sábado, 17 de junio de 2017

Todavía hablo con las piedras



Errante. Ibas de aquí para allá. Caminabas y caminabas. Sin horizonte ni dirección. Y una vez las viste. Las contemplaste. Ahí estaban: piedras milenarias que a fuerza de lluvias y correntadas echaban a rodar hasta llegar a la ciudad. No sabés si las buscaste o ellas te encontraron a vos. Lo cierto es que ante ellas te acurrucabas, les pasabas las manos por su superficie y muy quedito les preguntabas: ¿Qué quieren ser?

Y ellas te decían en polifonía: quiero ser un torso, un rostro, un ojo, una cara. Un círculo. Y vos obedecías.

Naciste en 1990, Mario López Vega. Viniste al mundo en una época en que tu país estaba cerca de salir de una guerra de más de una década. Pero vos entraste a otra. Una que no tiene nada que envidiarle a la barbarie de antaño. Los medios de comunicación han hablado mucho de tu Panchimalco. Han hablado muy mal de él, pero son pocos los que saben que ahí hay una cuna de artistas.

Tu hogar es sencillo. La vida familiar ha sido cuesta arriba, pero los tuyos siempre han estado ahí para ayudarte y espolearte.

En 2005 llegaste a la Casa Taller Encuentro en tu querido Panchimalco. Pero fue hasta 2009 que decidiste incursionar en la escultura. Empezaste a tallar la piedra. Empezaste a aprender la mudez de las rocas. Cincel y almádana fueron tus herramientas.

“De aquí nadie me mueve”, dijiste para tus adentros con convicción. 

Y reconociste: "La piedra es un ser viviente como yo. Hablo con ellas. No con palabras, sino con el lenguaje del espíritu, del alma. Voy por ellas al río. Observo sus texturas, sus formas. Las veo por largo tiempo hasta que logro mirar qué hay dentro de ellas".

Al principio le tenías tanto miedo al martillo y al cincel. Pero un soplo de tus raíces indígenas te alcanzó y te susurró: “Sé sagaz, no fuerte”. Entendiste que la fuerza es emocional y espiritual. Nunca física.

También fuiste soberbio, terco. Petulante. Una vez quisiste esculpir por esculpir y obviaste hablar con aquella piedra de río. Sólo lograste que se quebrara y echaste a perder todo. Pero aprendiste la lección. Creció en vos el deseo benévolo de seguir tallando rocas. Tu afán se expandió y no tuvo límites. La emoción te hizo —sin querer— retar al destino:

"No sé en qué momento va a ser, pero antes de morirme tengo que hacer algo monumental. Gigantesco. Grandísimo. Y tiene que ser en piedra".

Fuiste a Rusia en 2015. También a Francia y Holanda. Otro mundo te esperaba: la escultura en cerámica. Y te funcionó porque ya no sos el mismo a la hora de crear tu obra.

¿Todo esto ha servido de algo? A veces decís que sí. Otras que no.

Y se entiende: has expuesto en lugares envidiables, pero llegan los mismos de siempre. Medís la senda que has recorrido y te das cuenta de que sufrís de soledad de público.

Pero tenés otros retos y eso ocupa tu mente. Hacés una obra y querés repetirla. Y no podés.

Obseso. Ese es tu defecto y tu virtud. No importa si estás sano o enfermo. Ahí estás sacándole chispas a las piedras.  

También has regresado a tu casa con las manos en la bolsa. No te importa confesarlo:

“Me miran como artista. Me halagan. Pero no saben que ando con hambre y aflicciones”.

Te ves las manos y te das cuenta de que no son distintas a las de aquellos hombres primitivos que también tenían como lienzo a las piedras. Sos un purista. Nada de artificios para lograr tus obras. Quién imaginaría que de tu baja estatura y de tu flaco cuerpo nacen obras descomunales de piedras gigantescas.  Tampoco nadie  daría crédito de que sos luchador olímpico. Para los incrédulos ahí están las medallas que has ganado.

Pasa el tiempo y vos seguís agradecido con aquel extraño que un día te explicó qué era la Casa Taller Encuentro. Miguel Ángel Ramírez sería un parteaguas en tu vida, Mario López Vega.

Dijiste: “Sin ese taller y Miguel Ángel Ramírez no hubiesen estado, yo no sé qué estaría haciendo en este momento”. Elegiste un camino y de ahí no regresaste. Hiciste de aquella elección un estilo de vida: Y lo reconociste:

“Si no estoy esculpiendo siento que no valgo nada”.

Errantes como las piedras nos encontramos al azar. Te hice una pregunta y vos no vacilaste en responderme:


“Sí, todavía hablo con las piedras”.


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¡Que se jodan los sabios y los pensadores! / ¡Que se jodan todas las épocas y edades! / ¡Que se jodan los hombres de todos los tiempos / y el embuste de la Civilización y de la Cultura! [J. A. N.]