domingo, 19 de enero de 2014

Sobre una fotografía de la guerra en dos décadas de paz



En el sofá, tres hombres conversan. Usan imágenes en lugar de palabras. Son los fotoperiodistas de guerra Francisco Campos, Luis Galdámez y Luis "la Muñeca" Romero. Estos salvadoreños que le contaron al mundo cómo sus paisanos se mataban entre ellos y de cómo estos —hace más de dos décadas— le dieron un chance a la paz.

Estos jóvenes-viejos —como bautiza Galdámez a sus colegas de aquel momento— retrataban las escenas que vivía el país. Algunas eran tan crudas que debían callar cuando sus mamás les preguntaban qué tal les había ido en el día.

En una jornada podían ver entre 15 o 20 cadáveres siendo comidos por los zopilotes. "Era chocante. No dejaba de afectar. Desgraciadamente, cuando pasa el tiempo, uno se va aclimatando y lo ve normal, pero no lo es", dice “la Muñeca”.

Estos reporteros gráficos de agencias internacionales se adentraron en aquellos episodios buscando adrenalina, buscando algo que se pusiera a la altura de esa rabiosa juventud. "Éramos jóvenes y comenzamos esto viviendo una aventura. La guerra nos atraía", señala Francisco Campos, un veterano del fotoperiodismo que cubrió tanto a la insurgencia como al ejército.

Las aventuras también pasan facturas. Estas no terminan de pagarse cuando nacen dentro de una guerra como la que vivió El Salvador. Francisco Campos fue capturado en la calle en 1985. Estuvo encerrado por varios días en instalaciones de la policía del gobierno. Hubo golpes, interrogatorios. La idea de morir pasó por su mente. Fue liberado tras varias protestas de periodistas, estudiantes universitarios y familiares.

"Emocionalmente todos estamos enfermos. No hay una cura que nos pueda borrar los horrores de la guerra: gente partida, descuartizada. Nadie recibió tratamiento tras haber visto tanta tragedia. Nosotros no nos hemos curado", reconoce décadas después, Francisco Campos, quien laboró para la Agencia Francesa de Prensa (AFP).

La Muñeca, Galdámez y Campos no se consideran víctimas. Saben que su oficio se trata de eso: de riesgos y que está sujeto a los errores y a las sorpresas del destino. No son víctimas, pero son una herida ambulante.

Un día antes de que Alfredo Félix Cristiani Burkard llegara a la presidencia e iniciara su gobierno (de 1989 a 1994), Luis Galdámez iba en motocicleta con Roberto Navas, también fotoperiodista. En horas de la noche, ambos fueron atacados por el ejército. Galdámez perdió la movilidad de uno de sus brazos, ese mismo que le servía para presionar el obturador de su cámara fotográfica. Navas murió.
           
"Me dispararon por la espalda. En mi proceso personal hago reflexiones y me digo: hay otros peores. No hay que hacer la situación tan dramática", matiza Galdámez, mientras se aclara la voz vaciando su botella de cerveza. Luego, añade: "Mis heridas no están sanadas. Perdí un miembro. En la posguerra las heridas se han vuelto un cáncer".

A Galdámez todavía le faltaba otra mala noticia: "En la empresa me dijeron: 'usted hasta aquí llega, porque no queremos gente discapacitada'. Yo solo pedí un vaso de agua porque el nudo era grande".

El asesinato de Roberto Navas también tocó a Francisco Campos. El primero era el esposo de una prima del segundo. El mismo fotoperiodista tuvo que llevar la mala noticia a su familiar.

"Fue una situación triste y lamentable. Me tocó decirle a mi prima que habían matado a su esposo. Ella se volvió loca ahí mismo".

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De izquierda a derecha: "la Muñeca" Romero, Francisco Campos, Marvin Recinos y Luis Galdámez

La ofensiva, la censura y la paz
  
Con una pequeña ayuda de sus amigos, Galdámez volvió a trabajar. Estaba listo para documentar la guerra.

"Recuerdo que Luis Romero le regaló a Luis Galdámez una camarita Olympus OM-10 y con esa comenzó a tomar fotos, después de un largo tratamiento que duró meses. Siempre he admirado la forma en que Luis superó su vida. Él demostró que podía seguir trabajando en la agencia", reconoce Campos.

"Ya no me acordaba de eso", susurra "la Muñeca" Romero.

En 1989 la insurgencia lanzó su ofensiva. Un momento decisivo llegó para la historia del país. El mundo sería testigo de eso.

"Cuando empecé a trabajar en la agencia, el gringo que me dio el trabajo me dijo: en tus manos queda el gran poder de enseñar al mundo lo que está pasando en El Salvador".

Y así hizo "la Muñeca" Romero. "Si hay un archivo fotográfico de la guerra, ese lo tienen los fotógrafos de las agencias. Las agencias internacionales nos dieron la ventaja a los fotoperiodistas salvadoreños de informar sin ninguna censura", enfatiza Campos.

Los medios de El Salvador, durante el conflicto armado, no informaron sobre lo que sucedía en el país tal y como lo hicieron las agencias internacionales. Hubo censura. Uno de ellos sacó su portada en blanco en señal de protesta.

El día 16 de enero de 1992 El Salvador escribía un nuevo capítulo en su historia. Los fusiles callaron. El gobierno de Cristiani y le guerrilla llegaron a un acuerdo. Los fotoperiodistas tienen su visión al respecto. Unos escribían dudas en el futuro:

"¿De qué vamos a trabajar si estamos en este país para cubrir la guerra y esto ya va a terminar?", confiesa a El Diario de Hoy, Luis "la Muñeca" Romero, fotoperiodista de la agencia, Associated Press (AP). Eso fue lo que pensó en aquel momento.

"Para mí el escenario era nuevo. Y hablo desde 1984 con los diálogos de La Palma, Chalatenango, porque ya habíamos vivido el proceso social y político de 1970. Ese proceso no hay que olvidarlo", recomienda Luis Galdámez, quien laboró hasta hace pocos días en la agencia Reuters.

Según Campos, "el presidente de la paz es Duarte, no Alfredo Cristiani, porque fue Duarte quien inició el proceso".
La desaparición del conflicto armado es para la  Muñeca” Romero muy positivo, “porque ahora se puede pelear políticamente, dándole espacio a la sociedad, a las ideas".

"La sociedad, el gobierno, los antiguos firmantes de la paz deberían reunirse para hacer una valoración exhaustiva y buscar soluciones para la gente que no las tuvo", recomienda Campos, quien también es miembro de los Comandos de Salvamento de El Salvador.

"Estamos en la misma burbuja: migración, economía, el reparto de tierras [aspectos] que en los años anteriores generó el conflicto. Me siento como en el principio: sobreviviendo", se queja, Galdámez.

El joven fotoperiodista de El Diario de Hoy, Marvin Recinos, compartió con los veteranos del fotoperiodismo de guerra. Es el cuatro invitado en la conversación.

"He visto el material de estos profesores. Lo que me motivó para encaminarme en el fotoperiodismo fueron sus vivencias. La gente más normal dice que debería alejarme de ese mundo (de peligro, de violencia), pero no sé, quizás uno ya viene predestinado".

Revisar todo ese material fotoperiodístico de guerra ha sido toda una escuela para Recinos. "Técnicamente se pueden aprender miles de cosas. Te quita el miedo a estar cerca de la acción. O sea, a meterte de lleno", añade.

Recinos es un hijo de la posguerra. Retrata a su generación migrando, incorporándose a las pandillas, muerta o siendo custodiada —como en el tiempo de la guerra— por soldados encapuchados, mismos que hacen tareas de seguridad pública que son propias de la policía y no del ejército. De hecho, los Acuerdos de Paz vetan en ese sentido al verde olivo.

"Antes sabías que existían dos bandos. Ahora no sabés de dónde te puede venir [el peligro]. Veo a esta sociedad muy violenta. Me atrevo a decir que somos más vulnerables que en la época del conflicto", reflexiona Recinos.

En la fotografía, Recinos se ve como "un joven atrevido que quiere abrirse espacio en este mundo", pero "siento que hay demasiada inseguridad y eso limita tu trabajo. No podés andar tranquilo haciéndolo".


Con guerra o sin ella, estos fotoperiodistas siguen con su trabajo y siguen siendo vulnerables como cualquier persona. Salvo que ellos tienen un arma con la que ganan confianza: una cámara fotográfica.


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