jueves, 6 de abril de 2017

Fernando Llort: De hippie a padre de la artesanía




El método del niño era tan rústico como genial: raspaba la semilla de copinol en el suelo, le hacía un dibujo chueco y con un clavo caliente recorría el contorno de lo que había estampado. La idea era sacar en primer plano ese trazo amorfo, luego buscaba una cinta y listo: ya tenía un collar.

Eran los primeros años de la década de 1970. Fue en esa fecha que un salvadoreño que acababa de andar por Europa y Estados Unidos —estudiando arte y teología— vio algo en La Palma (Chalatenango) que cambiaría su vida y la historia de su país. El tipo —de piel clara, alto, delgado y con facha de hippie— vio a un niño afanado restregando una semilla de copinol en la aridez del piso.

— Niño, ¿qué estás haciendo?

— Estoy raspando esta semilla de copinol.

— ¿Para qué? Déjame ver.

Entonces, el adulto tenía entre las yemas de sus dedos “un paisaje en miniatura”. Ahí supo que Dios le estaba dando la oportunidad de comenzar desde algo pequeño hacia algo grande. Ese fue el reto celestial: si valoraba lo ínfimo, estimaría lo supremo.

Al siguiente día, aquel hombre le devolvió la semilla al niño. Esta regresó transformada en una obra de arte. Manuel Guillén Aguilar tenía unos nueve años en aquella época y su mundo quedó maravillado. Fernando Llort —el salvadoreño con facha de extranjero de 23 años— le preguntó si le interesaba aprender algunas cosas sobre dibujo.

Con un taladro y una lija, Manuel Guillén Aguilar le dijo adiós a su método empírico de trabajar la semilla de copinol y Fernando Llort se colocaba —sin saberlo— en la historia de las artes plásticas y de la gestión cultural de El Salvador.

Han pasado más de cuatro décadas desde aquel encuentro entre Manuel Guillén Aguilar y Fernando Llort. El primero pasó de ser discípulo a maestro de artesanías; el segundo es una especie de artista ecléctico que fusionó lo universal con lo local hasta llegar a convertirse en una voz del arte popular que no deja atrás las raíces indígenas que tiene El Salvador. Su nombre es ineludible en la historia del arte salvadoreño.

“La idea de trabajar la semilla de copinol no me la enseñó nadie. A mí se me ocurrió chollarla en el suelo. Así como Fernando Llort se sorprendió de lo que yo estaba haciendo, así mismo me sorprendí yo cuando él volvió con aquella semilla. Él regresó con algo hecho, bien bonito. Después agarré el lápiz y empecé a dibujar casitas, pájaros. Así comenzó la historia”, rememora Manuel Guillén Aguilar, un chaparrito bonachón que sigue viviendo y trabajando en La Palma.

La vida del discípulo de Fernando Llort está dividida entre ser artesano y vigilante de un taller. Los tiempos han cambiado y económicamente se han puesto cuesta arriba, aunque eso no le ha impedido darle la espalda a su primera vocación.

La semilla que dio origen a toda la historia de la artesanía en La Palma fue hurtada. Pero —a falta de ella— existe todo un trabajo comunitario, social, religioso, reivindicativo y desenfadadamente expresivo que aún existe. Hay cientos de hombres y mujeres que lograron hacer de las enseñanzas de Fernando Llort un legado que todavía pervive desde las últimas décadas del siglo XX.

Por ello, el gobierno de El Salvador anunció el 1 de octubre que la edición número XXV del Premio Nacional de Cultura 2013 se lo otorgaría a Fernando Llort. Su argumento fue:

“[El artista] ha sido elegido para recibir el galardón por sus méritos como gestor cultural y por haber transformado a la comunidad a través de la enseñanza de sus diseños artísticos aplicados a la artesanía. Esto desarrolló una industria comunitaria sustentable que dio origen a la primera cooperativa de artesanos llamada ‘La Semilla de Dios’. Es creador de un método sencillo de enseñanza artística basado en dibujos lineales y en el uso de materiales abundantes del lugar que le permitió a los pobladores realizar artesanías. Así dio inicio al desarrollo en colectivo de la población —con un impacto a nivel local, nacional e internacional— con innumerables talleres, los cuales siguen produciendo artesanías que contribuyen al desarrollo económico, social y cultural del país”.

El día 5 de noviembre de 2013 Fernando Llort no llegó solo a Casa Presidencial. Con el artista llegaron las distintas generaciones de artesanos de La Palma. El jefe de Estado —Mauricio Funes— le entregó una medalla de oro, cinco mil dólares y un diploma de honor al buen samaritano que fue dejando su semilla de enseñanza y de fe a las personas que se cruzaron en su camino.

El héroe de La Palma nació el día 7 de abril de 1949. Comenzó sus estudios religiosos en Colombia en 1966. Luego partió a la Universidad de Toulouse (Francia) a estudiar filosofía. Ahí permaneció tres años e hizo una exposición en ese país.

Según el artista, las piezas de esa época hacían alusión la cultura maya. Volvió a la teología en Lovaina (Bélgica). También hizo estudios en Louisiana State University en Baton Rouge. En 1971 regresó a El Salvador. Algo le dijo en su interior que lo que andaba buscando estaba en La Palma.

Desde esa época hasta la actualidad nacieron el taller —y posteriormente la cooperativa— “La Semilla de Dios”. Las enseñanzas a los pobladores de La Palma fueron gratuitas por más de una década.

También en esa localidad de Chalatenango el artista encontró el amor: Estela Chacón.

“Vi a esa muchacha que venía por la calle y me enamoré de sus ojos”, recuerda Fernando Llort. De esa unión nacieron tres hijos.

En 1981 nació el Centro Cultural “El árbol de Dios” en San Salvador. Y durante 1989 nace otra entidad: la “Fundación Fernando Llort”.

Hace unos años el artesano de La Palma viajó a Inglaterra. Allá realizó un trabajo artístico en la Catedral de Saint George en el centro de Londres. Ahí inauguró una pequeña capilla dedicada a la memoria de monseñor Óscar Arnulfo Romero. La obra es una cruz que lleva el apellido del religioso salvadoreño asesinado en 1980.

***

Fernando Llort va hacia la Cooperativa “La Semilla de Dios”. Pasa frente al parque de La Palma. Ahí una vendedora lo reconoce y comienza a hablar sobre él con un joven de 25 años. Ambos lo conocen, pero es obvio que la mujer tiene muchas más historias qué contar del artista:

— “Ahora está más viejito, pero aún sigue viéndose alto. Cuando estuvo en la cooperativa le regalaba materiales a la gente para que aprendiera y trabajara”.

— ¿Y es un orgullo como se dice por aquí…?

— Sí, hombre. Si él levantó el nombre de La Palma. Él siempre fue un hombre bien bueno.

El joven de 25 años —Francisco Javier— cuela su opinión en la conversación y asevera que Fernando Llort es el padre de la artesanía en La Palma. Aprovecha la interrupción para contar una anécdota:

—“Cuando el arzobispo [monseñor José Luis Escobar Alas] le derrumbó el mural de Catedral, nosotros le hicimos frente a la alcaldía una gran alfombra. Simulamos la obra que perdió. La pieza fue de unos 15 metros. Él vino y presenció lo que hicimos unos 20 jóvenes”.

— ¿Y cómo surgió la idea…?

— Es que a él nunca lo olvidamos aquí en La Palma, interviene la señora vendedora.

— Es que aquí tuvimos muchos sentimientos encontrados por lo que hizo el arzobispo de San Salvador, remata el joven.

***

Fernando Llort hace una pausa. Se apoya en su bastón. Siempre anda viendo hacia arriba. Da la impresión de hablar con alguien allá en las alturas. Quizás habla con eso que siempre está en su trabajo: Dios.

— ¿Cómo es que aparece Dios en su vida?

— Mis padres me educaron con los valores religiosos de la fe. De mayor retomé esos valores y tuve un encuentro muy profundo con Él. Me di cuenta de que el talento que tenía lo había recibido de Dios y tenía que compartirlo con mis hermanos, con los más pobres. Siempre lo he puesto a Él como fuente de inspiración de mi obra.

— ¿De dónde saca esto de los pobres? ¿Quiso ser sacerdote?

— Lo intenté, pero en Francia. Buscando una identidad cultural me di cuenta de que quería ser pintor. Fue ahí que me encontré conmigo mismo y decidí venirme a El Salvador a encontrar mi identidad cultural.

— ¿Podría traducirme qué significa encontrarse con uno mismo?

— Encontrarse con los valores, los dones y los talentos que uno tiene.

— Hemos venido al lugar donde hace más de 40 años su trabajo artístico y social empezó. ¿Qué piensa? ¿Qué evaluación hace al respecto?

— Pienso que he tenido una vida muy plena. Me siento realizado como artesano, como artista… Y creo que tengo mucho que dar todavía.

— Pongamos las cosas sobre la balanza. ¿Qué fue lo más duro que ha tenido que enfrentar en estas casi cinco décadas de vida artística?

— Los más duro fue imponerme una disciplina, una dedicación porque si no las cosas no salían. Es duro enfrentarse a no ser perezoso. Es duro empeñarse en hacer cada vez mejor el trabajo. La lucha contra uno mismo es dura.


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