De los archivos de aquel genial semanario que se llamó, Primera Plana. El resto, pues se explica solo.
martes, 22 de julio de 2014
domingo, 22 de junio de 2014
Perdimos la libertad
Con el acertadísimo título "Miretiro como escribidor de LA PRENSA GRÁFICA", Luis Gómez Zárate nos deja
solos en esta batalla de las ideas por la libertad en El Salvador.
Antes de darnos la espalda, nos
demostró que es muy bueno en matemáticas. Su ábaco narcisista dio el resultado
de “25 años señalando el peligro que representa para El Salvador el
marxismo-comunismo, haciéndolo por diferentes medios: conferencias,
intervenciones en televisión, denuncias públicas, judiciales”.
Si fuese poco, escribió 427
artículos en 210 meses sobre “hechos notorios, los cuales no necesitan prueba,
pues son del conocimiento de la mayoría de salvadoreños”. De un solo plumazo
nos hizo científicos. Bien podría fundar una universidad, graduarnos y darnos
un puesto en la Corte de Cuentas o en el Parlamento Centroamericano. Y todo con
los gastos pagados y con la promesa de ser figuras públicas en Milena, tu
amiga.
Gómez Zárate —el J.J. Rendón
criollo, pero sin chaqueta de cuero y sin cara de malo y sin la vocación
internacionali$ta del venezolano— se fue no sin antes decirnos nuestras
respectivas verdades. Nos pegó donde más duele:
“Toda
esta lucha y sacrificio han sido infructuosos ante el triunfo marxista comunista,
por lo cual considero oportuno retirarme de las páginas de Opinión de LA PRENSA
GRÁFICA, pues todos los peligros para nuestra Patria ya los hice públicos,
ahora se darán cuenta de la realidad que señalé”.
Traducción
(con doblaje y subtítulos al mismo tiempo): cómanse toda la mierda del mundo,
porque lo que soy yo, ya no defenderé vuestra libertad; pero ya vendrá el día
en el que recordarán mis dos apellidos, grandísimos vendepatrias.
Y
si no le gustó la adaptación anterior, aquí les dejo las palabras de él:
“El Salvador tocó fondo con los marxistas, necesitamos patriotas que lo rescaten y gritar de nuevo: ¡Viva El Salvador!”
O
sea: se jodieron, pendejos, porque yo ya no estoy.
Al
César lo que es del César: gran ejemplo el que ha dejado don Luis a otros
columnistas de El Salvador. Está bien si les pagan, porque eso de hacer
monólogos aburridos de gratis y sin que los lean es jodidamente duro. Para eso
está Twitter.
Usted
ha tenido mucha gallardía, don Luis: escribir 427 artículos y pasar ignorado
por 210 meses, sí que es tener una sobredosis de autoestima inagotable. Usted
más que nadie sabrá que no hay nada más triste que ver el trabajo de las ideas
impresas envolviendo aguacates, forrando botellas de Petrov o levantando caca
de perros sin pedigrí. Yo sé lo que significa ser insultado por lo que uno
escribe. Hasta mi mamá me dejó de hablar cuando supo que tuve un encuentro con una espía. Pero me he perdonado, porque lo mío no es el kung-fu.
Don Luis Gómez Zárate, mejor
ábrase una cuenta en Facebook y opine en su muro y dele “like” a sus propias publicaciones.
Verá que en el mundo virtual hay suficiente espacio para el fracaso.
lunes, 16 de junio de 2014
Aquí está tu regalo, papá
Ni Google sabe porqué el 17 de junio es el Día del Padre
en El Salvador. Lo cierto es que para el 60 % de los salvadoreños —perdón que
hable en nombre de ustedes— la efeméride nos sabe a 30 de febrero. Este es el
único día en que el foco de la realidad económica y el de la austeridad se nos enciende: ¿para qué vamos a gastar en terceros cuando podemos dejar esos
billetes para las cervezas del fin de semana? Muchas de nuestras desgracias se
las debemos a nuestros viejos. Pero esto es así: nosotros no podemos elegirlos.
Pero no nos desviemos. De la parentela, el más hijo de
puta siempre termina siendo el padre, porque si se queda, nos jode; si se va,
pues es lo mismo, pero sin violencia. Y claro que hay padres cinco estrellas,
pero no estamos hablando de ellos. Ustedes perdonen.
Con mi viejo somos amigos. Eso se logra con la distancia,
porque la convivencia siempre se caga en todo. Solo mire cómo terminó el
matrimonio presidencial del quinquenio 2009-2014. Pero no quiero verme como un
cabronazo aguafiestas. Si llegó hasta estas líneas, déjeme contarle que hay canciones
dedicadas al procreador. Y no crea que son tercermundistas, porque tienen su respectivo
pedigrí. Las hay sutiles, duras y crueles. Por ejemplo: Jim Morrison le dijo en
concierto a su tata que lo quería matar. Kurt Cobain abrió un álbum confesando que
deseó con todas sus fuerzas tener un padre, pero que solo llegó a tener un papá.
Jeff Buckley —con esa bella voz que transparentó todo su tormento emocional— le
preguntó en una canción a su viejo —el maravilloso Tim Buckley—, “Papá: ¿me
escuchás, me conocés, te importé? ¿Qué harías en mi lugar?”.
Ya me encantaría preguntarle a Jesús su opinión sobre su
padre. Porque eso de ser sacado del cielo para venir a morir por extraños
desagradecidos e hipócritas, sí que es una tremenda cabronada. 2, 000 años
después y todavía lo ningunean. A ningún padre del mundo se le perdona semejante bullying.
Son más dinosaurios que otra cosa, pero no hay que
olvidarse de los Padres de la Patria. Este país sigue tan huérfano de todo
gracias a ellos. Y todavía se dieron un día feriado y remunerado. No sé qué es
peor: si el cinismo de los políticos o nuestra absoluta incapacidad para tener
un poco de dignidad y no salir a votar por ellos en cada elección.
Lo más triste de las conmemoraciones como esta es darse
cuenta de que usted pasa de los 30 años, vive con sus viejos y llega a fin de
mes con la plata de ellos. Y todavía les pide permiso para echar un
polvo el viernes por la noche.
Bonus track:
Antes de suicidarse, Jeff Buckley dejó grandes canciones como esta. Aprovechó su talento para saldar cuentas con sus viejos.
"Mother dear: the world's gone cold. No one cares about love anymore. What will you say when you see my face? Father do you hear me? Do you know me? Do you even care? What will you say when they take my place...?"
Antes de suicidarse, Jeff Buckley dejó grandes canciones como esta. Aprovechó su talento para saldar cuentas con sus viejos.
"Mother dear: the world's gone cold. No one cares about love anymore. What will you say when you see my face? Father do you hear me? Do you know me? Do you even care? What will you say when they take my place...?"
lunes, 17 de febrero de 2014
Michel Onfray: "El bien no tiene necesidad de Dios"
En julio de 2004, una breve columna de opinión firmada por el filósofo francés
Michel Onfray, y publicada en “Suplemento Cultural Ñ”, desató la furia de
pensadores y lectores adscritos a los credos mayores. El título de la nota era
“Contra los monoteísmos”.
Onfray fustigaba y argumentaba, con cierto rencor, contra las tres principales religiones mundiales. “El judaísmo, el cristianismo y el islamismo corrompen por igual la vida de millones de individuos en el planeta; fomentan guerras, conflictos, odios dirigidos contra uno mismo, los otros y el mundo; predican amor al prójimo y dan sablazos a diestra y siniestra”, escribió.
Las expresiones que surgieron en contra de esta nota volvieron a demostrar que el tema genera debates sin acuerdos a la vista y que no hay últimas palabras en torno a la discusión religiosa. Onfray publicó un libro que continúa y profundiza el debate demoliendo los monoteísmos y el pensamiento religioso en sí: Tratado de ateología (De la Flor).
Este pensador solitario ha ofrecido en libros anteriores visiones marginales y experimentales sobre la filosofía y sus alrededores. Son propias de quien ha elegido el camino que circunda y evita la academia. Fuera del circuito universitario tradicional co-fundó la Universidad Popular de Caen: “Una experiencia maravillosa: hay por lo menos doce seminarios, más de quinientas personas por semana. Es una verdadera felicidad poder filosofar libremente con personas libres”. Cruzó filosofía y gastronomía, rebeldía, anarquismo y le dedicó un libro muy entretenido a los filósofos “perros”: Diógenes y los seguidores de la escuela cínica.“Siempre vuelvo a Diógenes, es un filósofo revolucionario. ¡Siempre me pregunto qué sería y qué haría Diógenes si viviera hoy!”.
Onfray es un ateo activo y como tal celebra el modo de vida que se debe llevar: “El ateo, para sobrevivir a la angustia global y al miedo a la muerte, filosofa”, sostiene. También explica que no hay lugar para la mujer en las religiones: “Los monoteísmos no aman lo femenino de la mujer, sino a la madre y esposa, vale decir la renuncia social, cultural, de su libido, que asusta a los hombres y la mayor parte de las veces los convierte en malos amantes, incapaces de darles verdadero placer. Aterrados por el complejo de castración, los hombres que crearon el monoteísmo desprecian a la mujer y celebran las únicas dos maneras de salvarla: el matrimonio y la maternidad. Dos formas de alienarla”.
Con cuál de estas dos variantes se identifica: ¿Dios está muerto, como lo dictaminó Nietzsche, entre otros, o nunca existió?
– En mi libro digo que existió como una ficción, como existe Madame Bovary, como el Zorro o Papá Noel, creado por la impotencia humana transfigurada en superpotencia y adorada como tal. Pero es ficción. Dios existe, pero como ficción. Esa es la posición de un ateo como yo. Ahora bien, una ficción no muere.
Usted es nietzscheano pero no acuerda con Nietzsche en este punto, entonces…
–Dios no está muerto ni agonizante, al contrario de lo que pensaban Nietzsche y Heine, porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos. Un pavo real, un caballo, sí; un animal del bestiario mitológico, no. Ahora bien, Dios proviene del bestiario mitológico como miles de otras criaturas que aparecen en los diccionarios en innumerables entradas, entre “Démeter” y “Discordia”. Así pues, Dios durará tanto como las razones que lo hacen existir; sus negadores también… ¡Parece un inmortal!
Dostoievsky dijo que si Dios no existe, todo está permitido…
–Es al revés: si Dios existe, todo está permitido. Como dijo Simon de Monfort al exterminar a los cátaros: “Mátenlos a todos; Dios reconocerá a los suyos”. Hace dos mil años que se cree en Dios, y se luchó contra el mundo entero en su nombre. Todo fue posible: genocidios, etnocidios, homicidios. La mayoría de las veces son los creyentes los que los cometen, no los ateos, que yo sepa.
¿Cómo se interesó por el trabajo sobre el ateísmo? No parece un tema muy popular…
–Fue después de escribir Féeries anatomiques, un libro consagrado a la bioética en el que hablaba del hincapié que hace la religión cristiana en la construcción de esa Edad Media médica en la que nos encontramos: hacemos a un lado la revolución transgénica, sobre todo debido a lugares comunes cristianos que nublan el espíritu de la mayor parte de la gente. Yo instaba a una decristianización de los cerebros y las conciencias. El libro me valió amenazas de muerte por parte de algunos cristianos. Decidí, entonces, por espíritu de contradicción, escribir el Tratado de ateología para hundir el clavo. La palabra “ateo” adquiere el valor de insulto categórico. El ateo es el inmoral, amoral e inmundo, culpable de querer saber más o de estudiar los libros de todo aquel que ha adquirido el epíteto.
¿Qué recepción tuvo su libro en Francia? ¿Qué opinaron las personas religiosas?
–Reaccionaron con gran violencia, con una inmensa mala fe, con tergiversación de la información y ataques personales. Hasta se escribieron tres libros específicamente en mi contra. Sin embargo, se vendieron más de 200.000 ejemplares del mío, lo cual es mucho más importante que el odio (que esperaban) de los creyentes.
Usted se declara ateo, ¿no se confunde su postura personal con su objeto de estudio?
–Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo. Porque de la angustia personal al manejo del cuerpo y alma del otro, hay un mundo en el que bullen, emboscados, los aprovechadores de esa miseria espiritual y mental. El hecho de desviar la pulsión de muerte que los martiriza hacia la totalidad del mundo no salva al atormentado, no modifica su miseria, sino que contamina el universo.
¿Pero la religión no cumple una función social, digamos, en el mundo de hoy?
–Sigo siendo muy marxista en ese aspecto. La religión sigue siendo el opio del pueblo, el refugio de los explotados, los humildes, los débiles, los que no tienen poder, los preocupados, los angustiados, los excluidos sociales. Y esos son el mundo entero.
¿No cree que hoy se percibe un retorno a la religiosidad y una declinación de las prácticas religiosas tradicionales?
–Todo depende del lugar del mundo de que se trate. En Europa hay un retorno; en los países de Asia y Oriente hay una expansión; en EE.UU., un refuerzo. El fin de las ideologías, de los grandes discursos políticos y éticos, dejó a los hombres desamparados, y éstos se refugian en un cielo que permite todos los delirios para hacer la vida más vivible. No satisfecho con la prohibición de comer el fruto prohibido, Dios no cesó de manifestarse mediante interdicciones. Las religiones monoteístas no viven sino de prescripciones y de exhortaciones: hacer y no hacer, decir y no decir, pensar y no pensar… Prohibido y autorizado, lícito e ilícito, los textos religiosos abundan en codificaciones existenciales, alimentarias, de comportamiento, rituales, etcéctera.
¿Usted propone volver a un estado de “pureza”, con un hombre sin religión?
–Lo que propongo es terminar con la costumbre religiosa del pensamiento mágico para ingresar por fin a una era filosófica: trabajo en la democratización de la filosofía en la Universidad Popular que creé en Caen, Normandía, para invitar a la mayor cantidad posible de gente a derribar los mitos, las fábulas, los relatos infantiles, y a hacer funcionar la razón y la inteligencia.
Pero, ¿acaso la filosofía no proviene de los dioses?
–El dios de los filósofos entra a menudo en conflicto con el de Abraham, de Jesús y Mahoma. En primer lugar porque el primero proviene de la inteligencia, la razón, la deducción, el razonamiento, y luego porque el segundo presupone más bien el dogma, la revelación y la obediencia, por la colisión entre los poderes espiritual y temporal. El Dios de Abraham designa más bien al de Constantino, después al de los papas o al de los príncipes guerreros muy poco cristianos. Poco que ver con las construcciones extravagantes erigidas en forma tosca con causas sin causa, los primeros motores inmóviles, ideas innatas y otras pruebas cosmológicas, ontológicas o físico-teológicas.
¿Los filósofos griegos eran ateos, Epicuro por ejemplo?
–Desde sus inicios Epicuro se vio obligado a enfrentar acusaciones de ateísmo. Pero ni él ni los epicúreos negaban la existencia de los dioses. Compuestos de materia sutil, numerosos, instalados en los intermundos, impasibles, indiferentes al destino de los hombres y al devenir del mundo, verdaderas encarnaciones de la ataraxia, ideas de la razón filosófica, modelos capaces de engendrar sabiduría en la imitación, los dioses del filósofo y sus discípulos existían, aunque pareciera imposible, y además, en gran cantidad. Pero no como los de la ciudad griega, que exhortaban a plegarse a las exigencias comunitarias y sociales. Ese era su único error: su naturaleza antisocial.
Para los devotos, Dios es el centro del universo. ¿Cuál es el centro para los ateos?
–¿Por qué buscar un centro? ¿Qué es el centro del cuerpo? El universo no tiene centro. Es un universo infinito. Hay que terminar con esa historia del centro.
¿Cualquiera puede hacer su interpretación del evangelio? ¿Hitler también lo interpretó a su modo como señala en su libro?
–Sí. Todo tiene su opuesto en los textos religiosos, que escribieron centenares de personas en el transcurso de centenares de siglos. Están llenos de contradicciones. En ellos encontramos lo mejor (elogio de la paz, del perdón, de la benevolencia) y lo peor (la guerra, la venganza, la violencia). Según lo que se tome, puede constituir un conocimiento pacífico o un arma de guerra: la Iglesia Católica Apostólica Romana optó por la segunda vía.
Usted menciona en su libro al ateísmo cristiano… ¿No es una contradicción en sí?
–Es la posición de algunos filósofos que, en Francia, dicen que no creen en Dios (por lo cual son ateos), pero que suscriben todos los valores cristianos (en lo que son, por lo tanto, cristianos y ateos). ¡Extraña quimera! Pero existe, y caracteriza a un negador de Dios que afirma al mismo tiempo la excelencia de los valores cristianos y la índole insuperable de la moral evangélica. Su trabajo presupone la disociación de la moral y la trascendencia: el bien no tiene necesidad de Dios, de cielo o de un anclaje inteligible, pues se basta a sí mismo y depende de una necesidad inmanente: proponer una regla de juego y un código de conducta entre los hombres.
George Bush y Osama bin Laden son hombres religiosos, ¿qué opina del enfrentamiento que mantienen?
–Los dos me producen el mismo efecto: no voy a elegir ni el judeocristianismo de Bush ni el islamismo de Bin Laden. Es otro de los motivos por los que propongo el ateísmo como invitación a no elegir entre dos visiones del mundo que repruebo.
¿Ser ateo es peligroso para la sociedad?
–¡No! Es mejor que ser creyente. Cuando se cree obedecer un mandato divino, se actúa sin tener en cuenta la razón.
¿Qué posición tomó en el debate sobre el uso del velo por parte de las mujeres musulmanas en Francia?
–Estoy a favor de una escuela laica en la que se evite mostrar de forma ostensible y de manera militante a qué religión se pertenece. Por lo tanto, soy partidario de la prohibición de los símbolos religiosos (y no sólo del velo, sino también de la kippá y del crucifijo) en la escuela republicana francesa. En la calle cada uno puede hacer lo que quiera. Por otra parte, en los palacios de Justicia de Francia, están prohibidos los símbolos religiosos ostentosos y ostensibles. No se puede dictar una resolución legal bajo un crucifijo colgado de la pared, menos aún bajo un versículo de la Torá o un sura del Corán. Tanto el código civil como el penal pretenden afirmar el derecho y la ley con independencia de la religión y de la Iglesia. Ahora bien, no hay nada en la jurisdicción francesa que contradiga esencialmente las prescripciones de la Iglesia Católica. La ausencia de un crucifijo en la sala de audiencias no garantiza la autonomía de la Justicia con respecto a la religión dominante.
¿Debemos temer la posibilidad de una guerra entre los fundamentalismos religiosos?
–Lo que ha ocurrido en los suburbios franceses nos lleva a pensar en ese tema. Creo que sí. (*)
(*) Fuente: Entrevista realizada por Héctor Pavor a Michael Onfray editada originalmente en Suplemento Cultural Ñ del Diario Clarín, Buenos Aires, Argentina.
Hector Pavón: Licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Trabajó en los diarios La Nación, Diario Popular y en el diario Clarín desde 1995. Actualmente escribe artículos sobre política, sociedad y cultura en la Revista Cultural Ñ de dicho diario.
ACLARACIÓN: El título de esta entrevista ha sido propuesto por el autor de este blog, pues el original tenía el genérico "Contra los monoteísmos".
Onfray fustigaba y argumentaba, con cierto rencor, contra las tres principales religiones mundiales. “El judaísmo, el cristianismo y el islamismo corrompen por igual la vida de millones de individuos en el planeta; fomentan guerras, conflictos, odios dirigidos contra uno mismo, los otros y el mundo; predican amor al prójimo y dan sablazos a diestra y siniestra”, escribió.
Las expresiones que surgieron en contra de esta nota volvieron a demostrar que el tema genera debates sin acuerdos a la vista y que no hay últimas palabras en torno a la discusión religiosa. Onfray publicó un libro que continúa y profundiza el debate demoliendo los monoteísmos y el pensamiento religioso en sí: Tratado de ateología (De la Flor).
Este pensador solitario ha ofrecido en libros anteriores visiones marginales y experimentales sobre la filosofía y sus alrededores. Son propias de quien ha elegido el camino que circunda y evita la academia. Fuera del circuito universitario tradicional co-fundó la Universidad Popular de Caen: “Una experiencia maravillosa: hay por lo menos doce seminarios, más de quinientas personas por semana. Es una verdadera felicidad poder filosofar libremente con personas libres”. Cruzó filosofía y gastronomía, rebeldía, anarquismo y le dedicó un libro muy entretenido a los filósofos “perros”: Diógenes y los seguidores de la escuela cínica.“Siempre vuelvo a Diógenes, es un filósofo revolucionario. ¡Siempre me pregunto qué sería y qué haría Diógenes si viviera hoy!”.
Onfray es un ateo activo y como tal celebra el modo de vida que se debe llevar: “El ateo, para sobrevivir a la angustia global y al miedo a la muerte, filosofa”, sostiene. También explica que no hay lugar para la mujer en las religiones: “Los monoteísmos no aman lo femenino de la mujer, sino a la madre y esposa, vale decir la renuncia social, cultural, de su libido, que asusta a los hombres y la mayor parte de las veces los convierte en malos amantes, incapaces de darles verdadero placer. Aterrados por el complejo de castración, los hombres que crearon el monoteísmo desprecian a la mujer y celebran las únicas dos maneras de salvarla: el matrimonio y la maternidad. Dos formas de alienarla”.
Con cuál de estas dos variantes se identifica: ¿Dios está muerto, como lo dictaminó Nietzsche, entre otros, o nunca existió?
– En mi libro digo que existió como una ficción, como existe Madame Bovary, como el Zorro o Papá Noel, creado por la impotencia humana transfigurada en superpotencia y adorada como tal. Pero es ficción. Dios existe, pero como ficción. Esa es la posición de un ateo como yo. Ahora bien, una ficción no muere.
Usted es nietzscheano pero no acuerda con Nietzsche en este punto, entonces…
–Dios no está muerto ni agonizante, al contrario de lo que pensaban Nietzsche y Heine, porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos. Un pavo real, un caballo, sí; un animal del bestiario mitológico, no. Ahora bien, Dios proviene del bestiario mitológico como miles de otras criaturas que aparecen en los diccionarios en innumerables entradas, entre “Démeter” y “Discordia”. Así pues, Dios durará tanto como las razones que lo hacen existir; sus negadores también… ¡Parece un inmortal!
Dostoievsky dijo que si Dios no existe, todo está permitido…
–Es al revés: si Dios existe, todo está permitido. Como dijo Simon de Monfort al exterminar a los cátaros: “Mátenlos a todos; Dios reconocerá a los suyos”. Hace dos mil años que se cree en Dios, y se luchó contra el mundo entero en su nombre. Todo fue posible: genocidios, etnocidios, homicidios. La mayoría de las veces son los creyentes los que los cometen, no los ateos, que yo sepa.
¿Cómo se interesó por el trabajo sobre el ateísmo? No parece un tema muy popular…
–Fue después de escribir Féeries anatomiques, un libro consagrado a la bioética en el que hablaba del hincapié que hace la religión cristiana en la construcción de esa Edad Media médica en la que nos encontramos: hacemos a un lado la revolución transgénica, sobre todo debido a lugares comunes cristianos que nublan el espíritu de la mayor parte de la gente. Yo instaba a una decristianización de los cerebros y las conciencias. El libro me valió amenazas de muerte por parte de algunos cristianos. Decidí, entonces, por espíritu de contradicción, escribir el Tratado de ateología para hundir el clavo. La palabra “ateo” adquiere el valor de insulto categórico. El ateo es el inmoral, amoral e inmundo, culpable de querer saber más o de estudiar los libros de todo aquel que ha adquirido el epíteto.
¿Qué recepción tuvo su libro en Francia? ¿Qué opinaron las personas religiosas?
–Reaccionaron con gran violencia, con una inmensa mala fe, con tergiversación de la información y ataques personales. Hasta se escribieron tres libros específicamente en mi contra. Sin embargo, se vendieron más de 200.000 ejemplares del mío, lo cual es mucho más importante que el odio (que esperaban) de los creyentes.
Usted se declara ateo, ¿no se confunde su postura personal con su objeto de estudio?
–Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo. Porque de la angustia personal al manejo del cuerpo y alma del otro, hay un mundo en el que bullen, emboscados, los aprovechadores de esa miseria espiritual y mental. El hecho de desviar la pulsión de muerte que los martiriza hacia la totalidad del mundo no salva al atormentado, no modifica su miseria, sino que contamina el universo.
¿Pero la religión no cumple una función social, digamos, en el mundo de hoy?
–Sigo siendo muy marxista en ese aspecto. La religión sigue siendo el opio del pueblo, el refugio de los explotados, los humildes, los débiles, los que no tienen poder, los preocupados, los angustiados, los excluidos sociales. Y esos son el mundo entero.
¿No cree que hoy se percibe un retorno a la religiosidad y una declinación de las prácticas religiosas tradicionales?
–Todo depende del lugar del mundo de que se trate. En Europa hay un retorno; en los países de Asia y Oriente hay una expansión; en EE.UU., un refuerzo. El fin de las ideologías, de los grandes discursos políticos y éticos, dejó a los hombres desamparados, y éstos se refugian en un cielo que permite todos los delirios para hacer la vida más vivible. No satisfecho con la prohibición de comer el fruto prohibido, Dios no cesó de manifestarse mediante interdicciones. Las religiones monoteístas no viven sino de prescripciones y de exhortaciones: hacer y no hacer, decir y no decir, pensar y no pensar… Prohibido y autorizado, lícito e ilícito, los textos religiosos abundan en codificaciones existenciales, alimentarias, de comportamiento, rituales, etcéctera.
¿Usted propone volver a un estado de “pureza”, con un hombre sin religión?
–Lo que propongo es terminar con la costumbre religiosa del pensamiento mágico para ingresar por fin a una era filosófica: trabajo en la democratización de la filosofía en la Universidad Popular que creé en Caen, Normandía, para invitar a la mayor cantidad posible de gente a derribar los mitos, las fábulas, los relatos infantiles, y a hacer funcionar la razón y la inteligencia.
Pero, ¿acaso la filosofía no proviene de los dioses?
–El dios de los filósofos entra a menudo en conflicto con el de Abraham, de Jesús y Mahoma. En primer lugar porque el primero proviene de la inteligencia, la razón, la deducción, el razonamiento, y luego porque el segundo presupone más bien el dogma, la revelación y la obediencia, por la colisión entre los poderes espiritual y temporal. El Dios de Abraham designa más bien al de Constantino, después al de los papas o al de los príncipes guerreros muy poco cristianos. Poco que ver con las construcciones extravagantes erigidas en forma tosca con causas sin causa, los primeros motores inmóviles, ideas innatas y otras pruebas cosmológicas, ontológicas o físico-teológicas.
¿Los filósofos griegos eran ateos, Epicuro por ejemplo?
–Desde sus inicios Epicuro se vio obligado a enfrentar acusaciones de ateísmo. Pero ni él ni los epicúreos negaban la existencia de los dioses. Compuestos de materia sutil, numerosos, instalados en los intermundos, impasibles, indiferentes al destino de los hombres y al devenir del mundo, verdaderas encarnaciones de la ataraxia, ideas de la razón filosófica, modelos capaces de engendrar sabiduría en la imitación, los dioses del filósofo y sus discípulos existían, aunque pareciera imposible, y además, en gran cantidad. Pero no como los de la ciudad griega, que exhortaban a plegarse a las exigencias comunitarias y sociales. Ese era su único error: su naturaleza antisocial.
Para los devotos, Dios es el centro del universo. ¿Cuál es el centro para los ateos?
–¿Por qué buscar un centro? ¿Qué es el centro del cuerpo? El universo no tiene centro. Es un universo infinito. Hay que terminar con esa historia del centro.
¿Cualquiera puede hacer su interpretación del evangelio? ¿Hitler también lo interpretó a su modo como señala en su libro?
–Sí. Todo tiene su opuesto en los textos religiosos, que escribieron centenares de personas en el transcurso de centenares de siglos. Están llenos de contradicciones. En ellos encontramos lo mejor (elogio de la paz, del perdón, de la benevolencia) y lo peor (la guerra, la venganza, la violencia). Según lo que se tome, puede constituir un conocimiento pacífico o un arma de guerra: la Iglesia Católica Apostólica Romana optó por la segunda vía.
Usted menciona en su libro al ateísmo cristiano… ¿No es una contradicción en sí?
–Es la posición de algunos filósofos que, en Francia, dicen que no creen en Dios (por lo cual son ateos), pero que suscriben todos los valores cristianos (en lo que son, por lo tanto, cristianos y ateos). ¡Extraña quimera! Pero existe, y caracteriza a un negador de Dios que afirma al mismo tiempo la excelencia de los valores cristianos y la índole insuperable de la moral evangélica. Su trabajo presupone la disociación de la moral y la trascendencia: el bien no tiene necesidad de Dios, de cielo o de un anclaje inteligible, pues se basta a sí mismo y depende de una necesidad inmanente: proponer una regla de juego y un código de conducta entre los hombres.
George Bush y Osama bin Laden son hombres religiosos, ¿qué opina del enfrentamiento que mantienen?
–Los dos me producen el mismo efecto: no voy a elegir ni el judeocristianismo de Bush ni el islamismo de Bin Laden. Es otro de los motivos por los que propongo el ateísmo como invitación a no elegir entre dos visiones del mundo que repruebo.
¿Ser ateo es peligroso para la sociedad?
–¡No! Es mejor que ser creyente. Cuando se cree obedecer un mandato divino, se actúa sin tener en cuenta la razón.
¿Qué posición tomó en el debate sobre el uso del velo por parte de las mujeres musulmanas en Francia?
–Estoy a favor de una escuela laica en la que se evite mostrar de forma ostensible y de manera militante a qué religión se pertenece. Por lo tanto, soy partidario de la prohibición de los símbolos religiosos (y no sólo del velo, sino también de la kippá y del crucifijo) en la escuela republicana francesa. En la calle cada uno puede hacer lo que quiera. Por otra parte, en los palacios de Justicia de Francia, están prohibidos los símbolos religiosos ostentosos y ostensibles. No se puede dictar una resolución legal bajo un crucifijo colgado de la pared, menos aún bajo un versículo de la Torá o un sura del Corán. Tanto el código civil como el penal pretenden afirmar el derecho y la ley con independencia de la religión y de la Iglesia. Ahora bien, no hay nada en la jurisdicción francesa que contradiga esencialmente las prescripciones de la Iglesia Católica. La ausencia de un crucifijo en la sala de audiencias no garantiza la autonomía de la Justicia con respecto a la religión dominante.
¿Debemos temer la posibilidad de una guerra entre los fundamentalismos religiosos?
–Lo que ha ocurrido en los suburbios franceses nos lleva a pensar en ese tema. Creo que sí. (*)
(*) Fuente: Entrevista realizada por Héctor Pavor a Michael Onfray editada originalmente en Suplemento Cultural Ñ del Diario Clarín, Buenos Aires, Argentina.
Hector Pavón: Licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Trabajó en los diarios La Nación, Diario Popular y en el diario Clarín desde 1995. Actualmente escribe artículos sobre política, sociedad y cultura en la Revista Cultural Ñ de dicho diario.
ACLARACIÓN: El título de esta entrevista ha sido propuesto por el autor de este blog, pues el original tenía el genérico "Contra los monoteísmos".
martes, 21 de enero de 2014
Jorgelina Cerritos: "Mi teatro propone una posibilidad de esperanza..."
Actriz, dramaturga y miembro de Los
del Quinto Piso. Su obra ha recorrido Latinoamérica y ha sido traducida al
inglés e italiano. Fue elegida como el personaje
de la escena cultural de 2013 por El Diario de Hoy.
El Teatro Nacional de San Salvador huele a religión. No por
su preciosa arquitectura interior, sino por su solemne silencio. De él sale una
mujer que entre los brazos trae el mejor regalo que le ha dado la vida: una
niña de apenas 13 meses de edad.
Se trata de la mujer que cambió la sicología por el teatro.
Le apostó a ese camino y ahora habla con toda propiedad sobre él. Cuba le
otorgó en 2010 un prestigioso reconocimiento: el Premio Casa de las Américas.
En El Salvador lo obtuvieron Roque Dalton, Manlio Argueta, Claribel Alegría y
Mario Lungo. Jorgelina Cerritos se convirtió así en la primera mujer en
alcanzar tan importante galardón para el teatro salvadoreño.
Con "Retratos de aldea en blanco" obtuvo en este
2013 el título Gran Maestre en Dramaturgia. Antes (2004) ya se había agenciado
otro: el Gran Maestre en Teatro Infantil.
Para romper el hielo, ¿podría decirnos quién es Jorgelina
Cerritos?
(Ríe). Qué manera más fácil de romper el hielo... Soy una
mujer salvadoreña que se dedica en cuerpo y alma y a tiempo completo al teatro
en sus diferentes facetas: actriz, dramaturga, facilitadora de talleres.
También soy madre y esposa. Ese cúmulo de roles lo asumo con el mayor de los gustos.
La creación necesita mucho tiempo, concentración, afinación.
¿Cómo logra desenvolverse artísticamente con esos roles?
Ser madre es uno de los nuevos roles en mi vida. Mi bebé
tiene 13 meses y es algo que todavía estoy aprendiendo. El punto en todo esto
de los roles es la disciplina y la dedicación. Cuando decidí que el teatro era
lo mío, entonces discriminé todo aquello que consideré un obstáculo. Hay gente
que me dice: Vos sos sicóloga. ¿Por qué no ejercés? Pero yo siempre he
considerado el teatro como una profesión. Por eso voy discriminando los ruidos
que a veces otros pueden considerar necesarios en sus vidas. Nunca lo he
considerado y nunca me ha gustado dedicarme al teatro en mi tiempo libre. Más
bien acomodo en mi tiempo libre las otras cosas que no son directamente
teatrales.
Aunque no ejerza la sicología, ¿cómo le ha servido esta para
sus creaciones?
Como parte de tu formación está ahí. No te podría decir si
de manera consciente he utilizado la sicología a la hora de abordar a un
personaje en un escrito o en una escena. Considero que es un conocimiento que
vas acumulando y que está ahí y en el momento que lo necesitás echás mano de
él.
Cuando dijo "Mi apuesta es el teatro", supo hasta
dónde quería llegar. Lo menciono por los premios que han aparecido en su
carrera desde el año 2000.
Lo que imaginé es que quizás iba a tener mi propio grupo,
que iba a hacer mi propia propuesta de teatro para y desde este país. Sí tenía
claro que iba a encontrar compañeros con los cuales iba a coincidir en una
estética y una ética teatral. Si me hubiesen dicho en aquel momento que iba a
tener un reconocimiento internacional por dramaturgia... hubiese dicho: eso
está difícil.
Y con esta trayectoria de carrera y de premios, ¿dónde
estuvieron las dificultades?
Las primeras dificultades aparecen cuando te enfrentás con
el deseo de hacer un teatro más profesional. Llega un momento en el que decís
"necesito más formación". La carencia formativa en El Salvador es un
bache que todos los creadores de teatro de mi generación hemos experimentado.
La escasez de espacios ha sido otra dificultad. Cuando uno dice "me dedico
a tiempo completo a esto" está diciendo que esperás trabajar y comer de
esta profesión. En el ámbito como escritora, dramaturga la dificultad ha sido
comprender que el teatro también es un hecho literario y merece y necesita ser
publicado. Es algo que yo considero vital.
¿Con cuál de sus obras considera que ha dado un salto en su
carrera?
Definitivamente con "Al otro lado del mar" [premio
Casa de las Américas (Cuba) en 2010]. El premio me sacudió desde la base. Me
dije: "He dado un salto más grande del que yo pensaba allá fuera".
Asumirme actriz en la juventud (1993) era más fácil porque no sabía las
dimensiones de lo que estaba asumiendo. Ahora, casi 20 años después, las
palabras son más grandes de lo que pensaba. Sin darme cuenta todo esto venía
como un tsunami. Por ejemplo: "Respuesta para un menú" y
"Retratos de obra en blanco" son anteriores a "Al otro lado del
mar". Son las que dan origen a la dramaturgia que empiezo a escribir desde
2010 hacia acá. Ahí veo mi salto.
Corríjame si estoy equivocado. Su obra tiene una preocupación
por explorar al ser humano, pero desde la infancia, la soledad, por los túneles
que este atraviesa. Es muy intrínseca, espiritual....
Sí, hay una preocupación por el ser humano, por esa esencia.
Creo que parto de la persona de este país, no de la humanidad en general. Parto
de la Latinoamérica con la que estamos tan emparentados en lo social, cultural
y económico. Lo que he descubierto hasta el día de hoy es una necesidad de
hurgar en mí con la confianza de que esos dolores de la infancia, que esos dolores
de la adultez, que los miedos de la vejez no son solo míos, sino que encuentran
eco en otras mujeres, en otros hombres. Incluso en mis piezas infantiles
encuentro niñas preocupadas por el poder ser. Me gusta eso de espiritual, no lo
había pensado de esa manera...
Sí, su obra no desemboca en un grito existencial, sino que
es una especie de esperanza, de alivio, de salud emocional.
Sí. En el camino he descubierto que en mis piezas, por
drástica que sea una realidad como en "Vértigo 824", aún ahí planteo
una esperanza. Soy alguien que tiene fe en que la humanidad puede hacer algo
para cambiar. No importa que esa esperanza esté puesta en una mariposa, en una
golondrina, en un perro. Puede estar puesta en lo más ínfimo. Por eso sí creo
que mi teatro propone una posibilidad de esperanza.
Otra pieza que me pareció socialmente muy combativa por el
abordaje de la homosexualidad y el machismo fue "Anafilaxis". ¿Esta
se aleja de sus otros trabajos?
La considero emparentada tanto con la poética escritural
como con la temática. La homosexualidad está presente, pero también el tema de
la familia. Para mí la base de "Anifalaxis" es esta familia
destructiva, corrosiva, castrante que está fundamentada en un padre opresor,
represor y en unos hijos (dos hombres) incapaces de moverse. Hay una abuela que
está como un padre que está castrando, reprimiendo. Anafilaxis en el fondo se
trata de la familia, de quién nos construye de la forma en que somos, porque al
final de cuentas somos una construcción social. "Anafilaxis" está muy
cercana a "Vértigo 824", porque ahí estamos hablando de una familia
violenta, agresiva. Hay un padre abusador de su esposa, de su hija. Hay
incesto, se habla de suicidio. Se está reflejando la parte más oscura de la
sociedad contemporánea.
¿En qué momento aparece la diversión? ¿Viene al escribir, al
ver escenificada su obra o al ver los premios?
En todos esos momentos. Es extraño: después de leer mis
obras o al verlas escenificadas me pregunto por qué escribo esto que me hiere,
que me lastima, que me confronta con esas partes de la infancia o de la
adolescencia que quisieras que hubiesen sido de otra manera. Encontrás una
especie de gozo, no de diversión, porque estás exorcizando cosas. "La
audiencia de los confines. Primer ensayo sobre la memoria" habla sobre la
realidad política de nuestro conflicto armado. Estamos hablando de un tema
duro, pero hay una escena que se llama "El circo" y es divertida. En
los premios hay una parte de satisfacción que no podés negar, te dan seguridad
y a un país como el nuestro le dan posición en el exterior. El problema con los
premios es el ego, y en ese sentido, es bueno saberlo apartar.
Usted ya consolidó varios peldaños en su carrera y tiene
premios como el Casa de la Américas o el George Woodyard. Después de eso no se
ha preguntado, ¿y ahora qué hago?
Da miedo. Después de escribir "Al otro lado del
mar" me costó varios meses volver a escribir. Me preguntaba: "Ahora
qué hago, qué sigue". Seguí escribiendo. En algún momento se te quita el
miedo, porque la necesidad de decir más cosas es más fuerte que el temor y te
obliga a escribir. El George Woodyard me sacudió nuevamente. Afuera te piden
estudios sobre tu obra y eso tampoco te los esperás. Cuando la euforia pasa,
solo te queda seguir trabajando. Si algo vendrá, caerá por su propio peso.
José Saramago decía que los temas lo elegían a él y no al
contrario. ¿En su caso cómo es el proceso de creación?
Solo sé que algo está ahí. No me pongo racionalmente a pensarlos.
Tengo una obra pendiente, pero sé que el personaje se llama Ana. Los temas me
asaltan, no voy yo tras ellos. Se ponen en medio del camino y me dicen:
"Aquí estoy".
Los escritores, periodistas necesitan a un editor. ¿A usted
quién la edita o a quién le muestra su trabajo escrito?
A Los del Quinto Piso. Ellos tienen un mirada crítica, no es
complaciente. Les leo mi trabajo, me pongo nerviosa porque sé que no me van
aplaudirán. Mi primera confrontación, fuera de mí, es con ellos.
Hoy por hoy ¿cómo ve la escena teatral en El Salvador?
Está atravesando un buen momento a nivel de propuestas,
porque son profesionales, provocadoras. Algunas alcanzan un gran nivel
estético, son capaces de dialogar en el extranjero. Los trabajos aquí mismo en
El Salvador están generando una propuesta a tono con Centroamérica, incluso con
las de Suramérica. Estamos haciendo muy buen trabajo. Creo que cojeamos en la
creación del público, porque nosotros trabajamos para alguien, para dialogar
con la otredad, si no la escena no se complementa. La demanda del teatro en El
Salvador tiene que crecer.
¿Alguna vez le han cerrado las puertas a su trabajo?
Creo que antes de ganar el Premio Casa de las Américas, el
único grupo que se interesaba en montar mis obras eran Los del Quinto Piso. Mis
maestros y los de mi misma generación [decían]: "Sí, como que Jorgelina
escribe". Había esa nebulosa. Sí creo que pasó eso... Es que creo que para
nosotros como El Salvador es muy difícil darnos crédito a nosotros mismos y eso
nos hace más daño que bien. Antes de eso ningún director, salvo Víctor Candray,
decía "quiero leer una obra tuya para ver si la monto". Eso cambió
desde 2010 hasta la fecha. Incluso grupos de teatro me llaman para preguntarme
si podemos hacer algo juntos. Hay un antes y un después. Trabajar para y desde
mi país es la razón de ser de mi trabajo. Algunos me han preguntado por qué es
importante un premio nacional después de tener otros que son internacionales y
yo les digo que escribo desde aquí y para nosotros. El reconocimiento a nuestro
trabajo desde nuestro país es fundamental.
¿Qué espera de estas elecciones
presidenciales?
Para mí es importante que se defina una ley de cultura. Se
han generado propuestas para esto. Esa ley debe de ser viable. Otra cosa:
¿Vamos a dar el salto al ministerio de Cultura? Eso es una gran carencia que
tenemos en El Salvador. Para mí las instituciones son una reivindicación de la
sociedad. Si tenés una institución, pues tenés a dónde abocarte, a quién pedir,
a quién acudir, a quién demandar, a quién proponer, con quién trabajar. Otro
tema que está en el tapete es la formación. Creo que eso no solo depende de un
ministerio de Cultura, sino de la conformación de ministerios
multidisciplinarios: qué dirá Economía, Educación. Es importante que entremos
al diálogo internacional con otros ministerios de Cultura.
lunes, 20 de enero de 2014
Sergio Ramírez "Mi ambición es ser un escritor memorable..."
Una entrevista a propósito del libro de cuentos "Flores oscuras" del escritor nicaragüense. Lo presentó en El Salvador y conversó con El Diario de Hoy al respecto.
Las 12 flores que recogió el escritor Sergio Ramírez crecieron en un jardín anónimo, lejos del gusto gubernamental y mediático. No sirven para ningún tipo de felicidad. Y sin embargo, la historia en cómo crecieron es tan asombrosa que uno quiere quedarse con ellas.
Su más reciente obra está enraizada en la realidad y cuenta las historias de seres marginales. ¿Cómo surge la idea de "Flores oscuras"?
La composición de este libro parte de la idea de que es más fácil capturar el presente contemporáneo en un libro de relatos que en una novela. El presente cambia muy rápidamente, sobre todo en Centroamérica, y se vuelve más volátil y huidizo en una novela. La ambición de capturar el presente, porque en literatura todo es ambición, se cumple de manera más certera a través de las pasiones y casos que vive la gente sencilla.
¿Y por qué se enfoca en la gente sencilla, como la llama usted?
Yo aprendí a escribir cuentos de la mano de Chéjov. Cuando tenía 17 años era un lector impenitente de Chéjov porque quería aprender cómo se escribían cuentos. Leía también a Maupassant, a Faulkner y a Hemingway, pero yo me identifiqué con las atmósferas que creaba Chéjov. Sus personajes eran los ujieres [criados], los funcionarios públicos de baja monta, la gente que tenía problemas para sobrevivir y que se sentía humillada por los poderosos. Ese es el mundo que a mí me encantó. Los cuentos son un universo de pequeños personajes.
Me llamaron la atención estas palabras suyas porque hay en ellas una apuesta moral, estética y ética: "Cuando escribo un cuento me coloco frente a un lector ideal: El que exige que no le dé literatura fácil o desechable". ¿Qué es literatura fácil para usted?
La que se escribe para el consumo comercial. La literatura es fruto de una construcción en la que entran distintos componentes: la imaginación, el trabajo con el lenguaje y la experimentación con las estructuras. No busco complacer al lector con algo muy superficial, consumible y olvidable. La literatura es más que eso. Entre la escogencia de ser un "best seller" que vende mil ejemplares en un mes o en un año y luego es olvidado, pues yo prefiero ser un "ever seller", es decir: alguien que se quedó en la memoria del lector y que lo va a leer la siguiente generación y que lo va a leer la generación de los nietos. Ese es el escritor que yo quiero ser. No quiero ser el escritor olvidable, el del "pulp fiction". Este término me llama la atención, porque "pulp fiction" es el libro que se recicla y una vez que se leyó se bota y entonces vuelve a ser pulpa. Esa no es mi aspiración. Yo no quiero ser millonario con la literatura. Yo lo que quiero ser es un escritor memorable. Esa es mi ambición.
También usted aseveró: "Mis personajes son 'losers' porque las esperanzas los dejaron atrás, porque la vida está compuesta de dictados del azar". ¿Por qué el fracaso sigue siendo uno de los grandes personajes que siguen seduciendo a la humanidad a través de la literatura?
La persona exitosa no entra en la literatura. Es como las parejas felices: se casan, tienen hijos, viven felices… Ahí no hay nada que narrar, porque eso se puede narrar en una línea: se casaron y fueron felices. Las dificultades comienzan cuando aparece un tercero en esa pareja. Ahí comienza la novela.
¿Y qué le da un giro a la existencia de sus personajes: el destino, la fuerza que no les alcanza para llegar a donde quieren o los diferentes tentáculos del poder?
Todo parte de lo imprevisible. Cada minuto de la vida se forma como esos viejos caleidoscopios que al darle vuelta al tubo se hace una figura, pero esa figura nunca se vuelve a repetir. Es una figura cada vez distinta. El azar va jugando con el poder. Eso es lo que tiene de fascinante para mí la vida para traducirla en términos literarios. En nuestros países lo imprevisible tiene una frecuencia muy alta. Nuestra vida está sujeta al poder, al azar. Eso es lo que abona al campo de la literatura.
¿Qué ha descubierto usted en estos seres marginales?
Que no han pasado a la primera plana —ni pasarán nunca, a menos que el destino los sorprendan en condiciones que no son buenas— porque fueron víctimas o victimarios y no volverán a aparecer nunca y es ahí cuando hay que escogerlos, en ese momento de deslumbre momentáneo que es como la historia que yo cuento sobre el héroe guerrillero de la toma del Palacio Nacional que lo matan en un pleito de cantina. Lo mata alguien que no sabe quién es y que ni le interesa porque no son de la misma generación [Sergio Ramírez se refiere al cuento "Las alas de la gloria"]. Este héroe muere anónimo. Esa nota la saqué de la nota roja del periódico. Había un trasfondo enorme. Había que escribir en términos literarios, es decir, contarla como una historia.
Sergio, ¿se sigue considerando una persona de izquierda?
Sí, claro. Yo defiendo a la izquierda como un espacio transparente, ético. Y eso es lo que la izquierda ha perdido mucho.
Y qué nos dice de Centroamérica, ¿se quedó sin izquierda?
Todo esto es muy relativo. Hay izquierdas en las que yo creo y en otras en las que no. Esto no tiene que ver con viejos presupuestos ideológicos. Tiene que ver con los espacios éticos. El poder no es para enriquecerse ni es para quedarse. Esos son dos grandes presupuestos éticos que la izquierda debe respetar. Nunca voy a olvidar lo que Lula dijo en Nicaragua: "El gran error de la izquierda era dividir la democracia en una burguesa y otra proletaria, porque democracia solo hay una". Eso me parece muy importante. Quien se mete a jugar en la democracia tiene que respetar las reglas del juego.
Daniel Ortega, ¿le hace daño a la izquierda?
Yo creo que sí, porque el discurso de Daniel Ortega sigue siendo muy retórico, muy anticuado. Cuando le conviene es antiimperialista, antiburgués. Pero él cada vez menos puede usar ese tipo de discurso, porque su gran alianza es con las cámaras empresariales de Nicaragua.
¿Cómo le gustaría ser recordado, como escritor o como político?
Esa es una pregunta interesante, porque, igual como le pasa al muchacho de mi cuento ("Las alas de la gloria"), las nuevas generaciones me ven a mí como a un escritor y no conocen mi pasado en la política. En la presentación de este libro en Managua, en la Alianza Francesa, había un público muy joven. Los muchachos que me entrevistaron también eran muy jóvenes. Me encontré con otra generación, con otro público. Mi gran aspiración es que a mí me sobreviva la literatura, no la política. Para mí sería un gran fracaso que escribieran tres líneas que digan, "político que también escribió". Tiene que ser al revés.
Carlos Cañas: "No me tocó ser feliz, pero seguí caminando..."
El Premio Nacional de Cultura 2012, Carlos Cañas, conversó
con El Diario de Hoy sobre su vida y obra. El maestro de la plástica
salvadoreña no esconde su franqueza intelectual y artística.
No necesita presentación, sencillamente porque él es maestro
de la pintura en El Salvador.
La pregunta de rigor. ¿Cómo se sienta ahora que recibirá uno
de los premios más importantes de El Salvador?
—Conmovido profundamente. Cuando me lo dijeron, no pude
decir palabra alguna, pero sí, ya era tiempo. (Ríe) Me han dado otros premios,
pero dinero, nunca.
Recuerdo unas declaraciones de su autoría que decían que no
recibiría el Premio Nacional de Cultura en un gobierno que no fuera de
izquierda.
—Eso fue algo que se me salió. (Ríe) Lo dije, pero me
exalté. Ya ni nos acordemos de eso. Lo de este premio ha sido un accidente. Si
me lo hubiese dado la derecha, igual lo hubiese aceptado.
Hace unos años, en este estudio, usted tenía mucho
entusiasmo por la posibilidad de que llegase la izquierda al poder. Tres años
después, ¿cómo ve a este gobierno?
—Ver claro, no veo. Veo medio nublado... (Risas) Él ha hecho
sus cosas (se refiere al presidente Funes). Hay cosas como la economía que
están graves. Creo que ha habido un cambio, un cambio de que una sociedad tenga
un gobierno diferente.
¿Y le dirá algo al presidente Funes el día de la ceremonia?
—Yo solo tendré palabras de mucho agradecimiento. Hay mucha
gente que me ha ayudado. Además, todo depende si estoy emocionado. Si estoy muy
emocionado, no podré decir nada. Se me hará un nudo en la garganta, como
sucedió cuando me avisaron del premio. Es que yo por nada me emociono, fíjese.
Y a sus 88 años y con una larga trayectoria artística, ¿cómo
ve Carlos Cañas a Carlos Cañas?
—Como un educador. He trabajado mucho. He visto tantas
dificultades para pintar en el país. Incluso, venía gente a mí y yo les decía
que había un problema: si te querés dedicar a la pintura y tenés una gran
suerte, no aguantarás hambre, pero si no tenés suerte, no vas a tener qué
comer.
¿Y a usted cómo le fue?
—A mí me tocó mitad y mitad. Tuve momentos buenos y malos.
Pude ir a España, invitado por su gobierno. Después de esto me tocó trabajar
muy duro. Mi vida ha sido trabajar y pintar.
Hábleme de sus discípulos, porque los hay y están vivos.
—Está Roberto Huezo, quien se ha olvidado de mí. Está
Roberto Galicia (director del Museo de Arte de El Salvador). Hay otros más, pero
no recuerdo sus nombres, pero yo sacaría unos ochos muchachos... Hubo algunos
que, por su concepto político, me sintieron ajeno a ellos (...) La vida me
llevó a estar vinculado con el pueblo. Estoy amarrado a él.
¿Se metió en aprietos alguna vez por su postura política?
—(Ríe) Sí, siempre creaba problemas. Me decían que no
hablara de eso, que no sé qué. Y eso era porque nunca estuve dentro del
partido. Nunca quise estarlo. Jamás. Desde que empecé a pintar, toda mi pintura
fue social, no pintar al campesino como alguien derrotado, sino, todo lo
contrario. Yo he sido lo que se llama un francotirador. Siempre he estado solo
y por mi propia cuenta.
Hablando de soledad. ¿Sigue vigente aquello de quemar su
obra o no nos tomamos muy a pecho sus palabras?
—Lo que dije no es un hecho que se va a hacer. Solo es una
posibilidad. Hay pintores en Europa que han quemado su obra. Pensaba dejar mi
trabajo en un banco, pero luego pensé que no. Donarlos a un museo es igual a
tenerlos guardados (...) A mí no me ha tocado ser feliz, pero he seguido
caminando con los problemas.
¿Y a sus 88 años hay algo que le hubiese gustado hacer o
corregir...?
—No. Yo soy todo lo contrario a Rafael Alberti (poeta
español de la Generación del 28). Él comenzó pintando y de repente comenzó a
escribir. Yo, en cambio, escribía poesía, pero me metí a estudiar pintura y me
quedé con ella. Después de España, vine a El Salvador con la idea de que tenía
que ser profesor, y no solo un profesor que agarra el pincel y pinta, sino un
profesor que tenía que hablarles de la pintura, de su historia, de su base
estética, de su condición (social-política-ideológica).
Oiga, ¿y cómo era usted con sus alumnos? Me han dicho que
era duro, pero eso no significa que sea malo, porque se lo agradecen.
—¿Quién te dijo eso...? Bueno, a mí todos me querían y
estaban contentos conmigo. Hubo alguien que escribió en un periódico que
gracias a mí, encontró su camino. Yo abrí el camino a mucha gente.
¿En qué momento se dijo a usted mismo, "voy a ser
pintor"?
—Yo vengo de una familia de pintores. Hacían pintura
comercial: pintaban rótulos, pintaban santos, iglesias, cuadros religiosos.
Pintaban de todo.
¿Quiénes fueron sus maestros y en qué momento tiene una
ruptura estética con ellos?
—Mis maestros fueron Luis Alfredo Cáceres Madrid, José Mejía
Vides y Carlos Alberto Imery, quien me daba muy buenas ideas. De ahí, nadie.
Luego apareció la pintura socialista mexicana.
Verdad o mentira, no hay pintor en El Salvador que afirme
que estudió con el español Valero Lecha...
—Valero Lecha fue la parte contraria. Fundamos lo que se
llamó "Pintores jóvenes" y luego "Pintores independientes"
con Camilo Minero y otros que yo dirigía. Todos éramos contrarios a la pintura
de Valero Lecha. El sistema de él no nos agradaba.
¿Y qué no les cayó en gracia del español?
—El sistema de él era académico: hacer las cosas tal y como
son; en la naturaleza el elemento básico se pintaba de tal forma. La pintura la
aplicaba así y asá. Y así todo lo demás. Nosotros éramos pintura libre. Él, no.
Nosotros estudiamos con un espíritu social, de libertad. Por eso, con el
tiempo, nuestro pensamiento se involucra en eso. Unos en forma más directa como
Camilo Minero. Yo me quedé como el francotirador: libre. Yo he amado la
libertad siempre. Buscamos que la pintura llegara al pueblo. Exponíamos en los
parques. Íbamos a sitios libres donde se podía mostrar la pintura. Los alumnos
primarios de Valero Lecha no vieron la libertad.
¿Y usted cree que las ideas políticas como las de su grupo
ya no están en la actual plástica salvadoreña?
—No, ya no están. Todo hombre, no importa dónde esté, debe
moverse políticamente. El trabajo es político.
Y de aquellos tiempos de rebeldía, ¿no tiene algún cuate,
amigo o alero que extrañe en estos días?
—Mi amigos fueron los pintores, el grupo del que le hablé,
como Camilo Minero, Luis Ángel Salinas. Siempre ese grupito fue mi amigo.
Estuvimos juntos como ocho años. Salíamos a dibujar, pintar a los parques. Nos
íbamos a oír música clásica. Salíamos a echarnos nuestros cigarros, cervecitas.
Siempre los mismos.
¿Qué es lo saludable y dañino que le ha dado la pintura?
—Lo saludable que me da es que me agrada. Y hay gente a la
que le agrada también. Yo soy el formador de la pintura en este país. Les guste
o no les guste. Hasta el jurado lo dijo. El daño que me ha hecho mi pintura es
enseñarla. Estoy ensimismado en enseñar bien las cosas... [Al maestro, Carlos
Cañas, se le humedecen los ojos, guarda silencio por un momento y retoma su
discurso]. La suerte no ha estado de mi lado y qué vamos a hacer. Ojalá en el
futuro haya una cultura de la plástica en este país.
Yo soy Carlos Cañas
Un texto sobre Carlos Cañas en primera persona a partir de
entrevistas, declaraciones y conversaciones que el maestro de la plástica salvadoreña
ha otorgado al autor de este escrito.
Yo soy el formador de la pintura en este país, les guste o
no les guste. Soy el Premio Nacional de Cultura 2012. Me siento muy feliz
después de esperar esta cosa que no llegaba. Hay una deuda de este país con mi
persona, pero a mis 88 años, yo me siento feliz con el premio. Mi familia y yo
nos sentimos agradecidos.
Yo vengo de una familia de pintores. Hacían pintura
comercial: pintaban rótulos, pintaban santos, iglesias, cuadros religiosos.
Pintaban todo y de todo.
Nací en San Salvador el día 3 de septiembre de 1924. Mi
primera obra la tengo fechada en 1937. El trabajo de la pintura es un trabajo
del caminante: para caminar necesitamos dar pasos. Si no damos los pasos no se
camina. La pintura es una práctica dura de 8, 12, 15 horas todos los días. Es
que sin trabajo no hay nada.
Pintar para mí ha sido una alegría. En cuanto a la
aceptación de mi obra en la sociedad, ha sido muy dolorosa, muy sufrida, pero
el hecho de pintar no se lo quitan a uno. Para mí es doloroso el trabajo de
pintor. La suerte no ha estado de mi lado y qué vamos a hacer. Ojalá en el
futuro haya una cultura de la plástica en este país.
Lo saludable que me da la pintura es que me agrada. Y hay
gente a la que le agrada también. Estoy ensimismado en enseñar bien las cosas.
Yo me veo en este país como un educador. He trabajado mucho. He visto tantas
dificultades para pintar en El Salvador. Tuve momentos buenos y malos. Pude ir
a España, invitado por su gobierno. Después de esto me tocó trabajar muy duro.
Mi vida ha sido trabajar y pintar. Tengo cierta facilidad
con el dibujo, de hacer cualquier línea que tiene un agrado, pero si la sigo
manejando logro otras cosas: la dejo simple, suelta. Juego con varias líneas
—con el error y otras cosas— sin llevar a mi mente que esto es un brazo, un
rostro o un torso. Tengo capacidad para crear. En 10 minutos hago 10 tipos de
dibujos con las mismas características que pueden ser 10 temas diferentes que
después pueden adquirir un nombre. No me preocupa eso. La capacidad creadora,
esa me la tengo ganada desde hace cantidad de años.
Mientras mi mente esté produciendo imágenes y mi mano esté
respondiendo, el resto solo es pintar. No he perdido mi capacidad. Para ser
pintor no basta con manejar los colores, crayones, el papel. Hay que manejar lo
demás: el conocimiento de los otros ¿Y eso cómo lo adquieres? A través de la
lectura de todo tipo: política, histórica, cultural. Tenemos que leer.
Antes de pintar escribía muchos poemas. Esa es mi tendencia:
amar la literatura. Si un escritor a mí me gusta, es porque hay algo mío en él,
sino, no encuentro nada y para mí no vale nada. Así pienso. Puede ser un error.
Regresé de España y digo "ya no hago más poesía, me voy a dedicar a la
prosa". Yo soy todo lo contrario a Rafael Alberti. Él comenzó pintando y
de repente comenzó a escribir. Yo, en cambio, escribía poesía, pero me metí a
estudiar pintura y me quedé con ella. Después de España vine a El Salvador con
la idea de que tenía que ser profesor. Y no solo un profesor que agarra el
pincel y pinta, sino un profesor que tenía que hablarles de la pintura, de su
historia, de su base estética, de su condición sociopolítica e ideológica. Ah,
también de la importancia y lo que significa el dibujo. Y es que dibujar no es
hacer un objeto que está frente a ti y hacerlo bien hecho. Eso es copiar.
Dibujar es crear. Si no entendemos esas cosas, no sabemos que una línea es un
dibujo y que una mancha es color.
La vida me llevó a estar vinculado con el pueblo. Estoy
amarrado a él. Me metí en aprietos por mis posturas políticas. Siempre creaba
problemas. Me decían que no hablara de eso, que no sé qué. Y eso era porque
nunca estuve dentro del partido. Nunca quise estarlo. Jamás. Desde que empecé a
pintar, toda mi pintura fue social. No pintar al campesino como alguien derrotado,
sino todo lo contrario. Yo he sido lo que se llama un francotirador. Siempre he
estado solo y por mi propia cuenta.
Aún sigue en mi mente la idea de quemar toda mi obra. Lo que
dije no es un hecho que se va a hacer. Solo es una posibilidad. Hay pintores en
Europa que han quemado su obra. Pensaba dejar mi trabajo en un banco, pero
luego pensé que no. Donar mis cuadros a un museo es igual a tenerlos guardados.
Mi discípulo, el director del Museo de Arte de El Salvador,
Roberto Galicia, dice que la institución podría albergar gran parte de mi obra.
Aún no lo sé. No lo sé.
La Sala Nacional de Exposiciones, Salarrué, inauguró la
exposición retrospectiva de mis seis décadas de trabajo pictórico. Ustedes
estuvieron ahí. Estuve con mi pueblo. Yo siempre he estado con este pueblo.
Desde 1958 me dediqué en cuerpo y alma a la docencia en la Universidad de El
Salvador. Después pasé al Centro Nacional de Artes. Otro trozo de mi vida quedó
ahí.
Ojalá estuvieran mis amigos pintores, aquellos con los que
salía a dibujar, a pintar en los parques. Nos íbamos a oír música clásica.
Salíamos a echarnos nuestros cigarros, cervecitas. Siempre los mismos. Todo
hombre, no importa dónde esté, debe moverse políticamente. El trabajo es
político. Hacer pintura es una actividad política.
En la ceremonia de Casa Presidencial, yo solo tuve palabras
de mucho agradecimiento. Hay mucha gente que me ha ayudado. Estuve muy
emocionado, casi no podía decir nada. Se me hizo un nudo en la garganta como
sucedió cuando me avisaron del premio. Es que yo por nada me emociono, fíjense.
Me conmoví profundamente cuando me lo dijeron y no pude decir palabra alguna,
pero sí, ya era tiempo que me lo dieran. Me han dado otros premios, pero
dinero, nunca.
Yo soy Carlos Cañas. Soy un creyente terrible de la
humanidad. Estoy con este pueblo sufrido y golpeado. Cuando yo me vaya de este
mundo, no me iré solo, porque yo los llevaré siempre conmigo.
Carlos Cañas: "Soy el que puede sacar cosas de la nada..."
El maestro presentía su muerte. En esta entrevista ofrecida
a El Diario de Hoy en diciembre de 2012, el maestro de la plástica salvadoreña
lo confesó. Este texto también se publicó el 30 de diciembre —del mismo año— como
parte de un especial dedicado a grandes personajes de ese período.
A los salvadoreños no les gusta la franqueza, las cosas con
nombre y apellido. Por eso, no sería raro que las expresiones que el artista
Carlos Cañas vierte en esta entrevista parezcan ególatras, soberbias.
Inadmisibles. Sus opiniones sobre la vida, la política y el arte —a sus 88
años— siguen intactas. Parafraseando al trovador Silvio Rodríguez, diremos de
él que morirá como vivió.
¿Y por qué piensa que esto de los premios, los homenajes,
las entrevistas se deben a que ya se va a morir? ¿Quién le dijo eso?
Tengo esa idea. Es que estoy muy enfermo. La verdad es que
me he puesto a pensar cómo será mi muerte, cómo pasará. Y así como ha sido [la
cobertura de los medios sobre el premio] así será esto de mi muerte. Así que
más o menos ya estoy enterado de lo que va a pasar. He visto la muerte de
tantos pintores. ¿Y qué ha salido sobre ellos? ¡Nada en los periódicos!
Años atrás hablamos sobre la muerte y me decía que la
afrontaría con poesía, filosofía y pintura. ¿Sigue echando mano de esta
trinidad?
Sí, pero es que mire, yo siempre sentí amor por la poesía.
Desde que estaba en cuarto, quinto grado. Una vez dije, "desde aquí, a lo
lejos, veo un país azul, azul, azul..." Y un profesor me dijo: "Usted
está loco. ¿Cuándo ha visto países azules?" Es una metáfora, le dije yo. Y
él me dijo: "No, no, no. Déjese de babosadas".
¿Y eso le hizo cambiarse a la pintura...?
No. Un día pasé detrás de la Imprenta Nacional y ahí estaba
una escuela de artes gráficas. Entré y un señor me dijo qué quería estudiar, si
dibujo o pintura. Me hizo entrar y estudié dibujo. Pero yo seguí leyendo mucho.
Buscaba a la gente que estuviera en la filosofía para irme mejorando. Yo me
entregué a la existencia de un poeta: Rafael Alberti. Busqué un libro de él que
se llama "Marinero en tierra". Lo encontré y lo leí y leí hasta
repetirlo muchas veces. Me di cuenta de que él quería ser pintor. Yo siempre
anduve tras la pista de Rafael Alberti por tener relación conmigo: yo de poeta
a pintor y él de pintor a poeta. Si hay alguien a quien yo quise conocer en el
mundo fue a Rafael Alberti. Ese ha sido mi sueño. De ahí no he querido conocer
a nadie. Me dio una gran tristeza no poder conocerlo.
¿Y qué activa en usted el deseo de ser pintor?
Mire, tal vez sea una arrogancia mía, pero yo dije: "si
me pongo a hacer poesía, voy a arruinar a todos los poetas salvadoreños",
porque la poesía de ellos es muy arcaica y esto (los poemas de Carlos Cañas) es
de muy avanzada. Entonces me dediqué a pintar y a hacer prosa sobre arte, pero
no quise hacer más poesía por la razón que le dije. Creí que lo que yo hacía
era superior a lo que se hacía en El Salvador, excepto a lo de Escobar Velado, que
era un poeta extraordinario.
¿Y publicó algún poemario?
No. Un poeta nicaragüense publicó mi trabajo en un diario
con el título: "Pintor desdoblado en poeta". Mi poesía era oscura,
pero se debía a que yo era un lector terrible de la Biblia, porque me encantaba
ese juego de palabras, esas cosas oscurísimas, pero hermosas. Lo dejé porque yo
no podía dejar de pintar. Lo traía en los genes. Unos tíos míos fueron
pintores, los hermanos de mi padre. La pintura fue todo un mundo y yo me
encerré en él. Encontré en la pintura mi identidad.
El jurado que le dio el premio dijo que usted en pintura era
lo más aproximado a un genio. ¿Quién forjó a Carlos Cañas como artista?
No sé. Yo solo sé una cosa: desde que me puse a trabajar en
pintura en El Salvador, trabajé para ser siempre el primero. Ser el conductor.
Soy el que puede sacar cosas de la nada. Ese siempre fue mi sueño. Y no solo en
lo técnico, sino en todos los aspectos: sociales, filosóficos, económicos,
históricos. Algo que no estudiás en una hora. En España vi la pintura
contemporánea. Seguí pintando y no pensé si podía ser grande o pequeño. Solo
pensé que iba a ser pintor. Mi padre me decía que tuve un hermano que murió
joven. De ese sí se podía decir que era gran artista. No era comercial. Empecé
a creer en los genes. Pensé que se podían doblar. Hay una clase de misterio.
Hay una conducción de tu persona hacia algo. Tú no sabes a dónde puedes llegar,
pero debes conducirte por ese camino.
¿Y la bohemia se cruzó por ese camino?
Eh… estudiaba para sacar mi título de bachiller en letras,
pero también estudiaba pintura. Estaba comprometido con lo que hacía… Tenía un
grupo de amigos que sábado a sábado nos reuníamos, nos echábamos las cervezas y
amanecíamos hasta el domingo. Andábamos por toda la Avenida Independencia.
Nuestra bohemia era muy precaria, pero bohemia al fin y al cabo. Pero no era
gente con la misma fuerza que yo tenía para hacer las cosas. Luego me reuní con
escritores de mayor edad que me conducían por las letras y la pintura.
¿Y en esta trayectoria de siete décadas encontró a un rival
en las artes plásticas de El Salvador?
Nunca, nunca. Tuve amigos que pintaban. Me consideré capaz
de conducirlos, pero no con prepotencia. Por ejemplo: fundé el Grupo de
Pintores Jóvenes. Después le cambié el nombre a Pintores Independientes.
Hablaba con ellos —no te voy a dar nombres— y les hablaba de ciertas cosas, les
daba libros para que fueran conduciendo su pensamiento, porque ellos sabían
pintar. Teníamos a guías como Diego Rivera, Siqueiros, Orozco. Nuestra realidad
era Latinoamérica. Sobre ella pintábamos y escribíamos.
Si hubiese que entregarle el Premio Nacional de Cultura a otro
pintor, ¿a quién se lo entregaría usted?
¿Ahora? En este momento no encuentro a ninguno. Si lo
encontrara, te lo dijera. Siempre he querido ser honesto. Hacia arriba hubo
varios pintores con mucho valor como Antonio García Ponce. Él hubiese sido uno.
¿Y quién es Carlos Cañas? Hablo del hombre terrenal de carne
y hueso.
Es un solitario. La soledad es un mal natural en mí. Siempre
he vivido solo. Me gusta estar solo. Soy el que vive en soledad eterna, pero
buscando que esta soledad se desarrolle en creatividad... Es el oficio de
pintar en el que deposito todas mis soledades. Yo nunca pinté para ganar
premios, riquezas. La pintura ha sido mi modo de trabajo y tenía que producir.
Pinté para vivir. Yo nunca tuve creencias derrotistas. Siempre me creí muy alto,
elevado. Nunca pensé qué hace un pintor grande para los demás, sino qué puedo
hacer para mí mismo, para sentirme gozoso de la pintura. No crea que ganar el
Premio Nacional de Cultura me ha producido un gran estímulo. Lo considero algo
natural, algo que tenía que darse. Como me lo dijo el jurado: "Este país
tiene una gran deuda con usted".
¿Cómo le gustaría que lo recordara El Salvador cuando usted
muera?
Cuando llegué a España oí una frase que me fue muy
simpática: "Hasta que se llega a los 40 años se puede pensar en la muerte,
pero antes, no". La muerte en ese entonces era un elemento poético. Aún lo
sigue siendo para mí. La muerte es algo que me tiene que suceder. Estoy enfermo
y mi muerte puede suceder de la noche a la mañana. Solo pienso qué va a suceder
con mi obra. Para el Estado es imposible salvarla. Hace unos años un abogado me
dijo que hablara con un banco. Otro me dijo que no lo hiciera porque se
terminaría perdiendo.
Si dejamos a un lado su cuadro Sumpul, ¿qué otro salvaría
usted del fuego?
Antes de que llegara José Napoleón Duarte a la presidencia
(es decir, 1984) yo ya había pensado en el Sumpul. Ese cuadro dio una lección a
su pueblo. Sin estar en el sitio, pero sí conociendo los hechos, hice ese
cuadro que iba a ser más grande, pero estaba dispuesto para que las cosas así
fueran.
Con la frialdad que da el tiempo, ¿al cuadro Sumpul le faltó
o le quitaría algo?
No, está exacto. Ahí reflejo a una sociedad completa:
padres, hijos, ancianos, jóvenes amantes que son estudiantes, campesinos. Ahí
tengo a todo el pueblo. Ellos representan al río. Quedé asombrado que cuando el
Sumpul llegó al Museo de Arte, la gente llegaba con velas, las ponían al pie
del cuadro y lloraban. Sin pretenderlo, eso fue un acercamiento con el pueblo.
Hablé con un joven que me contó que el río Sumpul ya no es
como el de antes. Ahora es un río sucio… Doné al Museo José Luis Cuevas
(México) un cuadro que se llama Otra vez el río (que también tiene que ver con
el tema de el Sumpul). Esa obra es mi concepto intelectual sobre el Sumpul.
Tiene un jarro roto que es el pueblo destruido. La tela que se hunde es la
muerte.
¿Cómo se define usted políticamente?
Como me decía una amiga: "Carlos, siempre camina a la
izquierda". Creo que ningún otro artista pertenece a otro sistema
político. ¿Por qué? Porque el artista es rebelión y busca las causas reales de
las cosas y lucha por ellas.
Hace un momento usted mencionó a José Luis Cuevas. Tengo
entendido que entre ustedes hubo una polémica por una premiación...
Me dieron a mí un segundo lugar. En ese momento Walter
Beneke era el ministro de Educación. Ahí estaba Waldo Chávez Velado y le pedí
que me dejara hablar primero. Dije que José Luis Cuevas no tenía porqué
burlarse de un pueblo y que íbamos a aceptar cosas que fueran correctas
(premiar sin favoritismo a los participantes) y se armó un lío tremendo. Eso
pasó y nos hicimos muy buenos amigos.
Pero entiendo que, a partir de eso, las clases pudientes del
país le dieron la espalda a usted y su obra.
El responsable de Bellas Artes (instancia del gobierno de
aquel tiempo) hizo una fiesta y puso un video ante la alta sociedad para que se
dieran cuenta de quién era yo. Me salí de la fiesta inmediatamente. Me pusieron
como el enemigo de las cosas.
¿Se le cerraron las puertas?
Sí. Pasé como 15 o 20 años sin que se me comprase un cuadro.
No me invitaban a ninguna parte ni a ninguna fiesta.
Durante la entrega del Premio Nacional de Cultura 2012, el
presidente Funes en su discurso habló un 20% de usted y el otro 80% de su
gobierno. A sus colegas pintores eso no les gustó. ¿Usted qué piensa de
aquello?
Él no conoce de arte. Prácticamente es la verdad en general.
A mí me conoce personalmente, sabe quién soy, pero él no conoce mi obra. Allá
él. Eso es su problema. En todas partes, cuando entregan un premio, se
preparan. Preguntan antes de entregar el premio, es decir, hay una cultura.
Vaya a usted a Europa y verá que allá saben qué están haciendo en literatura,
pintura, teatro, porque eso es parte de la vida.
Con a sus 88 años y con una vasta trayectoria, ¿se siente
arrepentido de algo, existe algo que no pudo hacer…?
Todo lo que quise hacer, lo hice. Yo creo en lo que hago,
creo en lo que estoy. Ya le he dicho que manejé la poesía, las letras, pero mi
camino era la pintura. Seré pintor hasta que me muera. He visto en varias
ocasiones la negación de la sociedad hacia mi persona. Me he sentido muy mal,
pero luego he reaccionado y me he dicho que eso es parte de mi actividad como
pintor. No soy Picasso, no soy Matisse. Soy un pinche pintor salvadoreño que se
llama Carlos Cañas en un país como El Salvador.
EL COMENTARIO
Otra mano dibujó a Carlos Cañas. Una cósmica. De esas que
trazan sed de infinito en la mirada y el corazón para buscar múltiples caminos
de profesionalización y experimentación. Él los ha recorrido todos en las
distintas disciplinas de las artes pláticas: dibujo, pintura, cerámica,
escultura, grabado. En todas se ha movido con envidiable solvencia. Eso lo
convirtió en un maestro y obligada referencia para sus coetáneos y otras
generaciones. En su andar se ha hecho acompañar de poesía, la filosofía y la
política.
"Hacer pintura es una actividad política", ha
declarado siempre, Carlos Cañas.
Por eso es que, desde que tiró los dados, asumió el resultado
de su apuesta: "ser siempre el primero. Ser el conductor" de la
pintura en El Salvador, aunque eso le dejara solo "como un francotirador
que se salva por su propia cuenta".
Considerado como el precursor del arte abstracto en este
país centroamericano, Cañas desde sus inicios tuvo como centro de su trabajo al
ser humano marginal, periférico, olvidado.
"La vida me llevó a estar vinculado con el pueblo.
Estoy amarrado a él. Mi pintura social no pintó al campesino como alguien
derrotado, sino, todo lo contrario".
Sus primeros trabajos muestran el cuerpo humano de sus
paisanos: hombres y mujeres con rasgos indígenas con tonos que emanan del color
de la tierra, de la agricultura. Su viaje a España y su sed de conocimiento lo
conducen por trabajos que a ratos rozan el cubismo, el surrealismo, la
figuración. Otros llegan con vehemencia al expresionismo figurativo. Pero ha
sido en la abstracción donde su rúbrica brilla sin competencia.
"El arte abstracto lo hice yo, lo hice con escuela. Yo
llegué al concepto de lo abstracto", declara sin aspaviento el maestro,
Cañas. O para dejarlo más claro, sin que le tiemble el pulso, asevera:
"Soy el origen de la pintura contemporánea en El
Salvador".
Entre las series destacadas, polémicas y nada políticamente
correctas están: "Terror y ternura”. De esa producción destaca la obra
"Niño chupando caña", todo un emblema que hace honor al título. O
"Testimonios" que es toda una denuncia del mal que eclipsó a El
Salvador. El paseo al purgatorio terrenal lo pone con la serie "De
hospitales".
"Pinto sobre la realidad histórica y la realidad
vivida", repite al ver su obra, el virtuoso artista.
Carlos Cañas nació en 1924. Estudió en la Escuela Nacional
de Artes Gráficas. Se formó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
(España). Es Premio Artes Gráficas. Fue reconocido por la Asamblea Legislativa.
Es Orden de las Artes y las Letras (Francia, 1990), Orden Nacional José Matías
Delgado (1992), Orden de Isabel la Católica (España, 2001). La Cruz de Santiago
(Embajada de España en El Salvador 2009). Premio Nacional de Cultura (2012).
Alberto Gómez Font: "Las palabras sucias se refieren a lo bueno..."
Es defensor
del buen uso del español, pero sin conservadurismos. El filólogo nacido en
Barcelona también es un bartender profesional. Pronto publicará un libro
titulado "Los errores correctos".
Se considera
a sí mismo indígena. Reivindica esa palabra y muchas otras más. Afirma que la
Real Academia de la Lengua se ha alejado de la ortodoxia que la ha
caracterizado. El filólogo español, Alberto Gómez Font, estuvo en El Salvador
gracias a una invitación del ministerio de Obras Públicas y la intercesión del
académico y escritor, Pablo Benítez.
Gómez Font
tuvo una larga trayectoria en la Agencia EFE. Fue coordinador de la Fundación
del Español Urgente (Fundéu) y en la actualidad es director del Instituto
Cervantes en la ciudad de Rabat, Marruecos.
¿Qué
diagnóstico tiene sobre la redacción de documentos administrativos en El
Salvador?
Los
organizadores del curso me facilitaron cuatro documentos del ministerio de
Obras Públicas (MOP). Se puede constatar que estos documentos sufren de los
mismos males de cualquier otro país hispanohablante. Hay un lenguaje escrito de
funcionario público a funcionario público, nunca pensando en el ciudadano.
Jamás. Un ciudadano de a pie agarra un texto de esos y tiene que ir a buscar un
traductor para que lo traduzca del español al español. Hay escritos que
arrancan con "De conformidad con lo prevenido". En español se usa la
preposición "según". Hay comas (,) puestas en el sitio más
insospechado, mayúsculas por todos lados. El lenguaje administrativo peca de
exceso de especialización, como escrito a propósito para que no lo entienda
nadie.
¿Y eso a qué
se debe?
El lenguaje
jurídico y administrativo se ha quedado anclado en el tiempo. Ambos se escriben
con fórmulas muy rimbombantes que deben venir del siglo XVIII. Ese lenguaje
debe acercarse al ciudadano, que al fin y al cabo, es el que paga los
impuestos.
Es curioso
que lo hayan invitado a usted a hacer esto cuando El Salvador tiene una
Academia Salvadoreña de la Lengua Española. Entonces, uno se pregunta para qué
sirve este observatorio...
El problema
de la Academia Salvadoreña, como en otros países chiquitos, es la falta de
medios. El ministerio que se ocupa de dotar de fondos a la Academia de la
Lengua —que en el caso de El Salvador no sé cuál es, supongo que debe de ser el ministerio de Cultura— no dota a la Academia de lo suficiente y esta no puede
contratar a investigadores que lleven adelante sus estudios que colaboren con
la administración. Es solo una falta de medios. Nada más. También el hecho de
que los miembros de la Academia (escritores, lingüistas) mayores, retirados de
sus trabajos, no se han ocupado demasiado —o no se han dado cuenta— que merece
la pena estudiar este asunto e intentar solucionar este problema. Pero no le
vamos a echar la culpa a la Academia Salvadoreña, tampoco las academias de
otros países se han ocupado de eso. La Real Academia Española ha empezado, hace
poco tiempo, a promover estudios sobre el lenguaje administrativo y a llegar a
acuerdos con los ministerios para intentar modernizar el lenguaje, pero de
momento no se han dado grandes logros.
Acaba de
mencionar la palabra lingüista. Hace poco vi algo que me dio mucha risa. Un
tipo le decía a otro que vio a un lingüista montado en un unicornio y obtuvo
como respuesta que "los lingüistas no existen..."
[Sonríe] Bueno,
no sé... El lingüista estudia el funcionamiento de una lengua. El filólogo es
más amplio. Hay ramas de la lingüística como la sociolingüística… Los
lingüistas sí existen. Yo no sé si soy lingüista o no. Nadie me ha llamado de
eso nunca. Bueno, de vez en cuando me lo llaman. Bueno, sí existen los
lingüistas. Tengo amigos que lo son.
¿Qué tanto ha
evolucionado la Real Academia de la Lengua? ¿Qué tan arcaica o permisiva es?
Las Academias
han sido muy criticadas porque se han quedado un poquito ancladas en el pasado.
Han sido poco modernas. Han estado poco atentas a la transformación del
lenguaje como si fueran clubes sociales de viejos señorones que se juntan allá
a hablar de todo, menos de lo que tienen que hablar, que es la lengua.
Afortunadamente, ahora hay una entidad que es la Asociación de las Academias de
la Lengua Española. Tiene un secretario general en Madrid y trabajan todas
juntas y hay algo más de presupuesto para ayudar a las más pequeñas como la
salvadoreña. Se dan becas para que los lexicógrafos vayan a estudiar a la
Academia Española. Tengo amigos salvadoreños que han estado en esos seminarios
como mi amigo Francisco Domínguez. Hay una dinámica, un movimiento que ya no
son —en principio o no deberían ser— esos viejos clubes de sabios.
A propósito
de lo de arcaico, le he escuchado decir cosas como "lengua culta",
"léxico culto", "expresión culta". ¿Usted cree que la
palabra "culto, culta" realmente tiene vigencia, razón de ser?
Tiene
vigencia por oposición al lenguaje popular. Aunque, si uno opone lo culto a lo
popular, está llamando incultos a los populares y eso es un poco peligroso.
Nadie tiene derecho de llamar inculto a nadie por su forma de hablar. Pero sí,
se llama lengua culta a la utilizada en los medios de comunicación, en la literatura,
en las universidades. Y lengua popular o vulgar —que es otra forma de llamarla,
aunque de vulgar no tiene nada— es la que se usa en contextos muy locales, muy
coloquiales. Y lo de arcaico… Los lingüistas de España o la gente que le da por
hablar de la lengua, cuando estudian el español de América suelen decir que en
Latinoamérica se usan muchos arcaísmos. Y yo me pongo a pensar: ¿cómo van a ser
arcaísmos si se siguen utilizando? Al que usa una palabra no se le puede decir
que está usando un arcaísmo. Está usando una palabra actual puesto que la está
utilizando en el siglo XXI (…) Uno tiende a pensar que lo de antes era mejor,
lo cual es una mentira. Lo mejor lo tenemos ahora. Pero bueno, eso es parte de
las mentes conservadoras que piensan que lo de antes era mejor.
¿Y usted
siempre se consideró tan liberal con el lenguaje como lo es ahora o tuvo su
rato ortodoxo?
Sí, tuve mi
momento purista y ortodoxo. Cuando salí de la universidad y comencé a trabajar
en la revisión de textos en un medio de comunicación como la Agencia Efe, uno
tiende a ser muy conservador, muy regañador y muy purista. Me parecía
importante andar diciendo, "eso lo escribiste mal", sin pararse a
pensar que a lo mejor no está tan mal. A medida que pasan los años, uno va aprendiendo
a tener cintura, a ser flexible y a ver la lengua como un ente vivo y cambiante
y se atreve menos a decir que una cosa es incorrecta, que no es culta…
¿Y qué hizo
el quiebre en su ortodoxia?
Usualmente
son los amigos sabios quienes lo llevan a uno por el buen camino. Sobre todo
fue y sigue siendo uno de mis maestros: Leonardo Gómez Torrego. Curiosamente,
él no está en la Academia. No sé porqué. Él es un gran visionario con lo que va
a pasar con el español. Recuerdo una conferencia suya hace muchos años en la
que explicaba errores, pero que ya no lo eran y al mismo tiempo, explicaba
cosas que se consideraban erróneas en la lengua, pero ya avisaba que con el
tiempo dejarían de considerarse como tal. He visto cómo ha sucedido. Eso me
abrió los ojos a que el error es error en un tiempo determinado. Precisamente
estoy escribiendo un libro que se llama "Los errores correctos". Es
una colección de cosas que tuve que corregir mientras revisaba noticias en la
Agencia Efe y que ya no podría corregir porque ya están bien.
¿Qué hace que
una palabra se mantenga vigente? La palabra guerra nunca pierde vigencia, si
pasó con vinilo, pero regresó.
Usted mismo
lo acaba de explicar: cuando una palabra ya no designa una realidad, deja de
existir. Puede ocurrir que la palabra desaparezca porque los hablantes la
cambiamos por otra, porque tengamos la percepción que se ha desgastado como
pasó con minusválido y que tenía matices peyorativos. Esa se cambió por
discapacitado, esta ya empezó a desgastarse y ha empezado a usarse "persona
con discapacidad". La corriente de lo políticamente correcto cambia las
palabras. No hay nadie que se ocupe de preservar una palabra. No hay organismos
salvadores de palabras. Tampoco hay organismos asesinos de palabras. Somos los
hablantes los que decidimos si nos gusta una palabra o no y si la usamos o no.
También hay
una fe ciega en las nuevas tecnologías como si el futuro perpetuara el tiempo
que vivimos. Ya cayeron en el olvido las palabras como Atari, la red social
Hi5, la palabra "Messenger".
Es verdad, ya
no me acordaba del "Messenger". Las nuevas tecnologías producen la
llegada rápida de un caudal de palabras que entran y desplazan a otras palabras
que ya no sirven. Esa es la historia de una lengua. Nuevas tecnologías han habido siempre, no electrónicas, pero han habido en la historia de la humanidad.
¿Qué postura
tiene con la sociolingüística? Hace unos años un campesino describía lo que
hacía de una manera muy peculiar... Dijo que estaba "humando" . O
sea, él estaba fumando…
Ese campesino
lo dijo bien, porque estaba humando. Hizo uso de la lengua lógica. Ahora hay un
neologismo muy peculiar relacionado con eso que es el humo que uno echa de los
cigarrillos electrónicos. Uno no fuma, porque no es humo, es vapor. Se está
usando el término "vapear". Pero en el español no parece bien formado
"vapear". Humar es hacer humo y ahumar es dar humo a algo y fumar es
echar humo. El campesino lo dijo perfecto. Además, lo más importante de un
hecho lingüístico como ese, es que yo lo entienda y que el tipo que me lo diga,
pues me esté comunicando algo, y que no se produzca una ruptura en la
comunicación.
¿Cómo es el
proceso de validación de un término? ¿Se apoyan en la sociolingüística?
Ahora es
fácil validar un término por la cantidad de apariciones que existen en un
documento. Hasta hace pocos años, el modelo en el que se basaban las Academias
para decidir si entraba una palabra o no en el diccionario, era el español
usado por los grandes escritores. El problema es que los que decidían quiénes
eran los grandes escritores eran los académicos, no éramos los hablantes. [La
justificación era] "Ah, es que lo ha escrito Quevedo". Y si lo
escribe un señor que no es Quevedo, ¿está mal...? ¿Cómo está la vaina? ¿Qué
clase de criterio es ese? Pero ahora en día eso se terminó. Las Academias se
basan en ustedes: los periodistas. Los difusores del uso del español y los que
deciden si se establece una palabra o no, son los medios de comunicación. Y van
a seguir siéndolo de ahora en adelante. No creo que nadie les quite eso.
Hablamos de
la ortodoxia en el lenguaje. ¿Cuál es su posición con respecto a los
eufemismos? En el periodismo vemos casos como "persona con
discapacidad" "personas con capacidades especiales",
"persona de color". O términos directos como "negro",
"blanco", "judío", "indio", "nativo".
Desde mi
punto de vista, todas las vueltas en el lenguaje, sobran. Si una persona es
ciega, es ciega. Si es sorda, pues es sorda y no discapacitado auditivo.
Recuerdo a un periodista colombiano que se llama Daniel Samper. Él decía que ya
estaba harto de ser "discapacitado capilar". O sea, calvo. Son cosas
del [llamado] lenguaje políticamente correcto... A mí, en lo personal, no me
gusta. No sirve para nada. Es cierto que en el lenguaje político se usa mucho el
eufemismo para el ocultamiento de la realidad y en el lenguaje económico como
en la crisis actual de España. Esta manipulación del lenguaje lo vemos más en
la propaganda y en la publicidad. Curiosamente, eufemismo significa decir algo
de forma bonita. Si hay una palabra que se considera fea como "culo",
pues el eufemismo es decir "pompis", "trasero",
"cola" (...) Yo uso la palabra indio. Me gusta la palabra indio,
porque reivindico la palabra indígena en su sentido original. Yo soy un
indígena de Barcelona. Indígena es el originario de un sitio. Ahora se está
usando indígena en vez de indio. Ahora estoy viviendo en Marruecos y hay una
palabra para referirse a los pobladores del norte de África: moros. Pero moros
es una palabra que les molesta a ellos. Si yo estoy hablando con un marroquí y
le molesta que lo llame moro, ¿para qué lo voy a molestar? Aunque yo, cuando
digo moro, no le pongo tono despectivo, pero ellos quizás no lo saben. Ese es
el problema con indio. Yo reivindico la palabra para los indios de América y de
la India, porque ahora hay mucha gente que, para diferenciar, llama a los de la
India "hindúes", pero el hinduismo es una religión y hay indios que
no son hindúes. Las personas tienen derecho a decidir cómo quieren que las
llamen y eso hay que respetarlo. Ir contracorriente no es un ejercicio
productivo.
La RAE se
guía por lo políticamente correcto. ¿Es la RAE conservadora?
Antes he
dicho que se critica a las Academias por conservadoras e inmovilistas.
Afortunadamente hoy, no es así. Y la Asociación de Academias, tampoco es así.
De eso se cuida bien el secretario general, Humberto López Morales. Las
Academias se están poniendo al día con lo que pasa con el español actual. Son
un poco reticentes con el lenguaje que se ha dado en llamar inclusivo o al
lenguaje no sexista. Son resabios de épocas más conservadoras, pero poquito a
poco se van suavizando.
¿Y cómo ve
esto de los movimientos feministas de usar los, las, niños y niñas para
escribir y para hablar?
Ummm, no
sé... Me parece exagerado. Recuerdo que un día estaba dando clases en España y
habíamos hablado de este asunto. Al terminar la clase, dije: "Os invito a
todos a tomaros una copita de champán en el bar de enfrente". Y dijeron,
"Ah, qué bien..." Y yo les dije, "Eh, no. He dicho a todos.
Vosotras, no. No estáis incluidas". Se dieron cuenta de que, aunque había
dicho todos, ellas se sentían incluidas. Se dieron cuenta de que no era
necesario que yo dijera "todos y todas". En la práctica es cuando uno
se da cuenta de este tema. Le pones una trampita al hablante y siempre cae.
¿Existen las
palabras feas?
Decidimos
nosotros qué es feo o qué no lo es...
¿Y usted qué
opina?
Eh... Para mí
no existen las palabras feas. A mí me gustan todas las palabras. Unas más que
otras, pero me gustan.
Y según la
opinión popular, ¿existen las palabras soeces, sucias, vulgares,
malsonantes...?
Es una
cuestión cultural con mucha influencia de la religión. Desafortunadamente, la
religión nos prohíbe todo lo bueno y normalmente las "palabras
sucias" se refieren a lo bueno, a todo lo sexual, a todo lo que tiene que
ver con el placer. Es cuestión cultural y de educación.
¿Y sobre el
espanglish?
Es una lengua
coloquial entre familiares, amigos que se van a tomar unas copitas... No es una
lengua de cultura, es una lengua de contacto. Para mí es un fenómeno muy bonito
e interesante el de la lengua de contacto. Hay amigos que me crucificarían por
decir que el espanglish es una lengua, pero sí que lo es porque si hay personas
que se comunican con ella. ¿No es un idioma? Es discutible. ¿Tiene una
gramática fijada? No hay un solo espanglish.