Han pasado 38 años tras el asesinato de monseñor Romero y
llevar el apellido d'Aubuisson ha sido una carga muy pesada para Marisa
Martínez, la hermana del fundador del partido de derecha —ahora oposición—
Alianza Republicana Nacionalista (Arena). El mayor Roberto d'Aubuisson ha sido
señalado por la Comisión de la Verdad de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) como el autor intelectual del magnicidio del religioso que fue
beatificado en mayo de 2015 en una ceremonia multitudinaria en la capital de El
Salvador. En 2018 el papa Francisco firmó el decreto que hará posible la
canonización de monseñor. A Roberto d'Aubuisson también se le señala de ser el fundador
de los escuadrones de la muerte que secuestraban, torturaban, asesinaban y
desaparecían a los que ellos creían opositores de su causa.
Marisa Martínez se sacudió el apellido d'Aubuisson tras
ocultarse en el de su esposo Edín Martínez. Fue la rebelde de una familia de
derecha, conservadora y aficionada al verde olivo.
Los padres de Marisa fueron Roberto y Joaquina. El
progenitor falleció cuando Marisa tenía 10 años y Roberto 12. Fueron cuatro
hermanos: Carmen, Roberto, Carlos y Marisa. Sobreviven Carlos y Marisa. Ella estudió
en un colegio de monjas. Hizo voluntariado con las comunidades indígenas de
Guatemala en 1969. Tenía 18 años. En ese mismo país centroamericano estudió
teología en 1973 en la Universidad Francisco Marroquín. Luego se incorporó a la
oenegé Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima (Fundasal). Es
madre de tres hijos. Desde 1989 conformó la organización Centros Infantiles de
Desarrollo (Cinde) que funciona en las zonas más populosas de El Salvador. En
1999 se unió a la Fundación Romero. Ahí editan libros sobre la vida, obra y
pensamiento del ahora santo.
“La Iglesia no hablaba de monseñor Romero. Estaba muy
callada”, recuerda Marisa Martínez.
Marisa es una persona serena, estoica. Está muy
involucrada con las causas de las minorías de El Salvador y está empapada sobre
la vida de monseñor Romero. Usa un bastón luego de pasar por las manos de médicos
que le trataron una dolencia de su pierna izquierda.
A pesar de que a su hermano Roberto d'Aubuisson ya lo
perdonó y pudo reconciliarse con él mientras estaba en su lecho de muerte
víctima del cáncer, Marisa no puede ocultar cierta incomodidad al ser
cuestionada sobre la trayectoria de su hermano y de la carga que ha sido él en
su vida.
“Pensé que esta entrevista trataría sobre monseñor Romero
y no sobre mi hermano Roberto”, le dice a BBC Mundo en un hostal de San
Salvador.
Su
familia era católica y de derecha. ¿Es así?
Sí. Para esa época estábamos gobernados por los
militares. Mi mamá apoyaba esa línea de pensamiento. Creo que [mi familia] veía
normal que los militares dominaran por tantos años.
Usted
fue la oveja negra y rebelde de su familia…
Sí. Fui la rebelde de la familia.
Y
siendo de derecha su familia, ¿esta no vio mal que se fuera a trabajar con las
comunidades indígenas?
Mis padres no estaban satisfechos. Mi madre quería que
estuviera estudiando algo. La costumbre era que las chicas estudiaran
secretariado comercial. Yo nunca me arrepentía de lo que hacía. Siempre me
atrajo el trabajo social. Estudiar teología me ayudó a conocer el pensamiento
de la Iglesia. También estudié el cooperativismo para trabajar con las
comunidades. Y así es: mi madre no estuvo contenta [con lo que hacía].
¿Cómo
nació en usted esa vocación por la marginación?
No sé. Eso sí que no lo sé.
¿A
qué edad se despertó en usted esa vocación?
Si reviso mi pasado, pues todo comenzó desde muy niña en
el colegio con las monjas. Ellas nos inculcaron mucho el compromiso, la
solidaridad, de conocer el contexto y la realidad en la que vivíamos. Teníamos
que hacer análisis y todo eso ayudó muchísimo [para mi formación].
Usted
se empapó del catolicismo y estudió teología. ¿Por qué no fue monja?
Es que decidí ser religiosa. Entré a la congregación de
La Asunción.
¿Es
decir que estudió para ser monja?
Sí, pero me retiré. Preferí una vida laica. Además, en
las congregaciones siempre existían los grupos conservadores. Yo sentí que
faltaba mayor compromiso, más cercanía con el pueblo y tratar otros temas
[sociales].
¿Y
cuándo fue la primera vez que escuchó hablar de monseñor Romero?
El día que lo nombraron arzobispo en 1977. Ya se vivía una situación muy convulsionada
en El Salvador. Y de parte del coronel Molina —que ya estaba en el poder— hubo
tantos gestos de represión; sobre todo a sacerdotes extranjeros. Algunos los
expulsaron del país. La situación estaba tensa y acusaban a la Iglesia de tener
una línea que no les competía [con respeto a la política de El Salvador]. Pero
esta gente [católica, laica] estaba en la línea del Concilio Latinoamericano de
Medellín que mandaba a los católicos a acercarse a la población y nos pide al
mismo tiempo una opción preferencial por los pobres. Esa línea me entusiasmó.
Pero eso de que nombraron como arzobispo de San Salvador a un Óscar Romero que
era obispo de Santiago de María [departamento de Usulután], pues no me
entusiasmó. No lo conocía. [Pero todo cambió] cuando el día 12 de marzo de 1977
asesinan al padre Rutilio Grande. Pero antes tuvo un gesto: las Ligas Populares
28 de Febrero se tomaron el Parque Libertad [centro de San Salvador]. Y se lo
tomaron porque hubo elecciones en esa semana y hubo un fraude tremendo. Y queda
como presidente el general [Carlos Humberto] Romero [presidente desde 1977
hasta 1979]. Entonces monseñor Romero tuvo que ir a la iglesia El Rosario a
convencer a la Guardia Nacional que dentro de la iglesia no tenían preso a
ningún agente de seguridad. A mí eso me pareció una actitud muy valiente de él
y comprometida. La Guardia Nacional quería entrar a la iglesia y matar a la
gente. Ya había [masacrado] a la gente
que estaba reunida en el Parque Libertad. Mataron a varios y los cadáveres los
entraron a la iglesia de El Rosario. Monseñor Romero fue a mediar y logró que
saliera la gente. A los días mataron al padre Rutilio Grande. Romero preguntó a
los feligreses qué debía hacer. Y fue entonces que hizo una misa única. Eso
estremeció a todo el país y a la oligarquía y a los jefes militares.
¿Y
finalmente pudo tener un encuentro con monseñor Romero?
Tuve la dicha de estar en sus homilías en Catedral
Metropolitana. Lo vi, lo escuché. Tuve también la ocasión de estar junto a él
en una actividad de Fundasal. Fundamos una comunidad que se llama El Pepeto
[municipio de Soyapango, San Salvador]. Estuvo en el estreno de la casa
comunal. Pude darle la mano, saludarlo. En otra ocasión en el Arzobispado de
San Salvador hubo una reunión y yo andaba con mi esposo y nos invitó a pasar
para tratar un tema de la iglesia. En esas ocasiones pude verlo, tocarlo y
escucharlo. Antes de que lo mataran, yo le mandé una carta. Lo felicité por el
premio internacional que le dieron por defender los derechos humanos. Le hablé
sobre mi admiración por él y él me respondió. Todavía guardo esta carta que me
la mandó en febrero de 1980. La recibí el día 25 de marzo de 1980. Él ya estaba
muerto. La carta para mí ha sido de mucho peso. Pero no importa si tuve o no
encuentros con él. Lo importante es lo que él fue y lo que hizo. Hay algo
importante: a monseñor Romero lo conocen como el arzobispo de San Salvador que
duró tres años, pero monseñor tiene una trayectoria de toda la vida y es una
vida que ha ido en ascenso. Él fue un profeta. Al estudiar a los profetas
bíblicos (Isaías, Oseas, Ezequiel, Amós) vemos que no querían meterse en
problemas, pero hay una fuerza que los empuja a denunciar al malo, a denunciar
la injusticia. También a anunciar esperanza. Por eso todos sabemos que monseñor
Romero fue un profeta en El Salvador que anunciaba lo que nos iba a pasar si
esto no cambiaba.
¿Y
de parte de su familia hubo rechazo hacia monseñor Romero una vez que su imagen
se hizo más pública?
Sí, había rechazo. Y en la actualidad hay mucha gente que
rechaza a monseñor. En aquel tiempo se decía que la Iglesia era comunista y que
tenía un arzobispo comunista, los curas comunistas, los jesuitas comunistas. Se
decía que las Comunidades Eclesiales de Base eran peligrosas. [Mi familia]
estaba cerrada en sus propios intereses.
Y de
su familia, ¿quién era el más hostil hacia monseñor Romero?
Todos eran muy hostiles con monseñor Romero. Y por
supuesto que mi hermano Roberto era el más hostil por ser militar. Tuvo
actuaciones públicas en televisión y decía lo que sentía hacia monseñor. Él no
lo ocultó nunca.
¿Y a
usted le recriminaban algo por estar al lado de la Iglesia y de monseñor
Romero?
A mí no me importó. No los escuché [a su familia]. Yo no
quería entrar en debate sobre esos temas, porque no nos llevaba absolutamente a
nada. Y una cosa era el cariño a la familia y otra era no caer en la trampa de
hablar de la situación política de El Salvador. Yo me mantuve al margen. [Yo
sabía] que no iba a cambiar a Roberto. Yo no lo iba a convencer de que Romero
era un santo. Eso habría sido perder el tiempo. Él tenía su línea y yo seguía
la mía.
Me
gustaría entrar de lleno con Roberto d'Aubuisson. ¿Cómo fue la infancia de su
hermano? ¿Fue el único militar de la familia?
Sí, fue el único militar de la familia. Cuando mi padre
murió, él tenía unos 12 años de edad. Estudió en el Colegio Externado San José
[un lugar con docentes con ideas progresistas]. Luego un primo-hermano lo llevó
a vivir con él para que fuera al colegio. Con 16 o 17 años de edad entró a la
Escuela Militar para hacer el bachillerato. Era un colegio para internamiento.
Si la carrera les gustaba, pues se quedaban dos años más para hacer la carrera
militar y salir de subteniente. Mi mamá decidió que estuviera internado en la
Escuela Militar. Creo que fue empujada por la dificultad de conducir a un
adolescente inquieto. Sin embargo a Roberto le gustó la carrera militar.
¿Por
qué cree que le gustó la carrera militar?
[Simplemente] Le gustó. Cuando se graduó lo mandaron a la
Guardia Nacional [temido grupo de seguridad del Estado]. Ahí empezó a rolarse y
a comprometerse con lo que él creía. Luego lo mandaron a Washington a la
Escuela de las Américas, después a Panamá a la Escuela de las Américas. Y
bueno, ya sabemos de qué se trata esa formación estadounidense: formar
militares para defender el tema de la Guerra Fría. Para mí a Roberto lo
formaron y lo deformaron.
¿La
ausencia de una figura paterna desestabilizó a Roberto d'Aubuisson?
No sé si nos desestabilizó a todos. Yo lo recuerdo con
una infancia tranquila. No sé si le hizo falta tener a un padre.
¿Y
en qué momento se da cuenta de que su hermano Roberto d'Aubuisson es una pieza
clave contra la lucha contrainsurgente?
Desde que dan un golpe militar en 1979. Le dieron la
baja. Aunque nunca me quedó claro si le dieron la baja o él la pidió. Roberto
se va a la clandestinidad y formó lo que en aquel tiempo se llamaba Frente
Amplio Nacionalista. Así empezó a incidir en la oligarquía. Ahí me di cuenta de
la línea que iba a seguir.
¿Roberto
d'Aubuisson fue problemático en la adolescencia?
A mí me pareció un chico normal. Era muy alegre, muy
sociable, muy amigo. Era un líder en los grupos. Hacía tonterías que hacen los
jóvenes a esa edad.
¿Cómo
fue su relación con Roberto d' Aubuisson durante la niñez y la adolescencia?
Nos llevábamos bien. Roberto fue el hermano más cercano a
mí. Nos entendíamos bien. En vacaciones todo era muy alegre porque él organizaba
caminatas [al volcán] y él me llevaba. Íbamos al cine. Tuvimos una relación
bonita. Y sé que me quería mucho.
¿Incluso
cuando monseñor Romero era la manzana de la discordia?
Siempre me quiso. Incluso cuando murió. Y claro: él sabía
que estábamos en posiciones distintas.
¿Y
hablaban de las diferencias que tenían?
Yo trataba de no hablar sobre eso. Pero sí: en algunas
ocasiones hablamos sobre nuestras diferencias. Yo fui clara y le dije que no
compartía en absoluto lo que los militares [le] hacían [a la población] y lo
que hacía Orden [grupo paramilitar] donde Roberto acompañó mucho a esa
organización. Él juraba que yo era comunista. Todos éramos visto como
comunistas: los agentes de pastoral, los curas, las monjas, los que estábamos
cerca de los pobres, los miembros de las cooperativas. Todo el mundo. Nos
metían en un canasto que se llama comunismo aunque no sepamos qué es eso y
aunque no lo hayamos estudiado. Cualquier compromiso con los pobres y cualquier
postura a favor de la justicia era una condena. Así fue como asesinaron a
tantos servidores laicos.
¿Usted
nunca intervino en la opción que él tomó?
¿Usted cree que habría servido de algo? Eso era
imposible. Él estaba seguro y convencido de que los equivocados eran los de
allá [del otro bando] y que él y resto de su grupo tenían toda la razón.
Además, a él le dolió mucho que sacaran a los militares del poder. Y le dolió
más que los sacaran a los que él llamaba comunistas. Estaban cerrados. Los
únicos —para ellos— quienes tenían la razón eran los militares, la oligarquía y
la empresa privada. Tratar de convencer a Roberto con una plática era
imposible. Era como hablarle a una pared. Él defendía sus argumentos. Siempre.
Y
sabiendo cómo era su hermano, ¿alguna vez le tuvo miedo?
Mirá: me jugué el pellejo en muchas ocasiones al trabajar
con las zonas populares. Éramos sospechosos, pero en lo más hondo de mí, pues
yo tenía la certeza de que Roberto no me iba a matar. Yo era para Roberto una
muela que le dolía. Yo tuve miedo cuando la represión aumentó. A medianoche
[los escuadrones de la muerte] iban a sacar a la gente. Y cuando veíamos
cadáveres en las calles, pues empezamos a vivir con miedo. Pero seguimos la
línea comprometida que teníamos.
¿Y
no tuvo problemas en las comunidades cuando estas se enteraban de que su
apellido era d'Aubuisson?
Las comunidades empezaron a conocerme en 1973. Cuando
empieza la organización en las comunidades, pues ya me conocían los líderes. En
ese momento era soltera y usaba el apellido d'Aubuisson. No sé porqué, pero
nunca me tuvieron desconfianza. Más bien las comunidades me tuvieron compasión.
Yo seguí en las organizaciones y nunca me tuvieron desconfianza. Algunas
organizaciones que no me conocían de nada, pues sí encontré en ellas rechazo.
Decían: “¿Qué hace esa aquí?” Entonces yo era prudente y me retiraba.
¿Y
cómo manejaba ese tipo de rechazo de parte de ciertas comunidades?
¡Lo comprendía! Tenían mucha razón. Yo estaría afligida
de tener a una d'Aubuisson en un evento. Yo no iba si no me invitaban.
¿Cómo
maneja ahora el llevar el apellido d'Aubuisson? ¿Alguna vez fue una carga?
Sí, alguna vez fue una carga. Todavía hay gente que
levanta la mirada cuando les doy mi Documento Único de Identidad. Hubo un
tiempo que fue muy difícil y yo me refugié en el apellido de mi esposo [Edín
Martínez. Falleció en 2017] y por eso soy más conocida como Marisa de Martínez.
En los tiempos más álgidos de la guerra no era fácil ni simpático andar el
apellido d'Aubuisson, porque se miraba el rechazo de la gente, el murmullo. Por
ejemplo: cuando voy al Seguro Social y me llaman con el apellido d'Aubuisson,
pues se ven cabezas que se levantan. Pero he aprendido a convivir con ello. Lo
más importante es vivir con tu conciencia [tranquila] y con lo que has hecho en
tu vida.
¿Usted cree que su hermano Roberto d'Aubuisson fue
el creador de los escuadrones de la muerte?
Yo creo que él junto a otros militares. Él no fue el
único. No, no. Ahí está el capitán Eduardo Ávila, está el capitán Saravia. Con
él trabajó en la organización esa [los
escuadrones de la muerte]. También fue apoyado por unos civiles como Fernando
Sagrera, por ejemplo. Fue un grupo. No fue él solito el fundador de los
escuadrones de la muerte. Había como cuatro grupos de los escuadrones de la
muerte dirigidos por distinta gente. Si usted lee las declaraciones del capitán
Álvaro Saravia que publicó el periódico El Faro y quien condujo [en su
vehículo] al asesino de monseñor Romero, pues habla de otro escuadrón que llegó
por la mañana para apoyarlos [en el asesinato del arzobispo]. Entonces, había
grupos de criminales que iban surgiendo por el financiamiento de los
millonarios del país y por militares descontentos por el golpe.
¿Y
qué pasaba por su mente cuando su hermano estaba involucrado en el asesinato de
gente a la que usted ayudaba en las comunidades?
Muchas cosas. Pero para el público lo que menos importa
es lo que piense yo. No creo que nadie quiera saber qué situaciones personales
vivía yo, sino cómo la voz de monseñor Romero tronaba alto en esos años.
¿Y
qué dice su corazón: fue su hermano Roberto d'Aubuisson quien mandó a matar a
monseñor Romero?
Fíjese que hubo una investigación sobre esto para
esclarecer la verdad y todo lo señalaba a él y todo este grupo que andaba con
él. Y las declaraciones del capitán Saravia lo terminaron de confirmar. Es
seguro que [mi hermano, Roberto d'Aubuisson] estuvo en la planeación de ese
crimen [de monseñor Romero].
¿Y
en qué momento intuyó que él estaba involucrado en el crimen?
Yo conocía cuál era su postura contra monseñor Romero. En
la televisión [Roberto d'Aubuisson] lo llamaba mentiroso. Yo conocía el rechazo
fuerte que tenía hacia monseñor. [El involucramiento de Roberto d'Aubuisson en
el asesinato] no era ningún imposible. Mucha gente murió cuando Roberto los
mencionaba en televisión. Tenía una lista [los nombraba] y morían. Y esa gente,
o se iba del país o eran asesinados. Los iban a traer a sus casas. Había una
gran radicalidad y criminalidad.
¿Es
cierto que Roberto d'Aubuisson acuñó la frase “Haga patria, mate a un cura”?
Sí. Es lo que se dice. Sí, ajá. Regaban los papelitos
desde las avionetas.
Y
cuando sucedió el asesinato de monseñor Romero, ¿usted se distanció de su
hermano?
Es que yo ya me había distanciado de él. En toda la
década de 1980 lo habré visto unas seis veces.
¿No
extrañaba a su hermano?
No. Ni siquiera él sabía dónde yo vivía ni lo que yo
andaba haciendo. Además, estaba criando hijos, trabajaba. Nos encontramos en
cuestiones familiares. Estábamos distanciados.
¿Y
cómo es su relación con el resto de la familia d'Aubuisson?
Buena. Siempre visité a mi familia. No es que fuéramos
uña y carne. Mi mamá ya murió, pero la visitaba cada diez o quince días. Fuimos
una familia normal. Eso sí: siempre y cuando no se tocara el tema político.
¿Y
dónde estaba y qué hacía cuando supo sobre el asesinato de monseñor Romero?
En mi casa. Oí gritos en el vecindario. Alguien me gritó
que pusiera la radio. Ahí fue donde escuché la noticia. Fue un impacto
terrible. Fue muy doloroso. Estuve en Catedral Metropolitana [para la vela].
Estuve en la misa de su funeral. Yo me siento muy contenta ahora que la Iglesia
se ha animado a declararlo santo. Creo que monseñor y la verdad triunfaron. Los
detractores de monseñor Romero que dicen ser católicos se han quedado bastante
callados. Estoy contenta porque monseñor vive y es conocido universalmente. La
Iglesia ha decidido ponerlo como ejemplo, como seguidor de Jesucristo. La
justicia llegó tarde, pero muy tarde. Pero llegó.
Cuando
escuchó en la radio sobre el asesinato de monseñor Romero, ¿sospechó de su
hermano Roberto d'Aubuisson?
Oí gritar a una mujer en la calle. Estaba desesperada en
la pavimentada y decía: “Se salió con su gusto el mayor Roberto d'Aubuisson”.
Eso me impactó mucho. La gente inmediatamente empezó a señalar a mi hermano
como el asesino de monseñor. Y es que una no es ingenua. Yo sabía de lo que
podrían ser capaz toda esa gente [Roberto d'Aubuisson y su entorno].
¿Y
usted tuvo comunicación con el entorno de Roberto d'Aubuisson? Por ejemplo con
Álvaro Saravia, Fernando Sagrera…
Los conocí en una ocasión, pero nada del otro mundo.
Durante
la beatificación de monseñor Romero se hizo presente su sobrino Roberto d'Aubuisson
[actual alcalde reelecto de la ciudad de Santa Tecla]. ¿Cómo tomó esto usted?
También estuvieron los diputados del partido Arena
[Alianza Republicana Nacionalista fundado por Roberto d'Aubuisson que gobernó
por 20 años en El Salvador]. No recuerdo si le di importancia. Ver a toda esa
gente que lo rechazó y que lo sigue rechazando… Me dan lástima. [Esa gente] sigue
siendo lo que siempre fueron.
¿Y
usted tiene comunicación con su sobrino Roberto d'Aubuisson?
No, no la tengo. Si lo encuentro nos saludamos, pero
comunicación cercana con él no la tengo.
¿Cómo
afronta el pasado de su hermano Roberto d'Aubuisson? ¿Con qué ojos lo ve ahora?
¿Lo considera un asesino?
No. Lo veo con ojos cristianos. Siento lástima de que no
pudo entender y comprender la verdad. Él vivió en la mentira y en la oscuridad.
Tras
declarar ilegal la Ley de Amnistía de 1993 el caso de monseñor Romero ha sido
reabierto. ¿Usted participaría en el proceso de investigación si la llamaran a
declarar?
No tendría nada que declarar porque no fui testigo. Ni se
me ha ocurrido. ¿Qué es lo que tendría que declarar? ¿Que fui testigo de que
Roberto no quería a monseñor? Si eso todo el mundo lo vio en la
televisión. ¿En qué serviría mi
testimonio?
¿Y
cómo tomó la beatificación de monseñor Romero?
Nosotros venimos trabajando desde la Fundación Romero su
beatificación y la noticia fue una alegría muy grande. Creímos que la
canonización podría demorar quince o veinte años. Ha sido una fortuna tener a
un papa latinoamericano, porque puede entender mejor a monseñor. Lo ha leído y
además lo conoció en persona. Sin dejar de lado que lo admira. El papa ha
entendido muy bien la opción de monseñor Romero. La mañana que supimos sobre su
canonización los correos y los mensajes a través de Facebook iban y venían.
Hubo tantas llamadas telefónicas. Nos pusimos alegres porque al fin se hizo
justicia. Aunque para este pueblo salvadoreño que lo conoció, pues ya era
nuestro santo. Dios se manifestó en él para El Salvador.
Hay
católicos de derecha vinculados al partido Arena que todavía rechazan a
monseñor Romero…
Sí, sí. Pobres. Son ciegos. A Jesús de Nazaret lo
rechazaron aun después de muerto. Los que decían ser seguidores de Jesús de
Nazaret persiguieron a los cristianos. Con monseñor Romero sucede lo mismo. No
lo entendieron. La oligarquía ha querido adoptar la religión a su estatus, a su
pequeña y corta visión. No se abren ni siquiera al evangelio de Jesús.
¿Por
qué cree que existe este rechazo a monseñor Romero?
Porque esta gente no es fácil que se convierta. Son lo
que monseñor Romero decía: son protestantes de rodillas ante sus dioses, a sus
ídolos. El ídolo poder, el ídolo dinero, el ídolo placer. No pueden rechazar a
estos ídolos y por eso no se convierten. Están encerrados en ellos mismos y en
sus riquezas. Además, ellos están llenos de rabia y rencor.
¿Cómo
ve el manejo que ha hecho la izquierda de monseñor Romero? También he escuchado
voces del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) decir que gracias
a ellos la beatificación y canonización fue por buen camino gracias a su
gestión. ¿Qué opina al respecto?
Cuando dicen esto se refieren a gestiones desde el
Gobierno salvadoreño. Así lo he entendido yo. [Pero creo que la gente del FMLN]
está equivocada. Nada que ver con lo que dicen. Ellos no tuvieron ninguna
influencia [en la canonización y beatificación]. Sobre lo otro: yo creo que las
organizaciones no es que hayan utilizado a monseñor, sino que él es querido por
unos y por otros. Monseñor Romero no es propiedad de la Iglesia católica. Otros
se pueden apropiar de las enseñanzas y mensajes de monseñor. Y eso hay que
respetarlo. Ahora: que se diga que el Gobierno ayudó para la beatificación y
canonización de monseñor Romero, pues eso es ridículo. Ahí queda [el FMLN] en
ridículo. El proceso iba caminando y el papa Francisco desempolvó [la causa].
¿Y
usted le ora a monseñor Romero?
Sí, siempre. Yo le encomiendo muchas cosas a él a favor
de los pobres y los más débiles. Y yo sé
que él escucha. Le pido que aprueben nuestros proyectos para seguir trabajando
con los niños.
Si
tuviera la potestad de elegir un milagro de monseñor Romero, ¿qué le pediría?
La transformación de El Salvador. Que en este país reine
la justicia. Y yo creo que poco a poco nos lo irá dando. Así ya no nos
lamentaremos de tanta corrupción y violencia. Yo es lo que le pido a monseñor.
Y se lo pido mucho por el bien de este país. Le pido que encontremos el camino
para superar tanta violencia y sufrimiento. Esto significa encontrar gente
comprometida [para el cambio].
Parece
que monseñor Romero no se equivocó cuando afirmó que resucitaría en su pueblo…
No, no se equivocó. Y eso es lo que hemos trabajado desde
la Fundación Romero: que esté presente y vivo en este pueblo de El Salvador.
¿Cuál
es la gran lección de vida que le dejó monseñor Romero?
La coherencia. Él creyó y vivió según en lo que él creía.
Creyó en ese Dios manifestado en Jesús y fue un seguidor fiel. Él anduvo entre
los pobres cuidando, apoyando, visitando, predicando y denunciando.
¿Cómo
sobrelleva cada 24 de marzo? Por un lado se conmemora el martirio de monseñor
Romero, pero por el otro lado aparece la sombra de su hermano Roberto d'Aubuisson…
Es un problema para mí, pero el hecho de la relación
familiar a mí no me cegó. Solo me tocó aceptarlo. Mantenemos el dedo en la
llaga: fue un mártir por la fe. Lo mataron quienes lo odiaban. Entre ellos
estaba un hermano mío. Eso es triste. Pero eso a mí no me iba a detener. No iba
a ser una mujer triste ni iba a andar haciendo drama. Yo no fui [el que asesinó
a monseñor Romero]. Hay que aprender a tener madurez
¿Le
incomoda hablar de su hermano Roberto d'Aubuisson?
Depende con quién. A veces incomoda. También hay que
recordar momentos buenos con él de amigos, de hermanos, de fiestas…
¿Cuál
es el mejor recuerdo que tiene de Roberto d'Aubuisson?
Tengo muy buenos recuerdos: mi fiesta rosa, las caminatas
al volcán. Él me enseñó a nadar en el lago de Coatepeque.
¿Y
cuándo fue la última vez que lo vio?
Un día antes de que muriera.
¿Logro
hablar con él?
Los últimos tres meses lo fui a visitar al hospital todos
los días. Me quedaba treinta, cuarenta y cinco minutos con él. Conversábamos o
solo veíamos la televisión. Nos reconciliamos. Eso fue lo importante.
¿Se
arrepintió de su pasado?
Hablamos brevemente. A mí lo que me interesaba decirle a
Roberto es que él siempre estuvo equivocado. Siempre. Yo no era guerrillera. Él
decía que yo era guerrillera. Yo le decía que los guerrilleros eran los que
andaban fusiles en la montaña y se daban duro con el ejército. Le dije que yo
pasé criando a mis hijos. Le dije que yo no pertenecía ninguna organización
[guerrillera], que yo nunca fui militante, que yo soy militante cristiana. Yo
le dije que si no me creía, pues no me importaba.
¿Y
visita su tumba?
No, fíjese. Mejor ni me cruzo por ese cementerio, la
verdad. Nunca he visitado la tumba de él. Nunca. No, no, no.
¿Usted
guarda algún bien precioso de su hermano Roberto d'Aubuisson?
No. Que me hayan regalado algo cuando el murió, pues no.
Nada.
*Esta entrevista fue publicada en BBC News Mundo
No hay comentarios:
Publicar un comentario