jueves, 6 de abril de 2017

El salvadoreño que se codea con Picasso y Miró



Su hermana le hizo un mundo dejándolo dibujar todo el tiempo que fuera necesario. Ahora Víctor Erazo lleva ese universo a lugares tan insospechados como China.

Nunca expuso en El Salvador, salvo cuando fue estudiante del Centro Nacional de Artes. Ahora el nombre de este país centroamericano llega a galerías de gran notoriedad en el mundo gracias a él. No importan que estén en España, Estados Unidos o en alguna ciudad asiática.

La clave es sencilla: “Hacer una obra y sentirme feliz con ella”, afirma el ceramista.

Víctor Erazo se fue del país en 1973. Pero esto solo ocurrió cuando le hizo una pregunta a su maestro, Roberto Galicia (pintor y actual director del Museo de Arte de El Salvador):

—“¿Con lo que sé puedo trabajar en cualquier sitio?” Y la respuesta se convirtió en una visa:

—“Usted puede trabajar en cualquier parte del mundo”.

Galicia confirma el episodio y añade: “Es que Víctor Erazo es un artista fuera de serie”.

El ceramista salvadoreño supo que había un solo lugar para formarse:

“El único continente que podía reafirmar mi educación era Europa. Quería ver con mis propias retinas un cuadro de Velásquez o de Frances Bacon”.

Con educación y talento, Víctor Erazo supo que “un salvadoreño puede perfectamente exponer con Pablo Picasso, Joan Miró o Miquel Barceló sin sentir el complejo de decir ‘sacaron a un indito de Centroamérica'”.

Sin prisas y con estoicismo de sobra, el artista salvadoreño —que nació en San Salvador en 1953— confiesa que “su sensibilidad artística es una herencia, pero de eso no ha tomada ninguna ventaja”.

El éxito del salvadoreño por el mundo lo resume de esta manera:

“El problema en El Salvador es que la gente empieza pintando por hobby y termina siendo profesional obligado por las circunstancias. Mi trabajo no lo hago por hobby, lo hago como trabajador del arte que se mueve profesionalmente”.



El artista reside en España, pero su itinerario puede incluir Estados Unidos, Europa y luego pasar por Guatemala, México y regresar a El Salvador. Ese ánimo también puede replicarse con su apetito pictórico. Por ejemplo: si le dan ganas se va a China donde tiene un estudio solo para él. Puede hacer lo mismo si le apetece pintar en España. O sencillamente puede hacer algunos movimientos y salta a Estados Unidos.

“No tengo límites”, explica sin más.

El ceramista zen
En 2010 la Galería DAO se vinculó con el artista salvadoreño. Víctor Erazo tiene un taller en Fuping (China) —ciudad consagrada a la cerámica— con cien metros cuadrados para hacer lo que quiera. Además, tiene seis ayudantes y doscientos hornos que van desde el sencillo para hacer pruebas hasta otro de grandes dimensiones para una producción a granel.

No ignora que las galerías ganan dinero y que “yo soy un producto comercial que ellos venden, pero también soy una persona que recibe favores y hay que agradecerlos”. Y no esconde que “en algún momento puede surgir una situación económica difícil, pero la galería tiene el poder económico de sacarte de un problema. Algo que no podrías hacer tú solo”.

La vida de Víctor Erazo gira alrededor del arte. Es sereno, tranquilo, comedido para hablar. Hay solaz en su discurso y también en su obra, en el manejo de los colores y en la creación de texturas.

“Me enamoro de mi trabajo, me enamoro de poder convivir. Nunca he sentido la necesidad de la agresividad o de hacer críticas. No me gusta cerrar puertas con nadie”, dice el artista mientras hojea un catálogo europeo en el que aparece su obra. Parte de sus creaciones simulan objetos geométricos pintados con esa libertad que solo le brota de su fuerza interior que no busca imponer ni demostrar nada. Excepto solaz y armonía.

“El colorido de mi obra es exactamente El Salvador. No hay país en el mundo que por equis razón pueda presentar el múltiple colorido que nosotros tenemos. Como artista me prohíbo repetirme”.



Sobre su relación con las galerías, el artista demuestra su disciplina zen:

“Yo soy fiel a mis contratos. Sin me piden exclusividad, la doy”. Y suma: “Si alguien quiere algo de mí, sencillamente digo sí o no. Y yo espero que me traten de esta forma. No soporto que las personas no cumplan su palabra”. Pero no se ciega: “hay galerías que son una tienda, venden productos y si se muere el artista, mejor porque les da igual”.

Una anécdota: Al exponerse el trabajo de Erazo en una galería de Asia, la mitad de esta se vendió en cuatro horas. Ocho días después en aquel espacio ya no había nada más qué hacer, porque ya todo estaba vendido.


“Hay gente que me compra obra, pero no sabe quién soy. No sabe que existo. Que un salvadoreño conquiste China con obra que radica en esencia en El Salvador es para sentirse orgulloso. Ellos [los chinos] nos venden miles de productos, nosotros aunque sea una pieza de cerámica se la hemos logrado vender”.

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