lunes, 20 de enero de 2014

Carlos Cañas: "No me tocó ser feliz, pero seguí caminando..."


El Premio Nacional de Cultura 2012, Carlos Cañas, conversó con El Diario de Hoy sobre su vida y obra. El maestro de la plástica salvadoreña no esconde su franqueza intelectual y artística.

No necesita presentación, sencillamente porque él es maestro de la pintura en El Salvador.

La pregunta de rigor. ¿Cómo se sienta ahora que recibirá uno de los premios más importantes de El Salvador? 

—Conmovido profundamente. Cuando me lo dijeron, no pude decir palabra alguna, pero sí, ya era tiempo. (Ríe) Me han dado otros premios, pero dinero, nunca.

Recuerdo unas declaraciones de su autoría que decían que no recibiría el Premio Nacional de Cultura en un gobierno que no fuera de izquierda.

—Eso fue algo que se me salió. (Ríe) Lo dije, pero me exalté. Ya ni nos acordemos de eso. Lo de este premio ha sido un accidente. Si me lo hubiese dado la derecha, igual lo hubiese aceptado.

Hace unos años, en este estudio, usted tenía mucho entusiasmo por la posibilidad de que llegase la izquierda al poder. Tres años después, ¿cómo ve a este gobierno?

—Ver claro, no veo. Veo medio nublado... (Risas) Él ha hecho sus cosas (se refiere al presidente Funes). Hay cosas como la economía que están graves. Creo que ha habido un cambio, un cambio de que una sociedad tenga un gobierno diferente.

¿Y le dirá algo al presidente Funes el día de la ceremonia?

—Yo solo tendré palabras de mucho agradecimiento. Hay mucha gente que me ha ayudado. Además, todo depende si estoy emocionado. Si estoy muy emocionado, no podré decir nada. Se me hará un nudo en la garganta, como sucedió cuando me avisaron del premio. Es que yo por nada me emociono, fíjese.

Y a sus 88 años y con una larga trayectoria artística, ¿cómo ve Carlos Cañas a Carlos Cañas?
—Como un educador. He trabajado mucho. He visto tantas dificultades para pintar en el país. Incluso, venía gente a mí y yo les decía que había un problema: si te querés dedicar a la pintura y tenés una gran suerte, no aguantarás hambre, pero si no tenés suerte, no vas a tener qué comer.

¿Y a usted cómo le fue?
—A mí me tocó mitad y mitad. Tuve momentos buenos y malos. Pude ir a España, invitado por su gobierno. Después de esto me tocó trabajar muy duro. Mi vida ha sido trabajar y pintar.

Hábleme de sus discípulos, porque los hay y están vivos.

—Está Roberto Huezo, quien se ha olvidado de mí. Está Roberto Galicia (director del Museo de Arte de El Salvador). Hay otros más, pero no recuerdo sus nombres, pero yo sacaría unos ochos muchachos... Hubo algunos que, por su concepto político, me sintieron ajeno a ellos (...) La vida me llevó a estar vinculado con el pueblo. Estoy amarrado a él.

¿Se metió en aprietos alguna vez por su postura política?

—(Ríe) Sí, siempre creaba problemas. Me decían que no hablara de eso, que no sé qué. Y eso era porque nunca estuve dentro del partido. Nunca quise estarlo. Jamás. Desde que empecé a pintar, toda mi pintura fue social, no pintar al campesino como alguien derrotado, sino, todo lo contrario. Yo he sido lo que se llama un francotirador. Siempre he estado solo y por mi propia cuenta.

Hablando de soledad. ¿Sigue vigente aquello de quemar su obra o no nos tomamos muy a pecho sus palabras?

—Lo que dije no es un hecho que se va a hacer. Solo es una posibilidad. Hay pintores en Europa que han quemado su obra. Pensaba dejar mi trabajo en un banco, pero luego pensé que no. Donarlos a un museo es igual a tenerlos guardados (...) A mí no me ha tocado ser feliz, pero he seguido caminando con los problemas.

¿Y a sus 88 años hay algo que le hubiese gustado hacer o corregir...?

—No. Yo soy todo lo contrario a Rafael Alberti (poeta español de la Generación del 28). Él comenzó pintando y de repente comenzó a escribir. Yo, en cambio, escribía poesía, pero me metí a estudiar pintura y me quedé con ella. Después de España, vine a El Salvador con la idea de que tenía que ser profesor, y no solo un profesor que agarra el pincel y pinta, sino un profesor que tenía que hablarles de la pintura, de su historia, de su base estética, de su condición (social-política-ideológica).

Oiga, ¿y cómo era usted con sus alumnos? Me han dicho que era duro, pero eso no significa que sea malo, porque se lo agradecen.

—¿Quién te dijo eso...? Bueno, a mí todos me querían y estaban contentos conmigo. Hubo alguien que escribió en un periódico que gracias a mí, encontró su camino. Yo abrí el camino a mucha gente.

¿En qué momento se dijo a usted mismo, "voy a ser pintor"?

—Yo vengo de una familia de pintores. Hacían pintura comercial: pintaban rótulos, pintaban santos, iglesias, cuadros religiosos. Pintaban de todo.

¿Quiénes fueron sus maestros y en qué momento tiene una ruptura estética con ellos?

—Mis maestros fueron Luis Alfredo Cáceres Madrid, José Mejía Vides y Carlos Alberto Imery, quien me daba muy buenas ideas. De ahí, nadie. Luego apareció la pintura socialista mexicana.

Verdad o mentira, no hay pintor en El Salvador que afirme que estudió con el español Valero Lecha...

­—Valero Lecha fue la parte contraria. Fundamos lo que se llamó "Pintores jóvenes" y luego "Pintores independientes" con Camilo Minero y otros que yo dirigía. Todos éramos contrarios a la pintura de Valero Lecha. El sistema de él no nos agradaba.

¿Y qué no les cayó en gracia del español?

—El sistema de él era académico: hacer las cosas tal y como son; en la naturaleza el elemento básico se pintaba de tal forma. La pintura la aplicaba así y asá. Y así todo lo demás. Nosotros éramos pintura libre. Él, no. Nosotros estudiamos con un espíritu social, de libertad. Por eso, con el tiempo, nuestro pensamiento se involucra en eso. Unos en forma más directa como Camilo Minero. Yo me quedé como el francotirador: libre. Yo he amado la libertad siempre. Buscamos que la pintura llegara al pueblo. Exponíamos en los parques. Íbamos a sitios libres donde se podía mostrar la pintura. Los alumnos primarios de Valero Lecha no vieron la libertad.

¿Y usted cree que las ideas políticas como las de su grupo ya no están en la actual plástica salvadoreña?
—No, ya no están. Todo hombre, no importa dónde esté, debe moverse políticamente. El trabajo es político.

Y de aquellos tiempos de rebeldía, ¿no tiene algún cuate, amigo o alero que extrañe en estos días?

—Mi amigos fueron los pintores, el grupo del que le hablé, como Camilo Minero, Luis Ángel Salinas. Siempre ese grupito fue mi amigo. Estuvimos juntos como ocho años. Salíamos a dibujar, pintar a los parques. Nos íbamos a oír música clásica. Salíamos a echarnos nuestros cigarros, cervecitas. Siempre los mismos.

¿Qué es lo saludable y dañino que le ha dado la pintura?


—Lo saludable que me da es que me agrada. Y hay gente a la que le agrada también. Yo soy el formador de la pintura en este país. Les guste o no les guste. Hasta el jurado lo dijo. El daño que me ha hecho mi pintura es enseñarla. Estoy ensimismado en enseñar bien las cosas... [Al maestro, Carlos Cañas, se le humedecen los ojos, guarda silencio por un momento y retoma su discurso]. La suerte no ha estado de mi lado y qué vamos a hacer. Ojalá en el futuro haya una cultura de la plástica en este país.

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