viernes, 22 de junio de 2018

Beatriz: "Quisiera ser como antes"



El 25 de noviembre se conmemoró el Día de la No Violencia contra la Mujer. El Faro buscó a Beatriz, la joven a quien el Estado salvadoreño negó un aborto terapéutico, a pesar de las peticiones locales e internacionales que señalaban la grave amenaza a la vida de la madre si no se le interrumpía el embarazo. Beatriz considera al Instituto de Medicina Legal culpable de sus secuelas físicas porque rechazó que abortara la gestación.

Beatriz ya no es Beatriz. No puede serlo, aunque quiera. Parte de lo que fue quedó atrás. De aquella vida tranquila y anónima le queda un recuerdo que le arranca una sonrisa. Nada más. Y ella al presente intenta arrancarle un poco de paciencia y de silencio. Paciencia porque quiere ver prosperar la demanda que interpuso aquel noviembre de 2013 contra el Estado salvadoreño. Silencio porque los dolores de cabeza aparecen con frecuencia. Lo demás es una esperanza abreviada: estar al lado de su hijo y verlo crecer.

Esa misma aspiración se frustró con el segundo fruto de su vientre: Leilani Beatriz. Por eso le lleva flores a la tumba y le explica que su muerte quizás estuvo sujeta a la voluntad de Dios y que con eso nadie se mete. Y que, a pesar de todo, ojalá que estuviera viva. Y que no dude que si las cosas hubiesen sido de otra manera, ella hubiese dado la vida misma por verla andar.

Pero la voluntad de Dios no era esa. Quizás.

Beatriz puso durante meses en un lugar destacado de la opinión pública local e internacional a El Salvador por sus leyes absolutas en contra del aborto. Ella necesitaba uno terapéutico en 2013. Los médicos advirtieron que su bebé vendría al mundo sin cerebro y que este moriría pronto. Y así fue: solo vivió cinco horas. Y también advirtieron que dado su cuadro clínico, continuar con el embarazo suponía una amenaza grave y clara contra su vida.

Con ayuda de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local de El Salvador, la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto Terapéutico, Ético y Eugenésico de El Salvador, Ipas Centroamérica y el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil), Beatriz entabló una demanda contra el Estado salvadoreño en noviembre de 2013.

Aunque su vida corría peligro, las leyes del país penalizan cualquier interrupción del embarazo desde 1998. Así, cuando el caso de Beatriz salió a la luz pública el primer semestre de 2013, el país se dividió entre quienes estaban a favor de ablandar la legislación sobre el aborto y entre quienes estaban en contra de cambiar la prohibición actual. Las feministas y los defensores de los derechos humanos se unieron —tras la demanda contra el Estado salvadoreño— a la campaña “Yo apoyo la demanda de Beatriz, porque me importa salvar la vida de las mujeres”.

En ese mismo contexto, la exmáxima autoridad de la Procuraduría de la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), Óscar Luna, esbozó una opinión sobre los hechos: que debía salvarse la vida de la madre porque ella ya tenía un hijo por quién vivir. Además, advirtió que el precedente del caso Beatriz debía servir a los diputados salvadoreños para revisar la legislación sobre el aborto.

“Por encima de todo, para mí lo decisivo es proteger la vida de Beatriz”, opinó en mayo de 2013 la exministra de Salud, María Isabel Rodríguez. La exfuncionaria no escondió en privado sus opiniones y se amparó en los informes médicos que predijeron lo que ahora todos sabemos: que la bebé no sobreviviría.

—¿Usted siente que el Estado salvadoreño le dio la espalda por un caso que llevaba sobre sus hombros?

—Sí, yo digo que sí. Sí, me dio la espalda.

Como periodista, sabía sobre su caso, pero no tenía ninguna imagen de ella. Realmente nadie o casi nadie la tiene. Su círculo es muy íntimo y hermético, pero al tenerla frente a frente solo pude decirme: “Usted no puede ser Beatriz”.

Pero sí lo era.

Recordé el verso de Fernando Pessoa: “El mundo es de quien nace para conquistarlo y no para quien sueña que puede conquistarlo”. Beatriz no quiso ni lo primero ni lo segundo. Tampoco lo tercero: ser víctima de las circunstancias. A eso unos le llaman, destino; descuido le llaman otros. Desigualdad de condiciones quizás sea lo que más se aproxime a la realidad de Beatriz.

* * *

Frente a mí veo a una joven muy nerviosa. No sé si quiere hablar realmente del tema. Al ver la grabadora encendida, ella se pone más tímida, curva su cuerpo y se hunde en la silla. Evocar el pasado en el que se sintió en ruinas no debe de ser fácil.

Saco la batería de preguntas que serán mi punto de partida, pero inmediatamente logro ver lo que después me dirá que son las secuelas sobre un embarazo por el que los especialistas pedían la interrupción: manchas claras en su cuerpo.

Vitiligo, deduzco.

Luego sabré que son las secuelas de un Estado que no le permitió interrumpir su embarazo cuando se debía. Manchas. Beatriz cuando habla de manchas no sé si se refiere a las físicas o a las emocionales.

—Si pudiera recordar algo que le dé una sonrisa, ¿qué sería?

—Yo quisiera ser como era antes. Mi cuerpo no está bien, ya no es como antes. No quisiera tener estas manchas. Me siento manchada. Ya no soy la misma.

Aparece un largo silencio. Es evidente que se siente incómoda. Baja la cabeza, frota sus dedos y mira sus manos. Solo ella sabe si está esperando la próxima pregunta o está esperando a que la conversación termine de inmediato. De pronto se entera de que hay un almuerzo para ella y para su hijo. El niño tiene tres años de edad y se le escucha correr y jugar fuera del cuarto donde hacemos la entrevista. El pequeño lanza piedritas a unas flores y rebotan en la pared. Las recoge y vuelve a hacer lo mismo. Se cansa de las piedras y va a sus carritos de plástico.

Un ánimo asoma en los ojos de Beatriz.

Beatriz es del departamento de Usulután. Está enferma con lo que se conoce como lupus eritematoso, una afección que complicó su primer embarazo y que se convirtió en todo un problema en el segundo. Luego vinieron otros males para su organismo desde problemas con su presión arterial pasando por las jaquecas hasta las manchas en su cuerpo.

Su primer hijo vino al mundo —como su fallecida hija— por cesárea. Su miedo a que su hijo muriera por ser un parto prematuro y su deseo de ser madre hizo que obviara la esterilización tras el primer alumbramiento. Aquello tuvo un giro. Ahora tiene otra perspectiva sobre sus anhelos.

—¿Cambió su manera de ser madre? ¿La ha hecho más fuerte?

—Cuando estaba [en mi segundo] embarazo creí que me iba a morir y pensaba en mi hijo, pero yo tenía que vivir. Tengo a alguien por quien vivir.

—¿Intentaría ser madre de nuevo?

—No, ya no. Ya no puedo: me esterilicé.

El caso Beatriz ganó muchas antipatías en El Salvador. Hubo debates sin ella por todas partes: radio, televisión, mundo virtual y prensa escrita. Incluso en la calle. Los columnistas de los medios tradicionales le gritaban desde su opinión escrita. María Teresa Simán Siri titulaba en El Diario de Hoy: “Beatriz, no lo mates”. Y en su texto le pedía: “¡No lo mates porque es un embarazo de alto riesgo! Él o ella tienen el mismo derecho a vivir que tú”.
La presidenta de la Fundación Sí a la Vida, Julia Regina de Cardenal, opinó que el caso se estaba manipulando para agredir la vida desde la concepción. La Iglesia Católica no quiso quedarse al margen de los hechos y el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, habló: "Para mí quien tiene más peligro es el niño que está en gestación, hay todo un esfuerzo por interrumpir su vida".

En el Estado salvadoreño hubo quienes tampoco se guardaron sus voces en contra de la petición de Beatriz de que se le permitiera interrumpir su embarazo. El director del Instituto de Medicina Legal, Miguel Fortín Magaña, afirmó que su vida no corría peligro y que se le había vendido la idea a la población de que su existencia estaba en jaque si no se interrumpía el embarazo. En en el Canal TVX afirmó “el caso [de Beatriz] es inédito. Es una excepción que se ocupó para hacer una campaña” y añadió que “el aborto eugenésico es para mí la forma más grotesca de intentar la despenalización del aborto” porque “es como hacían los nazis: que mataban a los bebés porque no les gustaban”.

—El director de Medicina Legal es del Opus Dei. ¿Usted cree que personas religiosas o vinculadas con la Iglesia deberían desempeñar cargos públicos que después afectan a terceros como en su caso?

—Medicina Legal dijo que a mí no me iba a pasar nada, que yo estaba bien. Medicina Legal tiene culpa porque no dejaron hacer lo que tenían que hacer los médicos.

Para los médicos salvadoreños Beatriz se convirtió en un dilema: o se le practicaba un aborto o se le inducía a un parto. Hacer lo primero los ponía en riesgo de convertirse en los nuevos huéspedes del sistema carcelario del país y sin duda los imposibilitaría para ejercer la profesión médica.

Mientras tanto, el mundo leía la petición de Beatriz:

“Yo lo que quiero es vivir”, titulaba El País, de España, en mayo de 2013.

En septiembre vino a El Salvador la voz oficial de Amnistía Internacional, Salil Shetty. Tuvo el objetivo de reunirse con las máximas autoridades del país para entregarles la investigación que tomó dos años: “Al borde de la muerte: violencia contra las mujeres y prohibición del aborto en El Salvador”, pero solo pudo reunirse con la Asamblea Legislativa y la Sala de lo Constitucional. El Ejecutivo, encabezado por el presidente Salvador Sánchez Cerén y el vicepresidente Óscar Ortiz, le negaron la audiencia. Hubo un segundo intento en Nueva York mientras el máximo jefe de Estado participaba en la ONU, pero tampoco se dejó ver.

A Shetty no le quedó otra opción: “Estoy decepcionado del gobierno de El Salvador”. El funcionario quiso decirle en la cara a Sánchez Cerén que "la terrible represión que sufren las mujeres y las niñas es realmente espeluznante y equiparable con la tortura" con respecto al tema del aborto. Y sobre el caso Beatriz no pudo ser más contundente, de hecho, la declaración aludió al rol de la Corte Suprema de Justicia:

“Estuvimos muy decepcionados por la forma en que se trató el caso de Beatriz. Le escribimos a la Corte Suprema de Justicia, pensamos que en lugar de seguir señales deberían seguir los derechos humanos y la Corte Suprema se enredó, se enredó en aplacar las fuerzas retrógradas del país. Estaban tratando de que todo el mundo estuviera contento y eso la verdad fue un caso sumamente triste y Beatriz sufrió lo indecible”.

En abril de 2013, Beatriz solicitó a la Sala de lo Constitucional la interrupción de su embarazo. Un mes después —es decir, mayo 2013— el organismo estatal informó que la vida de la joven no estaba en riesgo inminente, que aquello solo era una posibilidad futura. Y sentenció:

"Este Tribunal sostiene que los derechos de la madre no pueden privilegiarse sobre los del nasciturus (el que ha de nacer) ni viceversa; asimismo, que existe un impedimento absoluto para autorizar la práctica de un aborto por contrariar la protección constitucional que se otorga a la persona humana 'desde el momento de la concepción'".

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) horas después —de ese mayo de 2013— salió al paso de la sentencia y emitió medidas provisionales contra el Estado salvadoreño para que el Hospital de Maternidad interviniera “de inmediato y sin interferencias”.

En el segundo embarazo de Beatriz los especialistas realizaron análisis a la paciente y por escrito afirmaron: "Se le explicó a la paciente sobre el nulo pronóstico de sobrevida de su hijo y sobre las complicaciones que surgirán en su embarazo tomando en cuenta las enfermedades de base que padece y antecedentes de complicaciones en el embarazo anterior, por lo que la paciente solicita interrumpir el embarazo a lo cual se le explica que legalmente no es permitido en el país", de acuerdo con el cuadro clínico al que tuvo acceso El Faro. Dicho documento lleva por nombre "Análisis del caso Beatriz desde la perspectiva perinatal" y fue creado por el jefe del servicio de perinatología del Hospital Nacional Especializado de Maternidad en julio de 2013.

Beatriz no quiso pasar por lo que vivió. Ella es feliz en su anonimato al lado de su hijo y lejos de la ciudad. A San Salvador únicamente viene para recoger sus medicinas. Sus fuerzas están enfocadas en su sobrevivencia y en su modestísimo comercio que le ayuda a subsistir a ella y al resto de su familia.

La situación que puso en la opinión pública a Beatriz se fue tejiendo por varias razones que nos abstenemos de hacer públicas por el derecho que ella tiene a su intimidad.

Aun con el pronóstico adverso hacia su segundo bebé, no solo pensó en un nombre para ella, sino que escogió uno: Leilani Beatriz. Ella la tuvo solo cinco minutos, luego los doctores se la llevaron y murió cinco horas más tarde. Posteriormente Beatriz entró a cuidados intensivos por un largo período —entre 15 y 18 días—. Solo después fue a la tumba y habló con ella. Le explicó que quizás todo fue voluntad de Dios, pero que ella quería que viviera. Lo que le dice con palabras también se lo dice con flores sobre su lápida.

Beatriz está contra el aborto, cree en Dios y tiene religión; pero pide un debate sobre el aborto, porque pasar por lo que ella vivió cree que no es digno para ninguna mujer. Su llamado es a escuchar lo que tienen que decir los médicos. Sabe que hay muchas que recorren el mismo camino que ella anduvo.

—Pues la verdad, cuando el embarazo no va bien y la mujer no puede llevar el embarazo, se tiene que hacer lo que dicen los médicos.

—¿Usted cree que debería existir un debate sobre el aborto? ¿En casos como el suyo se debería actuar de otra manera?

—Sí, yo digo que sí. Se debería aceptar el aborto como en casos como el mío.

—¿Cómo vive ahora su día a día?

—Trato de no acordarme de lo que pasó. Y así voy pasando los días. Ahora me he metido a una venta de ropa. De ahí saco para los pasajes y vengo a San Salvador a traer mis medicinas.

—Si tuviera algo que decirle a aquellos que la juzgaron y la criticaron, ¿qué les diría?

Hace un largo silencio y ve sus manos. Luego las une, las frota y entrelaza sus dedos. Sin dejar de ver ese racimo de dedos unidos entre sí, Beatriz responde con una voz sosegada, estoica:

—Yo no les diría nada. Realmente, no les diría nada.


*Este texto apareció en el periódico digital El Faro en diciembre de 2014.

viernes, 1 de junio de 2018

Marisa Martínez: Mi hermano Roberto d'Aubuisson estuvo en la planeación del crimen de monseñor Romero



Han pasado 38 años tras el asesinato de monseñor Romero y llevar el apellido d'Aubuisson ha sido una carga muy pesada para Marisa Martínez, la hermana del fundador del partido de derecha —ahora oposición— Alianza Republicana Nacionalista (Arena). El mayor Roberto d'Aubuisson ha sido señalado por la Comisión de la Verdad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el autor intelectual del magnicidio del religioso que fue beatificado en mayo de 2015 en una ceremonia multitudinaria en la capital de El Salvador. En 2018 el papa Francisco firmó el decreto que hará posible la canonización de monseñor. A Roberto d'Aubuisson también se le señala de ser el fundador de los escuadrones de la muerte que secuestraban, torturaban, asesinaban y desaparecían a los que ellos creían opositores de su causa.

Marisa Martínez se sacudió el apellido d'Aubuisson tras ocultarse en el de su esposo Edín Martínez. Fue la rebelde de una familia de derecha, conservadora y aficionada al verde olivo.

Los padres de Marisa fueron Roberto y Joaquina. El progenitor falleció cuando Marisa tenía 10 años y Roberto 12. Fueron cuatro hermanos: Carmen, Roberto, Carlos y Marisa. Sobreviven Carlos y Marisa. Ella estudió en un colegio de monjas. Hizo voluntariado con las comunidades indígenas de Guatemala en 1969. Tenía 18 años. En ese mismo país centroamericano estudió teología en 1973 en la Universidad Francisco Marroquín. Luego se incorporó a la oenegé Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima (Fundasal). Es madre de tres hijos. Desde 1989 conformó la organización Centros Infantiles de Desarrollo (Cinde) que funciona en las zonas más populosas de El Salvador. En 1999 se unió a la Fundación Romero. Ahí editan libros sobre la vida, obra y pensamiento del ahora santo.

“La Iglesia no hablaba de monseñor Romero. Estaba muy callada”, recuerda Marisa Martínez.

Marisa es una persona serena, estoica. Está muy involucrada con las causas de las minorías de El Salvador y está empapada sobre la vida de monseñor Romero. Usa un bastón luego de pasar por las manos de médicos que le trataron una dolencia de su pierna izquierda.

A pesar de que a su hermano Roberto d'Aubuisson ya lo perdonó y pudo reconciliarse con él mientras estaba en su lecho de muerte víctima del cáncer, Marisa no puede ocultar cierta incomodidad al ser cuestionada sobre la trayectoria de su hermano y de la carga que ha sido él en su vida.

“Pensé que esta entrevista trataría sobre monseñor Romero y no sobre mi hermano Roberto”, le dice a BBC Mundo en un hostal de San Salvador.


Su familia era católica y de derecha. ¿Es así?
Sí. Para esa época estábamos gobernados por los militares. Mi mamá apoyaba esa línea de pensamiento. Creo que [mi familia] veía normal que los militares dominaran por tantos años.

Usted fue la oveja negra y rebelde de su familia…
Sí. Fui la rebelde de la familia.

Y siendo de derecha su familia, ¿esta no vio mal que se fuera a trabajar con las comunidades indígenas?
Mis padres no estaban satisfechos. Mi madre quería que estuviera estudiando algo. La costumbre era que las chicas estudiaran secretariado comercial. Yo nunca me arrepentía de lo que hacía. Siempre me atrajo el trabajo social. Estudiar teología me ayudó a conocer el pensamiento de la Iglesia. También estudié el cooperativismo para trabajar con las comunidades. Y así es: mi madre no estuvo contenta [con lo que hacía].

¿Cómo nació en usted esa vocación por la marginación?
No sé. Eso sí que no lo sé.

¿A qué edad se despertó en usted esa vocación?
Si reviso mi pasado, pues todo comenzó desde muy niña en el colegio con las monjas. Ellas nos inculcaron mucho el compromiso, la solidaridad, de conocer el contexto y la realidad en la que vivíamos. Teníamos que hacer análisis y todo eso ayudó muchísimo [para mi formación].

Usted se empapó del catolicismo y estudió teología. ¿Por qué no fue monja?
Es que decidí ser religiosa. Entré a la congregación de La Asunción.

¿Es decir que estudió para ser monja?
Sí, pero me retiré. Preferí una vida laica. Además, en las congregaciones siempre existían los grupos conservadores. Yo sentí que faltaba mayor compromiso, más cercanía con el pueblo y tratar otros temas [sociales].

¿Y cuándo fue la primera vez que escuchó hablar de monseñor Romero?
El día que lo nombraron arzobispo en 1977.  Ya se vivía una situación muy convulsionada en El Salvador. Y de parte del coronel Molina —que ya estaba en el poder— hubo tantos gestos de represión; sobre todo a sacerdotes extranjeros. Algunos los expulsaron del país. La situación estaba tensa y acusaban a la Iglesia de tener una línea que no les competía [con respeto a la política de El Salvador]. Pero esta gente [católica, laica] estaba en la línea del Concilio Latinoamericano de Medellín que mandaba a los católicos a acercarse a la población y nos pide al mismo tiempo una opción preferencial por los pobres. Esa línea me entusiasmó. Pero eso de que nombraron como arzobispo de San Salvador a un Óscar Romero que era obispo de Santiago de María [departamento de Usulután], pues no me entusiasmó. No lo conocía. [Pero todo cambió] cuando el día 12 de marzo de 1977 asesinan al padre Rutilio Grande. Pero antes tuvo un gesto: las Ligas Populares 28 de Febrero se tomaron el Parque Libertad [centro de San Salvador]. Y se lo tomaron porque hubo elecciones en esa semana y hubo un fraude tremendo. Y queda como presidente el general [Carlos Humberto] Romero [presidente desde 1977 hasta 1979]. Entonces monseñor Romero tuvo que ir a la iglesia El Rosario a convencer a la Guardia Nacional que dentro de la iglesia no tenían preso a ningún agente de seguridad. A mí eso me pareció una actitud muy valiente de él y comprometida. La Guardia Nacional quería entrar a la iglesia y matar a la gente. Ya había [masacrado]  a la gente que estaba reunida en el Parque Libertad. Mataron a varios y los cadáveres los entraron a la iglesia de El Rosario. Monseñor Romero fue a mediar y logró que saliera la gente. A los días mataron al padre Rutilio Grande. Romero preguntó a los feligreses qué debía hacer. Y fue entonces que hizo una misa única. Eso estremeció a todo el país y a la oligarquía y a los jefes militares.

¿Y finalmente pudo tener un encuentro con monseñor Romero?
Tuve la dicha de estar en sus homilías en Catedral Metropolitana. Lo vi, lo escuché. Tuve también la ocasión de estar junto a él en una actividad de Fundasal. Fundamos una comunidad que se llama El Pepeto [municipio de Soyapango, San Salvador]. Estuvo en el estreno de la casa comunal. Pude darle la mano, saludarlo. En otra ocasión en el Arzobispado de San Salvador hubo una reunión y yo andaba con mi esposo y nos invitó a pasar para tratar un tema de la iglesia. En esas ocasiones pude verlo, tocarlo y escucharlo. Antes de que lo mataran, yo le mandé una carta. Lo felicité por el premio internacional que le dieron por defender los derechos humanos. Le hablé sobre mi admiración por él y él me respondió. Todavía guardo esta carta que me la mandó en febrero de 1980. La recibí el día 25 de marzo de 1980. Él ya estaba muerto. La carta para mí ha sido de mucho peso. Pero no importa si tuve o no encuentros con él. Lo importante es lo que él fue y lo que hizo. Hay algo importante: a monseñor Romero lo conocen como el arzobispo de San Salvador que duró tres años, pero monseñor tiene una trayectoria de toda la vida y es una vida que ha ido en ascenso. Él fue un profeta. Al estudiar a los profetas bíblicos (Isaías, Oseas, Ezequiel, Amós) vemos que no querían meterse en problemas, pero hay una fuerza que los empuja a denunciar al malo, a denunciar la injusticia. También a anunciar esperanza. Por eso todos sabemos que monseñor Romero fue un profeta en El Salvador que anunciaba lo que nos iba a pasar si esto no cambiaba.

¿Y de parte de su familia hubo rechazo hacia monseñor Romero una vez que su imagen se hizo más pública?
Sí, había rechazo. Y en la actualidad hay mucha gente que rechaza a monseñor. En aquel tiempo se decía que la Iglesia era comunista y que tenía un arzobispo comunista, los curas comunistas, los jesuitas comunistas. Se decía que las Comunidades Eclesiales de Base eran peligrosas. [Mi familia] estaba cerrada en sus propios intereses.

Y de su familia, ¿quién era el más hostil hacia monseñor Romero?
Todos eran muy hostiles con monseñor Romero. Y por supuesto que mi hermano Roberto era el más hostil por ser militar. Tuvo actuaciones públicas en televisión y decía lo que sentía hacia monseñor. Él no lo ocultó nunca.

¿Y a usted le recriminaban algo por estar al lado de la Iglesia y de monseñor Romero?
A mí no me importó. No los escuché [a su familia]. Yo no quería entrar en debate sobre esos temas, porque no nos llevaba absolutamente a nada. Y una cosa era el cariño a la familia y otra era no caer en la trampa de hablar de la situación política de El Salvador. Yo me mantuve al margen. [Yo sabía] que no iba a cambiar a Roberto. Yo no lo iba a convencer de que Romero era un santo. Eso habría sido perder el tiempo. Él tenía su línea y yo seguía la mía.

Me gustaría entrar de lleno con Roberto d'Aubuisson. ¿Cómo fue la infancia de su hermano? ¿Fue el único militar de la familia?
Sí, fue el único militar de la familia. Cuando mi padre murió, él tenía unos 12 años de edad. Estudió en el Colegio Externado San José [un lugar con docentes con ideas progresistas]. Luego un primo-hermano lo llevó a vivir con él para que fuera al colegio. Con 16 o 17 años de edad entró a la Escuela Militar para hacer el bachillerato. Era un colegio para internamiento. Si la carrera les gustaba, pues se quedaban dos años más para hacer la carrera militar y salir de subteniente. Mi mamá decidió que estuviera internado en la Escuela Militar. Creo que fue empujada por la dificultad de conducir a un adolescente inquieto. Sin embargo a Roberto le gustó la carrera militar.

¿Por qué cree que le gustó la carrera militar?
[Simplemente] Le gustó. Cuando se graduó lo mandaron a la Guardia Nacional [temido grupo de seguridad del Estado]. Ahí empezó a rolarse y a comprometerse con lo que él creía. Luego lo mandaron a Washington a la Escuela de las Américas, después a Panamá a la Escuela de las Américas. Y bueno, ya sabemos de qué se trata esa formación estadounidense: formar militares para defender el tema de la Guerra Fría. Para mí a Roberto lo formaron y lo deformaron.

¿La ausencia de una figura paterna desestabilizó a Roberto d'Aubuisson?
No sé si nos desestabilizó a todos. Yo lo recuerdo con una infancia tranquila. No sé si le hizo falta tener a un padre.

¿Y en qué momento se da cuenta de que su hermano Roberto d'Aubuisson es una pieza clave contra la lucha contrainsurgente?
Desde que dan un golpe militar en 1979. Le dieron la baja. Aunque nunca me quedó claro si le dieron la baja o él la pidió. Roberto se va a la clandestinidad y formó lo que en aquel tiempo se llamaba Frente Amplio Nacionalista. Así empezó a incidir en la oligarquía. Ahí me di cuenta de la línea que iba a seguir.

¿Roberto d'Aubuisson fue problemático en la adolescencia?
A mí me pareció un chico normal. Era muy alegre, muy sociable, muy amigo. Era un líder en los grupos. Hacía tonterías que hacen los jóvenes a esa edad.

¿Cómo fue su relación con Roberto d' Aubuisson durante la niñez y la adolescencia?
Nos llevábamos bien. Roberto fue el hermano más cercano a mí. Nos entendíamos bien. En vacaciones todo era muy alegre porque él organizaba caminatas [al volcán] y él me llevaba. Íbamos al cine. Tuvimos una relación bonita. Y sé que me quería mucho.

¿Incluso cuando monseñor Romero era la manzana de la discordia?
Siempre me quiso. Incluso cuando murió. Y claro: él sabía que estábamos en posiciones distintas.

¿Y hablaban de las diferencias que tenían?
Yo trataba de no hablar sobre eso. Pero sí: en algunas ocasiones hablamos sobre nuestras diferencias. Yo fui clara y le dije que no compartía en absoluto lo que los militares [le] hacían [a la población] y lo que hacía Orden [grupo paramilitar] donde Roberto acompañó mucho a esa organización. Él juraba que yo era comunista. Todos éramos visto como comunistas: los agentes de pastoral, los curas, las monjas, los que estábamos cerca de los pobres, los miembros de las cooperativas. Todo el mundo. Nos metían en un canasto que se llama comunismo aunque no sepamos qué es eso y aunque no lo hayamos estudiado. Cualquier compromiso con los pobres y cualquier postura a favor de la justicia era una condena. Así fue como asesinaron a tantos servidores laicos.

¿Usted nunca intervino en la opción que él tomó?
¿Usted cree que habría servido de algo? Eso era imposible. Él estaba seguro y convencido de que los equivocados eran los de allá [del otro bando] y que él y resto de su grupo tenían toda la razón. Además, a él le dolió mucho que sacaran a los militares del poder. Y le dolió más que los sacaran a los que él llamaba comunistas. Estaban cerrados. Los únicos —para ellos— quienes tenían la razón eran los militares, la oligarquía y la empresa privada. Tratar de convencer a Roberto con una plática era imposible. Era como hablarle a una pared. Él defendía sus argumentos. Siempre.

Y sabiendo cómo era su hermano, ¿alguna vez le tuvo miedo?
Mirá: me jugué el pellejo en muchas ocasiones al trabajar con las zonas populares. Éramos sospechosos, pero en lo más hondo de mí, pues yo tenía la certeza de que Roberto no me iba a matar. Yo era para Roberto una muela que le dolía. Yo tuve miedo cuando la represión aumentó. A medianoche [los escuadrones de la muerte] iban a sacar a la gente. Y cuando veíamos cadáveres en las calles, pues empezamos a vivir con miedo. Pero seguimos la línea comprometida que teníamos.

¿Y no tuvo problemas en las comunidades cuando estas se enteraban de que su apellido era d'Aubuisson?
Las comunidades empezaron a conocerme en 1973. Cuando empieza la organización en las comunidades, pues ya me conocían los líderes. En ese momento era soltera y usaba el apellido d'Aubuisson. No sé porqué, pero nunca me tuvieron desconfianza. Más bien las comunidades me tuvieron compasión. Yo seguí en las organizaciones y nunca me tuvieron desconfianza. Algunas organizaciones que no me conocían de nada, pues sí encontré en ellas rechazo. Decían: “¿Qué hace esa aquí?” Entonces yo era prudente y me retiraba.

¿Y cómo manejaba ese tipo de rechazo de parte de ciertas comunidades?
¡Lo comprendía! Tenían mucha razón. Yo estaría afligida de tener a una d'Aubuisson en un evento. Yo no iba si no me invitaban.

¿Cómo maneja ahora el llevar el apellido d'Aubuisson? ¿Alguna vez fue una carga?
Sí, alguna vez fue una carga. Todavía hay gente que levanta la mirada cuando les doy mi Documento Único de Identidad. Hubo un tiempo que fue muy difícil y yo me refugié en el apellido de mi esposo [Edín Martínez. Falleció en 2017] y por eso soy más conocida como Marisa de Martínez. En los tiempos más álgidos de la guerra no era fácil ni simpático andar el apellido d'Aubuisson, porque se miraba el rechazo de la gente, el murmullo. Por ejemplo: cuando voy al Seguro Social y me llaman con el apellido d'Aubuisson, pues se ven cabezas que se levantan. Pero he aprendido a convivir con ello. Lo más importante es vivir con tu conciencia [tranquila] y con lo que has hecho en tu vida.

¿Usted  cree que su hermano Roberto d'Aubuisson fue el creador de los escuadrones de la muerte?
Yo creo que él junto a otros militares. Él no fue el único. No, no. Ahí está el capitán Eduardo Ávila, está el capitán Saravia. Con él  trabajó en la organización esa [los escuadrones de la muerte]. También fue apoyado por unos civiles como Fernando Sagrera, por ejemplo. Fue un grupo. No fue él solito el fundador de los escuadrones de la muerte. Había como cuatro grupos de los escuadrones de la muerte dirigidos por distinta gente. Si usted lee las declaraciones del capitán Álvaro Saravia que publicó el periódico El Faro y quien condujo [en su vehículo] al asesino de monseñor Romero, pues habla de otro escuadrón que llegó por la mañana para apoyarlos [en el asesinato del arzobispo]. Entonces, había grupos de criminales que iban surgiendo por el financiamiento de los millonarios del país y por militares descontentos por el golpe.

¿Y qué pasaba por su mente cuando su hermano estaba involucrado en el asesinato de gente a la que usted ayudaba en las comunidades?
Muchas cosas. Pero para el público lo que menos importa es lo que piense yo. No creo que nadie quiera saber qué situaciones personales vivía yo, sino cómo la voz de monseñor Romero tronaba alto en esos años.

¿Y qué dice su corazón: fue su hermano Roberto d'Aubuisson quien mandó a matar a monseñor Romero?
Fíjese que hubo una investigación sobre esto para esclarecer la verdad y todo lo señalaba a él y todo este grupo que andaba con él. Y las declaraciones del capitán Saravia lo terminaron de confirmar. Es seguro que [mi hermano, Roberto d'Aubuisson] estuvo en la planeación de ese crimen [de monseñor Romero].

¿Y en qué momento intuyó que él estaba involucrado en el crimen?
Yo conocía cuál era su postura contra monseñor Romero. En la televisión [Roberto d'Aubuisson] lo llamaba mentiroso. Yo conocía el rechazo fuerte que tenía hacia monseñor. [El involucramiento de Roberto d'Aubuisson en el asesinato] no era ningún imposible. Mucha gente murió cuando Roberto los mencionaba en televisión. Tenía una lista [los nombraba] y morían. Y esa gente, o se iba del país o eran asesinados. Los iban a traer a sus casas. Había una gran radicalidad y criminalidad.

¿Es cierto que Roberto d'Aubuisson acuñó la frase “Haga patria, mate a un cura”?
Sí. Es lo que se dice. Sí, ajá. Regaban los papelitos desde las avionetas.

Y cuando sucedió el asesinato de monseñor Romero, ¿usted se distanció de su hermano?
Es que yo ya me había distanciado de él. En toda la década de 1980 lo habré visto unas seis veces.

¿No extrañaba a su hermano?
No. Ni siquiera él sabía dónde yo vivía ni lo que yo andaba haciendo. Además, estaba criando hijos, trabajaba. Nos encontramos en cuestiones familiares. Estábamos distanciados.

¿Y cómo es su relación con el resto de la familia d'Aubuisson?
Buena. Siempre visité a mi familia. No es que fuéramos uña y carne. Mi mamá ya murió, pero la visitaba cada diez o quince días. Fuimos una familia normal. Eso sí: siempre y cuando no se tocara el tema político.

¿Y dónde estaba y qué hacía cuando supo sobre el asesinato de monseñor Romero?
En mi casa. Oí gritos en el vecindario. Alguien me gritó que pusiera la radio. Ahí fue donde escuché la noticia. Fue un impacto terrible. Fue muy doloroso. Estuve en Catedral Metropolitana [para la vela]. Estuve en la misa de su funeral. Yo me siento muy contenta ahora que la Iglesia se ha animado a declararlo santo. Creo que monseñor y la verdad triunfaron. Los detractores de monseñor Romero que dicen ser católicos se han quedado bastante callados. Estoy contenta porque monseñor vive y es conocido universalmente. La Iglesia ha decidido ponerlo como ejemplo, como seguidor de Jesucristo. La justicia llegó tarde, pero muy tarde. Pero llegó.

Cuando escuchó en la radio sobre el asesinato de monseñor Romero, ¿sospechó de su hermano Roberto d'Aubuisson?
Oí gritar a una mujer en la calle. Estaba desesperada en la pavimentada y decía: “Se salió con su gusto el mayor Roberto d'Aubuisson”. Eso me impactó mucho. La gente inmediatamente empezó a señalar a mi hermano como el asesino de monseñor. Y es que una no es ingenua. Yo sabía de lo que podrían ser capaz toda esa gente [Roberto d'Aubuisson y su entorno].

¿Y usted tuvo comunicación con el entorno de Roberto d'Aubuisson? Por ejemplo con Álvaro Saravia, Fernando Sagrera…
Los conocí en una ocasión, pero nada del otro mundo.

Durante la beatificación de monseñor Romero se hizo presente su sobrino Roberto d'Aubuisson [actual alcalde reelecto de la ciudad de Santa Tecla]. ¿Cómo tomó esto usted?
También estuvieron los diputados del partido Arena [Alianza Republicana Nacionalista fundado por Roberto d'Aubuisson que gobernó por 20 años en El Salvador]. No recuerdo si le di importancia. Ver a toda esa gente que lo rechazó y que lo sigue rechazando… Me dan lástima. [Esa gente] sigue siendo lo que siempre fueron.

¿Y usted tiene comunicación con su sobrino Roberto d'Aubuisson?
No, no la tengo. Si lo encuentro nos saludamos, pero comunicación cercana con él no la tengo.

¿Cómo afronta el pasado de su hermano Roberto d'Aubuisson? ¿Con qué ojos lo ve ahora? ¿Lo considera un asesino?
No. Lo veo con ojos cristianos. Siento lástima de que no pudo entender y comprender la verdad. Él vivió en la mentira y en la oscuridad.

Tras declarar ilegal la Ley de Amnistía de 1993 el caso de monseñor Romero ha sido reabierto. ¿Usted participaría en el proceso de investigación si la llamaran a declarar?
No tendría nada que declarar porque no fui testigo. Ni se me ha ocurrido. ¿Qué es lo que tendría que declarar? ¿Que fui testigo de que Roberto no quería a monseñor? Si eso todo el mundo lo vio en la televisión.  ¿En qué serviría mi testimonio?

¿Y cómo tomó la beatificación de monseñor Romero?
Nosotros venimos trabajando desde la Fundación Romero su beatificación y la noticia fue una alegría muy grande. Creímos que la canonización podría demorar quince o veinte años. Ha sido una fortuna tener a un papa latinoamericano, porque puede entender mejor a monseñor. Lo ha leído y además lo conoció en persona. Sin dejar de lado que lo admira. El papa ha entendido muy bien la opción de monseñor Romero. La mañana que supimos sobre su canonización los correos y los mensajes a través de Facebook iban y venían. Hubo tantas llamadas telefónicas. Nos pusimos alegres porque al fin se hizo justicia. Aunque para este pueblo salvadoreño que lo conoció, pues ya era nuestro santo. Dios se manifestó en él para El Salvador.

Hay católicos de derecha vinculados al partido Arena que todavía rechazan a monseñor Romero…
Sí, sí. Pobres. Son ciegos. A Jesús de Nazaret lo rechazaron aun después de muerto. Los que decían ser seguidores de Jesús de Nazaret persiguieron a los cristianos. Con monseñor Romero sucede lo mismo. No lo entendieron. La oligarquía ha querido adoptar la religión a su estatus, a su pequeña y corta visión. No se abren ni siquiera al evangelio de Jesús.

¿Por qué cree que existe este rechazo a monseñor Romero?
Porque esta gente no es fácil que se convierta. Son lo que monseñor Romero decía: son protestantes de rodillas ante sus dioses, a sus ídolos. El ídolo poder, el ídolo dinero, el ídolo placer. No pueden rechazar a estos ídolos y por eso no se convierten. Están encerrados en ellos mismos y en sus riquezas. Además, ellos están llenos de rabia y rencor.

¿Cómo ve el manejo que ha hecho la izquierda de monseñor Romero? También he escuchado voces del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) decir que gracias a ellos la beatificación y canonización fue por buen camino gracias a su gestión. ¿Qué opina al respecto?
Cuando dicen esto se refieren a gestiones desde el Gobierno salvadoreño. Así lo he entendido yo. [Pero creo que la gente del FMLN] está equivocada. Nada que ver con lo que dicen. Ellos no tuvieron ninguna influencia [en la canonización y beatificación]. Sobre lo otro: yo creo que las organizaciones no es que hayan utilizado a monseñor, sino que él es querido por unos y por otros. Monseñor Romero no es propiedad de la Iglesia católica. Otros se pueden apropiar de las enseñanzas y mensajes de monseñor. Y eso hay que respetarlo. Ahora: que se diga que el Gobierno ayudó para la beatificación y canonización de monseñor Romero, pues eso es ridículo. Ahí queda [el FMLN] en ridículo. El proceso iba caminando y el papa Francisco desempolvó [la causa].

¿Y usted le ora a monseñor Romero?
Sí, siempre. Yo le encomiendo muchas cosas a él a favor de los pobres y los más débiles. Y yo  sé que él escucha. Le pido que aprueben nuestros proyectos para seguir trabajando con los niños.

Si tuviera la potestad de elegir un milagro de monseñor Romero, ¿qué le pediría?
La transformación de El Salvador. Que en este país reine la justicia. Y yo creo que poco a poco nos lo irá dando. Así ya no nos lamentaremos de tanta corrupción y violencia. Yo es lo que le pido a monseñor. Y se lo pido mucho por el bien de este país. Le pido que encontremos el camino para superar tanta violencia y sufrimiento. Esto significa encontrar gente comprometida [para el cambio].

Parece que monseñor Romero no se equivocó cuando afirmó que resucitaría en su pueblo…
No, no se equivocó. Y eso es lo que hemos trabajado desde la Fundación Romero: que esté presente y vivo en este pueblo de El Salvador.

¿Cuál es la gran lección de vida que le dejó monseñor Romero?
La coherencia. Él creyó y vivió según en lo que él creía. Creyó en ese Dios manifestado en Jesús y fue un seguidor fiel. Él anduvo entre los pobres cuidando, apoyando, visitando, predicando y denunciando.

¿Cómo sobrelleva cada 24 de marzo? Por un lado se conmemora el martirio de monseñor Romero, pero por el otro lado aparece la sombra de su hermano Roberto d'Aubuisson…
Es un problema para mí, pero el hecho de la relación familiar a mí no me cegó. Solo me tocó aceptarlo. Mantenemos el dedo en la llaga: fue un mártir por la fe. Lo mataron quienes lo odiaban. Entre ellos estaba un hermano mío. Eso es triste. Pero eso a mí no me iba a detener. No iba a ser una mujer triste ni iba a andar haciendo drama. Yo no fui [el que asesinó a monseñor Romero]. Hay que aprender a tener madurez

¿Le incomoda hablar de su hermano Roberto d'Aubuisson?
Depende con quién. A veces incomoda. También hay que recordar momentos buenos con él de amigos, de hermanos, de fiestas…

¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de Roberto d'Aubuisson?
Tengo muy buenos recuerdos: mi fiesta rosa, las caminatas al volcán. Él me enseñó a nadar en el lago de Coatepeque.

¿Y cuándo fue la última vez que lo vio?
Un día antes de que muriera.

¿Logro hablar con él?
Los últimos tres meses lo fui a visitar al hospital todos los días. Me quedaba treinta, cuarenta y cinco minutos con él. Conversábamos o solo veíamos la televisión. Nos reconciliamos. Eso fue lo importante.

¿Se arrepintió de su pasado?
Hablamos brevemente. A mí lo que me interesaba decirle a Roberto es que él siempre estuvo equivocado. Siempre. Yo no era guerrillera. Él decía que yo era guerrillera. Yo le decía que los guerrilleros eran los que andaban fusiles en la montaña y se daban duro con el ejército. Le dije que yo pasé criando a mis hijos. Le dije que yo no pertenecía ninguna organización [guerrillera], que yo nunca fui militante, que yo soy militante cristiana. Yo le dije que si no me creía, pues no me importaba.

¿Y visita su tumba?
No, fíjese. Mejor ni me cruzo por ese cementerio, la verdad. Nunca he visitado la tumba de él. Nunca. No, no, no.

¿Usted guarda algún bien precioso de su hermano Roberto d'Aubuisson?
No. Que me hayan regalado algo cuando el murió, pues no. Nada.





*Esta entrevista fue publicada en BBC News Mundo