplo, las galerías. Y puedo entender que las galerías están cuidando su manera conservadora de ver y de vender el arte. Si la gente tuviera más conocimiento de la religión creo que encontraría la riqueza de mi obra que es muy humanista. Mi arte no está en ningún momento ofendiendo a nadie. Pero cuando te encontrás con gente ignorante, pues esas personas no van a entender nada. Se van a cerrar y sentirán que las estoy ofendiendo.
Es interesante lo que ha mencionado. Ha dicho que la censura proviene de la ignorancia, pero yo he hablado de su obra con sus colegas y a ellos no les gusta. Y eso se entiende. Pero también me han dicho que la consideran vulgar. 
¿Ah, sí? ¿De veras?  [Sonia Melara suelta una larga bocanada de su enésimo cigarro]
Sí. Me parecen declaraciones fuertes tomando en cuenta que son artistas. 
Sí, pero también recordá que muchos artistas en El Salvador son bastante ignorantes. Cuando te hablo de ignorancia no solo te hablo del público en general, también te hablo de la clase artística. Por supuesto, tampoco te hablo de todos. Pero claro que sí denotan una gran ignorancia cuando hablan de que mi obra es vulgar. Porque una cosa es que te guste o no te guste. Eso es todo un derecho…
¿Cuál fue la gota que derramó el vaso y que la impulsó a salir de El Salvador?
Fue con la exhibición Anno Dómini (1999) que asumí la responsabilidad de lo que podría pasar con mi exposición. Mis amigos me decían que tenían miedo de que mis obras fueran dañadas. Algo que no ocurrió. Y es que a veces subestimamos a las personas. A pesar de que tenemos una cultura  religiosa muy fuerte, eso no significa que seamos conocedores de teología. Toda esa gente que va a la iglesia, que va a misa… ¿Qué saben de la Biblia? Pero antes de lo que te he dicho, ocurrió algo: envié una obra a Guatemala y me la devolvieron con el vidrio quebrado, roto. Me la devolvieron con una carta muy bien redactada en la que no asumían que no era una censura. Me daban otras explicaciones totalmente ridículas para no exhibir mi obra. Luego acá en El Salvador se presentó parcialmente en la Galería 1 2 3 y me dijeron que se presentó así por razones de espacio. Eso es un irrespeto completo. O exhibís completa una obra o no la exhibís. Finalmente, esa obra se fue a una exhibición en Israel a través de Sotheby's y quedó allá en ese país. La obra tuvo buen final. Si no me hubiesen censurado, yo no me hubiese ido para Nueva York. Y estoy muy feliz allá. Aunque yo siempre estoy considerando la posibilidad de tener una exposición en El Salvador.
Llama la atención la preocupación de sus amigos por su obra…
¿Sabés por qué? Primero, porque siempre he abordado el desnudo. Segundo, porque si hablás del desnudo femenino no hay problema, pero si hablás del desnudo masculino, sí. Y si fusionás esto en un contexto religioso, pues eso va a ser una bomba en un país religioso tan ignorante como el nuestro. Y eso no solo pasa en El Salvador, también pasa en el resto de Centroamérica. Tuve ofertas desde Costa Rica, pero nunca se concretó la intención. Fue así que dejé de aceptar invitaciones de países centroamericanos porque me iba a pasar lo mismo. A parte de que tenía que centrarme en un lugar donde yo pudiera hacer tranquila mi obra, porque yo no estoy tratando de incomodar a nadie. Esa es la historia de esa época. Pero la censura continúa…
Y si no hubiese sido artista, ¿qué habría sido…?
Ah, un montón de cosas.
A ver…
Me encanta el cine. Quizás hubiese estado involucrada en algo de eso. También soy arquitecto. Quizás me hubiese dedicado a la arquitectura. Otra cosa: me hubiese gustado ser sacerdote, pero soy mujer.
¿Y monja?
No, no, no. Sacerdote. Sacerdote, porque me hubiese gustado ser papa. Crecí en un colegio de monjas. Las vi con pasividad. Son muy lindas, pero… Yo siempre he sido muy tranquila, pero me siento un poquito más propositiva [que una monja]. La Iglesia ha mantenido a las monjas sin un rol. Me gustaría ser papa, pero soy mujer.
Juguemos a un escenario hipotético. ¿Qué haría si fuera papa? ¿Habría hecho reformas?
Ah, por supuesto que sí.

¿Permitiría el matrimonio entre personas del mismo sexo…?
Claro que sí.
La religión ha marcado su vida. ¿Con qué personaje bíblico se hubiese tomado una  botella de vino y le hubiese pedido que posase para usted?
Con Jesucristo y con María Magdalena, por supuesto. En el Antiguo Testamento también hay personajes fascinantes como Lot y sus hijas. Abraham, Sara. Los incluí en algunas obras durante la década de 1990. Algunas historias son extraordinarias y bizarras así como los personajes e historias de la Mitología Griega.
Es interesante cómo ha forjado su camino. Muy a solas. No es como el resto de artistas que tienden a ser  gregarios. Muy de clubes. 
Sí, por eso me fui a vivir a Nueva York. Siempre quise vivir ahí. Y es que no podés pasar todo el tiempo dándole explicaciones a la gente. Ahí está la obra y esa es la que habla. Aunque fíjate que soy una persona muy social. No necesariamente con pintores, sino con gente de otras disciplinas. Siento que así estoy aprendiendo permanentemente. Nueva York es muy demandante en todo sentido. Y mi disciplina es muy particular. Yo puedo pasarte días sin dormir a la hora de crear, aunque también me encanta dormir. Y eso es lo que me encanta de mi vida que no tiene horario.
No todos los artistas de Latinoamérica pueden tener su estilo de vida. Y alguien se puede preguntar por qué usted sí y otros artistas no. 
La única respuesta que tengo es que la obra es la que se abre camino. Ella me permite el estilo de vida que llevo y que tengo. Y como no puedo ser papa, tengo que ser artista. [Sonia Melara suelta una carcajada].
¿En qué momento decide que su narrativa será el cuerpo humano y que va a sazonarlo con el erotismo y la religión?
Fue un proceso. Un gran reto para mí fue el dibujo. Además, el cuerpo humano me permite expresarme en una sociedad con una gran carga religiosa muy fuerte. También pasé toda mi niñez y adolescencia en colegios católicos. Es el mundo que conocí, pero al que también querés entender. Entonces, lo que trato con mi obra es entender. Eso es lo que yo aún estoy haciendo: un proceso de conocimiento. Así logro conocer el mundo y conocerme a mí. La carga religiosa tan fuerte que sentía va perdiéndose en mi obra más reciente. Y quizás al estar en Nueva York me he sentido más abierta. He podido abordar otras cosas, otros temas.

Hay un énfasis en la sexualidad, me parece…
¿Eso creés? Bueno, no creo que sea algo que yo haga  tan consciente. En algunas obras, sí. En Parsifae y el Toro creo que fue muy evidente. Ha sido de las obras más complejas que he hecho. Me costó mucho… Es una manera de sexualizar. He querido quitar esa censura, la aversión al sexo, a la cuestión gay, por ejemplo. Esas cosas solo nos llevan a divisiones y restricciones entre nosotros. Y sin ninguna base.
¿Alguna vez se planteó la desnudez corporal de Dios?
Precisamente es lo que he estado haciendo con mis obras: sexualizar la religión. No sé si a Dios… Cristo como tal era un humano. Cualquier religión tiene más de humano que cualquier otra cosa. Y por eso creo que deberíamos intentar, primero, entendernos como seres humanos. Por eso creo que no tenemos que avergonzarnos ni censurar lo que somos. No debemos ponernos como mojigatos. Y eso sucede por la ignorancia. Deberíamos empaparnos más en los temas.
¿Y qué ha sobrellevado mejor: la censura de las galerías, la de los museos, la de los medios de comunicación o la censura de sus colegas? ¿O todo esto le ha sido indiferente?
Para mí no es indiferente, pero no es algo que me perturbe. Estas cosas las dejo pasar porque no te podés detener en eso, porque hay otras cosas que enfrentar. Uno no puede perder el tiempo. Lamento la censura, pero no permito que eso me perturbe o me cambie. Ni a mí ni a mi obra.
¿Se ha sentido rechazada por su honestidad?        
No. Y quizás eso se lo debo a la familia que tengo. Siempre me he sentido fuerte ante el mundo. Esa fortaleza viene de la familia y viene del amor. Donde he sentido —no discriminación, sino la diferencia por ser mujer— es en la religión, porque yo había pensado en ser sacerdote y no se puede. Ahí sí sentí esa limitación. Porque yo, sinceramente, me considero ser humano antes que hombre o mujer.
Antes mencionó la importancia del dibujo. Eso está claro en su obra. Pero ahora parece ya no importar al resto de creadores. Incluso hay una broma: los artistas que hacen abstracto lo hacen porque no saben dibujar…
Yo soy amante del dibujo. El dibujo es muy importante. Yo nunca he sido de obra abstracta. Eso no quiere decir que no la aprecie en otros. Hace poco los fondos de mis obras están cobrando mucho más protagonismo. No es esa mi intención, pero lo he estado viendo. Es probable que haga el experimento. Yo no me restrinjo. No me lo permito. Yo me dejo fluir.
Cuatro gobiernos de derecha y dos de izquierda en El Salvador. Y la cultura sigue siendo el patito feo…
Ah, sí. Completamente. ¿Qué te puedo decir? Realmente es terrible. [Ríe y decide encender otro cigarro].
El rol de la izquierda partidaria en su primer periodo en el ámbito de la cultura fue nefasto. Otra vez ganó las elecciones y parece que este tema sigue cuesta arriba como víctima hacia el Gólgota. ¿Tiene alguna opinión al respecto?
Nunca es tarde para rectificar, podría ser el momento oportuno ahora. Hay que darle importancia a la cultura y las artes con hechos y no con palabras, dejar de lado los compromisos político-partidarios y considerar personas adecuadas al frente de lo que será un ministerio de Cultura. Personas con suficiente preparación y sin ataduras personales y políticas. Personas independientes.
¿Y qué piensa de los artistas que venden sus obras en 50, 75, 80 dólares?
Creo que es un caso que responde a cada artista. Lo que pasa en El Salvador es que todo el mundo dice que es artista, que es genio. A veces creo que hay mucha pedantería, mucha pretensión. De eso sí que me doy cuenta.
¿Hay alguien en El Salvador que en la actualidad le guste como artista?
Me gustan muchos las esculturas de Titi Escalante. Digo esto porque he tenido la oportunidad de ver su obra. Del resto de artistas no he podido. Pero ella sabe que su obra me gusta mucho. También sé que hay artistas salvadoreños que están trabajando mucho y que están teniendo proyección fuera del país. Y eso me alegra. (…) Yo no soy democrática en el arte. El arte es arte o no lo es. Porque debe de haber calidad. Si no la hay, ¿entonces en qué estás?
¿Quiénes fueron sus maestros en El Salvador?
Ninguno.
¿Y cómo se formó?
¿Qué te puedo decir? Recibí clases de dibujo en el colegio. De ahí no tuve profesor. Estuve yendo algunas veces con un padre de la Iglesia El Carmen. Pero lo que más me gustaba con él eran las conversaciones. Te hablo de la época en la que tenía unos 14 años. El resto fue una formación mucho más personal. Porque la pintura para mí es un descubrimiento permanente. O sea: tengo toda la vida para este aprendizaje. Para lo demás no tengo tiempo.
Ah, vaya. Creo que es la primera persona que no me dice que fue alumna de Valero Lecha, Carlos Cañas, Julia Díaz…
Los conocí. No tuve una gran cercanía con ellos, salvo con Julia Díaz. Fue una pena porque a ella la conocía cuando ya estaba bastante grande. Tuvimos una gran amistad. Muy fuerte. Conocí a todos los pintores. El resto es historia.

Sé que en el país hay muchas obras suyas en manos de coleccionistas o colegas suyos, pero lo piensan dos veces a la hora de intentar mostrarla. A los medios de comunicación el tema está vetado…
En 1990 los medios de comunicación sí se atrevieron a mostrar mi obra. Se mostraron varios desnudos, a pesar de lo conservador que son los medios salvadoreños. Y lo hicieron bien. Pero al final de esa década solo presentaban ciertas partes de las obras. Y sí: hay obra mía en manos de coleccionistas, pero no las conoce el público. Y pasaría como en el programa Arte & Fe Network [programa televisivo de entrevistas con énfasis en las artes plásticas] en el que me entrevistaron, pero no salió al aire ni fue presentada porque hubo censura por mis obras. Y era trabajo de la década de 1990, es decir, esas no eran para escandalizar a nadie.
¿Y qué pasa por su mente cuando esto ocurre? ¿O se termina acostumbrando a la censura?
No. Es que esto ocurre cuando entro acá en El Salvador. Y tampoco he tenido exhibiciones por eso mismo. Y finalmente es algo que yo ya sé. Yo quisiera tener una exhibición completa en El Salvador sin censura, por supuesto (…) Por eso hubo un momento en el que me dije que no quería que el tiempo pasara, que no quería arrepentirme por algo que dejara de hacer. Así me fui a vivir a Nueva York el día 10 de enero de 2001.

Imaginemos un escenario hipotético: hace una gran exposición-retrospectiva. ¿Está preparada para la crítica…?
Desde antes estoy preparada. Y fijate que no creo que las críticas sean desfavorables…
Quizás la palabra “crítica” no sea la más acertada. La cambio por “rechazo”.
Ummm. No sé quién pueda rechazar una obra como la mía. [Sonia Melara suelta una carcajada] La verdad, no sé. Lo que podría encontrar es que a la gente no le guste, porque todos tenemos diferentes gustos.
Yo no sé cómo funciona el mercado del  arte, pero tengo la impresión de que usted es la artista salvadoreña a la que le pagan bien por su obra. Del lado de los hombres creo que está César Menéndez. 
Y no te equivocás. Y te puedo decir que quizás estoy por encima de César Menéndez. Y puede ser que César se enoje por lo que dije. Mis obras están muy bien [cotizadas] afortunadamente. Y eso no es Sonia Melara. Es la obra de Sonia Melara. Yo solo soy el instrumento para que las obras nazcan. Y yo, por mi parte, solo disfruto de la vida.
Y con todo esto que ha dicho, ¿aún anda en la búsqueda de la obra perfecta, de su propia obra maestra?
Antes andaba con eso. Ahora no. Quería que en una obra estuviera el todo, pero ahora estoy muy relajada. Estoy en otra etapa, porque todo en la vida es parte de un proceso. La obra no parece espontánea, pero eso es lo que he sido en mi trabajo: espontánea. En esta etapa de mi vida me siento menos agobiada. He entendido que cada obra tiene su momento y ese momento es congruente con lo que vivís en cada etapa de la vida. Y eso creo que es lo importante: que la obra sea congruente con la etapa de tu vida para que tenga algo que expresar. Cuando deje de sentir eso, sencillamente dejaré de hacerlo. Dejaré de crear.
Usted ha dejado ver que lo que quiere, lo hace. Pero no todo se puede tener en esta vida, tampoco creo que eso suceda en el más allá. ¿Hay algo de lo que se lamente en esta etapa de su existencia?
Lamento que la vida sea tan corta para tantas cosas que quisiese realizar. Pero esa ha sido mi preocupación permanente, no solo en esta etapa de mi vida. También lamento haber declinado las oportunidades profesionales que se me brindaron en Estados Unidos, Italia e Israel en la década de 1990 por regresar a El Salvador y permanecer ahí por todos esos años. Sin embargo, esas decisiones me permitieron compartir un valioso tiempo con mi familia. La vida no es perfecta, y no podemos tener todo al mismo tiempo.
Y cuando fallezca, ¿cómo quiere que la recuerden?
Guau… [La artista suelta otra larga bocanada] Quiero que me recuerden como una persona que vivió intensamente

sábado, 8 de abril de 2017

Levi Ponce: El rotulista salvadoreño de Pacoima



A Levi Ponce le gustan las paredes. Las escala sin vértigo ni miedo. Hace grandes obras de arte en esos lienzos interminables de oportunidad creadora. En esos muros hay espacio para Jimi Hendrix, Danny Trejo, Michael Jackson. U hombres de la ciencia como Albert Einstein. También para réplicas de otras obras como la Mona Lisa, pero con sobrero de charro y fusil al hombro.

Nació en Los Ángeles, Estados Unidos. Específicamente en Pacoima. Por el torrente sanguíneo de este artista corre la herencia de El Salvador. El papá de Levi Ponce salió de Ciudad Delgado para dejar atrás la pobreza, pero no a su país. Juan Héctor Ponce se fue con 17 colones y pasó una larga temporada en México, luego saltó al Norte. Ahí se ganó la vida pintando negocios. Esa manera de sobrevivir le sirvió a Levi Ponce de ejemplo para convertirse en muralista.

“Mi español no es bueno”, advierte el artista salvadoreño. Quizás por eso se hace llamar “rotulista” en vez de muralista. Y sin remilgos acepta que es “joven y mi carrera apenas empieza”. Pero fue el padre quien le inculcó el amor por la pintura, las brochas y las escaleras.  

“Le ayudaba a mi papá desde que aprendí a usar el baño yo solo. Empecé a pintar por mi cuenta en la secundaria y como rotulista al empezar la universidad. Hacía por dinero muralitos, letreros en ventanas, restaurantes...”.




Ahora el artista es un renombrado creador. La comunidad de Pacoima lo adora, no solo porque ha embellecido las paredes de la zona, sino porque su entusiasmo ha contagiado a niños y jóvenes. Es todo un trabajo comunitario que ha llamado la atención de los medios de comunicación como Los Angeles Times, The Daily News, Fox 11’s Good Day LA, CNN Latino, BBC Mundo, Univisión, Telemundo, Azteca TV, Vans Art, KPFK 90.7FM, La Opinión, KCET, The Huffington Post y otros espacios dedicados a difundir el arte.

Levi Ponce domina el terreno digital. Ha estudiado animación y realiza trabajos privados, pero su felicidad es intervenir las paredes. Crear con su comunidad.

Un día decidió que el actor Danny Trejo (“Desesperado” con Antonio Banderas y Salma Hayek) figurara en una de sus creaciones. Esto llegó a oídos del actor de origen mexicano y fue al lugar para comprobarlo.

“Cuando empecé a pintar el mural a él le avisaron ese mismo día y llegó esa misma tarde. Sorprendido y muy alegre me dijo que el mural era mucho mejor que una estrellita chica en el piso de Hollywood”.

La obra de Levi Ponce está fuertemente influenciada por la cultura mexicana. Eso se debe a que Pacoima alberga a cientos de mexicanos. Sin embargo —cuando de raíces se trata— el artista vuelve la mirada hacia su padre.

“Mi papá —Juan Héctor Ponce— es la influencia más grande. Con él aprendí a pintar. Estoy muy orgulloso de ser salvadoreño y de ayudar a nuestra gente a brillar en el mundo del arte aquí en Estados Unidos”.

Sobre la población de Pacoima, el artista afirma que “me encanta que se involucre en mi obra. Es un gran placer conocer a tanta gente en mi comunidad. Son tantos amigos [los que tengo por ello]”.



Las manos que quieren pintar con Levi Ponce aparecen día con día. El artista baraja una solución para la firma colectiva:

“Posiblemente les dé crédito en mi sitio electrónico. No es lo mismo, pero sería la solución más práctica. También puede ser que ya no los firme ni yo ni ellos. De todos modos el mural no tiene dueño y la gente ya conoce mi trabajo. Dice que es muy distinto [al resto]”.

La intervención de un muro le toma a Levi Ponce entre un día o una semana. Todo depende de la pared y del diseño. Los primeros trabajos del artista fueron en blanco y negro. Utilizaba un galón de pintura por color. Ahora pinta a colores. Resulta más caro, pero tiene organizaciones que le donan la pintura, los alimentos y a veces hasta el dinero.

“Para la comunidad de Pacoima lo hago de todo corazón”, aclara Levi Ponce sin titubear.

Y como él mismo afirma: “las brochas me han llevado desde Los Ángeles hasta Nueva York y otros lugares entre medio”.



El rotulista ya conoció El Salvador. Estuvo en 2012. Por supuesto que lo primero que hizo fue ver las paredes de su país.

“San Salvador tiene paredes grandes que me han gustado mucho. Cada vez pienso pintar murales más y más grandes hasta que el Señor me diga que ya no. Tengo el sueño de pintar el más largo del mundo. Sería de unos 3.000 pies. No me da miedo ni problema el arte ni la escala. Lo que cuesta es encontrar paredes así de largas. Pintar la pared más alta también sería algo espectacular. Me río de las alturas”.

jueves, 6 de abril de 2017

Fernando Llort: De hippie a padre de la artesanía




El método del niño era tan rústico como genial: raspaba la semilla de copinol en el suelo, le hacía un dibujo chueco y con un clavo caliente recorría el contorno de lo que había estampado. La idea era sacar en primer plano ese trazo amorfo, luego buscaba una cinta y listo: ya tenía un collar.

Eran los primeros años de la década de 1970. Fue en esa fecha que un salvadoreño que acababa de andar por Europa y Estados Unidos —estudiando arte y teología— vio algo en La Palma (Chalatenango) que cambiaría su vida y la historia de su país. El tipo —de piel clara, alto, delgado y con facha de hippie— vio a un niño afanado restregando una semilla de copinol en la aridez del piso.

— Niño, ¿qué estás haciendo?

— Estoy raspando esta semilla de copinol.

— ¿Para qué? Déjame ver.

Entonces, el adulto tenía entre las yemas de sus dedos “un paisaje en miniatura”. Ahí supo que Dios le estaba dando la oportunidad de comenzar desde algo pequeño hacia algo grande. Ese fue el reto celestial: si valoraba lo ínfimo, estimaría lo supremo.

Al siguiente día, aquel hombre le devolvió la semilla al niño. Esta regresó transformada en una obra de arte. Manuel Guillén Aguilar tenía unos nueve años en aquella época y su mundo quedó maravillado. Fernando Llort —el salvadoreño con facha de extranjero de 23 años— le preguntó si le interesaba aprender algunas cosas sobre dibujo.

Con un taladro y una lija, Manuel Guillén Aguilar le dijo adiós a su método empírico de trabajar la semilla de copinol y Fernando Llort se colocaba —sin saberlo— en la historia de las artes plásticas y de la gestión cultural de El Salvador.

Han pasado más de cuatro décadas desde aquel encuentro entre Manuel Guillén Aguilar y Fernando Llort. El primero pasó de ser discípulo a maestro de artesanías; el segundo es una especie de artista ecléctico que fusionó lo universal con lo local hasta llegar a convertirse en una voz del arte popular que no deja atrás las raíces indígenas que tiene El Salvador. Su nombre es ineludible en la historia del arte salvadoreño.

“La idea de trabajar la semilla de copinol no me la enseñó nadie. A mí se me ocurrió chollarla en el suelo. Así como Fernando Llort se sorprendió de lo que yo estaba haciendo, así mismo me sorprendí yo cuando él volvió con aquella semilla. Él regresó con algo hecho, bien bonito. Después agarré el lápiz y empecé a dibujar casitas, pájaros. Así comenzó la historia”, rememora Manuel Guillén Aguilar, un chaparrito bonachón que sigue viviendo y trabajando en La Palma.

La vida del discípulo de Fernando Llort está dividida entre ser artesano y vigilante de un taller. Los tiempos han cambiado y económicamente se han puesto cuesta arriba, aunque eso no le ha impedido darle la espalda a su primera vocación.

La semilla que dio origen a toda la historia de la artesanía en La Palma fue hurtada. Pero —a falta de ella— existe todo un trabajo comunitario, social, religioso, reivindicativo y desenfadadamente expresivo que aún existe. Hay cientos de hombres y mujeres que lograron hacer de las enseñanzas de Fernando Llort un legado que todavía pervive desde las últimas décadas del siglo XX.

Por ello, el gobierno de El Salvador anunció el 1 de octubre que la edición número XXV del Premio Nacional de Cultura 2013 se lo otorgaría a Fernando Llort. Su argumento fue:

“[El artista] ha sido elegido para recibir el galardón por sus méritos como gestor cultural y por haber transformado a la comunidad a través de la enseñanza de sus diseños artísticos aplicados a la artesanía. Esto desarrolló una industria comunitaria sustentable que dio origen a la primera cooperativa de artesanos llamada ‘La Semilla de Dios’. Es creador de un método sencillo de enseñanza artística basado en dibujos lineales y en el uso de materiales abundantes del lugar que le permitió a los pobladores realizar artesanías. Así dio inicio al desarrollo en colectivo de la población —con un impacto a nivel local, nacional e internacional— con innumerables talleres, los cuales siguen produciendo artesanías que contribuyen al desarrollo económico, social y cultural del país”.

El día 5 de noviembre de 2013 Fernando Llort no llegó solo a Casa Presidencial. Con el artista llegaron las distintas generaciones de artesanos de La Palma. El jefe de Estado —Mauricio Funes— le entregó una medalla de oro, cinco mil dólares y un diploma de honor al buen samaritano que fue dejando su semilla de enseñanza y de fe a las personas que se cruzaron en su camino.

El héroe de La Palma nació el día 7 de abril de 1949. Comenzó sus estudios religiosos en Colombia en 1966. Luego partió a la Universidad de Toulouse (Francia) a estudiar filosofía. Ahí permaneció tres años e hizo una exposición en ese país.

Según el artista, las piezas de esa época hacían alusión la cultura maya. Volvió a la teología en Lovaina (Bélgica). También hizo estudios en Louisiana State University en Baton Rouge. En 1971 regresó a El Salvador. Algo le dijo en su interior que lo que andaba buscando estaba en La Palma.

Desde esa época hasta la actualidad nacieron el taller —y posteriormente la cooperativa— “La Semilla de Dios”. Las enseñanzas a los pobladores de La Palma fueron gratuitas por más de una década.

También en esa localidad de Chalatenango el artista encontró el amor: Estela Chacón.

“Vi a esa muchacha que venía por la calle y me enamoré de sus ojos”, recuerda Fernando Llort. De esa unión nacieron tres hijos.

En 1981 nació el Centro Cultural “El árbol de Dios” en San Salvador. Y durante 1989 nace otra entidad: la “Fundación Fernando Llort”.

Hace unos años el artesano de La Palma viajó a Inglaterra. Allá realizó un trabajo artístico en la Catedral de Saint George en el centro de Londres. Ahí inauguró una pequeña capilla dedicada a la memoria de monseñor Óscar Arnulfo Romero. La obra es una cruz que lleva el apellido del religioso salvadoreño asesinado en 1980.

***

Fernando Llort va hacia la Cooperativa “La Semilla de Dios”. Pasa frente al parque de La Palma. Ahí una vendedora lo reconoce y comienza a hablar sobre él con un joven de 25 años. Ambos lo conocen, pero es obvio que la mujer tiene muchas más historias qué contar del artista:

— “Ahora está más viejito, pero aún sigue viéndose alto. Cuando estuvo en la cooperativa le regalaba materiales a la gente para que aprendiera y trabajara”.

— ¿Y es un orgullo como se dice por aquí…?

— Sí, hombre. Si él levantó el nombre de La Palma. Él siempre fue un hombre bien bueno.

El joven de 25 años —Francisco Javier— cuela su opinión en la conversación y asevera que Fernando Llort es el padre de la artesanía en La Palma. Aprovecha la interrupción para contar una anécdota:

—“Cuando el arzobispo [monseñor José Luis Escobar Alas] le derrumbó el mural de Catedral, nosotros le hicimos frente a la alcaldía una gran alfombra. Simulamos la obra que perdió. La pieza fue de unos 15 metros. Él vino y presenció lo que hicimos unos 20 jóvenes”.

— ¿Y cómo surgió la idea…?

— Es que a él nunca lo olvidamos aquí en La Palma, interviene la señora vendedora.

— Es que aquí tuvimos muchos sentimientos encontrados por lo que hizo el arzobispo de San Salvador, remata el joven.

***

Fernando Llort hace una pausa. Se apoya en su bastón. Siempre anda viendo hacia arriba. Da la impresión de hablar con alguien allá en las alturas. Quizás habla con eso que siempre está en su trabajo: Dios.

— ¿Cómo es que aparece Dios en su vida?

— Mis padres me educaron con los valores religiosos de la fe. De mayor retomé esos valores y tuve un encuentro muy profundo con Él. Me di cuenta de que el talento que tenía lo había recibido de Dios y tenía que compartirlo con mis hermanos, con los más pobres. Siempre lo he puesto a Él como fuente de inspiración de mi obra.

— ¿De dónde saca esto de los pobres? ¿Quiso ser sacerdote?

— Lo intenté, pero en Francia. Buscando una identidad cultural me di cuenta de que quería ser pintor. Fue ahí que me encontré conmigo mismo y decidí venirme a El Salvador a encontrar mi identidad cultural.

— ¿Podría traducirme qué significa encontrarse con uno mismo?

— Encontrarse con los valores, los dones y los talentos que uno tiene.

— Hemos venido al lugar donde hace más de 40 años su trabajo artístico y social empezó. ¿Qué piensa? ¿Qué evaluación hace al respecto?

— Pienso que he tenido una vida muy plena. Me siento realizado como artesano, como artista… Y creo que tengo mucho que dar todavía.

— Pongamos las cosas sobre la balanza. ¿Qué fue lo más duro que ha tenido que enfrentar en estas casi cinco décadas de vida artística?

— Los más duro fue imponerme una disciplina, una dedicación porque si no las cosas no salían. Es duro enfrentarse a no ser perezoso. Es duro empeñarse en hacer cada vez mejor el trabajo. La lucha contra uno mismo es dura.


El salvadoreño que se codea con Picasso y Miró



Su hermana le hizo un mundo dejándolo dibujar todo el tiempo que fuera necesario. Ahora Víctor Erazo lleva ese universo a lugares tan insospechados como China.

Nunca expuso en El Salvador, salvo cuando fue estudiante del Centro Nacional de Artes. Ahora el nombre de este país centroamericano llega a galerías de gran notoriedad en el mundo gracias a él. No importan que estén en España, Estados Unidos o en alguna ciudad asiática.

La clave es sencilla: “Hacer una obra y sentirme feliz con ella”, afirma el ceramista.

Víctor Erazo se fue del país en 1973. Pero esto solo ocurrió cuando le hizo una pregunta a su maestro, Roberto Galicia (pintor y actual director del Museo de Arte de El Salvador):

—“¿Con lo que sé puedo trabajar en cualquier sitio?” Y la respuesta se convirtió en una visa:

—“Usted puede trabajar en cualquier parte del mundo”.

Galicia confirma el episodio y añade: “Es que Víctor Erazo es un artista fuera de serie”.

El ceramista salvadoreño supo que había un solo lugar para formarse:

“El único continente que podía reafirmar mi educación era Europa. Quería ver con mis propias retinas un cuadro de Velásquez o de Frances Bacon”.

Con educación y talento, Víctor Erazo supo que “un salvadoreño puede perfectamente exponer con Pablo Picasso, Joan Miró o Miquel Barceló sin sentir el complejo de decir ‘sacaron a un indito de Centroamérica'”.

Sin prisas y con estoicismo de sobra, el artista salvadoreño —que nació en San Salvador en 1953— confiesa que “su sensibilidad artística es una herencia, pero de eso no ha tomada ninguna ventaja”.

El éxito del salvadoreño por el mundo lo resume de esta manera:

“El problema en El Salvador es que la gente empieza pintando por hobby y termina siendo profesional obligado por las circunstancias. Mi trabajo no lo hago por hobby, lo hago como trabajador del arte que se mueve profesionalmente”.



El artista reside en España, pero su itinerario puede incluir Estados Unidos, Europa y luego pasar por Guatemala, México y regresar a El Salvador. Ese ánimo también puede replicarse con su apetito pictórico. Por ejemplo: si le dan ganas se va a China donde tiene un estudio solo para él. Puede hacer lo mismo si le apetece pintar en España. O sencillamente puede hacer algunos movimientos y salta a Estados Unidos.

“No tengo límites”, explica sin más.

El ceramista zen
En 2010 la Galería DAO se vinculó con el artista salvadoreño. Víctor Erazo tiene un taller en Fuping (China) —ciudad consagrada a la cerámica— con cien metros cuadrados para hacer lo que quiera. Además, tiene seis ayudantes y doscientos hornos que van desde el sencillo para hacer pruebas hasta otro de grandes dimensiones para una producción a granel.

No ignora que las galerías ganan dinero y que “yo soy un producto comercial que ellos venden, pero también soy una persona que recibe favores y hay que agradecerlos”. Y no esconde que “en algún momento puede surgir una situación económica difícil, pero la galería tiene el poder económico de sacarte de un problema. Algo que no podrías hacer tú solo”.

La vida de Víctor Erazo gira alrededor del arte. Es sereno, tranquilo, comedido para hablar. Hay solaz en su discurso y también en su obra, en el manejo de los colores y en la creación de texturas.

“Me enamoro de mi trabajo, me enamoro de poder convivir. Nunca he sentido la necesidad de la agresividad o de hacer críticas. No me gusta cerrar puertas con nadie”, dice el artista mientras hojea un catálogo europeo en el que aparece su obra. Parte de sus creaciones simulan objetos geométricos pintados con esa libertad que solo le brota de su fuerza interior que no busca imponer ni demostrar nada. Excepto solaz y armonía.

“El colorido de mi obra es exactamente El Salvador. No hay país en el mundo que por equis razón pueda presentar el múltiple colorido que nosotros tenemos. Como artista me prohíbo repetirme”.



Sobre su relación con las galerías, el artista demuestra su disciplina zen:

“Yo soy fiel a mis contratos. Sin me piden exclusividad, la doy”. Y suma: “Si alguien quiere algo de mí, sencillamente digo sí o no. Y yo espero que me traten de esta forma. No soporto que las personas no cumplan su palabra”. Pero no se ciega: “hay galerías que son una tienda, venden productos y si se muere el artista, mejor porque les da igual”.

Una anécdota: Al exponerse el trabajo de Erazo en una galería de Asia, la mitad de esta se vendió en cuatro horas. Ocho días después en aquel espacio ya no había nada más qué hacer, porque ya todo estaba vendido.


“Hay gente que me compra obra, pero no sabe quién soy. No sabe que existo. Que un salvadoreño conquiste China con obra que radica en esencia en El Salvador es para sentirse orgulloso. Ellos [los chinos] nos venden miles de productos, nosotros aunque sea una pieza de cerámica se la hemos logrado vender”.

El reverso de la diferencia

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¡Que se jodan los sabios y los pensadores! / ¡Que se jodan todas las épocas y edades! / ¡Que se jodan los hombres de todos los tiempos / y el embuste de la Civilización y de la Cultura! [J. A. N.]