lunes, 20 de enero de 2014

Claudia Hernández: "Yo me cocino a fuego lento"


Empezaremos la entrevista cuando usted se sienta cómoda, le digo a la escritora Claudia Hernández. Entonces vuelva en 20 años, me dice, mientras le echa una mirada aterradora a la grabadora.

Obviamente, no me tardé dos décadas en regresar. La derrota solo duró unos siete minutos, después le insistí en que quería hablar de su nuevo libro: Causas Naturales. Los 15 cuentos han sido publicados en Punto de Lectura. Acaba de salir del horno. La cocción fue a fuego lento. Quizás por eso su sabor es tan extraño como intrigante. La clave no está en los ingredientes, sino en cómo la autora manejó la llama, la temperatura y el tiempo.

Claudia Hernández es escritora, catedrática y ganadora del premio "Anna Seghers". También es una taxidermista de las circunstancias. Son ellas las que están en primer plano en sus cuentos y no los personajes: "De noche había en casa habitaciones que, de día, era imposible encontrar" (Habitaciones). O "Sucedió en el mercado. Mientras yo simulaba examinar los tomates antes de pagar por ellos" (Un pañuelito). Otra más que roza la poesía: "Debió haber venido con el viento" (En pleno comedor).

El cuento "En pleno comedor" bien podría ser un "bonus track" del disco "Dark side of the moon" de Pink Floyd, porque en él convergen el mal llamado posmodernismo, las manías, la codependencia, la plusvalía de viviendas que terminan siendo lujosas jaulas en forma de vitrina. O como dice la canción "Us and them" del álbum mencionado: "And after all we're only ordinary men..."

¿Por qué cuento y no novela?

—Me gusta leer novelas. No tengo problemas con eso: a veces es amor a primera línea. Pero escribirlas es algo muy distinto. Supone una manera de entender las cosas y un manejo del lenguaje y del tiempo que no se ajustan a los temas y las apuestas que hasta ahora me han ocupado. Cuando comencé a intentar y a escribir, no sentí por ella la fascinación que por el cuento. Jamás le he echado de menos ni sentido que me estoy perdiendo de algo. La novela diría lo mismo de mí.

¿Pero podría dar un salto hacia la novela?

—¿Para qué? Si lo que me pregunta es si me interesan otras formas de escritura o si escribiría algo que no sea cuento, la respuesta es sí. De hecho, dedico tiempo y esfuerzo en aprender las que me resultan atractivas (la novela no figura entre ellas). Pero el cuento me atrapa y me mantiene entretenida.

¿No se agotan los temas en el cuento?

—No ha sucedido hasta ahora, incluso cuando lleva siglos acompañando a la humanidad y ha sido empleado a lo ancho y largo del mundo. A veces parece que no da más porque toma siestas muy largas, se anuncia su fin, pero resurge tan elocuente como al inicio. Hermoso género, ¿no le parece? Infinito.

¿Con quién escribiría un cuento a dos plumas?

—No sé si podría alguna vez hacer algo como eso con el cuento. Ni siquiera creo que tenga sentido (para mí). Nunca me lo he planteado como un ejercicio de colaboración. Pero vea también que no soy una persona de grupos. Rara vez escojo estar en sitios llenos.

¿Por eso es esquiva con los medios?

—En parte. Me ponen nerviosa. No funciono dando respuestas íntimas a gente que no conozco y que suele tener mucha prisa. Yo me cocino a fuego lento. Ha pasado también que me han buscado cuando he estado enferma o que me han buscado para preguntarme acerca de temas en lo que no tengo autoridad para comentar.

¿Por qué no le gusta opinar públicamente sobre el trabajo de otros?

—Prefiero decírselos a ellos si la ocasión se presenta y, por supuesto, si me lo permiten. Los comentarios en público se los dejo a especialistas, que orientarán mejor a los lectores. Lo que yo diga sería solo cosa de gustos.

Hablando de eso, entonces, ¿por qué no le gusta Roberto Bolaño y quién le gusta de verdad, ya sea muerto o vivo?

—Que me guste o no Bolaño no anula las cualidades de su escritura. Lo que le dice es que lo que yo busco no está en su propuesta. Y no tendría por qué estarlo. Él no escribía para mí y no habría sufrido al saber que no estaba yo entre sus lectores. Ahora, los temas y los autores que me interesan son muchos. No tengo una lista definitiva. Han variado con las épocas, con la edad, con las experiencias de vida. No entiendo por qué alguien debería decidirse por uno solo estando la maravillosa posibilidad de tenerlos a todos.

¿Qué papel juega el lector para usted a la hora de hacer un libro?

—Vital. Es a él (en el presente o en el futuro) a quién se le cuenta lo que se ha aprendido, a él a quién se toma de la mano y se lleva por las rutas que has transitado. Por él se traduce a lenguaje lo que en uno bien puede quedar como una calidez o un sonido. Es el depositario de lo que uno considera lo más importante.

¿Se mete en los zapatos de ellos a la hora de hacer un cuento?

—Procuro meterme en los zapatos del narrador (que es quien hila la acción y funde esta con los ambientes) y extender, desde él, la mano a los lectores. Ellos deciden si emprenden el viaje al centro del cuento o no.

¿Qué o quién la metió en el oficio de escribir?

—Todo: La lectura. Los grandes autores y también los pequeños. Lo que te presentan es tan intenso que no puedes no desearlo ni puedes evitar intentar tenerlo o al menos tocarlo. Las condiciones (del país) en que crecí y en las que vivo se prestan perfectas para escribir, no porque te den facilidades, sino porque te dan motivos. Cuando menos lo sentí, estaba tomando un lápiz y apuntando oraciones.

¿Por eso hace literatura en un país en el que no se lee?

—No sé si no lee porque no le gusta, porque no puede o porque tiene otras prioridades. En cualquier caso, escribo cuentos porque nuestra realidad los produce y para que, cuando el país pueda, esté en condiciones y descubra que le gusta, haya algo para leer.

¿Por qué hay más poetas que cuentistas o novelistas en El Salvador?

—Me hago la misma pregunta. Tal vez quieran algo más que extender la mano y cortar los cuentos que acá florecen. Tal vez encuentran en el terreno de la poesía (al que yo no puedo entrar) todo lo que necesitan.

¿Debería el sistema educativo tener el cuento o la creación literaria como asignatura?

—Le vendría bien estar preparado para acompañar o dirigir las inquietudes (literarias, artísticas) de quiénes muestran interés o inclinación, ofrecerles alternativas para que no tengan que terminar inscribiéndose en una carrera que no quieren o que consideran la segunda mejor opción y que nada más los desgasta.

¿Qué necesita usted para escribir?

—¿Aparte de tiempo y observación de la naturaleza humana (que es lo que necesitamos todos)? Silencio (el ruido me mata), una buena silla (algunos cuentos requieren una larga espera o jornadas intensas) y experiencias intensas. No necesito un buen papel ni una cierta tinta, pero disfruto tenerlos.

¿Experiencias intensas? ¿Se refiere a sensaciones?

—En efecto. No parto de imágenes, sino de sensaciones. Mi preferida es la de descubrimiento. Una y otra vez, los cuentos dan testimonio de la manera en que descubrimos el mundo y de la transformación que ello obra en nosotros.

¿Por eso sus cuentos de este último libro inician por circunstancias y no con personajes en primer plano?

—Sí. Creo que los cuentos (al menos estos) dependen menos del personaje que de la situación. Ya se habrá dado cuenta de que muy pocos tienen nombre, casi ni uno tiene apellido o señas particulares. Lo importante acá es que hay alguien enfrentando una situación que lo sobrepasa y le causa tal curiosidad o seducción que lo mueve a ella. La acción es consecuencia de eso.

Sus personajes parecen ser de confort. ¿Pertenecen a la clase media alta?

—En general, son personajes para quienes el dinero no es demasiado importante, salvo en la medida en que los impulsa a tomar alguna decisión o a conocer algo. Tiene que ver más con su mentalidad y con las necesidades de la historia. Pero los hay (para ponerlo en sus términos) de toda clase.

Si usted fuera un personaje, ¿en qué situación estaría?

—Me gustaría ser un duende. Fui uno en el kínder (ayudante del zapatero). Me encantaría repetir la experiencia.

Sus cuentos son ordenados, ¿por qué no hay caos, estallido, big bang?

—Hay, pero tácito o no subrayado, porque lo que me interesa es justo lo que viene después: la necesidad de sobrevivir, de fundar o de reconstruir. Muy a tono para un país con una capital que se desmorona a cada rato, ¿no cree?

¿Por eso todos sus personajes son maniáticos? ¿Usted necesita que el resultado sea siempre el mismo?

—Quizá compartamos obsesión. Eso habría que preguntárselo a otro tipo de profesional.

¿Por qué el escenario de sus cuentos es la ciudad?

—Supongo que porque es el espacio que nosotros construimos y nosotros destruimos. Somos nosotros mismos. Sus grietas son las nuestras, su buen o mal gusto es el nuestro y sus esquinas conmovedoras son las que mejor nos ayudan a entendernos. Es el escenario que mejor nos describe.

¿La geografía influye en su trabajo? Es decir, ¿ha escrito cuentos fuera de San Salvador o del país?

—Lo he hecho, sí. También he escrito cuentos con otras ciudades como escenarios o temas. No creo que tenga que ver tanto con el lugar (aunque un sitio donde no haga tanto calor ayuda) como con el momento en el que se alcanza la comprensión que permite cerrar el capítulo y contar la historia.

¿De qué se priva como escritora? ¿De qué la ha privado la literatura?

—De nada que no haya estado dispuesta a dar. Es curioso que, visto desde afuera, parezca que la literatura le quita algo a uno. Desde el punto en el que estoy, yo lo he sentido todo como ganancia. No hay nada de lo que me arrepienta ni nada que lamente. Creo que, si ha hecho un intercambio injusto, es porque me ha dado más de lo que imaginaba o me esperaba.

¿Una historia feliz, entonces?

—No exactamente. Pero la felicidad está sobrevalorada. Quedémonos en que es una vida que me ha gustado hasta ahora. Con todo y los golpes o las dificultades.

¿Fue una dificultad encontrar una editorial?

—Fue más difícil decidirme a volver a publicar. No estaba segura de querer dejar la frecuencia en la que estaba o de tener energías para atender lo que el proceso requiere. Pero todo salió muy bien. El libro ha tenido la fortuna de encontrar espacio en una editorial y yo he tenido la fortuna de trabajar con una editora que entiende muy bien mi trabajo, que hace muy bien el suyo y con quien ha sido un placer intercambiar puntos de vista.

¿Cuánto le editan?

—Depende de quién está a la cabeza y del nivel de trabajo de la propuesta que presento. Para el caso de este libro, me señalaron detalles y me hicieron sugerencias para facilitar la lectura de ciertos momentos en las historias. Las discutimos y llegamos a un acuerdo. Fue un proceso muy agradable.

¿Tiene reglas acerca de su propia manera de escribir?

—Reglas no. Aplico ciertos principios de lo que voy estudiando y aprendiendo. Lo que hago es que me esfuerzo por presentar el trabajo en la mejor condición posible. Procuro no dejar que otra persona haga el trabajo que me corresponde para que ella pueda dedicarse al que le compete.

¿Qué o quiénes le ayudan?

—Algunos amigos. Los libros y autores que leo. El editor o editora con quien esté trabajando.

¿Qué hace cuando se traba en el proceso de creación?

—Depende del tipo de traba. Salgo a caminar, discuto con alguien por horas, limpio macetas. En general, cambio de actividad.

¿Qué opina acerca de textos muy bien escritos pero que están muertos? Lo que quiero decir es que hay gente que escribe bien, pero es horriblemente aburrida.

—Que a veces las circunstancias no permiten que sus autores se tomen más tiempo para trabajarlos, para conectar con algo que de verdad los mueva. Pero tampoco me preocupa demasiado ni me quita el sueño. Sus escritores no tardarán demasiado en darse cuenta de eso y tomarán las medidas necesarias.

¿Alguna vez no ha terminado alguna historia?

—Muchas. Me pasa si me doy cuenta de que estoy escribiendo en automático o que estoy escribiendo algo que no entiendo o ya no es tan importante como creía al inicio. A veces las termino, pero no las publico porque no me parecen que tengan calidad suficiente. A veces escribo textos que son solo para "consumo interno", para mí y un par de amigos.

¿Causas naturales es un final? ¿De dónde vienen esos cuentos?


—Vienen de la experiencia de crecer, de volverse adulto. Cierro con él un ciclo de cuentos que inicié con De fronteras. Seguí a una generación (la mía) durante un tramo que ha llegado a su final: nos hemos transformado en los que antes eran los otros, somos ahora quiénes les crean un mundo extraño a los niños que abren los ojos y lo descubren.

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