En los últimos años de la década de 1990 irrumpió en la
conciencia de El Salvador un adolescente de nombre Gustavo Adolfo Parada Morales.
Gracias a la resonancia que los medios de comunicación hicieron sobre él, se
convertiría en el primer pandillero mediático del país y la sociedad entera lo
conocería como El Directo.
Fue el líder de una célula de la Mara Salvatrucha: la
Pana Di Locos. Su actividad delictiva la desarrolló en su lugar de nacimiento
(1982), el departamento de San Miguel (zona oriental del país centroamericano).
El Directo vivió a hierro y a hierro murió. Entre lo uno
y lo otro hubo poder, drogas, amores, asesinatos, traición, cárcel-fuga-cárcel,
sobrevivencia, lucha contra las vicisitudes de su entorno y la repercusión de
sus actos que lo llevaron al ocaso de sus días.
Ahora es figura clave del libro 'Carta desde Zacatraz'
(editorial Libros del K. O.) del periodista vasco-salvadoreño Roberto Valencia,
del equipo Sala Negra del periódico digital El Faro.
"El Directo fue la excusa para hablar del fenómeno
de las pandillas y de las cosas que se hicieron tanto desde las políticas
públicas como desde la sociedad para frenar [el flagelo] de las maras", le
comenta el periodista a BBC Mundo en San Salvador.
'Carta desde Zacatraz' es una investigación periodística
de ocho años de faena. En el libro concurren más de 50 fuentes que no solo
hablan del Directo, sino del aparecimiento y evolución de las pandillas y de
las fallidas medidas de represión de los gobiernos de derecha e izquierda que
solo hicieron más complejo el tema.
Y a pesar de tantos años de convivencia con esta
expresión de violencia, los salvadoreños y sus gobiernos "desconocen"
el fenómeno de las pandillas.
"En esta sociedad [salvadoreña] hay gente que opina
que es lo mismo, que todos son lo mismo y que todos se mueran, pero si querés
solucionar un problema —y esto es una premisa básica— es necesario conocer el
problema y no decir que todo es la misma mierda", señala el periodista
Roberto Valencia.
¿Qué
era de vos la primera vez que escuchaste hablar del Directo?
Trabajaba en El Diario de Hoy y estaba al frente de un
suplemento que se llamaba El Diario de Oriente que se escribía solo para los
cuatro departamentos de la zona Oriental de El Salvador. El personaje [el
Directo] es de San Miguel y ahí había tenido su actividad y creímos interesante
entrevistarlo. Eso fue en 2001. Su ‘bum’
mediático fue en 1999. ..
Entiendo
que el Directo te interesó por la amplificación que los medios hicieron de su
figura, pero en tu libro dejás ver que tu primer encuentro con él cara a cara
te decepcionó…
Sí, claro. [Pasa que] cuando leés sobre el personaje y lo
que fue el Directo y el peso que tuvo… Hoy si alguien consulta en Google
aparece en los listados internacionales del asesino en serie más peligroso del
mundo. Y eso sigue siendo el Directo. Cuando yo fui a verlo —recién llegado a
El Salvador— me llevé esa pequeña decepción porque no era tan imponente
físicamente como en mi mente se había proyectado. Y el personaje que yo tuve
que entrevistar era un tipo tímido al que costaba sacarle las respuestas. Era
un joven al que le costaba verte a los ojos. Me esperaba a un personaje tipo
Hannibal Lecter o algo así. Eso fue en 2001. Lo volví a entrevistar en 2012 en
el Penal de Máxima Seguridad —conocido como Zacatraz— y ahí era otra persona.
Al menos frente a mí. Era alguien mucho más seguro de sí mismo, empoderado. Más
inteligente.
¿Qué
hizo evolucionar al Directo: las pandillas, los medios de comunicación o su sed
de poder?
El Directo fue un personaje muy inteligente. No hablo de
una inteligencia labrada en las aulas o haciendo másteres. Hablo de que él supo
reaccionar a los estímulos que la vida le deparaba. Cuando él se fuga y es
recapturado, la Mara Salvatrucha ya lo tenía amenazado de muerte y él actúa y
se adapta para hacer frente a esa situación. Él en un principio intentó anular
esa luz verde [condena a muerte], intentó reconciliarse con la pandilla. Cuando
él se da cuenta de que eso no será posible, él se adapta [a sus
circunstancias]. Eso será muy habitual en su vida. Y eso le llevará a
diferentes lugares de la vida. Es un sobreviviente dentro de una sociedad
violenta.
Algo
que noté en el libro es que él está carente de afecto, solitario y que su
acercamiento a la Mara Salvatrucha lo hace sin timidez, decidido…
El detonante —según mi reporteo— es que su madre lo echa
de casa. Así de claro. Él era un niño. Y ese mismo día se brinca [rito de
ingreso que es una paliza de trece segundos en la que no puede defenderse] en
la pandilla. Claro: no es del todo justo señalar que hay situaciones de causa y
efecto tan [radicales] para decir que si pasó esto la consecuencia es esto
otro. Pero yo sí llegué al convencimiento de que la madre tiene un rol
importante en cómo terminó siendo el Directo. Y dentro del comportamiento de la
madre está una mujer violenta, golpeadora… [Ella] no estaría en mi estándar de
madre ideal. Y eso no es una especulación mía. Todas las personas con las que
hablé y que tuvieron un trato intenso con la madre del Directo tienen las
mismas conclusiones.
¿En
qué momento Gustavo pasa a ser el Directo?
Va y viene. Pero a ver: si nos vamos a lo estricto, él no
se brincó como el Directo. La taca [alias] que le pusieron fue el Flaco. Esa
taca se rebautiza en 1998. En el libro manejo que después de su paso por los
centros de internamiento de menores quiso hacer su vida fuera de la pandilla. Y
lo intentó. En el libro yo eso lo manejo volviéndolo a llamar Gustavo. O sea:
no hay un único momento en el que empezó a ser el Directo para el resto de su
vida. Y eso yo lo manejo —digamos— como estrategia narrativa. Cuando es niño,
pues es el niño Gustavo Adolfo. Luego lo llamo el Directo en ese periodo de su
intensa vida criminal cuando él tenía 16, 17, 18 años. Para mí —como autor— el
Directo pasa a ser de nuevo Gustavo en el periodo que regresa a El Salvador
desde Costa Rica y tiene un periodo —al
menos yo me convencí— de que sí quería una vida al margen de la actividad
criminal.
En
ese mismo sentido, tu investigación deja ver que el Directo tuvo una lucha
entre dejar de hacer daño al otro o mantenerse fiel a la pandilla al punto de
que quiso reivindicarse con ella…
Sí. Ese periodo ocupa varias páginas en el libro, pero en
cuestión de tiempo para una vida de más de treinta años no es tan largo. Sí que
hay unos meses que él intenta reconciliarse con su pandilla [Mara Salvatrucha],
pero no le cuesta tanto entender que eso es imposible.
En
el apogeo mediático del Directo su vanidad estaba a flor de piel. ¿Los medios
de comunicación jugaron un papel decisivo en la mente del Directo y fueron un
incentivo en los jóvenes para que ingresaran a las pandillas?
Antes de escribir el libro, yo ya era crítico del rol que
desempeñaron —y siguen desempeñando— los medios de comunicación en El Salvador.
Las pandillas son un problema inminentemente social. Los medios de comunicación
—para bien o para mal— han tenido un rol en el desarrollo del fenómeno. A
mediados de 1990 los suplementos juveniles de La Prensa Gráfica y de El Diario
de Hoy publicaban cómo vestirse y cómo hablar para parecer pandillero, para
verte “cool”. El Directo es un producto de los medios de comunicación y de las
fuerzas que hay detrás de ellos. Llegué a la conclusión inequívoca de que el
Directo era un asesino como un montón de jóvenes [pandilleros] que tuvieron
comportamientos muy similares a las de él, pero al que se eligió para que fuera
un referente —para bien o para mal— en este país fue el Directo. Y no fue una
decisión gratuita. En esa época estaba el debate la Ley del Menor Infractor
[actual Ley Penal Juvenil] y él aparece en el momento idóneo y él es la persona
en la que se montan ciertos debates entre grupos que estaban a favor y en
contra de esa ley.
¿Alguna
anécdota en especial —a partir de tu investigación— que recordés con atención
de Gustavo o del Directo?
En el libro yo le doy una dimensión humana al personaje
como lo tienen todas las personas. Quien lea el libro le quedará claro que
Gustavo era un asesino. [La anécdota] sería su deseo de regresarse con la
psicóloga a Costa Rica —fue un episodio importante de su vida que lo define—
una vez que recupera la libertad. Está —aparentemente— enamorado y tiene que
regresar él solo a Costa Rica por esa persona. Y repito: todas las personas
—incluso el asesino más asesino— tiene una dimensión humano y yo recojo eso en
el libro.
Y en
esta dimensión humana, el Directo tuvo amores, sexo, drogas, armas, poder.
¿Pero cómo fue como padre y compañero de vida?
Su rol de padre lo ejerció desde la prisión. Las
referencias más expresas de lo que me preguntas son las de la esposa. Ella lo
definió como un buen padre. Padre amoroso y que cuidaba a sus hijos y que
estaba dispuesto a hacer sacrificios como empeñar un dinero que había venido
recogiendo para procurarse una mejor atención en el sistema judicial, [pero ese
dinero] lo empleó ante una enfermedad que tuvo su hija. Y era un personaje
machista hasta niveles enfermizos.
¿Has
tenido contacto con la madre del Directo o con sus hijos luego de su asesinato?
No. Sé que luego de su muerte la familia tuvo que
moverse. La traición dentro de la pandilla [se paga] con la muerte y es muy
probable que alcance al resto de la familia.
¿Hubieses
publicado el libro si estuviera vivo el Directo y su esposa? ¿O le habrías
hecho algunos matices?
El libro se iba a publicar con o sin él. Cuando lo matan
en 2013 ya estaba una parte escrita. No solo era una idea. Ya había algo
escrito. Las muertes cerraron un proceso. Obviamente, si no hubiera pasado lo
que pasó, pues el libro sería otro. Y no me refiero a que el capítulo de la
muerte no estaría. Hubo ciertas pláticas con su esposa que fueron “off the
record”, cosas que me confiaba. Pero la muerte de su esposa y luego la muerte
del Directo levantó ese “off the record”.
¿Te
involucraste con el personaje o llegó a incomodarte?
No. Llevo veinte años en este oficio y me ha tocado
entrevistar a todo tipo de personas. Y uno tiene cierta coraza, ciertos cayos.
Pasé cuatro días con él en Zacatecoluca. Fueron doce horas de conversación. Pero
esa entrevista con él fue un insumo para el libro. El libro no es el relato del
Directo de su propia vida. O sea: él es una fuente entre cincuenta y sesenta
fuentes vivas más todo el trabajo documental. ‘Carta desde Zacatraz’ no es la
transcripción sobre lo que él contó de su existencia. Ni un asesino ni un santo
cuenta los trapos sucios de su vida o las vergüenzas que todos vamos acumulando
durante el tiempo.
¿Qué
pasó por tu mente cuando asesinaron a Rosa María y luego al Directo?
No solo pasó por mi mente. Saqué un texto [al respecto].
Sí que me dolió esa muerte. No tanto la de él, sino la de ella. Yo me convencí
de que esa mujer se merecía algo mejor en la vida. Era una luchadora nata.
Alguien que nace en unas condiciones sociales en una comunidad empobrecida… creo
que eso le marca. Y este es uno de esos casos en los que esa misma persona si
hubiera nacido en otro estrato social sería alguien que estuviera no sé dónde,
pero no muerta… O al menos creo que no habría muerto en estas circunstancias.
Creo que… Su muerte sí me dolió. Me trastocó de alguna manera.
Hay
un giro importante en tu libro y es cuando las autoridades que ven el caso del
Directo deciden sacarlo a Costa Rica para que se rehabilite. Ahí se encontró el
amor, la libertad. Lo regresan a El Salvador y el vuelve a Costa Rica por ese
amor, pero parece que su machismo —como vos dijiste anteriormente— echa por la
borda esta oportunidad…
Eh… No sé si sería tan concluyente. Esa fue la época más
esperanzadora de su vida y en la que él se choca con la realidad. En un
principio él ya había cumplido —y podemos estar de acuerdo o no— el castigo que
le impuso la sociedad y había salido en libertad no por una fuga, sino porque una
jueza estimó que ameritaba regresar a la sociedad y choca con esa sociedad que
rechaza a un personaje como él. Y está en juego cómo vive él su libertad en El
Salvador y cómo vive él su libertad en Costa Rica. En esa sociedad no era un
personaje tan conocido. Creo que eso fue un choque para él de lo que pudo haber
sido en San José y lo que le tocó vivir en El Salvador, porque entra en una
dinámica de persecución, [aparece] el Plan Mano Dura cuando él estaba en
libertad y le tocó vivir ese embate del Gobierno contra las pandillas siendo él
el Directo. O sea: era conocido por toda la sociedad.
Hay
una ausencia notable en tu libro y es la voz de Giselle [la psicóloga
costarricense que se involucra sentimentalmente con el Directo]. ¿Por qué no la
buscaste?
¡Sí lo hice! Intenté a todas
luces dar con ella y no di. Pregunté en el colegio de psicólogos de Costa Rica,
pero el dato que tenía era el nombre. La persona que podría haberme ayudado era
el terapeuta Víquez [que aparece en el libro]. Obviamente le pedí [la ayuda],
pero juzgó que no era… O sea: no me dio el dato. Si por alguna extraña
circunstancia lee mi libro, ella me buscará aunque sea para hablar
informalmente. Tengo esa esperanza.
¿El
Directo traicionó a la pandilla o la pandilla lo traicionó a él?
Eso se escapa del Directo incluso como persona. En San
Miguel la pandilla hegemónica era la Mara Salvatrucha desde sus inicios. En
1998 estalla una guerra fratricida entre clicas [células] que se prolonga hasta
el año 2004. La Mara Salvatrucha tiene una especie de guerra civil. Es decir:
emeeses matando a emeeses en guerra, no en pugnas internas. En esta dinámica
está el Directo, pero es una guerra que le sobrepasa a él. Y la mayor prueba es
que él sale de la pandilla cuando estalla su caso (1999), pero la guerra durará
hasta 2004.
¿Realmente
la Mara Salvatrucha le dio una oportunidad para regresar a sus filas o era una
trampa para asesinarlo?
Eso no lo sé yo ni lo sabe nadie. Yo sí creo que el
ofrecimiento de reingresar fue honesto. Yo lo que constato como periodista es
que hubo es ofrecimiento, porque me lo dice el que hizo el ofrecimiento y el
que lo recibe.
Al
terminar el libro surge la pregunta, ¿quién es el autor del asesinato del
Directo: fue la pandilla o la sociedad que lo termina empujando a un callejón
sin salida?
Sería un debate. Sobre eso se podría escribir otro libro.
[Pero] vaya: al Directo lo mata su pandilla: La Mirada Locos. Ellos llegan a la
conclusión de que él ha matado a su líder en la libre [en libertad, no
encarcelado] (Lil Dreamer) y lo matan. Eso es así. Fue un hecho. No podemos
entrar en el debate filosófico de hasta dónde podemos buscar responsabilidades,
porque podríamos escarbar hasta llegar a ese momento en el que su madre lo echa
de la casa siendo un niño.
¿Cómo
llegaste a la editorial Libros del K. O.?
Tengo muchos amigos que publican ahí: Alberto Arce, Ander
Izaguirre. Me hablaron muy bien de la editorial. En 2013 tengo la oportunidad
de sentarme con el que a la postre fue el editor del libro (Emilio Sánchez
Mediavilla). Hubo un proceso de edición muy largo [que respetó el español
salvadoreño y la jerga de las pandillas].
Voy
a incordiar desde las víctimas, la ética y los lectores. ¿Pensaste en las
víctimas del Directo?
Cada quien es libre de hacer las interpretaciones… El proceso
de reporteo [que hice] es similar al de escribir una crónica o una nota del
día. A todas las personas que consulté les dije —con grabadora en mano— que
esto [el reporteo] iba para un libro. Es legítimo que alguien lea el libro y se
pueda sentir molesto. Lo que puedo garantizar es que lo hice con los parámetros
de ética y profesionalidad que nos exigimos en Sala Negra [del periódico El
Faro] que son muy altos.
Dijiste
que tu trabajo ya tenía forma antes de la muerte del Directo. ¿Él vio algún
borrador de tu investigación? ¿O la pandilla? ¿O su familia?
No, no, no. No en absoluto. Yo como autor quiero que lo
que publico sea lo más ajustado posible con la realidad, con lo que estoy
narrando. Hice que ciertos fragmentos [del libro] los leyeran ciertas personas,
gente de mi confianza, gente que conoce el fenómeno de las pandillas.
¿Le
pasa factura a tu credibilidad periodística las acusaciones de que sos un
apologista de las pandillas?
O sea… No, no me pasa ningún tipo de factura. Hay gente
que lo está diciendo y eso se ve en las redes sociales, [pero] es gente que
desconoce totalmente el fenómeno de las pandillas. O es gente —y es a la que
más respeto— que ha vivido en primera persona el daño de las pandillas: una
extorsión, un asesinato, [una amenaza]. Y luego hay gente que quiere hacer
ruido alrededor del fenómeno.
¿Cómo
cuidas tus fuentes? ¿Les han causado daño, intimidación o asesinato a tus
fuentes o las fuentes de Sala Negra?
En lo particular tengo la suerte de decir que un país tan
violento como El Salvador no he tenido ningún problema de ese tipo [con las
fuentes]. Nosotros armamos unas estructuras de defensa para que no
reconozcan [nuestras fuentes]. No hemos
tenido ningún problema.
Mientras
reporteabas y escribías tu investigación, ¿cuáles fueron las preguntas éticas
que te surgieron y cómo las resolvías?
[Silencio…]
Es
decir, preguntas como: ‘le doy voz a este cabrón sí o no, le permito que diga
esto…’
No, no, no. Yo tenía claro que él [el Directo] iba a ser
el protagonista de mi libro. Habrá algunas personas, pero por otras razones
que… Cualquiera que lea el libro le quedará claro que [el Directo] es un
asesino. Y es el retrato de esa persona… No sé qué más decirte.
Hay
una duda que queda al terminar de leer tu libro. Y es: ¿hiciste algo a las
espaldas del Directo…? Lo planteo por…
¿Por haber ido a la casa de…? Cualquiera que lea el
libro… [ríe]. [El Directo] era una persona muy violenta, muy celosa, muy
machista. Ir a su casa y estar hablando con su esposa y con sus hijos fue a
espaldas [del Directo]. Él no sabía. Él no había autorizado esa visita. Él no
supo. Murió sin saber eso. Y esa es una de las cuestiones que si estuviera vivo
[eso] no estaría en el libro. Hubiera respetado eso que me pidió Rosa [María]
por su protección. Cuando está muerta, pues esa petición deja de tener sentido.
Otra
más: ¿llamaste a las cárceles? Es decir: vos desde la calle hacia dentro del sistema
penitenciario.
Sí, claro. Y no solo hablé con él. Hablé con alguien de
La Mirada. Ahora ha de estar más complicado por las medidas extraordinarias. En
los años de reporteo más intenso para este libro, cualquier líder tenía su
teléfono en la cárcel. Cuando empezamos nosotros en Sala Negra teníamos una
agenda con seis, siete personas que estaban en las cárceles. Eran pandilleros y
no pandilleros.
Me
acaba de nacer una curiosidad muy personal. ¿Lo de las llamadas a las cárceles
no es saltarse un poco la barda de la ética?
No, para mí no. Es una fuente que brinda información. Es
una fuente que tienes una manera de dar con ella y es un número de teléfono. No
le veo el más mínimo problema ético.
Algo
que deja entrever tu libro es que llamada que hacías o entraba a tu celular la
grababas. ¿La gente al otro lado del teléfono se enteraba de que las estabas
grabando [para la investigación]?
Eh… Sí, no. De hecho... Yo sí tengo… Sí tengo grabada
algunas pláticas que yo intuía que podían tener un filón informativo. Eso… A
ver: yo tengo un grabador de llamadas en este teléfono. Yo creo que mucha gente
lo tiene. Es una ‘app’ que se descarga. Lo que no voy a hacer es usar una
llamada en contra de la voluntad de una persona que no ha autorizado usar esa
llamada.
Algún
lector podría preguntar: ¿te has hecho amigos de pandilleros o pandilleras?
No. Y no por nada en especial. Yo soy alguien —quizás por
mi condición de vasco— que uso con mucho cuidado esa palabra: ‘amigo’. Uno
tiene cheros [personas cercanas], pero en la vida soy de los que creo que es
mejor tener muy pocos amigos. A la gente que yo llamo ‘amigo’ los meto en los
dedos de una mano.
Entre
los agradecimientos que das en tu libro está el nombre de Leila Guerriero. ¿Le
mostraste la investigación, le contaste tu idea?
Ella cambió —para bien— mi concepción del periodismo. Sin
ella este libro no existiría. Y esa es la razón por la que la incluyo en los
agradecimientos. Le planteé que me escribiera el prólogo, pero muy coherente,
muy Leila, muy fiel a sí misma, pues me dijo que esa petición se la hacen
docenas de veces cada año y que dar un sí ahora le supondría tener a docenas de
personas con mala cara por haberles dicho que no y a mí sí. Yo lo respeté y por
eso el libro no tiene prólogo. No busqué un sustituto.
¿Sirvieron
de algo los planes gubernamentales como Plan Mano Dura, la Súper Mano Dura y
las Medidas Extraordinarias contra las pandillas?
Sí, claro que sirvieron. En la evolución del fenómeno de
las pandillas para mí hay dos puntos de inflexión clarísimos. Uno es el inicio
de las políticas “manoduristas” (2003) y el otro es la Tregua (2012-2014).
¿Sirvieron? Sí, sirvieron. Pero bajo mi lectura sirvieron para complicar el
problema, para extenderlo. Es como tener una mancha en la camisa blanca y
frotándola la querés limpiar y al final terminas con una mancha cuatro veces
más grande. Eso es lo que entiendo que pasó.
¿Acabará
Donald Trump con la Mara Salvatrucha como dice él?
No, no, no. Ni creo que lo desee. Donald Trump está
usando a la Mara Salvatrucha. Esto sería para entrar a otro debate. Es un error
decir que la Mara Salvatrucha de Estados Unidos es la misma de El Salvador. Lo
único que tienen en común es el nombre. Son fenómenos que si bien tienen la
misma raíz, en el caso de El Salvador ha evolucionado durante veinticinco,
treinta años en función de las características de la sociedad salvadoreña.
Después de esta evolución, el producto final se parece bien poco a lo que salió
en sus días de Los Ángeles. La Mara Salvatrucha es una entre cientos de
pandillas latinas, asiáticas, negras, arias. Cuando Donald Trump se refiere a
la Mara Salvatrucha no está hablando de la Mara Salvatrucha de San Miguel.
Aunque él o sus asesores crean que sí.
A
las personas que trabajan temas de violencia y pandillas siempre les pregunto:
¿la sociedad salvadoreña perdió la batalla contra las pandillas?
La sociedad salvadoreña está condenada a vivir con las
pandillas por varias generaciones. Y a convivir no solo con las pandillas, sino
con la violencia en general, lamentablemente. Y lo digo lamentablemente porque
yo soy padre de dos hijas salvadoreñas que son pequeñas, pero que ya van a
entrar a la adolescencia y van a tener que criarse y vivir en esta sociedad
violenta. La violencia de la sociedad salvadoreña no tiene que ver únicamente
con el problema de las pandillas. Las pandillas son la expresión de una
sociedad ultraviolenta. Violencia que se expresa de diferentes maneras. Y una
de ellas es el fenómeno de las pandillas. Si chasqueáramos los dedos para
eliminar a los pandilleros, mañana El Salvador seguiría siendo una sociedad
violenta.
En
tus textos y en tus redes sociales he visto tus opiniones sobre periodistas de
El Salvador y de otros países que han abordado el tema de las pandillas, pero
me da la impresión que a vos te da escozor la forma en que lo hacen…
No es escozor. La academia,
el periodismo, las autoridades mismas hablan muchas veces del fenómeno de las
pandillas desde el desconocimiento más absoluto. [Por ejemplo]: vas a encontrar
artículos de reporteros que llevan años “cubriendo” el fenómeno de las
pandillas que te dicen que la Mirada Locos es una clica de la Mara Salvatrucha.
Encontrás autoridades diciendo eso. Encontrás portadas recientes de periódicos
que dicen que la Mara Salvatrucha se ha partido en dos —como le ocurrió al
Barrio 18— y que ahora hay una Mara Salvatrucha 503. Alguien creyó el cuento de
fuentes interesadas como las del Gobierno. Cuando yo veo eso, salto. Pero no es
escozor. Es apego a los hechos, a la realidad. La partición del Barrio 18 es un
proceso. No ocurre en un día. Fue de varios años y ocurre en la segunda mitad
de la década pasada. Los periodistas del área judicial [en los momentos que se
dio la Tregua] no sabían que el Barrio 18 estaba partido en dos. A mí eso me
parece gravísimo. En esta sociedad [salvadoreña] hay gente que opina que es lo
mismo, que todos son lo mismo, y que todos se mueran, pero si querés solucionar
un problema —y esto es una premisa básica— es necesario conocer el problema y
no decir que todo es la misma mierda. Alguna vez me he sentido en la libertad
de corregir cuestiones burdas que se publican. Y no estoy hablando del ámbito de
las opiniones, estoy hablando del ámbito de los hechos.
El
Faro y tus compañeros de Sala Negra publicaron que el Gobierno [del Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)] conspiró en la posible
partición de la Mara Salvatrucha [para crear la facción disidente Mara
Salvatrucha 503].
El Faro destapó que el
Gobierno [liderado por Salvador Sánchez Cerén] había querido esa partición aprovechando
unas disidencias. Fomentó esas disidencias. En 2017 sacó a un grupo —en plena
medidas extraordinarias— de líderes de Zacatraz y los llevó al penal de Ciudad
Barrios con la idea de que ese grupo diera una especie de “golpe de Estado” en
la [cúpula] de la pandilla. Algo que no pasó. La Mara Salvatrucha tiene una
implantación territorial que es indiscutiblemente la mayor [y para las
intenciones proselitistas del FMLN, pues la pandilla resultaba un obstáculo] Hay
comunicados de ellos [los pandilleros] diciendo que van a pasar factura y se la
van a cobrar en las elecciones [de diputados y alcaldes del pasado 4 de marzo
de 2017, porque “el gobierno del FMLN iba a reducir la represión contra nuestra
gente y abrir canales para buscar el diálogo”]. El liderazgo de la pandilla es
hostil hacia el Gobierno. Que la partición de la Mara Salvatrucha sea algo
bueno para la sociedad, pues yo no lo veo tan claro. Es enrevesar el problema.
El Gobierno tenía claros intereses en que el liderazgo histórico de la Mara
Salvatrucha —el Diablo de la Hollywood Locos, por ejemplo— dejara de serlo.
Dentro de esto cuadran estos movimientos [en los penales].
¿Las
pandillas tienen el control de El Salvador?
Tienen el control de las
calles, de las comunidades de clase media baja y baja. Para mí tiene el control
de más de la mitad del territorio nacional. Es un control agresivo y en otros
es más tenue ese control, pero existe. Condicionan el diario vivir de cientos
de miles, sino millones de salvadoreños. Y eso cada día. Si alguien vive en la
comunidad Las Palmas no puede moverse y no te hablo de un pandillero, te hablo
de si alguien vive, sufre a la pandilla que tienen en Las Palmas, esa persona
no se puede mover libremente por la ciudad. No puede ir a otro instituto a
estudiar o ir a visitar a un familiar que está en otro lugar. Creo que el
problema de las pandillas ha crecido tanto porque afecta —y los muertos y las
consecuencias— las ponen sobre todo la gente excluida, la gente que nomás para
el día de las votaciones se les tiene en cuenta.
¿Qué
debe tener un proyecto de rehabilitación para que funcione?
¡Uf! No creo que nadie tenga
esa respuesta. He seguido los pasos de una [entidad] que se llama Fundación
Forever y me parece que está haciendo las cosas razonablemente bien, pero
después de quince años su impacto es muy limitado. Hay valores culturales que
hay que revertir, trabajar. Hay un clasismo en la sociedad salvadoreña muy
arraigado y que para mí es uno de los causantes de los muchos problemas de
convivencia que tenemos en El Salvador. Desmontar esas cosas… Ojalá se pudiera
con un plan de gobierno, con un programa. Hay que hacerlo, pero hay que hacer
muchísimo más. Yo me temo a que estamos condenados —una o dos generaciones más—
a ser una sociedad ultraviolenta. Si hoy empezáramos a hacer bien las cosas,
siempre tendríamos que convivir con la violencia por un periodo largo.
¿Y
qué valoración hacés de la Tregua del expresidente Mauricio Funes?
La Tregua fue un proceso
oscuro y su principal responsable político sigue hasta el día de hoy sin
reconocer a su hijo político. Fue un proceso que se hizo bajo la mesa. Turbio.
También creo que para solucionar el problema de convivencia que tenemos y en el
que las pandillas es la expresión más visible, pues no hay forma que no pase
por el diálogo. Apostar por la vía represiva —haciéndose incluso bien— no
podemos tener en las cárceles a 400 mil personas. No tenemos cárceles para
meter a tanta gente por la vía de la represión. Es un hecho que no resiste el
análisis matemático más simple. Tenemos que pensar en otras maneras. Lo han
hecho otras sociedades con conflictos muy violentos, muy sangrientos que han
buscado otras vías de solución.
* La primera versión de esta conversación apareció en BBC News Mundo con el título: "La sociedad de El Salvador está condenada a vivir con las pandillas por varias generaciones"
** La fotografía que ilustra este texto es cortesía del fotoperiodista salvadoreño, Francisco Campos / La Prensa Gráfica.